The Politician: la insoportable levedad de Ryan Murphy

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Tras fichar por Netflix –en el contrato más costoso de la historia de la TV estadounidense-, el creador de Glee y American horror story debuta con una serie superficial que desaprovecha el entramado de la política.


En las series de Ryan Murphy el decorado suele ser más importante que la profundidad de las cosas. Que todos los personajes tengan buen look parece ser más relevante que las capas de humanidad. Así ha hecho carrera, fama y fortuna, desde Nip/Tuck y Glee hasta American horror story, Feud: Bette and Joan o The assassination of Gianni Versace, donde la dirección artística, fotografía y vestuario son atractivos a la vista, pero tras la cáscara solo hay roles unidimensionales.

Luego de 14 años en la cadena FOX, el productor, guionista y director pactó un contrato por cinco años con Netflix (el más lucrativo de la historia de la televisión estadounidense, por US$300 millones, según revista Time) y The politician, estrenada este viernes, marca su debut en el gigante del streaming. Su resultado es francamente superficial, absurdo y a menudo insoportable.

Payton (Ben Platt, ganador de un Tony por el musical de Broadway Dear Evan Hansen) es un estudiante de primera línea que quiere ser presidente de Estados Unidos y que forma parte de una adinerada familia de California. Egocéntrico, déspota y exitista, sus esfuerzos están puestos en ser electo presidente del Consejo Estudiantil, desarrollando junto a dos compañeros de colegio estrategia dignas de la política real. Para llegar a la cima, eso sí, debe lidiar con un entorno que no lo respeta y dos hermanos que no dejan de recalcarle que es adoptado.

En tono de sátira y con tintes de musical, The politician suena en el papel a una versión millennial de la serie Veep, pero los libretos están demasiado lejos de esa astucia y diversión. Si la historia recuerda también a Election (esa gran película de Reese Witherspoon donde era una colegiala que quería ser presidenta de la clase), solo se trata de un alcance de temáticas, porque en la serie de Murphy, una vez más, todo es leve: los actores lucen bien vestidos, los hombres mayoritariamente son carilindos y tonificados –con escenas de desnudos que no se justifican-, los peinados y ropa se ven muy a la moda, pero todo es exasperante y la trama avanza a tropezones (el primer capítulo es torpe en agilidad, aunque el ritmo mejora a partir del segundo), enfrentando al televidente al dilema de si en algún momento llegará algo digno de risa o emoción.

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La ficción mira pasar por el lado temáticas en las que nunca profundiza: el entramado de la política y sus dilemas morales, el retrato sobre la clase alta, la incorrección política (hay una chica que se hace pasar por enferma de cáncer, varios personajes bisexuales, entre otros), que en manos de alguien más pudo haber sido una oportunidad de reflexión, pero que acá se pierden en el absurdo de una serie que Murphy ha creado como si se tratara de una ficción con letras mayúsculas.

Con "Chicago", de Sufjan Stevens, como canción de inicio de créditos (una elección extraña, si se toma en cuenta que la película Little miss Sunshine la usó mucho antes), en The politician hay un indisimulado interés por beber de la estética del cine de Wes Anderson, incluyendo a una Gwyneth Paltrow (en el rol de la madrastra del protagonista) que parece una continuación de su Margot de Los excéntricos Tenenbaums, aunque el guiño se queda solo en una intención, porque en esta serie los personajes no son como en los de las cintas de Anderson: aquí todos resultan detestables, altaneros, codiciosos y, sobre todo, ridículos y poco graciosos.

No hay justificación para darle a Jessica Lange (como una abuela que se aprovecha de su nieta) un papel tan miserable y sin una cuota de humanidad, exponiéndola torpemente en pantalla. Menos se entiende que para los personajes principales, supuestamente jóvenes de 16 y 17 años, se les hayan dado los papeles a actores que en la vida real tienen sobre 25 años y se ven bastante viejos para andar de college. Así, desde el protagonista hacia abajo, resultan seres antipáticos y sin matices, donde todo lo que suceda con ellos da exactamente lo mismo. Dada esa entrega, se hace difícil llegar al final de los ocho capítulos, que le han costado una millonada a Netflix, pero que no hay por dónde justificar, en su más visible paso en falso de este año.

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