Syd Barrett: la canción que no se puede tocar

Syd
Syd Barrett.

Se cumplen cincuenta años de la edición de The madcap laughs, el inolvidable —por muchas razones y muy diferentes— primer disco solista del fundador de Pink Floyd.


La vergüenza es un motor muy extraño. En algún punto de 1969, el fotógrafo Mick Rock tocó el timbre de una casa en las Wetherby Mansions de Londres. Syd Barrett atendió vestido con sus calzoncillos, pero la muchacha que daba vueltas por la cocina estaba completamente desnuda. "¿De dónde sos?", preguntó Rock. "Mi madre viene del Himalaya", respondió la muchacha. "Te llamaremos Iggy, La Esquimal", dijo el fotógrafo. Pronto se pusieron a planificar los retratos para la tapa del primer disco solista de Barrett y la esquimal no corrió a buscar sus ropas. Se limitó a ocultar su rostro: "no quiero que lo vean mamá y papá". Luego pintaron varias líneas de largada sobre el suelo ("todavía puedo oler la pintura", dijo Iggy antes de su muerte) y, aunque Syd se preparó en la arquetípica posición de los cien metros llanos, se perdió el disparo de largada. O nunca quiso escucharlo.

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Su salida de Pink Floyd estaba tan fresca como la pintura. Aún hoy es un affaire con altas dosis de impotencia y mera tristeza, pero dos o tres actos se salvan por su alcance artístico. Uno de los episodios se titula "La canción que no se puede tocar". Comienza con "Have you got it yet?", la última composición que Barrett puso sobre la mesa en un ensayo de la banda. A primera vista, una pieza relativamente simple. Sin embargo, a medida que la banda avanzaba con su arreglo descubría que la canción seguía desdoblándose infinitamente como si fuera un cuadro de Escher. El co-protagonista del otro episodio es Rick Wright, que por entonces vivía en el mismo departamento que Barrett. Con un concierto de Floyd por delante, Wright le convidó su último cigarrillo y tuvo "el horrible trabajo" de decirle que salía a comprar un paquete nuevo. Sentado en su sillón, Barrett asintió y se quedó mirando el vacío. Wright tocó con la nueva versión de la banda y unas horas después regresó para encontrarlo en la misma posición, con su cigarrillo consumido en la punta de los dedos y una pregunta en la palma de la lengua: "¿conseguiste el paquete?". Al menos se tomaron la molestia de avisarle que ya no era parte de Pink Floyd.

Perseguidos por la culpa y los contratos, tanto los integrantes como el manager siguieron el rastro de Barrett. En mayo de 1968 (es decir, apenas un mes después de su despido), fue convocado por Peter Jenner para una serie de sesiones en los estudios Abbey Road. De acuerdo a la mitad del vaso que mirara, Jenner estaba satisfecho o absolutamente extraviado. Barrett había sacado de su galera canciones como "Golden Hair" (basada en un texto de Joyce), "Late night" y "Octopus", pero no logró meter una sola toma como la gente. "Realmente subestimé las dificultades de trabajar con él", decía. Unas semanas después, Barrett tiró todo por la borda: rompió con su novia, abandonó el disco y se subió a su coche para dar una vuelta por Inglaterra que terminó en un neuropsiquiátrico.

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A comienzos de 1969, Barrett volvió a llamar a EMI pero nadie quería saber nada. Excepto Malcolm Jones, el responsable del flamante subsello Harvest. Las cosas funcionaron mejor. En un puñado de encuentros regrabaron el material de Jenner, aparecieron nuevas composiciones como "Terrapin" y hasta se apareció en el estudio con dos bateristas: Jerry Shirley de Humble Pie y Willie Wilson de Jokers Wild, devenido bajista para la ocasión. "Syd daba la impresión de saber algo que vos no sabías —decía Shirley—. Tenía esa suerte de risilla musical". Aquellas sesiones llegaron a su punto culmine cuando la base de The Soft Machine (Robert Wyatt, Hugh Hopper, Mike Ratledge) le añadió toda esa fosforescencia a "No good trying" y "Love you".

-Syd, ¿en qué tono está esta canción? –preguntaba Wyatt.

-Si –respondía Syd, díscolo-. Qué raro.

Para entonces, Pink Floyd ya había grabado un par de discos sin Barrett pero todavía no encontraba la manera de escapar de su sombra. En pleno proceso de Ummagumma, Gilmour caminó unos pasos y se metió en el estudio 3 de Abbey Road. Barrett, que aún caminando sobre el fleje era un encantador de serpientes, pidió una pequeña ayuda de sus amigos. Así, el 12 de junio de 1969 comenzó el sprint final con Gilmour y Waters como productores. "Teníamos muy poco tiempo —contaba Gilmour—. Syd era un tipo difícil, así que teníamos este sentimiento de frustración: 'mirá, es tu fucking carrera, amigo. ¿Por qué no te ponés las pilas y hacés algo? El tipo estaba en problemas y durante muchos años había sido un amigo muy cercano, así que era lo menos que uno podía hacer".

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El 3 de enero de 1970, Harvest comenzó a distribuir el álbum en cada una de las disquerías de Inglaterra. The madcap laughs vendió unas veinte mil copias en los primeros días y no solo fue bien recibido por la crítica sino también por buena parte del circuito underground. Excepto —otra vez— por Malcolm Jones. Donde Gilmour y Waters entendían que estaban siendo honestos con el estado de Barrett, Jones solo veía una producción amateur. Se refería, desde luego, a las entradas en falso (la patinada inicial de "If It's in you" ya es un clásico), las conversaciones y cada uno de los tropiezos que la dupla creativa de Pink Floyd decidió dejar en el corte final. El tiempo les dio la razón. Involuntariamente, The madcap laughs abrió una de las ramas más fértiles en el árbol genealógico del rock: la canción low-fi de autor, juguetona y ligeramente psicótica. Una saga que habilitó muchos chantas sin talento, pero también artistas de la talla de Daniel Johnston, los Moldy Peaches, Mac DeMarco y buena parte del mejor slacker de los años noventa.

¿Me vas a extrañar?, se pregunta Barret en "Dark globe". Parados frente a su interpretación, un abismo (absolutamente complejo, absolutamente simple) se abre a nuestros pies. Su balada se balancea sobre una tela de araña sin repuesto alguno: es el hilo de la cordura desmoronándose como un glaciar. Es un espectáculo extraordinario capaz de romper cualquier corazón con un dilema ético: ¿está bien disfrutar de la canción que compuso el hombre que fue del otro lado de la locura a buscar piedras preciosas y nunca pudo regresar?

Por lo pronto, es un honor.

https://open.spotify.com/album/2sKUa8zDgmnn1pHzIou05r?si=GfLZK4rlRj6prHVWh5y0iw

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