Columna de Bárbara Pezoa: Mi bisabuelo inspiró Mafalda

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Mafalda

Mi mamá me contó que esa niña de las historietas había sido inspirada por mi bisabuelo, un dentista alemán que escapó de la guerra y atendió a su creador, Quino. Pensé que quizás era una broma, mas no.


Creo, según recuerdo, que aprendí a leer bien cuando ya había cumplido seis. Me había ido a vivir a España porque mi papá estaba haciendo un doctorado, pero aún así, siento que Mafalda me acompañó desde que empecé a leer, allá lejos, a un Atlántico de distancia de mi continente.

Mi infancia, sobre todo la española que fue hasta los 9, se dividió conceptualmente en dos grandes historietas: Astérix y Mafalda, y ahora que lo pienso, me impresiona profundamente que ambos creadores, Albert Uderzo y Quino, hayan muerto este año.

Las primeras historietas de Mafalda que había en mi casa, eran esas clásicas, rectangulares y de distintos colores. Recuerdo que mi mamá era fanática y reía a carcajadas cuando las leía. Y claro, yo también me quise reír con esas ganas, razón que me llevó a agarrar los primeros libros y no parar. No sé si llegamos a coleccionarlas todas, no lo recuerdo, pero sí habían, y muchas. Después tuvimos el Toda Mafalda, causa de grandes peleas familiares.

Me obsesionaban cada uno de los personajes, la utopía de ese mundo más justo que a Mafalda tanto le quitaba el sueño, su odio por la sopa, y esa capacidad constante de cuestionarse todo lo que ahora, además, admiro todavía más.

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Mafalda

Pero todo ese hechizo en el que me sumía cada vez que abría una tira de Mafalda, se convirtió en una historia de amor profundo cuando un día mi mamá me contó que esa niña a la que yo admiraba tanto la había creado, en parte, mi bisabuelo. Pensé que quizás era una broma, mas no.

Mi bisabuelo, abuelo de mi madre, era Heinrich Wilhelm Unkel, un alemán que a los 15 años tuvo que dejar su vida adolescente para alistarse e ir a pelear, bayoneta al hombro, en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Apenas pudo, después de estudiar y convertirse en dentista en su país natal y antes de la Segunda Guerra, viajó y se radicó en Argentina, donde instaló su consulta.

Siempre me he imaginado, que en los tiempos muertos en su trabajo fue donde nació la primera Mafalda. Una de sus aficiones era moldear figuras con el yeso dental, ese típico que ocupan los odontólogos, y entre consultas se ponía a crear. Una de esas figuras fue Mafalda, probablemente, no tal cual como la conocemos hoy, pero sí una niña con su cara, vestido y pelo tan particular.

¿Cómo entra Quino en esta historia? Quino era paciente de mi bisabuelo, un joven de unos 20 años menos que él. Según mi madre, se conocieron en la década de los 50, cuando comenzó a atenderlo. Y antes las cosas no eran como ahora, así como los electrodomésticos duraban toda una vida, los doctores y dentistas eran uno solo en la familia y no se cambiaban jamás.

Mi bisabuelo tenía estas figuras de yeso que él hacía en su consulta y me imagino que, siendo Quino el artista que era, debe haberse fijado más de alguna vez en ellas y conversado con mi bisabuelo de su afición. Y así nació Mafalda después, en el año 1963, al parecer, inspirada en esa figura de yeso del señor alemán Heinrich Wilhelm Unkel.

Quiero dejar en claro que la figura fue solo la de Mafalda. Susanita, Guille, Miguelito, sus papás, Libertad, Felipito, los textos reflexivos y asertivos, todo todo es resultado de esa asombrosa, admirable y maravillosa cabeza inigualable de Quino.

Y sí, no tengo pruebas de que esta historia sea completamente cierta, más allá del pasaporte de mi abuelo y la cercanía de su consulta con el hogar de Quino en Buenos Aires. La historia llegó de mi bisabuela a mi mamá, cuando le mostró Mafalda, y de mi madre a mí y todos mis hermanos. Lo que sí, es que me ha acompañado toda la vida y me llena de orgullo cada vez que veo o leo sobre la protagonista de esta historieta, esa niña curiosa que siempre estaba preocupada por la humanidad y que tanto me hace reflexionar. Prefiero pensar que algo de Mafalda sí corre por mis venas.

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