Hernán Rivera Letelier: “Yo no tenía por dónde ser escritor: ese es el gran misterio”
Epifanía en el Desierto es el nuevo libro del autor nortino, donde relata la historia tras La Reina Isabel Cantaba Rancheras. La novela se publicó hace 25 años y le cambió la vida.
Subió al bus con cuaderno y lápiz. Era mediados de 1994 y se acercaba el plazo de entrega para el premio de obras inéditas del Consejo Nacional del Libro. Cada noche y fin de semana de los últimos cuatro años, y mientras trabajaba en la oficina salitrera Pedro de Valdivia, Hernán Rivera Letelier (1950) se había dedicado a dar forma a una novela a la que le tenía toda la fe del mundo. Pero sentía que el título original no le hacía justicia: Las niñas de los buques parecía un molde muy estrecho para el universo que retrataba. En un viaje a Antofagasta, dos horas y media a través del Desierto de Atacama, se propuso encontrarlo: “Tengo que llegar a Antofagasta con un título”.
Al llegar al puerto, el escritor había anotado tres ideas. Fue directamente a la Librería Universitaria, donde trabajaba su amiga Germana Fernández, “la mujer más culta” de la ciudad, y le mostró sus opciones. “Ella no lo dudó y escogió el que me gustaba a mí también”, recuerda desde su casa en Antofagasta.
La Reina Isabel cantaba rancheras ganó ese año el premio de novela inédita del Consejo Nacional del Libro. Creado en 1993, su primera edición fue declarada desierta, de tal modo que la entrega de 1994 despertó doble expectación. La ceremonia tenía entonces una distinción republicana: se realizaba en el edificio del ex Congreso Nacional y convocaba a escritores, críticos e intelectuales.
Después de 18 horas de viaje en bus desde el norte, Rivera Letelier llegó a la premiación con mochila, chaqueta de cuero y el pelo desordenado. Casi no lo dejan entrar. “Tenían razón: pinta de intelectual no tengo”, dice.
En la ceremonia “estaban todas las vacas sagradas de la literatura nacional”, recuerda. También, la Nueva Narrativa en pleno, que vivía su momento de mayor éxito. Entre los invitados se encontraban además los principales editores del país. De algún modo se había propagado la voz que la novela ganadora rompía las coordenadas de la literatura que se publicaba en ese minuto. “Alguien comentó solo por el título ya dan ganas de leerla”, relata el escritor.
Autor de un poemario y un libro de cuentos autoeditados, Rivera Letelier tuvo ofertas de cuatro editoriales. Se quedó con Planeta. El escritor puso dos condiciones: se publica ese mismo año, y el título no se toca.
De este modo, el 20 de diciembre de 1994 llegó a librerías la novela debut del escritor pampino. La Reina Isabel amplió el mapa de la narrativa chilena al relatar las épicas y picarescas del mundo de los mineros del salitre, a través de la historia de una legendaria prostituta de la pampa. Rápidamente, se convirtió en un éxito popular y cambió definitivamente el destino del autor. “Me salvó la vida”, dice.
Más de 25 años después, Hernán Rivera Letelier recrea la historia de la novela, y el escarpado camino que lo llevó a convertirse en escritor, en su nuevo libro, Epifanía del desierto. Disponible desde este fin de semana, es el primer título que publica tras los dos infartos que sufrió en 2019 en Cuba. Afectado del mal de parkinson desde hace siete años, el escritor dice que ahora se cansa con más facilidad, pero que no ha perdido la destreza para escribir con los 10 dedos en el teclado. Tampoco la capacidad narrativa.
Autor de 20 novelas, Rivera Letelier transformó su accidente en una crónica, Infarto en La Habana, y acaba de culminar una nueva obra. Este es uno de los aspectos positivos que ha tenido la pandemia para él; uno de los negativos es que la crisis forzó la suspensión del rodaje de La contadora de películas, la película basada en su novela homónima y con dirección de la española Isabel Coixet: “La contadora de películas se comenzaba a filmar en julio, pero se postergó para el próximo año. Estaba todo listo. Ya eligieron dónde filmar: el campamento Pedro de Valdivia”.
Ubicada a 160 kilómetros de Antofagasta, hacia el este, la oficina salitrera está en el origen de su trayectoria. Tras regresar de un viaje de tres años por Chile y los países cercanos, Rivera se empleó en el campamento minero en 1974. Allí conoció a la Reina Isabel, y a su muerte ese mismo año le dedicó un poema. “A principios de los 90, empecé un cuento y de repente aparece la Reina Isabel y me di cuenta que ya no era cuento: salió del clóset y era una novela”.
-En 1974, usted volvió de un viaje a dedo por Chile, ¿fue entonces cuándo descubrió su vocación?
-Claro, fue como mi viaje iniciático, en ese viaje descubrí que podía escribir, que no lo hacía tan mal y lo mejor de todo es que me sentía bien haciéndolo. Empecé a escribir y a leer, porque antes de eso no había tenido libros de poesía o novelas en mis manos. En mi casa éramos my pobres y mi familia era evangélica. La Biblia, el Himnario y el Nuevo Testamento eran los únicos libros de la casa.
-¿Cómo se explica que en un ambiente así haya nacido su vocación literaria?
-Ese es el gran misterio, yo no tenía por dónde ser escritor. En mi casa éramos más pobres que las ratas, yo llegué hasta sexto básico y entré a trabajar en la mina a los 15 años, no tuve un libro hasta que me fui a recorrer a dedo. Y de pronto descubro la poesía y dije esta es mi tabla de salvación, y me agarré de ella con uñas y dientes. Yo soy un convencido de que para hacer una novela, más que el talento lo que se necesita es perseverancia, hay que ser perseverante. Si hay que revisar 50 veces, hay que hacerlo, y estar tres o cuatro años trabajando en el libro. No todo el mundo tiene ese aguante. Escriben poemas y cuentos, pero no tiene el aguante para la novela. Y yo empecé escribiendo poemas, pasé al cuento y después a la novela.
-Usted había publicado dos libros por su cuenta, ¿cómo recuerda esos años de autor autoeditado?
-De dulce y de agraz. Yo los vendía en la calle, se los vendía a mis compañeros de trabajo. Había gente lo tomaba muy bien, pero había otros que me humillaban. ¡Qué andái escribiendo huevadas! El problema de autoeditarse es la distribución. La imprenta te entrega la caja con los libros y te dice ahí están. El 50 por ciento de los libros de cuentos y poemas los regalé. Así que cuando vi que tenía una novela y que le había agarrado la cola, me dije en este libro no voy a gastar un puto peso, alguien me tiene que publicar, estaba totalmente convencido. Y así fue. Hubo tres instantes en el proceso en que se produjo como una epifanía.
-Uno de ellos es cuando decide narrar sin lamentos
-Yo no quería hacer una novela panfletaria, ni política, ni social ni histórica. Yo quería hacer una novela sin apellidos, pero también pensé que a la vez lo histórico, político y social tenía que estar, porque es imposible escribir sobre la pampa sin hablar de las matanzas, la injusticia y las miserias de los obreros. Hay que ponerlo pero sin que ninguno de esos elementos se imponga a la historia.
-Un elemento central es el humor
-Sin humor es imposible soportar 45 años en la pampa, como estuve yo, porque para mí era muy duro... Yo soy más sensible que la cresta, si no hubiera sido por la poesía me habría dado un tiro. Mi salvación fue la poesía.
-¿Esperaba el fenómeno de popularidad de la novela?
-Nunca tanto. Me pasó lo mismo que me pasó después con El arte de la resurrección, que ganó el Premio Alfaguara: la mandé convencido de que le ganaba a cualquiera, a Lafourcade, a Edwards, esta puta le va a ganar a todos los huevones. Hasta ahí llegaba el sueño. Lo que pasó después no lo imaginé. Se publicó en diciembre del 94 y yo trabajé en Pedro de Valdivia hasta diciembre del 95. Pero a mediados de ese año fui a Santiago. Pasé por las librerías buscando un libro de Guillermo Cabrera Infante, la gente empezó a reconocerme y yo no lo podía creer. En la pampa no me daba cuenta de lo que pasaba con el libro.
-¿En ese viaje le pasó una anécdota con un librero?
-Sí. Yo andaba buscando La Habana para un infante difunto, ya estaba escribiendo mi segunda novela, el Himno del ángel, y me recomendaron ese libro. Entré a la librería Andrés Bello, me reconocieron y firmé libros. Pero no tenían el libro que buscaba. Fui a la Altamira, tampoco. Pasé a la Feria Chilena y tenían mi novela súper destacada. Me ve un vendedor, camina hacia mí, yo pienso ya me reconocieron de nuevo, y me dice: Ya sé, ¡libros de mecánica!
-¿Se enfrentó otra vez a una reacción así, a la incredulidad?
-No me lo decían, pero había un montón que dudaba: cómo va a escribir este huevón. No lo creían.
-¿Sintió clasismo? ¿Hay clasismo en la literatura chilena?
-Claro que sí. Lo aprecié con Jorge Edwards, sus amigos y algunos críticos. A una crítica le pareció increíble que Rivera mencionara a un filósofo en sus páginas, como si yo no puediera leer filosofía o no la voy a entender. No sabe que he leído más que todos ellos, porque soy autodidacta y si el autodicata quiere llegar a ser alguien, tiene que aprender más que todos, tiene que leer más que todos. Yo leía cinco libros a la semana. Cuando descubrí La ciudad y los perros la devoré en un día; así de hambre tenía de aprender.
Hubo un episodio en casa de Jorge Edwards, una cena donde Rivera Letelier bromeó con que la sopa estaba fría en referencia al gazpacho. “Era una broma y después se quedaron pelando”, dice.
-Uno de los autores que lo apoyó fue Luis Sepúlveda, ¿no?
-Fue fundamental para que me tradujeran en Europa. Un día me llegó una carta a la pampa pidiéndome el permiso para llevar mi libro a sus editores en Francia e Italia, y después me invitaba todos los años a Gijón, al salón del Libro. Es muy difícil encontrar una persona que ha triunfado y que tenga esa generosidad con sus pares.
-¿La literatura le ha dado bienestar económico?
-Cuando me retiré de Pedro de Valdivia, con el finiquito y la plata del premio me compré una casa. Pero quedé en pelota. De repente tenía que cambiar mis libros por tubos de gas. Hacía trueques. Fui a pedir trabajo a la municipalidad, a la universidad, y no me daban. Cuando me gano el segundo premio y comienzan a publicarme afuera, quieren hacer un homenaje y los mandé a la cresta.
-Hoy, después del Premio Alfaguara y la ventas de sus libros siguientes, ¿logró tranquilidad económica?
-Sí, ya tengo asegurada mi vejentud.
-¿Cómo describiría el último año tras los infartos?
-Ha sido duro. Se me juntó el corazón con el parkinson. Estuve 23 días en un hospital en Cuba. Me queda cansancio, el corazón está trabajando en un 70 por ciento nomás. Pero no tengo mayores dificultades. El problema va a venir cuando no pueda escribir en el computador, y aún lo hago con los 10 dedos.
-¿Tuvo alguna reflexión tras ese episodio?
-Claro, empecé a temerle a la muerte. Antes no me preocupaba. Yo estaba solo en el hospital cuando me dio el segundo infarto. Creo que estuve muerto como 10 segundos. No alcancé a ver la luz, pero le vi el culo al diablo.
-¿Se ha puesto en el caso de que un día sus libros pierdan popularidad?
-Debe ser muy triste, pero puede pasar. Yo tengo un epitafio listo: murió antes que su obra. Si logro eso, estoy al otro lado.
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