Edmundo Paz Soldán: “La pandemia exacerbó la peor forma del individualismo americano"

Edmundo Paz Soldan

“Aquí, la universidad (Cornell) es una isla progresista, la gente vota por los demócratas. Pero el otro día salimos a un pueblito a tres horas y es impresionante ver casas pintadas y carteles en favor de Trump. Son como dos Américas que no se hablan entre sí”, asegura a Culto el escritor boliviano.


A fines de marzo e inicios de abril, los estudiantes dejaron la ciudad. De forma inédita, la Universidad de Cornell se vio obligada a cerrar debido a la pandemia, y las calles de Ithaca, la pequeña ciudad al norte de Nueva York, quedaron vacías. Hace tres semanas los alumnos comenzaron a regresar, si bien la mayoría de las clases no son presenciales. “Pasamos un verano tranquilo, ahora han comenzado a aumentar los casos, pero en un número proporcionalmente bajo”, dice Edmundo Paz Soldán.

Narrador y ensayista, el autor boliviano es profesor de literatura latinoamericana en Cornell, la universidad donde se refugió Vladimir Nabokov en Estados Unidos. Este semestre Paz Soldán (1967) se tomó un sabático y esperaba salir de Ithaca para visitar a su familia en Bolivia, pero la pandemia lo obligó a permanecer en casa. “Estoy leyendo y escribiendo un montón”, cuenta. “Es raro estar en Ithaca sin enseñar”.

Durante estos meses, el autor de Norte trabajó en un nuevo libro, Allá afuera hay monstruos, acaso la primera novela en torno a la pandemia. En ella, Paz Soldán hizo confluir un proyecto inspirado en la Revolución mexicana y el devastador impacto que el Covid provocó en Estados Unidos.

“Esta es la experiencia de crisis más fuerte que he vivido en mi vida, a nivel global. Mi primera reacción fue dejar una especie de testimonio de lo que estaba viviendo, y pensé escribir un diario. Luego me di cuenta de que muchos escritores estaban escribiendo diarios. Entonces, pensé que podía hacer algo más ficcionalizado”, cuenta.

De este modo, volvió sobre Cartucho, una novela de Nellie Campobello que suele enseñar en sus cursos. Una novela sobre la Revolución mexicana narrada desde el punto de vista de una niña. Decidió reescribirla a partir de lo que ocurría en Estados Unidos. “Como mi proyecto era una especie de crónica de lo que estaba ocurriendo, entraban ahí muchas cosas de las que leía en los periódicos, crónicas o en The New Yorker. Para mí se trata de un testimonio literario, un experimento y un homenaje a Cartucho”.

La narradora de Allá afuera hay monstruos es una niña de 12 años, hija de una enfermera de urgencias en La Estrella, una ciudad latinoamericana de provincia, quien relata la crisis social provocada en su país por una grave pandemia. Pese a la peligrosidad del virus, el Presidente desautoriza a los científicos, incumple el plan de salud prometido y fuerza la reapertura de la economía. Pero “el bicho no estaba vencido”, observa la niña, “y se extendió por amplias zonas del país. Nuestra región se rebeló”.

Elsa Acosta, oficial de la policía militar, lidera la rebelión en favor de la salud pública. De este modo, la novela relata la batalla entre el poder central y el regional, así como dos posturas radicalmente opuestas para enfrentar la crisis. En 150 páginas, la novela describe el trastorno de la vida cotidiana, la erosión de las relaciones sociales, las fobias y paranoias, las pérdidas humanas y los errores de ambos líderes. “Mi idea es que el desafío es tan fuerte que no hay una solución fácil, ni siquiera con quienes apoyan las decisiones de salud pública”.

En otro momento, la novela podría leerse como ciencia ficción, pero todo lo que narra tiene base real.

Algo así me dijo un amigo, Mike Wilson: es como leer una novela de ciencia ficción convertida en novela realista. Él decía que a ratos tenía que parar, y pensar, sí, es cierto, esto ocurrió. Como yo intentaba registrar lo que pasaba y las cosas que me impactaron eran tan locas, quería que entraran de manera natural en la novela, que fluyeran. El asunto era contarlas sin aumentar el volumen; parecían de novela fantástica, pero eran cosas cotidianas. Lo que inspiraba el libro eran las crónicas que leía; el periodismo ha hecho un gran trabajo estos meses.

En la novela el virus provoca una ruptura política y destruye la unidad del país. ¿De qué modo lo observó en Estados Unidos?

En abril, si una cosa me hizo pensar en Cartucho, en el enfrentamiento entre la región y la capital, fue la forma en que Trump estaba manejando el virus, el modo en que se politizó hasta el uso o no de la mascarilla. Me parecía incomprensible que se politizara algo tan importante como la salud pública, de vida o muerte, y pensé que esa batalla podía trasladarse el esquema narrativo, al enfrentamiento por el destino de una nación, la idea de que la salud pública podría romper la unidad de un país. La forma en que se ha estirado la cuestión política en Estados Unidos ha terminado en enfrentamientos y muertes, incluso con otro tipo de añadidos, raciales. Las fuerzas antagónicas que estaban en la sociedad americana han terminado por explotar con la pandemia, estos antagonismos políticos no han hecho más que exacerbarse.

Cuando el Presidente Trump no usaba mascarilla o subestimaba el poder del virus, ¿cómo lo recibían ustedes?

Para nosotros ha sido un shock que un país con tantos recursos para la salud pública como los Estados Unidos, con universidades que tienen grandes equipos de epidemiólogos, respondiera de esta manera. Nos sorprendió que en las primeras semanas, para la Pascua, Trump quería que las iglesias abrieran, que hubiera misa y fútbol americano, cuando los epidemiólogos decían claramente que el virus no estaba bajo control. Ha sido sorprendente el colapso, el desastre de Estados Unidos; es una gran herida, no solo por la cantidad de muertes, sino respecto de la idea de Estados Unidos como un país que proyecta liderazgo mundial. Durante la crisis, en ningún momento se vio la posibilidad de que Estados Unidos pudiera proyectar ese liderazgo, no solo porque Trump ha abdicado de ello, sino por su propio fracaso social. En la cultura popular, en ciertas películas, los norteamericanos siempre llegan a salvar al mundo; ahora va a ser muy difícil sostener ese imaginario.

En el nuevo libro de Bob Woodward, Trump reconoce que sabía sobre la gravedad del virus y que, básicamente, mintió. ¿Esta revelación tendrá costos electorales?

Va a haber costos en los márgenes. Una vez Trump dijo que él podía matar a una persona en la Quinta Avenida y no le pasaría nada. Ahora parece que puede matar a 200 mil y no tendría repercusiones. Biden le lleva como siete puntos de ventaja, y sorprende que con tanta incompetencia Trump aún tenga un apoyo del 40%. Es una muestra de la polarización del país, de gente que va a votar por su partido, por más que su partido lo haya hecho mal o entre en alianza con Rusia. En las elecciones pasadas, los independientes o neutrales alcanzaban el 16-17 %, ahora han bajado al 6%. En otro momento, un libro como el de Woodward podría hundir a un Presidente, ahora no va a hundir a Trump. Un 90-92% de gente ya ha decidido su voto. Aquí, la universidad es una isla progresista, la gente vota por los demócratas. Pero el otro día salimos a un pueblito a tres horas y es impresionante ver casas pintadas y carteles en favor de Trump. Son como dos Américas que no se hablan entre sí. Las redes sociales han favorecido esa polarización: ahora tú tienes tu burbuja y en ella el libro de Woodward es marginal.

Richard Ford dice que se ha perdido el sentido de comunidad en Estados Unidos

En el Partido Republicano el discurso libertario se ha agudizado. Hay sectores y gobernadores que ni siquiera querían sugerir el uso de la mascarilla, porque esta sería una cuestión individual y respetaban el derecho de sus ciudadanos de tomar la mejor decisión. Es como si no existiera el concepto de salud pública o de compromiso con la comunidad. La gobernadora de Dakota del Sur, por ejemplo, dijo que era hora de dejar de escuchar a los expertos, la élite bien educada, y que el Partido Republicano representa otros valores. Todo esto ha exacerbado el individualismo, que es parte fundamental de la cultura americana, pero se ha tergiversado su sentido, porque se agudiza su peor forma, que no sirve a la comunidad, sino que se agota en sí mismo.

En La peste, Albert Camus dice que al final la plaga era como un mal sueño. ¿Hoy cómo siente que la hemos vivido?

Como una pesadilla. En las primeras semanas recordábamos 1918, y se decía que lo que entonces no se había hecho, ahora, con más recursos y mayor desarrollo científico, podíamos hacerlo mejor. Me sorprendió la forma en que no hemos aprendido de la historia. En los años 50, cuando Joan Salk descubre la vacuna de la polio, lo invitan de todo el país para darle la llave de la ciudad. Hoy veía en CNN que el 50 % de los Estados Unidos desconfía de la idea de una vacuna, en parte porque también se ha politizado. Estamos viviendo un tiempo paranoico y conspiratorio y la fe en la ciencia se ve como algo ingenuo. Camus dice también que ese mal sueño se olvida y el virus queda durmiendo hasta que vuelva a aparecer en otra ciudad feliz. ¿Hemos aprendido algo de esto? Ahora dudo un poco. Después vendrá el intento de olvidar esto y la humanidad volverá a estar mal preparada para la próxima pandemia.

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