Margarita García Robayo: “Hay una creencia falaz de que Colombia es un país feliz”
La escritora colombiana acaba de publicar en nuestro país, vía Alfaguara, el libro El sonido de las olas, que compila tres de sus novelas breves. En ellas, sus protagonistas –mujeres jóvenes–, buscan arrancar de una sociedad que ven estancada por una mentalidad basada en el conformismo. En conversación con Culto, la oriunda de Cartagena también se refiere al estallido de protestas y violencia que vive su país.
Si hay algo que la escritora colombiana Margarita García Robayo (41) tiene claro es que el hecho no se originó de manera craneada. Fortuitamente, se dio que tres novelas breves de su autoría -Hasta que pase un huracán (2012), Lo que no aprendí (2013) y Educación sexual (2017)- comparten un hilo conductor común. A primera vista, hay uno notorio: están protagonizadas por mujeres jóvenes, pero eso es apenas la epidermis. De fondo, hay un sustrato social no menor.
“Son mujeres jóvenes que no se sienten parte de su lugar. Tienen esa incomodidad de sentirse permanentemente expulsadas por una serie de costumbres y tradiciones. Los tres libros apuntan a un sector social que está muy presente en Colombia y en el Caribe que es la clase media. Esta no tiene mucha escapatoria, porque en Colombia no está muy presente la idea de ascenso social”, dice García Robayo a Culto por Zoom, desde Buenos Aires, ciudad donde reside hace 17 años.
La oriunda de Cartagena apunta a un factor clave; la mentalidad. “La gente que nace en un estrato social, muere en ese estrato social, la desigualdad es un karma que no se va. Las tres novelas están ligadas por esa sensación de querer irse de ese lugar que supone un estancamiento, de salir de esa sociedad en que han crecido y donde se sienten incómodas”.
Estas tres novelas breves forman el cuerpo de El sonido de las olas, una compilación lanzada recientemente por Alfaguara y ya disponible en Chile.
De estas tres novelas, ¿alguna que le haya costado más?
Fueron procesos muy distintos de escritura. Tengo la sensación muy fresca de cuando escribí la primera, cuando volví a mi ciudad, y me sentí tan molesta, incómoda e impotente con lo que yo veía a diario. Fui para el matrimonio de mi hermano. Era un invierno terrible, en el Caribe hay semi huracanes y lluvias tropicales que se llevan puesto todo lo que encuentran. Recuerdo el contraste entre lo que yo veía en los noticiarios, y al mismo tiempo en mi casa cómo se preparaban todos para el matrimonio. Esa negación de lo exterior es algo que siempre me incomodó. Me pareció sumamente violento. Las otras dos fueron más pensadas, pero la primera fue mucho más intuitiva.
Las tres están protagonizadas por mujeres. ¿Influyó el feminismo en esta decisión?
Cuando empezó el auge del feminismo, con lo del #MeToo y esas cosas, estas novelas ya estaban escritas. Toda la vida leí más mujeres, no fue una autoimposición, a lo mejor fue por un tema de afinidad y que tocan temas que me resultan más cercanos. Sí leí autores hombres, pero prioricé las mujeres por una cosa natural. Yo tengo cierta diferencia con este tema coyuntural del feminismo, porque me parece forzado, no creo que sea una coyuntura. Se viene alimentando hace muchos años, la autora de Harry Potter es famosísima y es mujer. No creo que haya influido el feminismo en mi escritura, más bien está incorporado.
¿Algunas lecturas que le hayan rondado para estas novelas?
Recuerdo muy puntualmente, en el caso de la primera, había leído recientemente Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. Siempre pensé que era una novela perfecta, porque tienen un argumento muy corto, de fácil alcance, pero de una profundidad infinita. Y al leerla, me di cuenta que quería acercarme a hacer algo así. También poesía, siento que es el mejor alimento que he tenido como escritora. Me gustan Pacheco, Estela Figueroa, Elvira Hernández, Blanca Varela, Sharon Olson, Louise Glück –a quien leía desde antes del Nobel–, Anne Carson y Fabián Casas.
Primera persona
Curiosamente, por estos días también circula en librerías nacionales Primera persona, editado por Montacerdos, y que compila ensayos y columnas que Margarita escribió para la revista brasileña, Piaui, donde trabajó un tiempo.
“Montacerdos es una editorial que quiero mucho, son amigos y tenemos gustos similares en torno a la literatura. Me gusta estar en las dos aguas, en editoriales grandes y en las independientes, porque son distintos públicos”, señala.
Los ensayos que incluye este libro tratan temas variados como inmigración, territorios, maternidad, lactancia, “Tiene un registro más bien ensayístico, no es ficción, tampoco diría que es estrictamente no ficción, no es periodismo. Es un híbrido, que tiene temas contemporáneos. Nunca se me ocurrió ofrecérselo a una editorial grande, además que es un material para un concepto más indie. Ha circulado solo en ese tipo de editoriales”, explica.
Entre Primera persona y El sonido de las olas hay un relato que se repite, Educación sexual...
Le voy a decir a los libreros chilenos que si llevan los dos, hagan un descuento (ríe). Son esas cosas cuando los libros son armados por editores. Nunca me di cuenta que iba a suceder, tampoco que salieran al mismo tiempo en un mismo país, es una coincidencia exclusiva de Chile.
“Hay que hacer un cambio de mentalidad”
El inmovilismo del que hablaba García Robayo al comienzo de esta entrevista, esa especie de condena a quedarse siempre en el mismo lugar social, al parecer es una certeza que está quebrando. Desde hace algunas semanas, y a raíz de un proyecto de reforma tributaria promovido por el gobierno de Iván Duque, Colombia se ha visto sacudida por una ola de protestas y de violencia, similar a lo que pasó en Chile durante 2019 y que desembocó en el proceso constituyente. Pese a vivir en Argentina, Margarita no se ha perdido detalle de lo que pasa en su país.
“Es terrible y es emocionante ver ese despertar. Es una historia que se viene repitiendo desde hace siglos, el karma de Colombia es la desigualdad. Esta cosa de que los poderosos siempre hicieron las cosas de manera tan impune que no hacía posible que cambiaran las circunstancias. Hay una esperanza de que se le puede poner un freno a todo esto”, dice.
¿Crees que el neoliberalismo es parte del problema?
Por supuesto. Creo que Colombia no está preparada para el neoliberalismo tan agresivo que siempre tuvo, pero tampoco soy partidaria de un estado súper proteccionista. Pero es que hay algo atrás que lleva muchos años, hay una creencia completamente falaz de que Colombia es un país feliz, eso estaba instalado en la población colombiana. La clase media piensa que la cosa está bien como está, que podríamos estar peor. Esa especie de conformismo, esa cosa resignada que se plantea como virtud está tan instalada que es muy difícil cambiarla. Es la misma sociedad la que pone freno a un cambio.
¿Y por qué crees que pasa eso?
Es que a la clase media le da terror la palabra revolución, la palabra resistencia. Pensá que es un país que viene de medio siglo de guerra. Donde el monstruo de la violencia era, supuestamente, la guerrilla, y siempre se identificó con la izquierda. Cualquier cosa que le digan a un abuelo que tenga que ver con esas palabras se asusta. No contribuye la historia reciente a que la sociedad acepte como mecanismo la protesta, la marcha, pero que hay que hacer un cambio de mentalidad, y creo que se está logrando.
¿Tienes fe en que la institucionalidad política pueda encontrar una salida a este conflicto?
No. Lamentablemente no tengo fe. Descreo demasiado, cualquier solución va a ser un placebo. La gente está enojada por todo, tuvo que salir a trabajar en pandemia, más encima le ponen una reforma tributaria, salen a marchar y los matan, la policía sale y los apedrean. Tendría que existir una clase política distinta. No hay una respuesta razonable a la situación, el Presidente se reúne con los sectores para conversar, pero para que Iván Duque comprenda la situación de ciertas comunidades, tendría que volver a nacer. Es muy difícil la interlocución con la clase política que tenemos, no está a la altura de presentar soluciones.
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