Aprieta Stop: ¿Cuántos videoclubes quedan en Santiago?

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Hace una semana, el ministro de Hacienda aseguró que Netflix competía con las tiendas de arriendo de videos, desatando no solo una ola de reacciones por su alusión anacrónica, sino que también devolviendo a la primera plana un modelo de entretención que en el país aún resiste al imperio del streaming.


Fue una pequeña frase la que avivó el fuego, lanzada en una instancia tan formal como una entrevista acerca del rumbo tributario del país, pero que volvió a poner de manifiesto la larga agonía de una forma de disfrutar el cine. Algo así como un momento vintage: a fines de enero, en diálogo con Meganoticias, el ministro de Hacienda, Ignacio Briones, para explicar la aplicación de impuestos a los servicios de entretenimiento digital, levantó un paralelo entre Netflix y los ya casi desahuciados locales de arriendo de películas, fenómenos globales durante los 80 y 90.

"Una vez que se establece un IVA que grava ciertos servicios, el no aplicárselo a otros es un trato discriminatorio, y al final cuando usted adquiere un servicio de Netflix, este compite con otros servicios, con una tienda que arrienda videos o lo que sea, que sí pagan IVA", dijo Briones, en una declaración que propició memes, hashtags -como #blockbuster, en referencia a la cadena del rubro- y hasta la propia aclaración del ministro asumiendo que "soy un poco vintage, pero nunca tanto".

Más allá de lo anecdótico, la alusión de Briones reveló la progresiva extinción de tal negocio en Santiago y el escaso número de videoclubes que aún sobreviven en pleno imperio del streaming: hoy en la capital no existen más de cinco locales funcionando.

"Los videoclubes murieron en todos lados, no solo en Chile, con el streaming y el acceso a una biblioteca digital grandota era obviamente el golpe de gracia al sistema de arriendo", asegura el dueño de la tienda Fílmico, Cristián Briones, situada en Providencia y que, si bien no arrienda películas, desde hace 15 años es proveedor de distintos formatos a los videoclubes que van quedando. Eso sí, es drástico en su diagnóstico: "Los videoclubes no tienen ninguna función de existir debido a la piratería y el streaming".

Un cinéfilo romántico

Una señora que ya alcanza las seis décadas de edad va una vez al año al videoclub MundoPlanet, en la Galería Merced de Santiago Centro. Ahí cada vez aprovecha de arrendar una temporada de su serie favorita: Poirot, producción que se emitió entre 1989 y 2013, y basada en las novelas de Agatha Christie. Quien está del otro lado del mesón es Andrea Marín, trabajadora del lugar desde hace seis años. "Ella ve completa las 11 temporadas y las vuelve a arrendar todas de nuevo", comenta.

MundoPlanet es uno de los videoclubes que aún funciona en Santiago y ofrece DVD y Blu-rays. Partió hace 17 años y originalmente tenía cinco sucursales repartidas entre Las Condes, Providencia y Santiago. Pero desde 2010 comenzaron a cerrarlas debido al terremoto, a la piratería y a la irrupción de lo digital. "Hubo un cambio brusco de arriendo y bajó mucho, por eso el dueño se trajo los vinilos de época, y eso es lo que más vendemos ahora, son lo que mantienen el local", dice Marín.

"El caballero es cinéfilo, le encantan las películas, ve muchas, yo creo que ya vio casi todas las del videoclub", afirma la trabajadora para explicar por qué aún está abierta la tienda: por un asunto de romanticismo, como casi todo lo que hoy mueve a este mercado. Actualmente, ella no sabe cuántas películas tienen en el negocio, pero cuenta que las guarda en cinco grandes cajoneras, además de las que luce en una vitrina que va del techo al suelo. No cobran más de $ 2.500 por alquilar cada película y también tienen estrenos. "Ahora nos llegó la película de Downton Abbey o Había una vez en Hollywood y Maléfica", cuenta Marín.

Alejados del centro

Paula Lantadilla es fanática de las películas y en los 90 iba con su esposo a un supermercado que tenía el único local en el que se arrendaban videos en Ciudad del Valle, en Pudahuel. "Éramos socios de ese video, pero el joven que era dueño del local vendió todo y se fue al sur. Le dije a mi marido 'comprémoslo', pero más que por un negocio, fue por un gusto mío", asegura Lantadilla. De esa manera, mantuvieron ese local en el supermercado por dos años y luego lo trasladaron a una casa que adaptaron como una pizzería, un bar y un videoclub, bautizado como Il Piacere di mangiare.

Por día arrienda dos o tres películas y un poco más los fines de semana. "Antes nos iba muy bien, y todavía se arrienda un poco, pero es porque está esa nostalgia de los 80 y 90", dice la dueña del local. Actualmente renta películas en DVD a $ 1.000 y Blu-rays o estrenos a $ 2.000, en ambos casos por 24 horas. Además, como el sitio queda en un sector más periférico, en la Ruta 68 camino a Viña, en su momento las opciones de ir al cine eran más limitadas. "En una época acá no había cable, hay muchos cerros, entonces antes nos iba muy bien con el videoclub", dice Lantadilla.

La dueña no planea cerrarlo, porque le da "un plus" a su pizzería. Además, también tiene un púbico objetivo: gente adulta, amantes del formato físico y algunos que aún no se han vinculado a Netflix de modo muy fluido.

Lo mismo sucede con Nomos, en Lo Barnechea. En 1988, Abelardo Contreras, después de una seguidilla de visitas a su peluquero en Santiago Centro, se dio cuenta de que los videoclubes eran un buen negocio. Buscó un local cerca de su barrio, en Lo Barnechea, y lo compró. Después de 32 años, hoy lo administra su hijo, Nelson Contreras. "En cualquier momento vamos a tener que cerrar o arrendar", dice el dueño , tras las complicaciones que también sufrieron a partir de 2010. Él asegura que lo mantiene porque "no he podido hacer otro negocio".

En Chile quedan pocas proveedoras de películas y una de las más importantes era VideoChile, la que actualmente no existe. "Ahora solo estamos comprando en el Jumbo, porque ya nadie trae, las distribuidoras todas cerraron", dice Contreras. A pesar de esto, no ha subido los precios, los ha mantenido entre $ 1.000 y $ 1.500 por arriendo. Y admite que "la gente que arrienda es del sector, de otros lados no, y son personas mayores de 40, los jóvenes no tienen tiempo".

Pero no solo en Santiago existen quijotes de lo audiovisual. En regiones, el experimento más relevante está en Chillán, con The Oz: una tienda que funciona como videoclub y cine. El responsable es Sixto Valdés, quien la abrió en 2006. "Siempre me gustó el cine y tener un videoclub era la excusa para conversar de cine todos los días".

En la actualidad, Valdés estima que cerca de 100 personas, entre 35 y 60 años, le arriendan durante el mes. "The Oz parte como videoclub, pero inmediatamente empezamos a hacer otro tipo de actividades, salas de cines, el cine café, en una modalidad de exhibición de películas con cafetería. Ahí se fue formando lo que es hoy", cuenta. Eso sí, confirma que el modelo no es rentable, aunque aclara que "es el espíritu del videoclub lo que no queremos que se termine. Hoy las instancias para conversar de cine, como existían antes, no están". Con sus palabras queda claro: los videoclubes se resisten a su punto final, amparados en el romanticismo y la nostalgia por una era remota.

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