El descanso de Cerati

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Gustavo Cerati, el músico leyenda de Soda Stereo, fue enterrado en un sobrio nicho en el cementario de La Chacarita en septiembre de 2014. El lugar se transformó en un espacio de culto al que, según el cuidador del piso donde están los restos del cantante, llegan incluso más chilenos que argentinos. Esta es la historia —publicada en Reportajes— de cómo se adoraba a Cerati a solo meses de su muerte.


—No, no está acá, creo que está en Recoleta.

El guardia de una de las entradas vehiculares del cementario bonaerense de La Chacarita, lo niega pero no puede ocultar un cierto nerviosismo. Se le acaba de preguntar por la ubicación de la tumba de Gustavo Cerati.

Martín, el taxista con el que ando, olfatea un flanco débil, un asomo de mentira en la frase que acaba de decir el guardia.

-Andá, flaco, entre nosotros, decime la posta...

La posta es lunfardo porteño que equivale a decir la verdad. También aplica para algo que es real.

El guardia se acerca a la ventanilla resignado. Y suelta: "Sí, está acá. A la familia no le gusta mucho que vengan a verlo. Viste que se ponen a fumar porros".

El guardia se refiere a los fans de Cerati.

Luego vienen las instrucciones. Llegar hasta donde está la capilla y doblar a la izquierda. Seguir unos 100 metros. Ahí está.

No eran tan claras las instrucciones. Lo que el guardia de la entrada no especificó es que Cerati no tiene ni un monumento, ni una tumba al aire libre, está dentro de un panteón. Después de un par de vueltas sin destino, hubo que preguntar a funcionarios trabajando en los patios de Chacarita para llegar. Ya una vez adentro del cementerio nadie se complicó demasiado para decir dónde está realmente el cantante de Soda Stereo.

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Ya han pasado tres meses desde que Cerati muriera, un 4 de septiembre de 2014 en la clínica Alcla, en el barrio porteño de Ñuñez, tras una agonía que lo tuvo en coma por más de 4 años. El cantante había sufrido un ataque cerebrovascular en Caracas, Venezuela, tras un concierto. Su muerte golpeó fuerte en toda Latinoamérica. Miles de personas salieron a despedir a Cerati en el cortejo fúnebre que fue desde la Legislatura porteña, en pleno centro, hasta Chacarita. El recorrido, que a velocidad normal es de unos cuarenta minutos, duró varias horas debido a la cantidad de gente que salió a despedirlo mientras el carro fúnebre cruzaba la ciudad por Avenida Córdoba.

Ahora en Chacarita el frenesí de ese día quedó atrás. El panteón Nuestra Señora de la Merced, una estructura rectangular de tres pisos de alto que, ubicado dentro de una ciudad tomaría una cuadra entera, está prácticamente vacío, si no fuera por los funcionarios que dan vueltas por el lugar. En la oficina de administración dan la instrucción exacta: "Subí por las escaleras un piso, dobla a mano izquierda en el primer pasillo y buscá el nicho que está lleno de flores. Es el número 2912".

Vamos escalera arriba. Dentro de la uniformidad de los pasillos, con varias filas de nichos con tapas de mármol-este panteón es el mejor mantenido en un cementerio a donde llega la clase trabajadora-encuentro el callejón donde está Cerati. A lo lejos se ven ese montón de flores que describió el tipo de la administración, contrastado por la luz natural que entra por una ventana al final del pasillo. Al llegar se ve claramente la placa. Y dice:

GUSTAVO ADRIAN CERATI

"GUS"

11-8-1959 4-9-2014

Jorge Alberto (69) se pasea por los pasillos del piso 2 del edificio. Como encargado del piso donde está el nicho de Cerati, tiene como deber estar todo el tiempo en que el panteón está abierto, desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, salvo entre la 1 y 2 de la tarde, su sagrada hora de almuerzo. En poco más de tres meses desde que el cuerpo del músico fue trasladado a Chacarita ha observado todo tipo de comportamiento entre los fans. A grandes rasgos, estas son las cosas que dice Alberto: El 90% llega a verlo con flores. Y los que vienen sin flores, por lo general se devuelven para comprarlas. Los días de semana llegan entre 50 y 100 fans. Los fines de semana pueden llegar a los 500. Casi todos son muy respetuosos y se paran frente al nicho en silencio. "Salvo uno que se puso a tocar guitarra", dice Alberto. "Esto se amplifica, eh, se escucha por todos lados. Lo tuve que ir a parar". Otros, cuenta Alberto, llegan al nicho y explotan en llanto.

A la conversación se suma Alberto Quiroz (63), compañero de Alberto en el panteón. Ambos coinciden en que de donde más vienen los fans es de Chile. También de Perú, México, Colombia. "Esos son los países de donde más vienen a verlo", dice Quiroz.

-Asumo que de todas formas vienen a visitarlo más argentinos...

-No, para nada-, se anticipa a responder Jorge Alberto. -Vienen más chilenos que argentinos. Es impresionante como lo quieren ustedes. No sé que pasa con los argentinos. Quizás como está acá cerca, lo tienen al lado, vienen menos. O quizás es cierto eso de que nadie es profeta en su tierra. Vos sabés.

Alberto cuenta que Lilian Clark, la madre de Cerati, fue a verlo por primera vez desde su muerte hace un mes. Fue el mismo día en que el padre del cantante, Juan José, fallecido en 1992, fue trasladado desde el subsuelo del panteón a un nicho justo al lado del de Cerati. En esa zona del pasillo, padre e hijo están juntos, rodeados de nichos vacíos. O al menos que no tienen placa.

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Alberto le mostró a Clark dos bolsas llenas de cartas, banderitas, chapitas y rosarios que los fans fueron dejando en los dos meses previos. "Cada una hora o dos pasó por el nicho de Gustavo", cuenta Alberto. "Y voy sacando los mensajes y los cosas que le van dejando y los guardo en una bolsa". Ese día, Clark se llevó las dos bolsas que Alberto le tenía guardadas. Se mostró agradecida y le dijo que en su casa tiene un armario completo dedicado a los recuerdos que los fans de Cerati habían dejado afuera del hospital, durante los cuatros años que estuvo internado. Estas dos bolsas iban a sumarse al resto de los recuerdos de ese armario.

Este día de diciembre, a un mes de la visita de la madre de Cerati, Alberto ya tiene otra bolsa entera, llena de recuerdos de los fans. El hombre vacía algo de su contenido sobre una mesa metálica y empieza a desplegar objetos ordenadamente sobre ella. De inmediato aparecen dos banderas chilenas. Y muchas cartas, pequeños chichesitos. "Este pibe es de Mendoza", dice Alberto mostrando una tarjeta de presentación. "Y le hizo un vino a Cerati". La tarjeta dice: Nicolás Gabardós. Luna Roja vino.

Luna Roja es una canción que viene en el álbum de Soda Stereo de 1992, Dynamo.

A pesar de que la figura de Gustavo Cerati es grande en Buenos Aires, el lugar para conectarse con él queda reducido a Chacarita. No existen los tours que van a los lugares porteños que marcaron lo vida del músico. No hay, al menos por ahora, una ruta Cerati.

Federico Vázquez, periodista y director de la radio Nacional Rock, referente principal para los que escuchan rock argentino, dice que el caso de Cerati es especial. "No ha habido una organización para ver sus lugares como sí ha pasado con el Papa, que es una figura mundial", dice sentado en su oficina en pleno centro. Y luego lanza una teoría: "Lo que pasa es que Gustavo tardó más en ser integrado a la gran trinidad del rock argentino: Charly, Fito y Spinetta. A pesar de que él empezó casi junto con Fito, siempre se pensó que él era de una generación más joven. Además hacía una música que tomaba más prestado de una tradición anglo, entonces Gustavo tardó más en ser aceptado, ser incluido en el mismo lugar que los otros tres".

Vázquez dice que actualmente no hay dudas de que Cerati está a la misma altura, que eso se vio en el tributo que la radio le hizo, que se transmitió por el canal público, y al que llegaron artistas tan diversos como el mismo Charly García, Fito Páez, Leo García, Catupecu Machu y hasta una banda de punk-rock, Massacre. "El mismo Charly", dice Vázquez, "a quien le cuesta dar un cumplido, lo dijo esa vez: Gustavo es un arquitecto del sonido".

Otro día en Chacarita. Al nicho de Cerati pasa, ramo de flores en mano, Paula Domínguez (43). Dice que cada vez que va a ver a su padre al cementerio pasa a ver al ex Soda. Domínguez se pone a hablar con Alberto, el encargado de piso. Y comentan la polémica que se armó cuando los fans se enteraron que Cerati estaría dentro de un edificio. "Muchos se enojaron porque no habría espacio para homenajearlo", cuenta Alberto. "Aquí en Chacarita está el panteón de los artistas, y está Pugliese, Goyeneche, Di Sarli, todos con monumentos. La gente esperaba algo parecido".

-Está bien-, dice Domínguez. -Pero hay que respetar lo que quiere la familia. Y si la madre lo quiso poner acá, está bien.

Alberto asiente con la cabeza.

Domínguez se va y Alberto y hace un recuento de los últimos días. Dice que el día anterior llegó una de las hermanas de Cerati a visitarlo junto a un hijo de ella. Esta vez fue la hermana quien se llevó la bolsa con los recuerdos que Alberto va acumulando. "Y justo ayer llegó mucha gente", dice. "Se cumplían tres meses de su muerte".

Menciono que van dos días que voy a Chacarita y todavía no veo a un chileno. Alberto responde que justo en la mañana había estado una señora que llegó a Buenos Aires a ver a su hija graduarse de la universidad. Y luego se acuerda de otro caso, de hace unas semanas, que lo dejó estremecido. "Llegó una chica, una chilena, con un azulejo con la cara pintada de Cerati y al lado, la cara de ella. Me pidió que por favor, se lo pasara a su suegra, refiriéndose a la madre de Gustavo. Le dije que sí, que cómo no, siguiendo el juego. Unos días después vino a ver si le había pasado el azulejo a su suegra, pero yo todavía lo tenía. La chica estaba convencida que Gustavo era su novio".

Alberto también cuenta la historia de un mexicano que llegó al aeropuerto de Ezeiza, compró una flor y se tomó un taxi a Chacarita. Llegó al nicho de Cerati, depositó la flor, estuvo un rato ahí, y luego tomó el mismo taxi de regreso al aeropuerto para volver a México.

-¿Alguna vez usted escuchó la música de Cerati?

-De pasada en la radio-, contesta Alberto. -Puedo reconocer la voz del chico, pero yo soy de otra escuela. Yo soy del tango.

Y ahí está la paradoja. El guardián del nicho de una de las leyendas del rock argentino, el puente entre familia y admiradores póstumos, apenas “reconoce la voz del chico”. Aún así, para Jorge Alberto, estando en ese solitario piso del panteón donde trabaja hace 13 años, Gustavo Cerati se ha transformado en compañía. Y Alberto en el cómplice principal para que el ex Soda descanse, ahora sí, de verdad, eternamente.

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