Columna de Alberto Fuguet: Adiós a todo eso (el gran paréntesis)
El ojo se ha fragmentado. De los géneros pasamos a los nichos. De tanto crear multisalas y minipantallas, obtuvimos varias pantallas privadas que muchas veces ni encendemos.
Ya vamos a cambiar de año. Falta poco. Ánimo. Este será uno de los años más odiados, sin duda, pero no por eso menos citados. El 2020 se pegará primero como piñén, luego como tatuaje y, finalmente, como chip. ¿Te acuerdas del 2020? Todos lo harán. Lo tenemos más que claro: será nuestro gran telón de fondo donde contaremos nuestras pesadillas.
¿Vieron Songbird, la nueva cinta trash del Covid-23 en un Los Angeles post 2091, post Covid-19, post 2020? Actúa el chico de Riverdale, que resulta que no era pelirrojo, y Demi Moore es una mujer blanca privilegiada que trafica salvoconductos electrónicos (pulseras amarillas). Funciona. Mucho despachador en bicicleta por avenidas vacías. La nueva estética. Los marginales de vuelta al centro. Una historia de acción B y basura robada de los titulares de las noticias, a la antigua. Bien, classic.
Pero qué implica ver. ¿Dónde se ve? ¿Quién la vio? ¿Quién, en efecto, la reseñó? ¿Dónde está María Romero ahora que más la necesitamos? Necesitamos guía. Mucha oferta puede ser, en efecto, mucho. Demasiado. ¿Puede enfrentarse el cine como antes cuando no hay cines? El ruido sale de las redes, pero también de eso que, con o sin máscara, se niega a morir: el boca a boca. Cerraron las plateas y nos dieron la decisión a cada uno.
Ya no es tan fácil ponerse de acuerdo en qué se ve. Depende del ánimo, no de la oferta. El ojo se ha fragmentado. De los géneros, pasamos a los nichos. De tanto crear multisalas y minipantallas, obtuvimos varias pantallas privadas que muchas veces ni encendemos. Siete mil opciones y nada que ver o que deseemos ver. Los que manejaban el negocio lo enterraron antes de asesinarlo. Los que cuidaban las puertas del buen gusto cayeron por obsoletos. Los que reseñaban se quedaron, por un lado, sin estrenos que den la luz o con demasiado contenido que llenaría las páginas del libro La historia sin fin. ¿Es el fin de la crítica? Casi. ¿Quién nos guía, o es que de verdad para algunos basta con un algoritmo? Insisto: de tanto odiar el cine, los intelectuales lo mataron. El cine (tal como lo conocemos) se acaba, quedará el 2020 como su fin. El 1979 intentaron hundir y enterrar la onda disco, pero la historia es sabia y permite segundas oportunidades y venganzas. La temporada de la destrucción y las despedidas. Goodbye to all that, como dijo Joan Didion. Adiós a todo eso, pero bienvenidos a lo otro que se ha instalado para quedarse un buen rato. Más que el regreso de la era de Acuario, estamos en el gran paréntesis.
¿Se puede hablar de cine si ya no es en el cine? La mayoría dejó de ir hace rato. Para muchos, dos generaciones al menos, el recuerdo cinematográfico está asociado a la casa. Al cable, a las mantas, a las almohadas, al vhs, a computadores. Más aún en época de nostalgia navideña. Los que hablan de cine ven streaming. ¿Hora de cambiar de término? Ni cine ni película ni filme valen. No se dan en una sala cine, no se ruedan en celuloide, ya no hay película o filme que proyectar. ¿Vaina? ¿Cosa? Película es la mejor, mejor que cinta que es más navideña que digital. Archivo es muy frío. Hasta yo casi ni bajo torrents y sumo suscripciones.
Este fue un año —dicen— en que se perdió más que se ganó. Lo que sí es cierto es que ya no hay estrenos de navidad cinematográficos tal como los conocimos. Soul, de Pixar, es espectacular y parece muy actual para estos momentos, pero, ¿es muy conservador pensar que habría conectado más en cines? Cierto: la lanzaron este 25 como regalo (previa suscripción), pero ahora parece algo más íntimo que masivo. Buena parte de las películas consideradas canónicamente pop se estrenaron un 25 de diciembre en cines. Esas cintas, algunas ambientadas con árboles de Pascua pero casi todas asumiendo su componente de espectáculo, funcionaban como espectáculos colectivos y ansiados, eran los blockbusters que concitaban la atención de todos y llegaban justo para esa fecha como una suerte de regalo, aunque no era gratis. Tiburón, E.T., Gremlins, El imperio contraataca. Eran, más bien, un espectáculo masivo, transversal, para todos, al que nadie podía mantenerse ajeno porque, entre otras cosas, la oferta era acotada y todos hablaban de lo mismo. ¿Pasará esto con Mujer maravilla 1984 que debutó el viernes en todas partes y, a la vez, en ninguna? O me equivoco: ¿un plasma no es un lugar? Todo esto suena a muy vieja ola, lo sé. Fue la interrogante desde que erraron los cines en los malls y luego quemaron uno en Plaza Dignidad y luego las plateas se infectaron con el virus.
¿De qué hablamos cuando hablamos de cine?
O, para decirlo de otra manera, ¿desde cuándo empezamos a dejar de ir al cine y verlo de otras maneras y con otros soportes?
El lugar del cine se llama ahora streaming y lo que importa son las historias.
Simple, aunque tenga algo de cataclismo.
Los que creen a pie juntillas en el futuro defienden el colapso de lo análogo y celebran la pandemia (y los estallidos) como la gran oportunidad de saltarnos al menos unos 10 años hacia adelante en prácticas digitales. Puede ser. O, dicho de otra manera, sin “todo esto” nos habríamos demorado más en tomar decisiones dolorosas análogas o de formas de vida o de prácticas. Hace 18 meses, un tipo que hubiera solicitado un horario flexible o teletrabajar, habría sido, si no despedido, ridiculizado. Los críticos hablaban teóricamente del fin del cine cuando al final fue la muerte de las salas de cine. De nada sirvió mejorarlas, adjuntarlas a los malls. El cine ingresó al hogar. No nos interesan tanto los cines, sino las películas. Son espacios transitorios o no lugares. Fueron lindos mientras duraron. Qué se recuerda más: ¿el filme o el lugar?
Son días en que un cineasta podría rodar algo así como un remix/cover/remake de La última película, de Peter Bogdanovich. Los cines caen o pasan cerrados (no así los pubs, no así los malls), pero el verdadero tema es otro y es uno que se veía venir hace rato: ¿vale la pena que existan?
Esta es de una esas preguntas que nadie desea hacer y, a veces, ni siquiera se comenta: para qué sirven los cines. Y si los queremos tanto, por qué hemos ido tan poco. Hace unas semanas se produjo un cataclismo mayor, que se parece a la decisión de dejar de rodar cintas mudas y apostar por el sonido. Warner Bros., apremiada por tener sus suspender sus estrenos, asumió lo que analizó hace más de ochenta o noventa años: ¿qué tienen que ver los dueños de los cines con los que producen las cintas? Warner usará a HBO Max para estrenar. Que un filme se exhiba en una sala es menos dinero para el productor. Al ver que el futuro de los teatros-con-butacas se veía gris, los de la WB optaron por anunciar que todas las películas que estaban en sus bodegas las iban a “subir” en su plataforma de streaming el mismo día en que llegaran a los cines. Es decir: cada uno opta. O ni tanto, si siguen las cuarentenas o si el verdadero virus, que se ha inoculado, es ver lo que quiero cuando quiero. Es cierto: de hace unos meses, las películas duraban poco y nada en cartelera y al rato aparecían legal o ilegalmente para su consumo doméstico. El terremoto de WB, de escupirles a los cines, es algo del futuro, para lo que no estábamos del todo preparados.
¿O sí?
¿Por qué una estrella mayor y de tanto prestigio, como Meryl Streep, opta por dos películas hechas directamente para el streaming? De seguro es porque desea conectar con gente y sabe que al cine no asiste nadie de su target (o casi nadie, que es como lo mismo). Lo colectivo, se sabe, será fragmentado. Norma Desmond, la vieja diva del cine mudo en El ocaso de los dioses, lo dijo claro: “sigo grande, son las películas las que se empequeñecieron”. Seguimos grandes. Tanto, que a lo mejor ni siquiera necesitamos los cines análogos, aunque sí una banda ancha de temer.
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