Agustín Squella, Premio Nacional de Humanidades: “La violencia es ineficaz para conseguir cambios en una sociedad democrática”
Autor de una serie de libros sobre derechos esenciales, el abogado publicado Desobediencia, un ensayo en torno a la naturaleza del desacato. En esta entrevista se refiere a él y a una eventual postulación a constituyente: "Me hace mucho sentido", dice.
De niño era poco amigo de las reglas y salió expulsado de su primer colegio. Pero la historia de Agustín Squella (1944) con la desobediencia no fue más allá. Hasta este año, cuando se rebeló al confinamiento para las personas mayores de 75 años. “Desobedecí esa orden y caminé en mi barrio y hasta monté en bicicleta durante sus buenos 45 minutos diarios. Desobedezco también algunas normas de convivencia en el estadio y en el hipódromo, pero se trata de cosas menores. Como exclamaba un escritor latinoamericano, ¡y pensar que alguna vez fui un rebelde!”, dice.
Autor de una serie de ensayos dedicados a derechos fundamentales, entre ellos Justicia, Libertad y Derechos Humanos, el abogado y filósofo publica ahora Desobediencia. Editado por el sello de la UV, el libro es un intento por comprender la naturaleza del desacato y la forma que le dieron grandes líderes como Gandhi o Martin Luther King.
El volumen tiene presentación agendada el domingo 20 de diciembre en la Furia del Libro (lafuriadellibro.com). Si bien no pretende ser una apología de la desobediencia, el autor y Premio Nacional de Humanidades no oculta sus simpatías: “Me siento más atraído por ella que por su contraria, la obediencia”, escribe. “Lo que sigue podría constituir un flirteo con la desobediencia, un juego cariñoso con ella, pero que no supone ningún compromiso”.
Desde luego, Squella observa que “la desobediencia no es un derecho y la obediencia no constituye un deber. Para saber si se debe o no obedecer –a una orden, a una voz de mando, a una ley, a una sentencia judicial- es preciso reflexionar caso a caso. No es razonable decir que siempre se debe obedecer y tampoco lo es sostener que siempre haya que desobedecer”
¿Hoy es más desobediente que en la época cuando trabajó con el Presidente Lagos?
Ni más ni tampoco menos. Un hombre mayor que se vuelve desobediente, o que llama a otros a serlo, puede resultar patético, mientras que si llama constantemente a la obediencia es seguro que se transformará en un reaccionario. En mis relaciones con los jóvenes procuro tomar distancia de dos muy malas maneras de envejecer: la efebofobia, o rechazo a los jóvenes, y la efebofilia, la rendición incondicional ante ellos. La primera es la del que ve a un joven en la calle con una pancarta y empieza a reprobarlo a viva voz sin haber leído lo que lleva escrito en ella; la segunda, la del que en esas mismas circunstancias aplaude ciega y mecánicamente al joven que se manifiesta.
Históricamente, la desobediencia ha empujado cambios sociales, ¿ha resultado más positiva?
Es un hecho que la obediencia ha hecho mucho más daño que su contraria en la historia de la humanidad. Piense usted en el nazismo, en el fascismo, en las dictaduras comunistas, en los regímenes militares de América Latina. Los déspotas, de cualquier signo que sean, exigen una obediencia incondicional que obtienen fácilmente de sus partidarios y valiéndose de la intimidación y el miedo en el caso de los opositores.
En el último año, ¿cómo ha visto la desobediencia en Chile?
Anomia, se diagnostica a menudo, o sea, falta de reglas, pero lo que vemos no es eso sino trasgresión de las reglas, y no solo en los alrededores de Plaza Baquedano, sino en la política, en los grandes negocios, en las fuerzas armadas, en las iglesias, en universidades privadas que lucraron hasta que les dio puntada teniendo la prohibición legal de hacerlo. Además, lo que podríamos tener en este momento es un cambio de reglas por otras que todavía no vemos con claridad. Cambio de época, se viene anunciando hace tiempo, y eso a nivel planetario, ¿y qué puede ser un cambio de época sino un cambio de reglas? ¿Quieren los jóvenes vivir sin ninguna autoridad en casa, en el colegio, en la universidad, o lo que piden son nuevas y mejores formas de ejercer la autoridad, formas menos infatuadas, menos verticales, menos impositivas? ¿Quieren los empleados de empresas y servicios públicos eliminar la figura del jefe o lo que piden son jefaturas que se ejerzan de mejor manera y también con un mejor trato por parte de ellas?
La desobediencia también ha estado vinculada a la violencia: ¿cómo ve esa relación?
La desobediencia no tiene que ser violenta. Todavía más: la desobediencia reflexiva es siempre no violenta. Pensemos en Thoreau, en Gandhi, en Martin Luther King, en Nelson Mandela. La violencia, éticamente reprobable, es también ineficaz para conseguir cambios en una sociedad democrática.
Para Squella, “ni la sociedad chilena en su conjunto ni el Congreso en particular están en plan de desobediencia. Aun en medio de una crisis social y de una pandemia, los chilenos trabajan, estudian, cumplen los contratos, pagan impuestos, concurren a votar cuando está en juego algo importante, y respaldan un proceso constitucional pacífico y sujeto a reglas. ¿De dónde viene entonces la paranoia de que el país está al borde del colapso?”.
¿Cuánta desobediencia soporta el sistema democrático?
La pregunta es cuánta pobreza puede soportar la democracia, esa pobreza real de personas y de familias de la que los indicadores macroeconómicos no daban cuenta fiel. La pregunta es también cuánta desigualdad puede tolerar la libertad. Los mencionados y complacientes indicadores tendieron una prolongada cortina de humo sobre la economía real de las personas. Pero su pregunta alude a la desobediencia al derecho por razones morales, aun en un régimen democrático de gobierno, y de eso trata la parte final de mi libro. ¿Son legítimas, y cuándo, la protesta, la objeción de conciencia, la desobediencia civil, la desobediencia anarquista y la desobediencia revolucionaria? ¿Cuál o cuáles de ellas hemos tenido en Chile desde octubre del año pasado? Después de contar la historia de grandes desobedientes en la historia de la humanidad, y echando mano de canciones populares y referencias a películas que casi todos hemos visto, la parte final del libro puede ayudar a contestar preguntas como esas.
En este sentido, ¿el proceso constituyente puede leerse como el resultado de un movimiento de rebeldía?
Sí, y desde luego debe leerse así. Y aunque el estallido social (digamos el 18 de octubre) y las marchas y protestas sociales de los días posteriores, tanto en Santiago como en regiones, estuvieron relacionados, conviene distinguirlos. A mi entender, lo que triunfó fue la protesta social -masiva, persistente y territorialmente muy extendida-, presionando sobre los actores políticos para que acordaran el camino constitucional que nos encontramos recorriendo, y si bien nuevas marchas pueden apoyar ese proceso, nuevos estallidos solo podrían perjudicarlo.
¿Será candidato constituyente?
Lo estoy considerando muy seriamente, aunque aún no he definido cómo lo haré. Me hace mucho sentido dedicar un año de mi vida a colaborar con el estudio y aprobación de una Constitución para la República de Chile que, como tal, y que no sea la imposición de un sector sobre otros.
¿Ha recibido propuestas concretas?
He recibido muchas muestras de estímulo y adhesión, tanto de independientes de las más distintas ideas políticas como de militantes de partidos que van desde el centro a la izquierda. Eso me anima sobremanera. Me anima y me compromete.
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