Tres palabras de James Joyce que llegaron a la academia

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En estos días se celebra una vez más el Bloomsday, el recuerdo del paseo que en la ficción realizó Leopold Bloom en el Ulises de James Joyce por el “querido y sucio Dublín” el 16 de junio de 1904. Aunque la influencia de Joyce es innegable en la literatura del siglo XX, yendo desde William Faulkner hasta Roberto Bolaño pasando por Gabriel García Márquez, también su obra influenció a diversas áreas del hacer científico y académico, en especial cuando había que ponerle un nombre a algún fenómeno curioso.


El Oxford English Dictionary (OED) probablemente sea el diccionario de consulta más completo del mundo. No solo dispone de más de seiscientas mil palabras, sino que ellas se acompañan de la pronunciación en diferentes variedades del inglés, una historia etimológica respecto de sus orígenes, definiciones completas de muchas acepciones, así como también de referencias a usos antiguos documentados de cada una de ellas. Y ahí es muy notorio el influjo de los literatos anglosajones. Shakespeare, por ejemplo, aparece como el documento más antiguo para 433 palabras, que incluyen a “majestic”, “fashionable” o “assassination”, solo por nombrar tres.

El número de palabras en que se incorpora en el OED una referencia inicial o casi inicial a James Joyce, el escritor irlandés autor de los Dublineses, El Retrato del Artista Adolescente, Ulises y Finnegans Wake es similar al de Shakespeare, 430, según algunas fuentes. Sin embargo, suelen ser palabras abstrusas o excéntricas, casi por completo fuera del uso habitual o frecuente en inglés.

Sin embargo, es justamente por dicha excentricidad que algunas de ellas han ido a parar como vocabulario especializado de la academia y la ciencia.

James Joyce

Acá tres de las más populares en sus respectivos ámbitos.

Serendipia

Hace más de dos centurias y media el escritor inglés Horace Walpole le puso nombre al fenómeno de encontrar algo nuevo cuando se está buscando algo antiguo: “serendipia”. El término refiere a un nombre dado antiguamente a Sri Lanka en la India, “Serendip”. Walpole narraba en uno de sus relatos las aventuras de unos príncipes de Serendip que se reconocían por hacer felices hallazgos en los lugares sumamente inesperados. Para 1989, Royston Roberts compiló muchos de estos felices hallazgos en el ámbito científico en su volumen Serendipity: Accidental Discoveries in Science. Aunque el término fue acuñado por Walpole, su popularidad se debe al uso que hacía de él James Joyce.

Monomito

En El héroe de las mil caras (1949) Joseph Campbell planteó que muchas historias, no solo ficticias, sino que también psicológicas o de sueños y mitologías, seguían una estructura estándar que transitaba desde el “llamado a la aventura” hasta el “regreso”, pasando por la “revelación” y la “muerte y resurrección”. Desde El Señor de los Anillos hasta La Guerra de las Galaxias innumerables obras siguen dicho esquema al que el autor bautizó como “El Viaje del Héroe” y que también denominó, alternativamente como “monomito”, para hacer referencia a que tal ensamblaje era el más reiterado en las narraciones. Este término lo extrajo del Finnegans Wake, la última novela de James Joyce, puesto que Campbell era un especialista en el autor irlandés.

Quark

“Three quarks for Muster Mark!” era la línea del Finnegans Wake de James Joyce que llamó la atención de Murray Gell-Mann cuando estaba pensando qué nombre ponerle a su propuesta sobre las partículas elementales que conforman cuando se combinan otras partículas como los protones y los neutrones. El modelo de Gell-Mann -y su feliz hallazgo de la palabra “quark”- fue galardonado con el Premio Nobel de Física en 1969. Curiosamente ese mismo año el Premio Nobel de Literatura fue entregado a Samuel Beckett, un antiguo asistente de James Joyce.

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