El maestro olvidado de Los Ángeles Negros
Sergio Rojas estuvo poco más de un año en la banda chilena, pero marcó a fuego su historia: los bautizó con su nombre y propuso a Germaín de la Fuente como su cantante. Se retiró para ser profesor y, tras la reciente muerte del guitarrista Mario Gutiérrez, es el único que queda vivo del núcleo más original del conjunto.
Fue un período breve en el que Sergio Rojas (75) sintió un ligero arrepentimiento. “Para qué te voy a decir que no: hubo un tiempo en que pensé que podría haber seguido. Cuando llegaron las lucas, cuando los vi llegando a todos en autos del año, en un Ford o un Camaro, con los dólares corriendo como agua, con un poder económico gigante”, admite hoy el músico ante el destino que pudo también haber sido suyo, pero no.
“Preferí seguir trabajando como profesor de música, que era lo que había estudiado. Pensé maduramente y sentí que estar en un grupo no era para mí, porque reflexioné en ese momento: ‘Y si me va mal en esto, si me meto en el trago o en la droga, que ya estaba muy fuerte, si al final no sirvo para esto’. Al final concluí que estuvo bien lo que decidí y nunca más me volví a arrepentir. Felizmente lo superé y me dediqué a mi familia y a mi hogar”, retoma ahora con respecto a la vida que sí fue suya, pero que por lo mismo lo situó como un protagonista mucho más anónimo en la carrera de una de las agrupaciones más relevantes y populares nacidas en Chile.
Sergio “Checho” Rojas fue parte del núcleo embrionario que después dio cuerpo y existencia a Los Ángeles Negros, el conjunto que nacido en la lejanía sureña de San Carlos revolucionó la música latinoamericana -tal como antes lo habían hecho Lucho Gatica y Violeta Parra, oriundos también de provincia- y que hasta hace sólo un par de semanas seguía como un colectivo aún en actividad.
La muerte en México en enero y por Covid-19 de su guitarrista, líder y también fundador, Mario Gutiérrez, puso fin a las más de cinco décadas de historia de la banda y, de paso, dejó a Rojas como el único sobreviviente de sus primeros días, responsable además de hitos decisivos en su desarrollo, pese a haber contado apenas un año en sus filas y a haberse retirado para consagrarse a las aulas cuando el conjunto crecía como un titán capaz de dominar el ideario romántico de la región.
“Por eso, no hay que equivocarse en la historia. Y siempre hay que ser preciso con todo lo que se cuenta de Los Ángeles Negros”, refuerza Rojas taxativo, entendiendo que el devenir de la banda siempre estuvo crispado por fracturas personales o litigios de marca, como si las heridas amorosas descritas en sus canciones también fueran los tormentos que ellos mismos vivieron como compañeros de grupo.
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En 1967, Mario Gutiérrez formó junto a un par de compañeros de la Escuela Consolidada de San Carlos su primera agrupación, bajo el objetivo de replicar el vértigo del rock instrumental de moda en la escena anglo, pero también -quizás más importante- para ganarse la mirada y la idolatría de sus compañeras. Sin ni siquiera tener un nombre, varios integrantes se fueron retirando, hasta que la formación más definitiva la integraron el baterista Christian Blaser y el bajista Luis Alarcón.
El proyecto sufrió otra baja: Alarcón se fue a un grupo sancarlino mejor aspectado y que se perfilaba como competencia, Los Crawfish. En ese minuto decidieron sumar a “Checho” Rojas, un conocido de San Carlos también amante de la música, aunque con varias singularidades: era mayor que ellos, con 22 años; era profesor normalista de varios establecimientos de la región, y ya contaba con experiencia en otras bandas, pero vinculadas al bolero, precisamente el cancionero con el que Gutiérrez y los suyos no comulgaban.
“Ellos eran muy jóvenes y musicalmente no había mucho que rescatar. Tenían eso sí mucho entusiasmo. No recuerdo tampoco que tuvieran un nombre tan claro, aunque se hacían llamar The Blue Arrows, típicos nombres en inglés de esos años. Cuando me invitan, sentí que les faltaba un vocalista. Yo podía cantar, pero preferí que no. Entonces al poco andar me atreví a proponerles un cantante”, rememora Rojas
El educador había sido parte del Trío Inspiración, un grupo de la zona inspirado en el bolero y el trabajo vocal del grupo mexicano Los Panchos, y donde había compartido con el vocalista Germaín de la Fuente, también ampliamente conocido en San Carlos.
“Pero me dijeron que no. Con Germaín, no. Me insistieron: ‘Nosotros queremos otra cosa y él canta pura música mexicana’. Yo les seguí diciendo que él era dueño de un potencial gigante, que era capaz de cantar desde Los pollitos dicen hasta Granada, pero me siguieron diciendo que no. No me creían”.
Según el libro Cómo quisiera decirte: la historia de Los Ángeles Negros, de Pablo Gacitúa, uno de los motivos del portazo indeclinable a De La Fuente era su fama algo nebulosa: él mismo ha dicho que por esos días era mirado como un joven trasnochador y bohemio.
“Pero me la seguí jugando por él hasta que me dijeron que sí”, completa Rojas. “Me dijeron que fuera al primer ensayo, y Germaín no llegó. Al segundo, y tampoco llegó. Hasta que me advirtieron: si no llega al tercero, que se olvide del puesto. Entonces lo fui a buscar yo mismo. Estaba con una amiga en una casa, me decía que lo esperara y que lo esperara, entonces me puse a esperarlo afuera. Hasta que lo eché arriba del vehículo y me lo llevé nomás. Al llegar lo miraron como un pájaro raro, pero después todos se fueron dando cuenta de que ahí podía haber cierta química musical”.
De esa forma, en marzo de 1968, la banda consagró una formación integrada por Gutiérrez, Blaser, Rojas y el recién llegado De la Fuente. Según algunas versiones, por esa misma fecha también se habría sumado un quinto integrante, Federico Blaser, hermano de Christian.
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Como fuere, el incipiente proyecto estaba decidido a dar un salto mayor. Primero, para no agrietar las ganas iniciales, optaron por fusionar el timbre telúrico y melódico de Germaín con el gusto por el rock de Gutiérrez. “Mario era un cabro muy joven. No tenía muy buen oído, pero era súper estudioso. Tenía memoria táctil, lo que le enseñabas en guitarra jamás se le olvidaba”, relata Rojas.
Segundo, se inscribieron en un concurso organizado por la radio La Discusión, de Chillán. Pero antes de ello, hubo otra resolución fundamental: ponerle un nombre a lo que estaban creando.
Rojas sigue: “Nos sentamos a conversar cómo se iba a bautizar el grupo y salieron distintos nombres, casi todos en inglés: Los Coopers, Los Dasks. Yo pensé: si está Pat Henry y Los Diablos Azules, ¿por qué no nos podemos llamar Los Ángeles Negros? Algunos se opusieron, pero finalmente gustó”.
Por lo demás, los recién nacidos Ángeles Negros tenían la urgencia de contar con un nombre para participar en el evento radial. Así lo hicieron, hasta que ganaron el concurso en junio de 1968 y obtuvieron como premio la posibilidad de grabar dos canciones para el sello Indis: Porque te quiero y Días sin sol.
Pero semanas después del triunfo, Rojas abrió el desaparecido diario Clarín y leyó: “Los Ángeles Negros se presentarán esta noche en Santiago”. “Me di cuenta de que ya había otros grupos copiándonos el nombre y que había que reaccionar rápido inscribiéndolo en la institución que correspondiera”.
A la semana siguiente, Rojas le encargó a Mario Gutiérrez que fuera hasta la Dirección de Industria y Comercio de Santiago (Dirinco) a hacer el trámite. En este punto, los miembros del grupo en el curso de los años han entregado distintos matices sobre este hecho, aunque todos coinciden en lo esencial: por distintos factores propios de una era sin legislaciones claras al respecto y en una industria artística aún precaria, Gutiérrez registró la marca bajo su nombre, lo que le permitió manejarse como propietario de Los Ángeles Negros en las décadas siguientes.
Rojas entrega su versión: “No había celulares y cuando Mario estaba ya en Santiago, me llama de un teléfono y me dice ‘Checho, dame tu número de carnet para inscribir el nombre de Los Ángeles Negros’. Le respondí: ‘Hazlo con el tuyo nomás, no hay problema’. Y quedó a nombre de él. Pero debo reconocer que no lo hizo en ningún caso con mala intención”.
El grupo nuevamente se sobrepuso a circunstancias que parecen haber marcado su sino desde siempre, iniciando una espiral de éxito que los llevó a su primer disco (Porque te quiero, de 1969) y a varias giras, entre ellas una con estrellas de la época como Óscar Arriagada, Gloria Benavides y el mexicano Miguel Aceves Mejía. De ese periplo, Rojas llegó destruido.
“Viajábamos en un bus sin comodidades, los instrumentos debíamos cargarlos nosotros, tenía las amígdalas destrozadas, había fallecido mi padre. Mi madre me dijo que podía perder mi trabajo como maestro al estar en un grupo. Así que me decidí irme”.
Tras la renuncia, fue reemplazado en el bajo por Nano Concha, quien disfrutaría del estallido internacional de la banda. “Vi que se iban de gira a México o Colombia, y volvían cada vez mejor. Ya no me arrepiento de eso, seguí con mi familia y mi hogar. Fui profesor de música, también de educación física, me compré un camión para trabajar la madera en Santiago, lo que me permitió educar a mis hijos. Fui muy feliz”.
Muchos años después, en los 2010, Rojas se reunió con Christian Blaser -fallecido en 2018- para formar un conjunto paralelo llamado Los Ángeles Negros Históricos. Como dueño de la marca, Gutiérrez expresó su molestia por el caso. Rojas, como uno de los sobrevivientes más anónimos de la increíble trayectoria de Los Ángeles Negros, hoy prefiere mirar su pasado en paz: “Todos tuvimos un distanciamiento, pero ahora ya no había problemas entre nosotros”.
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