Una cuota de realidad en los Oscar
El filme chileno El Agente Topo no es el único documental que busca llegar a la papeleta de las nominadas al Oscar a Mejor Película Internacional. Otros seis países también creen que el registro de la realidad supera las ficciones del momento.
Sophia Loren, tesoro nacional de su país y epítome de la mujer mediterránea según Hollywood, fue obviada por sus propios compatriotas después de que este martes su película La vida ante sí no fuera elegida por Italia para postular al Oscar internacional. De nada sirvió el ruido mediático de Netflix, su casa distribuidora mundial, ni el hecho de que el filme en que interpreta a una anciana de nobles acciones lo haya dirigido su hijo Edoardo Ponti. Sufrió una especie de portazo de nuestros tiempos difíciles y urgentes: la Asociación Nacional de la Industria Cinematográfica Italiana optó por Notturno, documental de Gianfranco Rosi acerca de los estragos de la guerra y de ISIS en Siria, Irak, Líbano y la región de Kurdistán.
El largometraje de Rosi no va solo en esta carrera de fondo por uno de los cinco cupos al Oscar a Mejor Película Internacional. Hasta el momento, ya hay siete países, entre ellos Chile con El agente topo, que optaron por un filme de no ficción para esta categoría. Son más que los seis de la edición 2020 y es una señal de que la contingencia documental puede interpelar más en este momento a los casi 10 mil votantes de Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.
Es más, desde inicios de este 2020 un filme de no ficción puede entusiasmar lo suficiente como para ser nominado a Mejor Documental y Mejor Película Internacional al mismo tiempo. Fue el caso de Honeyland, cinta de los directores macedonios Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov, que estuvo en ambas categorías y que, como El agente topo, partió creando admiradores y seguidores desde su estreno un año antes en el Festival de Sundance.
“La industria está mirando y se está abriendo a otras historias y a otras materialidades. Pero al mismo tiempo, muchos países se alinearon con la tendencia que comenzó con Honeyland”, comenta Maite Alberdi, directora de El agente topo. La película mantiene los mismos agentes de ventas de Honeyland, que son Submarine Entertainment, y en ese sentido hay una evidente intención de seguir los pasos de su homóloga de Macedonia.
Tal como El agente topo, que partió como un largometraje de no ficción acerca de los detectives privados y se transformó en la crónica de un espía adulto mayor, Honeyland también comenzó como otra cosa: era un cortometraje ecológico sobre las condiciones de vida en una zona rural de Macedonia y mutó al relato de una de las últimas apicultoras de abejas silvestres en Europa. Es, en el fondo, el destino de todo buen documental, un trabajo donde la realidad moldea la dramaturgia.
Academia en cambio
En los últimos cinco años la Academia de Hollywood ha experimentado una serie de nuevas incorporaciones entre sus miembros, buscando mayor representatividad y variedad. La campaña #OscarsSoWhite del 2015 tuvo efectos en el mediano y largo plazo, tal vez no con la rapidez ideal, pero sí con una constancia a considerar.
“Hace rato que la Academia de Hollywood viene dando pequeñas señales de querer diversificarse. Esto significa incluir académicos extranjeros, por ejemplo. También estamos viviendo un momento en que la sociedad quiere mirarse y comprenderse”, dice Alberdi, que es parte de la Academia desde el 2018.
En junio, la organización incorporó a 819 nuevos miembros y la categoría que concentraba la mayor cantidad de nuevos integrantes era precisamente la del documental. De Chile hubo cinco nuevos invitados a las distintas ramas de la organización: Andrés Wood, Estefanía Larraín, Bettina Perut, Iván Osnovikoff y Paola Castillo. Los últimos tres son documentalistas.
Según informaba The Hollywood Reporter en junio, en el último lustro la Academia triplicó sus integrantes extranjeros, pasando de 747 a 2.107. Uno de ellos es el mencionado realizador nacional Iván Osnovikof, que junto a Bettina Perut tiene una de las obras más consistentes en el documental nacional. La más reciente cinta de ambos fue Los reyes, ganadora en el 2018 del Gran Premio del Jurado en el Festival de Amsterdam, el más importante del mundo en la no ficción.
Su mirada a la producción nacional es positiva. “Las razones en Chile del buen momento que pueden estar teniendo los documentales tienen que ver con un apoyo permanente del Estado a la producción y a la distribución”, diagnostica Osnovikoff. “Eso se ha mantenido incluso cuando muchas veces el sector cultural ha sido crítico a ciertas políticas. Al final, todo aquello tiene sus frutos y es por eso que una película como El agente topo termina representando al país en el Oscar”, enfatiza el realizador.
Este año, además, hay países vecinos, como Venezuela y Brasil, que optaron por enviar cintas de no ficción a la búsqueda de un cupo al Oscar. La directora y productora Paola Castillo (Frontera), que también ingresó este año a la Academia, busca una explicación: “El documental tiene una ductilidad y libertad creativas muy particulares. Permite conectar con sus países y con lo que está pasando a veces de mejor manera: eso es lo que se ha visto sobre todo recientemente en Latinoamérica”. Y enuncia: “Creo que la fortaleza del documental se da con mayor fuerza en nuestro continente y esto no es casualidad”.
El Oscar multinacional
El camino que debe recorrer El agente topo hasta llegar al quinteto nominado de la papeleta definitiva luce en este momento promisorio. La cinta ha alcanzado muy buenas críticas internacionales y la plataforma del Festival de Sundance a inicios de año fue el mejor lanzamiento posible.
Su más reciente potencial contrincante es Notturno, el mencionado documental que va por Italia a Mejor Película y que dirigió Gianfranco Rosi, un cineasta que tiene un sorprendente récord: es el único documentalista que ha ganado los festivales de Venecia y de Berlín, con SacroGRA (2013) y Fuocoammare (2016), respectivamente.
Notturno, que por estos días se exhibe en el Festival Internacional de Documentales de Santiago (Fidocs) y que en los primeros meses del 2021 llegará a la plataforma Mubi, explora las vidas de quienes habitan en las zonas de guerra en el Medio Oriente. Su perspectiva es la cotidianeidad y el espanto, desde un muchacho que trabaja de noche para mantener a su familia hasta una madre que escucha por el otro lado de la línea telefónica le que le pide ISIS por el rescate de su hija.
Brazil presenta Babenco: Alguien tiene que oír el corazón y decir paró (2019), película de Bárbara Paz, que acá realiza su particular tributo al cineasta Héctor Babenco. Filmada en blanco y negro, desgrana la vida sorprendente, porfiada e incomparable de un argentino que hizo de Brasil su verdadera patria, regalándole obras como El beso de la mujer araña (1985), Pixote (1981) y Lúcio Flávio (1977).
Desde Rumania la apuesta al Oscar internacional es Colectiv, documental sobre un caso de corrupción con consecuencias trágicas. Se desentierra la historia del incendio en una discoteca de Bucarest que causó 64 muertes: 37 de ellas se debieron a los desinfectantes de baja calidad administrados a los pacientes en un hospital cooptado por una farmacéutica y un gobierno corrupto.
Venezuela nominó otra historia donde se mezclan la venalidad, la política y el habitante de la calle. En este caso es más bien del río: en Érase una vez en Venezuela, Tamara y Natalie tratan de impedir que su pueblo, cerca del Orinoco, descienda aún más en la miseria y polución a que lo sometió la industria petrolera. Tamara es chavista convencida y comulga con el régimen. Natalia es una profesora que no cree en el gobierno y probablemente tiene el camino aún más cuesta arriba.
Al largometraje de la caraqueña Anabel Rodríguez Ríos también se agregan hasta el momento otras dos propuestas. Kenia tiene The letter, una película de Maia Kekow y Chris King, sobre el caso de una mujer acusada de brujería por miembros de su propia familia y defendida por otros.
Luxemburgo, aquel ducado con 626 mil habitantes bordeado por Francia, Alemania y Bélgica, envió la película River tales, de Julie Schroell. A falta de historias en su país, la documentalista narra un relato transatlántico y en español. Es una crónica poética, pero es también y literalmente un cuento chino: todo el ecosistema alrededor del río San Juan en Nicaragua sufre los efectos del inconducente plan del multimillonario pequinés Wang Jing para construir un canal que compita con el de Panamá.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.