El irlandés: al final de este viaje en la vida
La primera ficción de Martin Scorsese para Netflix —que debutó hoy en la plataforma— es uno de los puntos más altos de la formidable carrera del cineasta, con un reparto donde la química entre Robert de Niro y Joe Pesci resulta conmovedora y donde todo funciona demasiado bien, incluso aunque haya sido hecha para la televisión.
Desde el imponente plano secuencia con el que parte The irishman, donde la cámara se detiene en Frank Sheeran (Robert de Niro), quien sentado en un geriátrico comienza a contar la historia de su vida, queda claro que la película está más interesada en narrar el viaje de su personaje principal —un veterano de guerra, estafador y sobre todo sicario— que en tensar un final o crear sorpresa ante ello. Frank sobrevivió a todo y a todos y, por tanto, durante las tres horas y media se siente un espíritu de melancolía donde importa más la ruta elegida que el paradero final.
Martin Scorsese, a sus 77 años, filma su primera ficción para Netflix con un punto de vista más emparentado al cine de Clint Eastwood que a su magnífica Buenos muchachos. The irishman es una de mafiosos, sí, pero tras esa coraza y centenares de asesinatos que va mostrando, es mucho más la épica triste de un hombre que se fue equivocando en las decisiones hasta terminar ahí, solo, en un geriátrico.
Dividida en tres actos —el ingreso de Frank a la mafia, su relación con Jimmy Hoffa y el declive de su vida delictual—, The irishman es un portento visual, porque Scorsese filma como ninguno y hace toda clase de lujos estilísticos de tomas, contrapicados, claroscuros, con una banda sonora siempre muy presente, una fotografía deslumbrante de Rodrigo Prieto y un elenco que lo ha acompañado en distintas partes de su carrera, como si hubiese algo de despedida aquí. De Niro, con quien ha trabajado nueve veces, encarna a un hombre más bien frío y poco dado a conmoverse, más dado a disparar que a hacerle cariño a sus tres hijas, y su rostro comienza a volverse impenetrable y, aún así, Scorsese y el espléndido guion de Steven Zaillian (basado en la novela de Charles Brandt) se encargan de que provoque cercanía y afecto, sin abandonarlo nunca, incluso en sus minutos más patéticos.
Las cinco décadas de vida que se cuentan de Frank van siempre de la mano de Russell Bufalino (un descomunal Joe Pesci, en la que probablemente sea la mejor actuación del año), uno de los jefes de la mafia que lo acoge y protege en todo momento, aunque esa lealtad la pone a prueba de modo literal y de modo terrible. La unión de Frank y Russell, como suerte de hermanos de sangre (derramada), es también el corazón de la película y resulta conmovedor volver a ver juntos a De Niro y Pesci, comparsas también en Toro salvaje, Buenos muchachos y Casino.
La química entre ambos entrega varias de las mejores escenas de la película y, definitivamente, es la despedida de ambos en un mismo proyecto. Pesci, quien en los últimos 13 años solo había aceptado dos participaciones menores en el cine, parece conectar de un modo que solo dan los años con De Niro y en mucho momentos solo hay silencio entre ambos y parece que hubiese un diálogo.
A ellos hay que sumar a Harvey Keitel (otro histórico de Scorsese, aunque acá tiene un rol curiosamente menor) y Al Pacino, en su primera colaboración con el ítalo-americano. Pacino, en la piel del extrovertido Hoffa —el sindicalista que fue mucho más que un hombre cuyo cadáver desapareció, como dicen en el filme—, está a sus anchas y algunos diálogos entre él y Pesci o De Niro también se sienten como escenas automáticamente clásicas. Aunque a ratos parece exagerar la nota, Pacino delinea muy bien a su personaje y también le da un extraño afecto a la hermandad que establecen Hoffa y Frank, como si se tratara de otro hermano perdido del protagonista.
Con un presupuesto de US$160 millones, Netflix le dio carta blanca a Scorsese para que hiciera lo que quisiera. Eso se nota no solo en una producción donde hasta realiza explosiones que apenas muestra, sino también en el trabajo computacional que hizo para rejuvenecer y envejecer a su reparto y en las 210 minutos de metraje, un suicidio si se estrenara en cines. Aún así, The irishman ha tenido una vida acotada en salas, previo a su debut en televisión, aunque Netflix está más interesada en darle visibilidad con miras a los Oscar —desde ya luce como principal candidata para competir con Érase una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino— que a intentar dar en el gusto a quienes se niegan a ver una película en un televisor.
Es un win win: para Scorsese, la posibilidad de filmar sin límites presupuestarios ni exigencias en taquilla, y para Netflix, el camino para fortalecer su reputación, mientras es acechado por grandes streaming que quieren quitarle parte de la torta de abonados en el mundo y porque, siendo sinceros, es una plataforma donde de cada 10 series, 1 vale realmente la pena. Aliarse a una cinta como The irishman convierte a la cadena en un competidor de peso, porque se trata de una obra mayor en la carrera de un cineasta mayor. Una de las cúspides de una carrera repleta de grandes momentos, que acá rejuvenece asociándose al streaming y con audiencia amplificada.
Sin ánimo de spoilear, una advertencia: la última hora de película es una obra de arte.
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