Iván Poduje, arquitecto: “El estallido social era romántico desde Plaza Italia para arriba”

Iván Poduje

El urbanista publica Siete Kabezas, una crónica ensayo basado en sus recorridos por la ciudad tras el 18 de octubre. En él, Poduje analiza los factores que influyeron en el estallido, la violencia generada, y cuestiona el rol de la elite política.


Sintió un clima de inseguridad en el aire. Con mapa de la red de Metro en mano, Iván Poduje (1968) recorría las estaciones para verificar el daño que habían sufrido. Era el sábado 19 de octubre, la mañana siguiente al estallido social. A lo largo del viaducto de la Línea 4, vio disturbios, encapuchados, farmacias quemadas y un ambiente de hostilidad. “No alcancé a seguir, ya que la situación se volvió demasiado violenta”, recuerda.

Una semana después, una multitud se reunió en torno a la Plaza Italia, en la marcha más grande de la historia. Todas las causas parecían estar representadas en esa concentración multitudinaria, que alcanzó su momento más emotivo cuando la gente comenzó a cantar El baile de los que sobran.

“La marcha más grande de la historia le daría al estallido su sello social que se mantendría incluso cuando la violencia comenzó a desfigurar la apariencia de la plaza Baquedano y esta se transformó en el ojo de un huracán que caería sobre Santiago y otras cuarenta ciudades del país”, escribe ahora en Siete Kabezas, el libro que publica junto a Uqbar Editores.

Socio de la oficina de estudios Atisba, desde el 19 de octubre el arquitecto recorrió la ciudad, sobre todo los sectores más críticos alejados de la ciudad moderna y el Santiago 1. Esos recorridos son la base de su libro, que funciona como una crónica de las manifestaciones desde el punto de vista urbano.

En 184 páginas, Poduje relata lo que vio, analiza los factores asociados al estallido, desde la “humillación del Transantiago” a la segregación territorial; cuestiona el rol de las elites y plantea la urgencia de responder a problemas sociales históricos, entre ellos el acceso a la vivienda.

“Siempre me llamó la atención, en lo que respecta a mi mundo, esa idealización del estallido y esa anulación de la parte negativa de la destrucción, sólo considerar lo positivo”, dice.

Desde una perspectiva urbana, el libro aborda el impacto de la violencia que se generó con el estallido, desde los ataques al Metro, los saqueos, el daño patrimonial, así como el rol de la Primera Línea.

El título del libro, explica, tiene una doble dimensión. “Lo que yo sentí en la calle fue una cosa animal, muy fuerte, muy intensa y muy abstracta. Naturalmente no era una criatura, pero era una fuerza que a través de la gente estaba descargando su ira, su rabia. Y el título hace un juego con la idea de que acá no hay una sola cabeza, no hay una organización, sino varias cabezas que se juntaron involuntariamente y se potenciaron”.

-Usted distingue entre el malestar social y la violencia, ¿no se relacionan?

-Una de las fuerzas del estallido es el malestar social que le da sustento a todo, pero la violencia más dura tiene ver con factores delictuales, anarquistas, de rechazo al orden establecido, o sea que tenían un proceso de maduración más largo y en ningún caso vinculados al malestar. El estallido está idealizado por la misma elite que fue indiferente con las señales previas, con la segregación urbana, con el Transantiago, hasta que eso estalla.

-Usted habla de “la humillación del Transantiago”.

-El origen del estallido empieza ahí, porque lo que hace el Transantiago al alargar los tiempos de viaje de la gente es que aleja mucho más la ciudad moderna, donde están los destinos (Santiago Centro, Providencia, Las Condes), de la ciudad popular, vulnerable. El Transantiago hace más tortuosa la experiencia de ir a trabajar y devolverse. Esto tomó años en normalizarse, a un costo enorme, y con mucha indiferencia. Este es un factor muy influyente en el estallido, fue una humillación para mucha gente.

-El estallido tuvo también otra dimensión, no solo la violencia.

-Hay un estallido romántico que ocurre en la Plaza Baquedano, en Providencia, que tiene satélites en Plaza Ñuñoa, en los ciclistas en Las Condes, que es muy épico, pero ese estallido tiene una contracara que fueron los viernes violentos. Hubo otro estallido que atacó las estaciones de Metro y saqueó los comercios, era un estallido regresivo, que destruyó miles de empleos y vandalizó incluso memoriales de detenidos desaparecidos. Lo que había ahí era violencia, criminalidad, anarquismo. Muchos Primera línea venían del estallido rudo, y tenían la opción ser reconocidos por la elite. Cuando murió Mauricio Fredes en Irene Morales, me conmovió mucho. Él era del Castillo, en La Pintana, y su momento de gloria fue en la Primera línea. Hoy no queda nada que lo recuerde.

-Algunos sostenían que la Primera línea mantenía vivo el movimiento.

-La Primera línea tenía un componente de barra brava importante, de estudiantes en menor escala, pero era de origen popular, y tenían la lógica de la barra brava de pelear con la policía, ellos lo han hecho siempre y eran despreciados. Dentro de eso había cabros que venían de un entorno duro y terminaron en la Primera línea. Con el estallido todos los cabros que estaban estigmatizados pasan a ser los héroes de la elite, tienen su momento de gloria hasta que después se quedan pidiendo monedas. Ellos fueron usados y abusados por la elite, esa cabeza pagó los costos.

-¿Cómo evalúa el rol de la elite política?

-La elite política mostró su peor cara en el estallido, salvo excepciones que son los alcaldes, y la gente los valoró bien porque ellos estuvieron en el territorio, trataron de arreglar los problemas. Pero los diputados, algunos intelectuales, algunos arquitectos, artistas, ellos alucinaban con el estallido porque lo veían de lejos y después se iban a su casa, y allí no estaba todo rayado. Entonces fue muy segregador en ese sentido.

-¿El mundo de la cultura también?

-Los poetas del estallido. El estallido tiene un componente político y social, pero también cultural. Es muy seductor crear una figura mítica como la de Jorge Baradit en su libro, donde dice que el estallido hizo un ataque quirúrgico a ciertos emblemas y no otros, como una cosa santificada, y no fue lo que vi yo. Cuando te das cuenta de esta parte cruda, toda esta construcción intelectual se cae.

-¿Qué rol jugó la policía en el fenómeno de la violencia? En los meses del estallido hubo violencia policial y violaciones a los derechos humanos.

-Al igual que la Primera línea, los tipos que estaban apaleando se enajenaron, ellos también fueron parte del juego de la elite. Está demás decir que uno condena, es obvio, lo que sufrieron Gustavo Gatica, Fabiola Campillay, que fueron agresiones sicópatas. Creo que los carabineros fueron parte de la refriega y cumplieron un rol similar a la Primera línea; ambos eran funcionales a la elite que estaba tomando palco, gozando el estallido.

-Durante el estallido y las movilizaciones, usted mantuvo un actitud muy frontal al respecto y le significó críticas fuertes. ¿Por qué asumió esa posición?

-Por una razón simple, porque el 19 de octubre me fui por Vicuña Mackenna y vi la destrucción, y estuve en Renca en el lugar donde murieron cinco personas y hablé con gente que la saquearon en Puente Alto. Entonces era imposible no decirlo. Y yo no lograba entender cómo esa destrucción de La Cisterna, de Puente Alto, El Bosque, Macul, La Granja, cómo eso puede tener una épica. Racionalmente creo tener una explicación: ellos nunca fueron ahí. Entonces el estallido tenía romanticismo desde la Plaza Italia para arriba. La división territorial del estallido fue muy segregadora.

-¿El plebiscito podría atenuar los problemas?

-El 15 de noviembre se toma la decisión del plebiscito, pero en marzo vuelven los ataques, hasta que llega el Covid. El coronavirus nos da una pausa muy maldita, porque tenemos que ponernos al día con los problemas y además enfrentar el virus. ¿Cuál es el riesgo? Los poetas del estallido dicen que esto se arregla solo con la Constitución. Así como se idealiza el estallido, también se idealiza la Constitución. Y eso es terrible, porque la gente necesita cosas concretas. Pero cuando uno las plantea, te dicen que estás por el rechazo. La Constitución tiene su camino propio, pero en paralelo tenemos que ponernos al día.

-Desde el punto de vista urbano, ¿cuál es el problema más urgente?

-El acceso a la vivienda, el hacinamiento, por lejos. Hoy los campamentos se han duplicado, tenemos tomas que no veíamos desde los 70, tomas con mil familias en Batuco, Puente Alto, La Florida, Maipú, y nada de eso es tema. Cuando partió el Covid, los temas de ciudad eran el teletrabajo y puras cosas futuristas, y nadie hablaba del hacinamiento. Lo que está haciendo crisis es la falta de vivienda.

-¿Qué lecciones deja el estallido?

-Que la indiferencia es peor que la desigualdad, porque todas las ciudades y los países tienen desigualdad, pero la indiferencia es cuando te empieza a importar poco o nada el otro, como pasó ahora con Yasna, una chica de La Pintana que la mataron de un balazo y a nadie le importó. En los colegios de la elite, no piensan siquiera en un balazo cerca. Bueno, en esas comunas les disparan a los colegios. Entonces esa indiferencia que tuvimos por años es mucho más compleja que la desigualdad, siendo ambas muy terribles, porque la indiferencia es indolencia con el resto.

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