Guerrillas, muerte y comidas: la vida literaria de Pablo de Rokha

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Pablo de Rokha.

En Culto hemos querido perfilar a uno de los poetas cruciales del siglo XX chileno. Premio nacional de literatura en 1965, hizo de la fuerza de su carácter una marca de su escritura. Hablamos sobre los rasgos de su obra, la rivalidad con Neruda, la relación con su esposa Winétt, entre otros aspectos.


De golpe, y tras un estruendo, su respiración había cesado. Cuando la señora Yolanda –quien le hacía el aseo– y su hija Sandra entraron a la habitación, no podían creer lo que miraron. Sentado en su silla, el poeta había tomado la irreversible decisión de la muerte. En su mano colgaba un revólver, se había disparado en la boca, tal como había hecho su hijo Pablo, seis meses atrás. Con ello, aspiraba a abrazar la única de las certezas de la existencia: la mortalidad.

El calendario marcaba el 10 de septiembre de 1968.

Como alguna vez dijo Roberto Bolaño, todos los escritores aspiran a ser inmortales, pero son pocos los que lo consiguen. Este era uno de esos casos. Carlos Díaz Loyola, con el suicidio, pasó a cumplir el destino de ser un mortal, pero su seudónimo, Pablo de Rokha, sí lograría que el tiempo fuese eterno para él.

En la ciudad de Licantén, en la zona costera del Maule, llegó al mundo el 17 de octubre de 1894.

"Licantén se recuesta a la orilla del Mataquito contemplándose en su agua enorme como un pililo con las manos cargadas de castañas. Por aquello las licanteninas tienen los ojos verdes, rojos los cabellos por los rayos y los vientos salvajes de la cordillera y un ademán incomparable a las antiguas bestias del agua en sus caderas y son sencillas y malignas como los monstruos marinos", así describía a su pueblo natal el mismo de Rokha en su autobiografía titulada El amigo piedra (Ediciones Biblioteca Nacional, 2019 [1990]).

Desde niño manifestó un interés por crear, por desarrollar la imaginación. "Yo no estoy contento, porque invento mi vida, no la vivo, la invento, voy soñando, mientras voy andando, voy elaborando un plan de ensueño irreal, en el que emerge una figurita deliciosamente femenina y a la cual sin haberla visto nunca, jamás nunca, la voy ciñendo de deseos tremendos, y me parece que la hubiese conocido del infinito. Adentro de mí, es mi persona quien agranda su figura y mi imaginación me defiende de perderme, lanzando mi espanto sencillamente macabro más allá de la soledad de mí mismo", explica él mismo en la citada autobiografía.

En esos tiempos ya desarrolló su gusto por la poesía usando los seudónimos, primero, Job Díaz, luego El amigo Piedra y finalmente Pablo de Rokha.

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Pablo de Rokha.

Sobre su poesía vale preguntarse sobre los rasgos que la caracterizan. El poeta Naín Nómez, acaso el más importante estudioso de la obra de Pablo de Rokha, explica a Culto: “Eso es difícil de resumir. En un bosquejo. Su desmesura escritural: escribe a grandes bloqueadas, poemas de enorme dimensión que intentan ser estructuras totales, metáforas tectónicas acerca de la vida, la muerte, el amor, la sociedad, la agonía del ser humano en este mundo. Su neobarroquismo: hacer equivaler su poesía a la realidad americana, con sus volcanes, sus ríos, sus mares, sus personalidades complejas y desbordantes, sus ideales estéticos y políticos. Equivalencia con lo no logrado, lo inacabado, en estado de conformación permanente”.

Nómez agrega: “Su latinoamericanismo: expresado en poemas en que se defiende la diferencia y la originalidad del continente así como la necesidad de sus luchas independentistas y postcoloniales. Su acercamiento a lo popular: a través de la representación del mundo popular de la zona central de Chile en poemas como ‘Los borrachos dionisíacos’, ‘Epopeya de las comidas y bebidas de Chile’, ‘Campeonato de rayuela’. Su poesía vanguardista: es uno de los poetas más vanguardistas de América Latina a partir del libro Los gemidos de 1922. La disolución de los géneros: hace poesía, pero también narrativa, crónica, testimonio, historia, política, etc. en los poemas”.

En El amigo piedra, de Rokha explica que uno de los rasgos de su obra es justamente el costumbrismo, lo popular, lo chileno, lo "huaso"; si se quiere decir de una forma más clara y menos académica, pero no de forma naturalista como Baldomero Lillo o Nicomedes Guzmán, sino como un contrapunto con la modernidad. "Me crié entre arrieros, contrabandistas, cuatreros y policías; allí aprendí a manejar la carabina Winchester, a cazar cóndores, a montar en vacas y a trillar a yegua suelta. Mi literatura es la expresión de esa formación; yo fui hombre de a caballo, buen tirador, criado en el viento huracanado de la cordillera".

Por su parte, el poeta y editor Guido Arroyo, destaca otro lado de la obra del vate licantenino: "Yo creo que la obra de Pablo de Rokha está desfasada en su temporalidad. Hay un ímpetu vinculante a una vanguardia con un anclaje ideológico total y con una subjetividad en torno a su prosodia muy particular, un tipo que crea un universo, que crea un tipo de musicalidad, que tiene referentes ideológicos súper claros y que siento que no dialoga necesariamente con su tiempo literario, dialoga solamente con su tiempo político, con su tiempo contingente".

La intención de dialogar con lo político no solo se quedó en algo literario, sino también en acción concreta. Pablo de Rokha (al igual que Neruda, Huidobro y Teiltelboim) ingresó al Partido Comunista durante la vorágine de los días post caída del Presidente Juan Esteban Montero (1932) y la posterior República socialista.

“Nos encuentran los ‘cuarenta días’ de Grove en posición de firmes, ubicándonos en el marxismo y yo caldeo mi cátedra, le doy entonación dialéctica, entonación política, entonación marxista-leninista…comienza a trabajar mi ansiedad de encontrarme, de entroncarme, de enfrentarme como comunista a la oligarquía nacional e internacional, luchando con dirección marxista por los trabajadores. Creando el canto logrado de la revolución proletaria y campesina en Chile”, afirma en su autobiografía.

De Rokha era un hombre de carácter fuerte, sin rodeos para decir las cosas. Su hija Lukó, en la citada autobiografía, lo describe así: "Era absolutamente directo. Hacía sus planteamientos en cualquier lugar, así estuviese ofendiendo los oídos y el pensamiento de quienes le escuchaban. Al atacarlo sus adversarios literarios o políticos estallaba en furia unos minutos, para enseguida hacer mofa del asunto diciendo: -Ya pondré a ese miserable en su lugar-".

Incluso, a veces no trepidaba en llegar a los puños si era necesario. "Siendo profesor de la universidad, soportó por mucho tiempo las impertinencias de un pintor de apellido Gazmuri, quien se presentaba a la sala donde mi padre impartía sus clases para interrumpir deliberadamente y molestar a los alumnos. Cierto día, mi padre, colmada su paciencia, le dio de bofetadas y lo mandó al hospital", cuenta Lukó.

Sin embargo, Lukó matiza y agrega que no siempre era tan explosivo. "Se emocionaba profundamente ante la buena fe de otros, y ese ogro de leyenda que habían fabricado, era tierno y sensible ante sucesos que para la gente no pasarían de ser desagradables…él decía de frente las cosas que otros no se atrevían a decir. No buscaba adeptos o discípulos. Aceptaba a aquellos a quienes consideraba serios, y a los demás los apartaba de su camino. Fueron innumerables sus amigos a los que trató con afecto y estimación, sin reparar en su condición social. Cuando un escritor tenía talento, lo decía generosamente".

Este carácter fuerte y encendido se trasuntó en su obra. "La fuerza de su carácter es parte de su producción poética. Hay una instalación estética y política que lo hace un personaje único y un poeta intransable", explica Naín Nómez.

No solo lo explosivo se coló en su obra, también lo inquieto, el ir más allá. Guido Arroyo toca un punto fundamental, De Rokha como vendedor de sus propios libros, justamente por el deseo de pensar contra lo establecido. "La biografía está totalmente vinculante a todo el circuito de su obra, porque una cosa es el plano de la escritura, y otra, la sociabilidad de la escritura. De Rokha empieza a publicar en una época de modernización de la industria editorial chilena y él se ancla en una figura antigua, él es el último que se va quedando en la figura de la autoproducción, del despliegue de medios, de nuevos formatos y la figura más interesante que es la de vendedor de mano en mano, que es una figura creo que con De Rokha muere. Hoy en día existe en ciertos bares, pero no llega a esa envergadura. De Rokha viajaba con su obra, las cambiaba por zapatos, por chalecos, por comida, por alojamiento, y de alguna manera contribuía al mito nacional", explica Arroyo.

Roberto Bolaño, en una recordada entrevista con Cristián Warnken en La belleza de pensar, comparaba a Pablo de Rokha con François Rabelais. “Es el gran rabelesiano de nuestra era”, aseguró en aquella ocasión el autor de Estrella distante. “A veces me cae un poco pesado”, agregó. Al respecto, Naín Nómez pone la pelota al piso: “Las opiniones de Bolaño me parecen solo eso: opiniones. El siempre intentaba ‘epatar le bourgois', era tan pesado como lo que le endilgaba a los demás. Lo de Rabelais me parece bien, lo de pesado en De Rokha es posible pero depende de quién lo decía. Neruda solía ser más pesado que ambos. Había escritores que lo querían mucho como Manuel Rojas, Carlos Droguett, Juan de Luigi, Alfonso Alcalde, Humberto Díaz Casanueva, Gonzalo Rojas, etc”.

Sobre lo mismo opina Guido Arroyo: "Creo que está como lo rabelesiano en torno a la magnitud, a lo farragoso, pero yo creo que De Rokha es más joyciano. Yo creo que atacharle lo pantagruélico tiene que ver con el De Rokha folclórico, pero ese De Rokha folclórico tiene dos maneras de verse, una manera de leerlo ya, es un montón de mierda que trasuntaba, y otra cosa es leerlo generando documentos. De Rokha genera documentos sobre la gastronomía chilena, historia que a la vez es muy pobre. Creo que ponerle ese sayo es denostarlo y creo que -como lector- está totalmente vinculado a la vanguardia universal, como un Mariátegui en España, un huevón que escribía a lo Joyce, alucinante, y que era súper universal, De Rokha tiene reflexiones sobre el arte que son ensayos muy profundos. Yo a Neruda no le he leído reflexión similar".

En su Vocabulario, escrito en 1968 e incluido en Poética del paisaje (Alquimia Ediciones, 2016), incluye algunas definiciones de comidas típicas chilenas. Algunas rayan en lo curioso. "Catete: guiso de harina de trigo tostado en callana, que se prepara en la sustancia gelatinosa en que se cocieron cabezas de cerdo, o huesos diversos en olla de greda, condimentadísimo, propio del mundo de las provincias de la Zona Central, mediterránea de la República, al cual designa 'sanco' el litoral de las oceanías y llaman 'la guañaca' los arrieros de los arcos cordilleranos, que tienen costumbre de llevarlo, denso como queso, en condición de cocaví (codumio del camino), en la previsión de las monturas y la situación de los 'los aperos' –cinchas, lazos, riendas del caballo-".

¿Cuáles son sus obras preferidas de Pablo de Rokha? Naín Nómez responde: "Me interesan sobre todo Los gemidos (1922) por su ruptura, Escritura de Raimundo Contreras (1929) por ser el inicio de lo que llamo 'lo nacional popular', Epopeya de las comidas y bebidas de Chile (1949) por ratificar su articulación con lo popular y lo autóctono, Genio del pueblo (1960) por ser un libro único en los anales de la poesía en su mezcla de poesía, teatro y narrativa".

Por su lado, Arroyo enumera: "Soy fanático de obras como U (1926), Escritura de Raimundo Contreras, obviamente me gustan Los gemidos, pero siento que el de Rokha totémico, el que de alguna manera cae en la figura del poeta único es el de Rokha que más se reitera, más tautológico, me gusta el diccionario de culteranismos, Vocabulario, y ese tipo de textos. En los textos más sinuosos de él se halla mayor riqueza".

Casiano y Helena, aqueos y troyanos

¿Quién no conoce la rayuela? No, no me refiero a la inconmesurable novela de Julio Cortázar, sino que al juego típico criollo –que la gente solo recuerda para los 18– en que con unos pesados tejos metálicos se trata de acertar una marca dispuesta con un cordel en una caja llena de barro. También se jugaba en la década de 1920. Calle Bezanilla, casa del poeta Juan Agustín Araya. Campeonato de rayuela, novelistas vs poetas, ¿el premio? Una jarra con chicha. Nada de mal, fresca baya y curadora.

Los novelistas son Manuel Rojas y José González Vera, y van perdiendo; por otro lado, los poetas, uno es el autor de Los gemidos, quien ya ha tirado. El otro, quien toma su tejo y se dispone a lanzar, es el bardo detrás de Tentativa del hombre infinito.

Si el joven oriundo de Parral acierta, el delicioso brebaje será para los líricos. Como Alexis Sánchez ante Argentina por la Copa América 2015, todo queda en sus manos, literalmente. Se ve nervioso, su cuerpo se balancea hacia los lados, tiembla un poco pero trata de disimularlo. Apunta, dispara…y…todos observan asombrados cómo el tejo pasa de largo y destroza la jarra. La risa general estalla, pero hay uno que no ve la gracia del chiste, el licantenino.

“Te puedo perdonar que seas mal poeta, ¡pero que hayas quebrado la guagua de chicha, jamás!”

El episodio ocurrió cuando Pablo Neruda recién había entrado al círculo literario de Pablo de Rokha, quien ya era una celebridad en las letras nacionales, mientras que el hijo del ferroviario de Temuco recién estaba iniciándose. Entre ambos se libró una dura enemistad, una verdadera guerra de guerrillas, que no tiene comparación en la historia de la literatura nacional.

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Pablo Neruda

El origen de la rivalidad surgió, según el libro La guerrilla literaria (Sudamericana, 1992), de Faride Zerán, en la década de 1920, cuando el oriundo de Parral llegó a instalarse a Santiago y conoció a de Rokha. En su citada autobiografía, escrita años más tarde –y ya con el encono contra Neruda apropiándose de sus recuerdos– de Rokha evoca el primer encuentro que tuvieron ambos.

"Y este que viene aquí, resbaladizo, como rumiando, acomodando, mezclando con saliva las palabras, es el Neftalí Reyes de entonces. Yo lo invito a la Unión Comercial a tomar vino con durazno, pero él bebe solo leche con leche, con lentitud, en actitud de cuáquero, como el oficial evangelista de un evangelista, que hubiese muerto en la Primera Guerra Europea de susto, o como aquellas pobres señoras sin sexo, sin pechos, sin pelo del Ejército de Salvación, y sin embargo no es difícil comprender que dentro de este aborigen feble, que escribe cartas a máquina a la literatura de América, existe un oportunista tan astuto, tan agudo, tan difuso en la conducta sicológica, que se escurre como un molusco, que devuelve batracio de sangre helada y subacuática".

Luego de esa reunión, Neruda fue invitado al fundo que el padre del licantenino administraba en Talca, allí, cual Paris con la esposa de Menelao, se deslumbró con una de las hermanas de su entonces amigo. Helena Díaz Loyola. Ahí ardió Troya.

Ricardo Neftalí Reyes nunca fue correspondido por la muchacha. Según se cuenta en el libro de Zerán, a Helena Díaz Loyola habría estado dedicado el poema "Nuevo soneto a Helena", incluido en Crepusculario (1923). Luego de eso, las cosas comenzaron a agrietarse para nunca más recomponerse.

De Rokha nunca le perdonó haberle "robado" el nombre, y lo acusó de ser un plagiador de los poemas del indio Rabindranath Tagore. En un artículo del diario La Opinión, del 6 de diciembre de 1934, de Rokha lleva a cabo la demostración de este punto, y añade duros epítetos contra el autor de Residencia en la tierra (libro que por lo demás, según cuenta Zerán, reconocía a regañadientes su valor). "Para ser un plagiario, menester es poseer un oportunismo desenfrenado, una vanidad sucia y enormemente objetiva, como de histrión o de bufón fracasado, una gran capacidad de engaño y de mentira, una noción miserable y egolátrica y deleznable, a la vez, de la propia y oscura personalidad, y un aprecio y desprecio exagerados, por el prójimo. Hay un megalómano y un mendigo en el plagiario. Espanta su anhelo de autoengañarse y engañarnos, y su condición doble, en dos mitades, en la cual la una se ríe de la otra, formulando un drama tremendo. Se ha demostrado y publicado que Pablo Neruda ha plagiado a TAGORE, el poeta indio".

Incluso, con el tiempo de Rokha llegó a referirse a Neruda con el mote de Casiano Basualto y le dedicó sus Tercetos dantescos. Los cuales, con intensidad y con agresividad lo insultan y lo critican por ser un oportunista y buscador de poder.

"La relación con Neruda no fue solo mala, fue pésima. Al comienzo se estimaron y Neruda fue uno de los pocos que escribió sobre Los gemidos. Pero Neruda tenía un ego del porte de un buque y de Rokha le tenía un encono sin límites. Los problemas fueron políticos (el PC quería a Neruda y no a De Rokha), estéticos (los dos se creían los grandes poetas de la vanguardia), personales (se dice que Neruda se enamoró de una hermana de De Rokha) y hasta la rivalidad por el nombre: los dos Pablos. Si de Rokha tuvo envidia del éxito de Neruda; Neruda lo menospreciaba porque lo encontraba rústico y furioso y lo ignoraba", explica al respecto Naín Nómez.

Algo más que una pareja

Mientras vivía en Talca, adonde se había trasladado para trabajar administrando un fundo tras su fallida experiencia universitaria, Pablo de Rokha vivió un momento inesperado, pero que sería clave para su vida. Una joven –bajo el seudónimo de Juana Inés de la Cruz- le mandó un poemario. Pese a criticarlo con dureza, no puedo evitar sentirse atraído, y finalmente emprendió un viaje desde Talca a Santiago para conocerla.

"Juana Inés de la Cruz es menuda y pálida, como su pseudónimo, esbelta, el pelo de sombra, el talle brillante, emocionante y floral, los ojos oscuros, latinamente morena. Ríe y habla sonriendo con una gran dulzura juvenil, porque es clara y franca como el agua, de misterio de pequeño océano y transparentemente lúcida como plúmula o como viñedo. La personalidad le estalla en miel ardiendo y gimiendo amorosamente y la miel la traspasa, la perfora, la anega multiplicándola, con la sensación de hacerle cien retratos en la fotografía del universo. Fina y linda como flor de sol, parece que se va a volatilizar al tocarla", así describe de Rokha en su autobiografía a la mujer que, en rigor, se llamaba Luisa Anabalón Sanderson, pero que tras conocer y emparejarse con el poeta de Licantén, adoptó el seudónimo de Winétt de Rokha.

La pareja comenzó a tener una forma de vida anclada en la literatura. Ambos formaron un tándem que no fue del todo comprendido en un comienzo. "Todos los amigos se nos retiran y nos aíslan, calumniándonos, sin grandeza, en la batalla subterránea del resentimiento provincial, amarillo; si al uno o al otro, aisladamente, no odian, a los dos nos odian", anotó de Rokha en su autobiografía.

Pero esa fue una cosa menor comparada con otra que apareció: la oposición de los padres de Winétt a que se casara con este hombre. De Rokha, pese a matricularse en la Universidad de Chile para estudiar derecho e ingeniería, no terminó ninguna de las dos carreras y vivía gracias a trabajos que iban saliendo por las amistades de su padre. Por lo tanto, no era alguien con el porvenir económico asegurado. Un “mal partido” como diríamos en estos tiempos.

”Pido su mano y la catástrofe familiar se precipita como catarata enorme; es, naturalmente, toda la tragedia de la clase media que quiere hacerse burguesía y comprende que va a la inseguridad del literato, ejemplar del fracaso social con el sentido social del perdonable e inocente oportunista; yo no soy un partido, soy un fracaso y esto, como hecho, es cierto”, apuntó el mismo licantenino en su autobiografía.

Winétt y Pablo de Rokha se casaron y debieron sobrevivir con pocos recursos. Sin embargo, continúan desarrollando cada uno una carrera literaria.”Winétt es crucial en varios sentidos. Hay una cuestión muy interesante que la encontramos en La selva lírica, hay un poema donde alude al amor y a la belleza en mayúsucula y luego reescribe ese texto a Winétt y materializa en ella ciertos ideales. Yo creo que el vínculo que tenía con Winétt es un vínculo de una pareja no necesariamente erótica, sino de una compañera del resto de la vida. No solo la admiraba estéticamente y compartían una estética similar, pero también compartían una forma de entenderse como comunidad ante los otros”, explica Guido Arroyo.

Arroyo agrega que ambos, cual John Lennon y Yoko Ono, eran una pareja pública, que se vinculaba a la sociedad. “Eso lo encuentro súper alucinante y a la vez, era una compañera logística. Era una persona que era tremendamente práctica, que resolvía gran parte de estas locuras que hacían en términos de industria editorial, y a la vez era la figura de la mujer que venía de otro estrato socioeconómico, que se le generaba cierto resguardo”.

De Rokha amaba con locura a su esposa. Su hija Lukó, en un acápite de El amigo piedra, lo cuenta de esta forma: "Su amor por mi madre era tan desmesurado, que lo hacía egoísta. Los hijos solo disfrutábamos de ella cuando él estaba ausente. En esas ocasiones nos subíamos a su cama y escuchábamos las historias de nuestros antepasados o los cuentos maravillosos que, contados por ella, nos transportaban a los lugares del sueño y la fantasía. Pero este encantamiento tenía su fin en el momento mismo en que papá regresaba de su trabajo o de alguno de sus innumerables viajes. Entonces ordenaba a una de las personas del servicio: -Llévese a los niños, ya iré a verlos-. Era cuando mamá le pertenecía a él, solo a él".

En 1944, cuando el Presidente Juan Antonio Ríos nombró a Pablo de Rokha embajador cultural en América, la pareja inició un largo periplo de cinco años donde recorrerían 19 países del continente. Sin embargo, cuando volvieron, Winétt ya estaba enferma de cáncer. Falleció el 7 de agosto de 1951 y eso devastó al vate.

"Claro que la muerte de su esposa tiene un fuerte impacto en su poesía que se vuelve más agónica, lúgubre y mortuoria, empezando por el libro Fuego negro de 1953. Él la quería demasiado para que no influyera en su obra: se vuelve más elegíaca y trágica", explica Naín Nómez.

Incluso, en 1962 sumó otro dolor, la muerte por sobredosis de barbitúricos y alcohol de su hijo mayor, Carlos, quien también era poeta, vinculado al grupo surrealista de La Mandrágora, el cual fundara Braulio Arenas, el hombre ancla del estilo en Chile.

Ambas pérdidas, de Rokha nunca las pudo superar. Incluso, en 1965 cuando recibió el Premio nacional de literatura, no pude evitar pensar en ellos. "El premio me lo dan ahora que no está ni mi mujer ni mi hijo…murió mi compañera, que es lo más grande que he tenido en la vida. Lo que yo más he querido han sido mi mujer, mis hijos, mi país. Los hombres que ya pasamos los setenta indiscutiblemente nos vamos quedando solos", declaró a la prensa de la época.

¿Qué leer de Pablo de Rokha?

La carrera de Pablo de Rokha fue bastante prolífica, entre poesía y ensayo. Al lector poco achispado que no se ha acercado a la obra del vate de Licantén, ¿por dónde empezar? Naín Nómez responde: “Para alguien que lo lee por primera vez, creo que lo más adecuado es empezar leyendo la sección “Epitalamio” de Los gemidos, que es un canto de amor a Winétt al estilo de ‘El cantar de los cantares’ de La Biblia. También los poemas dedicados a lo nacional-popular como ‘Epopeya de las comidas y bebidas de Chile', ‘Los arrieros cordilleranos', ‘Campeonato de rayuela’ o ‘Rotología del poroto'. Además el ‘Vocabulario rokhiano’ que es una delicia de ironía y picardía chilena”.

Por su lado, Guido Arroyo recomienda: "Creo que a de Rokha primero hay que escucharlo, hay que meterse a YouTube poner la banda Ocho bolas que tiene temas con poemas de Pablo de Rokha. En él la musicalidad y la tesitura van marcando el metro. De ahí yo partiría con U, y de ahí Los gemidos, y también su línea ensayística que son textos que no están tan decantados. Es una figura difícil de leer, no es un poeta sencillo, como que te tira para afuera y demanda lectura compresiva, en Huidobro o en Mistral hay libros que son señuelos, con de Rokha no hay libros que sean completamente señuelos".

-Así como uno asocia a Zurita con la figura de Neruda, ¿con qué poetas sientes que podríamos asociar a de Rohka?

Responde Naín Nómez: “Pablo de Rokha no tiene parangón en la poesía chilena: es sólo Pablo de Rokha. Pero hay poetas universales que tienen que ver con su genealogía de diversa prosapia, tales como Rabelais, San Juan de la Cruz, el Dante, los filósofos presocráticos, la Biblia, Walt Whitman, Jorge Manrique, Teresa de Jesús, Lao-tsé, El libro de los muertos, Rimbaud, William Blake, entre otros”.

Arroyo recoge el guante y afirma: “Muy buena pregunta. Primero que nada, está la figura del poeta único. En Chile, permeó hasta el día de hoy gran parte de cómo se compone el canon, desde la crítica, desde las editoriales y desde los autores mismos. Creo que Zurita y Neruda tienen el tema del protagonismo a lo popular, al Partido Comunista particularmente, y creo que de Rokha siempre quiso eso, solamente que estaba en otro lado, pero lo encuentro parecido a su antípoda, a Huidobro, ¿por qué? porque son personas que están en plano único, que generalmente tienen fragmentación y sobrepublicación, que intentan emplear medios, la política les interesa como una suerte de crear espacios y no tanto la sociabilidad de esos espacios y a la vez son personas que mezclan las escrituras”.

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