Ernesto Ayala, crítico de cine: “Muchos cineastas chilenos parecieran no querer lo que están filmando”
El comentarista fílmico y también escritor acaba de publicar Cine Chileno en el Siglo XXI: ¿Qué Película te Gustaría Volver a Ver?, donde a través de 59 críticas entre el 2003 y el 2016 disecta y pondera las luces y sombras de la creación fílmica local. A su juicio, la gran brecha (o “herida”) de la producción nacional sigue siendo su desconexión con el público.
Los juicios de Ernesto Ayala (50) tienden a ser bastante precisos y directos, sin alardes ni rodeos extras para decir si le gustó o no una película. Es en cierto sentido un estilo clásico y bastante emparentado con la crítica estadounidense, lejos de los barroquismos o las ambiciones líricas de los franceses de Cahiers du Cinéma, donde cada comentario pretendía ser una obra de arte aparte. Tal vez es porque Ayala vuelca los intereses propiamente creativos en sus narraciones (novelas y cuentos) y divide bien los compartimentos.
Hace nueves meses, sin ir lejos, publicó su segunda novela (El amante indeciso, Planeta) y ahora sale a luz Cine chileno en el siglo XXI: ¿Qué película te gustaría volver a ver?, que integra las 59 críticas de filmes chilenos realizadas para el diario El Mercurio entre el 2003 y el 2019. El autor, que además es periodista, ilumina películas que muchos pasaron por alto, le quita el piso a otras que fueron ampliamente coreadas y diagnostica dos enfermedades más o menos endémicas: una constante falta de humor en el cine local y una falta de reciprocidad de parte del público.
Lo último está en realidad avalado por varios datos estadísticos sobre audiencias, pero lo primero tiene que ver con su juicio crítico. Y como es abierto y fluido en sus opiniones no hay dudas de lo que aprecia y lo que no. Al menos dice, nadie le ha pegado un combo en la calle ni lo han insultado. Tal vez vio algún comentario en twitter, pero estima que es mejor no tomárselo en serio.
Después de éxitos de público como El chacotero sentimental en 1999 y Sexo con amor en el 2003, el cine chileno comenzó a ganar premios en festivales extranjeros y Una mujer fantástica se llevó un Oscar en el 2018, ¿Cuál es su mirada en retrospectiva?
Siempre es difícil generalizar pues hay excepciones y casos particulares. Sin embargo, mi impresión es que hubo una fiebre del cine chileno con aquellas películas a las que habría que agregar Machuca en el 2004 tal vez y de cierta manera se pensó que hacer películas podría ser un negocio. O un buen negocio. Eso no sucedió, por supuesto, y las mismas secuelas de El chacotero no fueron tan exitosas. Hubo casos de filmes como Secuestro de Gonzalo Lira o Mujeres infieles de Rodrigo Ortúzar que trataron de irse por una línea similar, pero tampoco les fue bien. Al mismo tiempo comenzó a emerger un cine mucho más exigente, riguroso y conectado con la escena de los festivales extranjeros, con una moral diferente, crítica a nuestra realidad, con agenda social y a veces política. Funciona muy bien y es la segunda ola del cine chileno en estos últimos 20 años. Ahí están Pablo Larraín, Sebastián Lelio, Alejandro Fernández Almendras y Sebastián Bize, por sólo nombrar cuatro. Sin embargo, creo que está segunda generación ya está un poco magullada y hay que remontarse a la Mujer fantástica, que es de inicios del 2017, para encontrar un éxito grande a nivel de festivales extranjeros (Mejor guión en el Festival de Berlín). Ahora estamos en un terreno algo incierto, dónde no sabemos que va a pasar. Lo que ha sido recurrente en esta segunda ola es una distancia con el público.
Tal vez muchos premios, pero pocos espectadores
Claro. Yo utilizo la metáfora de la herida, pero quizás podríamos hablar de una brecha entre los cineastas y el público. Ahora bien, este vacío se da en todo el mundo y viene pasando hace mucho tiempo: hay una polarización cada vez más grande entre el cine hecho para festivales y las películas comerciales, destinadas a los adolescentes fundamentalmente. Lamentablemente en medio de esas dos categorías está quedando poco cine. Al menos eso pasa en Holllywood, que es lo que más consumimos y vemos nosotros. En Chile, si uno lo quisiera, esto se podría traducir en dos tipos de escuela: la de Nicolás López, muy masiva, y la de Pablo Larraín, ligada a los festivales. Al medio, otra vez, no hay demasiado, pero ese cine a mí particularmente me interesa bastante. Reitero que lo que digo es en términos generales y sin atender a casos específicos. Por otro lado la gente se queda con la impresión de que el único cine chileno que hay es el de Pablo Larraín, Sebastián Lelio o Alejandro Fernández Almendras, porque es el que gana más premios en el extranjero y ha tenido más prensa. Yo, tal vez porque estoy más cerca y veo películas locales, distingo más matices: están las películas de Maite Alberdi (El agente topo), Ernesto Díaz (Kiltro), Fernando Lavanderos (Y las vacas vuelan). Lamentablemente este último tipo de películas, sobre todo las de Díaz y Lavanderos, tienen menos prensa. A los medios les interesa también destacar producciones que hayan triunfado en el extranjero, pues es más llamativo.
Usted cita en el libro al crítico de cine argentino Quintín, quien dijo en el 2014 que “el cine chileno tenía una impronta sórdida y cruel”, ¿Coincide en que el cine chileno es pesimista y triste en general?
Creo que hay una mezcla de factores. No olvidemos que en el propio Hollywood raras veces se han premiado las comedias en los Oscar. Los dramas siempre tienen mejor prensa y prestigio. Creo que la misma lógica opera con las películas chilenas, que en gran mayoría se orientan a los festivales internacionales, donde la comedia tampoco es tan bien cotizada. Dentro de la producción nacional, por otro lado, la llamada comedia tiende a ser burda, pero además sucede que hay muy poco humor en general. En cualquier drama de Hollywood hay algo de ironía que tiende a matizar y mejorar las historias, acercándolas a cómo es la vida misma también. Quintín no es el único que dice esto. También se sostiene lo mismo en el libro Huérfanos y perdidos: el cine de la transición, de Ascanio Cavallo, Pablo Douzet y Cecilia Rodríguez. Y eso fue hace 20 años. Lo paradójico del comentario de Quintín, que fue el creador de la revista El Amante y fundador del Bafici, es que era un crítico bastante seguido por la misma generación de cineastas chilenos a los que él se refirió cuando emitió ese juicio. En fin, creo que todo eso tiene que ver con que haya esa distancia entre cine chileno y público. Tal vez tampoco existe un genuino interés en llevar más espectadores, a lo mejor se tiró la esponja y está bien con los festivales. Obviamente hay excepciones: creo que a Andrés Wood le interesa tener una conexión con su público y que sus películas sean un evento y provoquen conversación.
¿Qué le parece el cine de Pablo Larraín?
Reconozco que nunca me han gustado mucho sus películas. Creo que la que me ha llegado más es No, que de alguna manera roba la energía que rodeaba toda esa época y la hace propia. Uno no puede dejar de sentir cierta empatía por lo que reproduce. Pero en general creo que su cine trata mal a sus personajes y no logro conectar con lo que hace. He intentado apreciarlo de la manera más desapegada y objetiva posible, pero no logro entrar.
¿Y la obra de Sebastián Lelio, que logró el Oscar con Una mujer fantástica?
Conocí a Sebastián Lelio en el Festival de Valdivia del 2005 cuando presentó su primera película, La sagrada familia, y siempre me ha parecido alguien muy inteligente. Es muy articulado y cinéfilo. Tal vez Gloria (2013) es su mejor obra, pero también hay cuestiones de su cine que me cuesta resolver. Nunca entendí demasiado las motivaciones del personaje principal de Una mujer fantástica (Marina Vidal, a cargo de Daniela Vega), porque creo que tampoco están muy definidos sus lazos con su pareja al inicio de la historia. ¿Lo que hace después es por amor o por dignidad? Hay algunos detalles que tampoco me resultan totalmente claros: en ciertos momentos la película parece estar orientada a describir a toda la clase alta como homofóbica y conservadora, pero creo que hay más matices en esa elite. En ese sentido hay más argumentos para pensar que muchos cineastas chilenos parecieran no querer lo que están filmando o piensan muy mal de nuestra sociedad. O puede que tal vez ni siquiera la crean tan mala, pero la retratan peor de lo que es.
¿Hay películas que con el tiempo le hayan parecido peor o mejor de lo que creía?
Por supuesto. Sexo con amor, por ejemplo, creo que no es tan buena a cómo la consideré en un principio. No envejeció muy bien. Por otro lado, no hace mucho tiempo volví a ver El chacotero sentimental (cuya crítica no está en el libro) y me pareció mejor filmada y más sofisticada que Sexo con amor.
¿Qué opinión le merece el viejo comentario de que el cine chileno es muy político?
Creo que es un prejuicio que se arrastra desde los primeros años de la transición, cuando cada película chilena que se hacía tenía mucha exposición. Estoy en total desacuerdo, pero debo reconocer que es sorprendente escucharlo aún. Mi percepción es que a excepción de algunas obras documentales de Patricio Guzmán u otras en ficción, el cine chileno está en otra. La cinematografía nacional es mucho más amplia y con más matices.
Los documentales han tenido también bastante reconocimiento en el extranjero, ¿Cuál es su percepción?
En general me gustan mucho. Yo me tiendo a encontrar con más sorpresas en el documental que en la ficción. Desde las películas José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola como Crónica de un comité (2014) y Il siciliano (2017) hasta obras únicas como Los castores (2014), filme de Nicolás Molina y Antonio Luco sobre una pareja que caza castores en el sur de Chile.
¿Y el cine de Patricio Guzmán, el documentalista chileno más conocido en el mundo?
Es un gran cineasta, pero su cine está un poco satisfecho de sí mismo. Es un director importante e inevitable en nuestra historia cinematográfica, pero hace tiempo que no se cuestiona y sólo se contenta con su propia mirada de las cosas. Me interesó mucho, en cambio, lo que hizo su hija Camila Guzmán en su documental El telón de azúcar (2005), donde se pregunta por la generación que vino después de su padre. Son muchachos que en gran parte se fueron de Cuba y mi impresión de ese país de alguna manera esta mediatizada por lo que vi en esa película. Creo que ahí sí está el cuestionamiento sobre un pasado que Patricio Guzmán no hace.
En su libro no alcanza a incluir las películas de este año, que llevaron más público de manera presencial y online que las de años anteriores. ¿Qué opinión tiene de El agente topo, Pacto de fuga, La cordillera de los sueños y Tengo miedo torero?
Me gusta mucho El agente topo, es una película extraordinaria. Reconozco que no he visto La cordillera de los sueños ni Tengo medio torero, pero ya me pondré al día. Pacto de fuga me pareció bien en términos generales, pero más convencional y con algunos personajes algo estereotipados, más cerca de ser siluetas. Sin embargo es un buen esfuerzo en el género y estaba claro que buscaba tener un público masivo. Eso se notaba desde la campaña publicitaria hasta la manera en que estaba hecha la película.
¿Qué cineastas o películas rescata en el cine chileno?
En general se trata de filmes más bien pequeños que quizás no tuvieron mucha exposición en su momento a excepción de La vida de los peces, de Matías Bize. Me interesa el cine de Fernando Lavanderos (Y las vacas vuelan, Las cosas como son), el de Jerónimo Rodríguez (El rastreador de estatuas), lo más reciente de Cristián Jiménez y Alicia Scherson (Vida de familia, 2017), las películas de Ernesto Díaz (Kiltro, Mirageman, Santiago Violenta) por su energía y por su moral a pesar de que puedan tener defectos que en última instancia dan lo mismo. Lo interesante de él es que sus personajes parecen ser niños en cuerpos de adultos y hay un camino a explorar en ese sentido en el cine chileno: guardando las distancias, Alfred Hitchcock también utilizaba el género para resolver los problemas de identidad de sus personajes. También me gusta el cine de Maite Alberdi (El salvavidas, La once), el de Ignacio Agüero (Ese día), las primeras dos películas de Sebastián Silva (La vida me mata y La nana), El circuito de Román de Sebastián Brahm o las películas de Che Sandoval (Dry Martina), a quien si le interesan las comedias y si cuida mucho de sus personajes. Los quiere. Y en un lugar diferente, aprecio a José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola, muy punkies y radicales en su propuesta. Cada vez que veo sus películas me perturban y me quedo pensando a pesar de que no estoy tan cerca de las sensibilidades de ellos. Es evidente que saben lo que hacen y están en control de lo que hacen, sea en ficción o en documental. En fin, si mi libro sirve al menos para que alguien pueda redescubrir las películas de esos directores me sentiría feliz.
Las 19 películas chilenas que Ernesto Ayala volvería a ver
1. Y las vacas vuelan (Fernando Lavanderos, 2004)
2. El telón de azúcar (Camila Guzmán, 2005)
3. La nana (Sebastián Silva, 2009)
4. Turistas (Alicia Scherson, 2009)
5. Te creís la más linda (José Manuel Sandoval, 2009)
6. La vida de los peces (Sebastián Bize, 2010)
7. El edificio de los chilenos (Macarena Aguiló, 2010)
8. El mocito (Marcela Said y Jean de Certeau, 2011)
9. El circuito de Román (Sebastián Brahm, 2011)
10. Educación física (Pablo Cerda, 2012)
11. El salvavidas (Maite Alberdi, 2011)
12. El otro día (Ignacio Agüero, 2012)
13. Matar a un hombre (Alejandro Fernández Almendras, 2014)
14. Santiago Violenta (2014, Ernesto Díaz Espinosa)
15. La once (2014, Maite Alberdi)
16. Los castores (Nicolás Molina y Antonio Luco, 2014)
17. El rastreador de estatuas (Jerónimo Rodríguez, 2015)
18. La vida en familia (Cristián Jiménez y Alicia Scherson, 2017)
19. Il siciliano (José Luis Sepúlveda, Carolina Adriazola y Claudio Pizarro, 2017)
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