La chilenita regresa a Campana

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A primera vista, El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, plantea algo sobre lo que ya hemos leído demasiado.


Revisitar la historia familiar se ha vuelto una constante entre varios novelistas chilenos menores de 50 años, una especie de rito con el que tarde o temprano hay que cumplir para luego avanzar en lo que venga. El procedimiento no siempre da frutos, y ha resultado, en más ocasiones que las deseables, un emprendimiento francamente desastroso. Sin embargo, la persistencia es férrea, lo que permite calibrar de entrada, así, sin ningún esfuerzo, la tremenda ingenuidad existente tras la convicción de que, a toda costa, nuestras historias familiares merecen ser noveladas. Por lo demás, y hablando ahora en general, este ejercicio suele delatar al escritor novato, pero, claro, hay novelistas que nunca dejan de serlo, por muchos libros que publiquen.

El párrafo anterior sirve para definir todo lo que es y no es El sistema del tacto. Tenemos a una autora menor de 50 años, Alejandra Costamagna, dueña de una obra nutrida, que en este caso aborda su historia familiar bajo la convicción de que se trata de un material digno de ser narrado. Hasta aquí, el patrón se repite al dedillo. No obstante, la gran diferencia yace en un hecho crucial: Costamagna no se largó a escribir la novela porque contaba con una documentación atávica, autobiográfica, que ella suponía peculiar, o al menos novedosa, sino que lo hizo porque se sentía segura de manejar las técnicas con que la información disponible, una vez sometida al cedazo de la memoria y la ficción, puede cautivar al lector.

Ania, la protagonista, regresa a Campana, un semipueblo de la pampa argentina en donde gastó los veranos de su infancia. De allí procede su padre, quien le ha pedido que viaje desde Santiago para hacer acto de presencia ante la muerte del primo Agustín. El padre de Ania emigró a Chile décadas antes "por zurdo", es decir, escapando de la represión de los militares trasandinos. Ania regresa entonces a Campana, en donde hasta el día de hoy se le conoce como "la chilenita", con una misión aparente, pero el traslado implicará algo más profundo que un retorno a la niñez.

En éste, su mejor libro hasta la fecha, Costamagna despliega una madurez narrativa que a mí me parece admirable por las sucesivas capas emocionales que desvela con sutileza, por las diferentes texturas narrativas que entreteje y soluciona con seguridad, por la perfecta intercalación en el relato de los pensamientos simultáneos de personajes muy distintos entre sí. Ania, que a veces teme no existir, es al mismo tiempo capaz de actuar como figura redentora: "Piensa que debería escribirle a su padre. Aconsejarle ser bravo y no dar confianza, advertirle que es de mala educación no incluir a una hija en las fotografías familiares, no enterrar a un primo, cambiarse de bando; decirle que no debe escupir en la calle, que eso es de atorrantes. Su padre necesita ser enderezado y ella puede guiar su comportamiento desde el lugar donde nació".

Una máquina de escribir, un curso de dactilografía (de ahí proviene el título de la novela), una enciclopedia, un manual del inmigrante italiano, una voluminosa colección de libros de terror, y un buen número de fotografías de la parentela, son algunos de los elementos no estrictamente literarios que contribuyen a que El sistema del tacto sea, al fin y al cabo, una narración mucho más compleja, intrincada y atrayente que el mero acto de revisitar la historia familiar.

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