De la rabia al miedo: las emociones de la crisis
El académico de la Universidad Alberto Hurtado e historiador Pablo Toro analiza los aspectos afectivos asociados al estallido social en el país. Cuestiona el uso de la palabra "empatía" y valora el llamado a la paz como una meta colectiva.
Afectos, sentires y otros han tenido un eco creciente en la historiografía local. Y desde el estallido social que ya cumple cuatro semanas, las emociones han adquirido una notoriedad poco antes vista en el país. "Muchas veces se percibe la indignación de alguien como inapropiada: que se está saliendo del molde, del trato neutral entre unos y otros, pero la indignación, la crispación afectiva, el grito, es muchas veces la simple expresión de que se ha recuperado algo que está en la matriz de la palabra, que es la dignidad", observa Pablo Toro, especialista en historia de las emociones en Chile y académico de la Universidad Alberto Hurtado.
Estudioso también de la educación en el siglo XX, Toro ha tomado nota del "papel paradójico" de las emociones hoy: "Por un lado, se les celebra como fundamento del sentido común: hay una cultura que busca halagar lo emocional, seducir con ello o sacar dividendos políticos. Por otro, se les denuncia como herramientas de control y de eventual idiotización colectiva".
-Recién producido el reventón social, se habló mucho de la importancia de empatizar. ¿Qué implica hacer estos llamados?
-Tengo la impresión de que la versión de empatía que circula tiene que ver con una dimensión instrumental: te pido que te pongas en el lugar del otro, en los zapatos del otro. Pero esa versión carece del "rebote hermenéutico": no tiene ningún valor transformador, en principio, ponerte en el lugar del otro si eso no está enmarcado en una toma de posición y en una propuesta de punto de encuentro. Lo que el mundo político podría hacer, y acá volvemos al siglo XVIII, es ser simpático: puede preocuparse de un problema de unos otros a quienes cataloga como otros, y en quienes ve algo que se necesita transformar, lo que incluye acciones propias. Por ejemplo, el abolicionismo es un movimiento de simpatía: es una transformación ideológica, afectiva.
-Carlos Peña dijo que "espantar el miedo es el objetivo más básico de la vida en sociedad".
-Lo que dice Peña puede ser, aunque también la vida en sociedad se mantiene porque hay miedo. Desde la lógica básica de las emociones, siempre se sostiene que el miedo es un elemento constitutivo y que tiene una valencia ambigua: el miedo te puede paralizar y convertir en un postrado vital, y el miedo es el que te salva de morir. Las personas que no sienten miedo son carne de bala, que es algo que me ha llamado mucho la atención con los chicos hoy día, esa falta de miedo, aunque no creo que sea mayoritaria. Ahora, esos chicos que no tienen miedo frente a los militares, sí lo tienen respecto de cosas que posiblemente no racionalicen tanto: que no tienen salud, que no tienen por dónde jubilarse decentemente.
¿Qué preeminencia puede tener hoy la incertidumbre en las conductas? ¿Cómo la vincula a casos como los "chalecos amarillos"?
-Cuando ya se han perfilado más claramente ciertas rutinas en el estallido social, muchos han ido encontrando espacios en los que comparten ciertos talantes afectivos o emocionales. En un sentido algo laxo, se les podría aplicar la noción de "comunidades emocionales", que plantea la historiadora Barbara Rosenwein, en tanto son grupos que valoran, celebran o deploran ciertas emociones que comparten y los unifican. El factor incertidumbre refuerza esas filiaciones. Así, en el caso de los chalecos amarillos parece haber un tránsito desde una disposición inicial gatillada por el miedo (al saqueo, a la turba) hasta ocasionales muestras de agresividad, conforme los días pasan y los roles de cada uno se solidifican. Es cosa de recordar a los vecinos de La Florida, en los primeros días del estallido, y contrastar su solidaridad, fundada en el miedo, con los ánimos bastante poco pacíficos de los chalecos amarillos de Reñaca.
-Piñera habló el martes de orden, aunque priorizó la idea de un "acuerdo por la paz"...
-La referencia del Presidente a un "acuerdo por la paz" es un recurso totalmente legítimo y esperable en un discurso político, especialmente en coyunturas conflictivas como las que atraviesa el país. A diferencia del orden, la paz aparece como un tipo de meta colectiva con connotaciones básicamente positivas, que puede ser compartida por sectores más amplios y que, además, no se encuentra tan contaminada semánticamente por su relación con la realidad en el marco de este estallido social. Esto es así porque el orden suena directamente a represión. Hoy, el orden aparece como ilegítimo en prácticamente todas sus connotaciones, mientras la paz difícilmente puede ser rechazada o criticada a priori por ningún sector que quiera hacer política.
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