Gepe: “Mis canciones son un tributo a la música y sus posibilidades”

Gepe. Foto: Rocío Mascayano
Gepe. Foto: Rocío Mascayano

En conversación con Culto, el artista reflexiona en torno al impacto y el desarrollo de la música popular en las últimas décadas, mientras que también comenta cuáles son sus álbumes favoritos de 2020 y recalca la importancia de la expresión artística en el bienestar de las personas. “Es una dimensión humana que es súper necesaria y no sutil, como nos quieren decir. Creo que un artista tiene muy buenas herramientas para sobrevivir en la vida”, declara.


Pasadas las cinco de la tarde, Gepe (Daniel Riveros) llega apresurado al escritorio de su casa y prende la cámara de su computador para nuestra reunión en línea.

—¿Te molesta si me voy a lavar las manos? —pregunta con un suave tono de voz, mientras respira agitado y mira fijo al lente.

Durante la tarde, el músico estuvo en las grabaciones de una sesión audiovisual de Belencha (Claudia Mena), cantora que ha estrenado los sencillos “Pajarillo” y “Un poquito de tu amor” este año y que se prepara para publicar un disco en 2021, bajo la producción de Cristián Heyne y el mismísimo Gepe.

A pesar de que esta será su primera entrega discográfica bajo ese seudónimo, Mena tiene credenciales extensas en el circuito nacional. Fue una de las últimas discípulas de la maestra Margot Loyola —a quien Gepe le rindió un homenaje en el álbum Folclor Imaginario (2018) y sobre el que un año más tarde salió un documental dirigido por Nino Aguilera— mientras que también formó parte de El Parcito y grabó el disco Quisiera ser palomita (2017) en formato solista.

—Me atraen los artistas que tienen un mundo no solo en aspectos de personalidad, sino que también en lo que es tener un cuento y un lenguaje propio. Puede ser desde alguien que haga trap o cueca hasta una persona que esté metida en la música clásica o en el metal, lo esencial está en que se diferencie de los demás y ese es el caso de la Belencha, tiene un pie dentro de lo folclórico y otro en un espacio de infinitas posibilidades —comenta el músico y productor.

Y la verdad es que aquel sentimiento de exploración también se manifiesta en la discografía de Gepe, con un total de ocho álbumes de estudio —además de uno que publicó con Alex Anwandter en 2013— en los que ha incursionado en el folclor latinoamericano, los ritmos caribeños, electrónicos, cuequeros y andinos, creando así una propuesta multicultural que se presenta en clave de pop.

En conversación con Culto, el artista reflexiona en torno al impacto y el desarrollo de la música popular en las últimas décadas, mientras que también comenta cuáles son sus álbumes favoritos de 2020 y recalca la importancia de la expresión artística en el bienestar de las personas.

Gepe. Foto: Rocío Mascayano
Gepe. Foto: Rocío Mascayano

El próximo sábado 26 de diciembre te presentarás en el festival Fpay $10, un concierto en línea en el que las entradas tienen un valor de 10 pesos y en el que también estarán Santa Feria, La Combo Tortuga y Princesa Alba, quien colaboró contigo en el sencillo “Tupenaesmipena” del disco ULYSE (2020). Si bien, cada uno tiene un estilo particular, también comparten ciertas similitudes sonoras dentro de la música popular. ¿Cuál sientes que es el factor que los reúne en este ciclo?

—Creo que la gracia de la música chilena es que cada artista es súper distinto al otro, por muy cercanos que sean en generación. Me pasa con la Princesa (Alba), sin duda, pero también con compañeros generacionales como la Javiera (Mena), el Alex (Anwandter) y el Pedro (Piedra); cada uno inventó su propio cuento de una manera orgánica. Eso es lindo y me da la sensación de que eso también ocurre con La Combo Tortuga y Santaferia, siento que entre ellos y yo, existe la misma distancia estilística que tengo con la Princesa, en términos de onda. Es bacán que exista ese abanico de posibilidades tan diversas, es muy valioso y la gracia de los festivales con bandas nacionales. No es como que todos sonemos igual a Los Prisioneros o La Ley, por decir algunos nombres al azar.

Este año se estrenó el documental Sueños por cumplir (2020) que Nino Aguilera y Mario Benavente rodaron sobre el último disco de Pedropiedra, titulado Aló! (2020). Ahí, él y su banda tocan cada una de las canciones del álbum, mientras que al igual que en la entrega de estudio, tú apareces para colaborar en “Abuela Come On”, al interior de una sala de ensayo que está llena de focos con luces de colores en distintos ángulos. ¿Cómo cambia la interpretación en un espectáculo cuando no es frente a un público presencial?

—Me da la impresión de que estos conciertos, sean pregrabados, en directo, desde el baño de tu casa o desde un recinto x, tienen un aspecto particular que solo se puede dar en el universo en línea. Desde la perspectiva del artista, hay un escenario audiovisual preparado únicamente para la circunstancia, el cual no puede reproducirse de la misma manera en un evento presencial. Con esto me refiero a los focos que mencionas, pero también a los espacios que se muestran, el sonido acústico y la extensión de las conversaciones que se dan entre medio.

Hemos tenido la suerte de hacer un montón de recitales así en diferentes circunstancias, ya sea en solitario, con músicos invitados o con la banda entera. Y siempre se ha creado una especie de intimidad especial que se puede dar tanto en la casa como en el transporte público, se recibe la información de una manera distinta a como era antes, en donde esperabas muerto de hambre, calor o frío. Una cosa jamás va a reemplazar a la otra, solo son mundos distintos. Antes de la pandemia veía eventos en línea sentado desde mi escritorio, pero ahora lo hago lavando la loza, acostado o haciendo cualquier otra labor, se genera una nueva realidad.

Con el transcurso de los años, pareciera que las audiencias se muestran cada vez más abiertas a escuchar nueva música, en contraposición a un sentido de pertenencia exclusivo de arraigo en un solo género. ¿Cómo ves este escenario?

—Creo que el gusto circunstancial tiene que ver con la abundancia de información y con la facilidad que se tiene para acceder a ella. Si alguien te dice el nombre de un artista, no te cuesta nada recordarlo para después buscarlo en internet y escuchar su música. Antes tenías que bajar el álbum de Audiogalaxy, sintonizarlo en una radio, pedírselo prestado a un amigo o comprarlo en una tienda; implicaba un esfuerzo que también te generaba un valor especial, de “lo que yo tengo, me pertenece”. Por eso antes la gente pensaba que cuando los artistas cambiaban o se volvían más poperos se estaban vendiendo, era una sensación de “todo el esfuerzo que hice para conectarme contigo fue en vano, porque mira lo que hiciste”. En cambio, ahora el acceso es más fácil y hay un catálogo tan grande que de repente estás buscando a un grupo en una plataforma de streaming y te aparecen varias recomendaciones de artistas similares. Tenemos el “algoritmismo” y el “randomismo” tan adentro, que de ahí nadie nos va a sacar. También tengo la sensación de que la gente escucha cada vez más playlist; yo siempre fui muy fanático de los discos, pero ahora estoy escuchando listas que ni siquiera hago yo, sino que me aparecen en Spotify por el algoritmo.

¿Qué tipo de playlists?

—Voluntariamente, he estado metidísimo con Willie Colón, Santana y esa onda latina setentera, además de todo lo que es salsa y son cubano; esa es la música que estoy estudiando, en cierto sentido. De lo que me llega de vez en cuando mientras estoy haciendo otras cosas, como leer o estar echado, escucho música contemporánea. Acabo de leer un libro sobre Morton Feldman y lo he escuchado mucho, al igual que a todos sus amigos, como Iannis Xenakis, Ellen Fulman, entre otros, todas esas personas con ese rollo de vanguardia. Soy variado, también escucho a Drake, cuecas, Beck y hoy puse a The White Stripes con todo.

¿Y has descubierto a artistas que no conocías y que te terminaron gustando demasiado?

—¡Sí! Muchos grupos españoles, como Sen Senra, Blanco Palamera y Rusowsky, esos tres principalmente.

Gepe. Foto: Rocío Mascayano
Gepe. Foto: Rocío Mascayano

Música y transversalidad

A lo largo de tu carrera, has fusionado elementos del folclor latino con ritmos caribeños, electrónicos, andinos, cuequeros y sonidos alternativos, por mencionar solo una muestra. Con estas bases, has creado una identidad artística de carácter multicultural que se presenta como una propuesta de pop, ¿cómo se reúnen todas esas influencias cuando estás componiendo?

—Me encanta estudiar y tener conciencia del fenómeno artístico, sobre todo en Chile, que es un país tan extraño culturalmente, en donde hay un desarraigo cultural oficial, por decirlo de alguna manera. El arte está precarizado al extremo, sobre todo ahora, alguien que quiera partir una carrera musical se podría desanimar muchísimo, debido a la sensación de que nadie lo va a escuchar. La situación es muy compleja y, en ese sentido en particular, me interesa mucho que se abran espacios. Siempre quise que la mayor cantidad de gente me escuchara, pero no tenía que ver con sonar en todos lados, sino que con un aspecto más ingenuo, de no tener ningún prejuicio musical. Algo así como “me gusta ene Stereolab, pero también Madonna, Britney Spears y Natalia Oreiro”. He comprobado que en mis conciertos, sobre todo en los más grandes, han estado desde niños de 4 años hasta gente mayor. Creo que es una consecuencia lógica en el sentido de que hay honestidad en el trabajo. Si bien, mi música tiene que ver con códigos que yo manejo, los abro para que ustedes digan si es folk, pop, electrónica, trova u otro género, todas esas opciones son verdad.

Tu último álbum, titulado ULYSE, incluye colaboraciones con Vicentico, Natalia Lafourcade y Princesa Alba. ¿Crees que eso también te permite llegar a un rango etario más amplio?

—Sí, totalmente, pero no es algo tan consciente, más bien es una consecuencia que deriva de una intención profundamente honesta: mi amor más intenso por la música. La amo y me ha dado todo en la vida y más, mis canciones son un tributo a la música y sus posibilidades. Eso, unido a un elemento súper circunstancial. Yo siempre fui el más chico de mis amigos de barrio, de mis primos y de un montón de espacios, por lo que siempre escuché artistas que los más grandes reproducían y que eran súper disímiles. Mi vecino del lado derecho de cuando tenía 8 o 10 años, siempre ponía metal chileno como Pentagram y Criminal, otro compadre hacía lo mismo con hip hop tipo Cypress Hill, mientras que el que vivía al frente reproducía cosas más alternativas, como Nine Inch Nails, The Smashing Pumpkins y Sonic Youth. En el fondo, me quedé con todo y siempre tuve esa idea de que las posibilidades musicales son infinitas cuando combinas distintas aristas, es como los números de teléfono, nunca se van a repetir, se supone que cada uno es único. Creo que cuando tienes una intención sincera y de amor profundo por lo que estás haciendo, a algo se llega y me da la impresión de que ese ha sido mi caso.

Esa dirección de mezclar influencias diversas, también va muy de la mano con las propuestas de artistas como Arca y Nathy Peluso...

—¡Gigante Arca! La más grande, es como reggaetón con Throbbing Gristle y todos esos sonidos industriales y noise. Es muy inteligente y excesivamente artística, además de que cambió de género, es una persona muy humana, se muestra, abre y desdobla tal cual como es. ¡Nathy Peluso es tremenda! Al igual que Kali Uchis, aunque mi disco favorito del año es el de Nathy Peluso, le he dado como caja a ese álbum. Suena tan bien y tiene una banda detrás que en verdad no es una banda, está producido por pedazos, pero me encanta eso de parecerse a un grupo real y creo que incluso puede llegar a más aspectos distintos.

Y de los álbumes chilenos, ¿cuál sería tu favorito de 2020?

Fuero Interno del Bronko (Yotte), es el que más he escuchado.

Entre las canciones que estrenaste este año se encuentra “Por favor avisa”, la cual se presenta como una reflexión en torno a que cada elemento que te compone, como si eres hombre o mujer o si perteneces a un sector socioeconómico específico, moldea lo que será tu futuro y la libertad con la que podrás desenvolverte. En este sentido, ¿a qué crees que se enfrentan los niños y jóvenes que quieren vivir del arte en cualquiera de sus disciplinas?

—Es una buena pregunta para alguien como yo, debido a que me tocó una crianza de cierta manera y terminé haciendo algo que va absolutamente en contra de lo que mis orígenes me dictaban. Mi familia, con la mejor de las intenciones, pensaba que si yo era artista, no iba a sobrevivir. Lo decían porque me quieren mucho y veían la realidad. Me quedé siempre con esa idea hasta que finalmente llegué a serlo por mis propios medios y ahora puedo vivir de esto felizmente. Es súper difícil, pero por lo que veo en el entorno que me rodea, no conozco a ninguna persona de ninguna profesión u oficio que no haya pasado por una crisis vocacional. No sé si son los tiempos o qué. El que estaba trabajando en una industria en un puesto que le daba plata, se fue al sudeste asiático a vender agua de coco y el que era arquitecto, se fue a vivir a una choza en la playa y vive con lo que puede. Me ha pasado a mí también, he pensado “la música me cansó un poco, pero me encanta hacerla, pero no quiero tocar más en vivo, ¿o si quiero?”. Creo que todos los caminos son súper complejos de desarrollar en Chile o donde sea, probablemente más en los países tercermundistas, porque no hay un reconocimiento de las artes como un bien necesario, como supongo que debería ser. Lo veo en mis amigos, quienes han tenido cuestionamientos tan grandes que se replantean lo que están haciendo, pero sí podría decir que los que son artistas tienen una mejor base emocional al respecto, con una visión de que las problemáticas se pueden utilizar a su favor. Cuando vi todo negro y no quería hacer más música, después terminé haciendo muchas más composiciones, di vuelta la tortilla. Por eso considero importante que en los colegios se enseñe arte obligatoriamente, es una dimensión humana súper necesaria y no sutil, como nos quieren decir. Creo que un artista tiene muy buenas herramientas para sobrevivir en la vida.

$10 Fest
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