Jia Zhangke: Luces y sombras de la acelerada modernización china

Jia Zhangke (Fenyang, 1970) presentó Esa Mujer en el Festival de Cannes de 2018. La imagen corresponde a una sesión en el Palais des Festivals, cinco años antes. FOTO: Gareth Cattermole/Getty Images.

Esa Mujer es la primera película del aclamado cineasta chino en llegar a salas chilenas. También, una excusa para descubrir a un artista inclasificable, observador como pocos de los cambios que trajo consigo el capitalismo de Estado impulsado por Beijing en las últimas décadas.


Para cuando corren 39 minutos del metraje de Esa mujer (2018), vemos a Qiao (Tao Zhao) al interior de un auto de alta gama, ataviada de seda rosa, atenazando un puro y expresando sus deseos de comer albóndigas al vapor. Lo hace en compañía de Bin (Fan Liao), pequeño empresario nocturno que en cualquier película occidental o hongkonesa se etiquetaría de mafioso.

Pero esta no es cualquier película occidental o hongkonesa -por más que tribute a El killer, el clásico ochentero de John Woo-, sino una cinta china continental aprobada por Beijing, a cargo de un director que marida realismo y fantasía, contemplación y violencia, recursos argumentales y documentales. Por eso, no le extrañe al espectador que dos minutos más tarde una docena de motoqueros detengan el señalado vehículo y le den al mencionado Bin la pateadura de su vida, al punto de llevar a Qiao a tomar una pistola. Y a darle un uso, así como a asumir las consecuencias de habérselo dado.

He ahí un hito entre los varios que despuntan en dos horas y cuarto que ilustran casi dos décadas de aceleradas transformaciones de la sociedad china bajo el capitalismo de Estado y el régimen de partido único, así como las transformaciones del personaje protagónico, cuya intérprete es una presencia constante en la filmografía de su director. Y este director es, por su lado, un inesquivable del cine contemporáneo. Su nombre es Jia Zhangke –o Jia Zhang-Ke- y hace rato se le considera un maestro del nuevo siglo.

De ahí lo extraordinario del fenómeno que tiene lugar en las pantallas locales con una de sus cintas más recientes: recién re-levantadas algunas restricciones a la exhibición, es su primera película en llegar a salas chilenas. Y así es como lo que la crítica Barbara Scharres llamó “el retrato de un apetito insaciable por la vida en tiempos cambiantes, no siempre para bien”, tiene también algo de estreno absoluto.

Regalón de Venecia, premiado en Cannes, y San Sebastián, el realizador de El mundo y Más allá de las montañas ya dejó atrás Esa mujer: junto a la realización de un par de cortos, en 2020 presentó en la Berlinale el documental Swimming Out Till the Sea Turns Blue, crónica de un festival literario de provincia que es, también, una ponderación de la historia de un país. Sin embargo, no será fácil para cualquier espectador mínimamente motivado despercudirse de la impronta indefinible que deja una película como esta.

Y ni qué decir de una filmografía como la de Jia, conjunto extraño e iluminador, reflexivo y pop, al cual el director agrega nuevos aportes con frecuencia. “Mi ritmo es bastante rápido”, declaraba hace casi una década en el prólogo a un libro que compila dichos y escritos de su autoría: “De una película a la siguiente, no pasa generalmente más de un año y medio”. Eso sí, constata, “China evoluciona aún más rápido”.

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En 2014, el cineasta brasileño Walter Salles (Estación Central, Diarios de motocicleta) realizó un documental acerca de su colega Jia Zhangke, que poco antes había sorprendido –y hasta indignado- a parte del público y la crítica en Cannes con A touch of sin, filme que no se ahorra denuncias a la corrupción en provincia, como tampoco balazos ni crueldad con los animales.

La cinta de Salles, que terminó conociéndose en festivales como Jia Zhangke: A Guy from Fenyang, tiene entre sus cualidades la de reencontrar al director chino con su natal Fenyang, localidad más bien rural de la provincia norteña de Shanxi. Allí se pasea Jia por calles, callejuelas y casas que fueron parte de su vida y parte también de algunas de sus primeras películas (Pickpocket, 1997; Plataforma, 2000), que asoman en el propio documental, como si Salles tratara de hacer dialogar presente y pasado en una geografía urbana en mutación.

En ese mismo impulso, el documental se introduce en las distintas escalas de la historia, de la historia de un país a la historia personal de Jia: hijo único, como varias generaciones durante el largo gobierno de Mao, es el nieto de un cirujano de buen pasar que no llegó a conocer la Revolución cultural (1966-1976), pero cuya familia y descendencia conoció los efectos. En el caso de su padre, pareció haber un silencioso padecimiento de la lógica totalitaria de esta revolución que llevó a millones de habitantes urbanos a trabajar –y eventualmente a morir- en campos que debían cultivar con sus manos. Dice Jia haberse enterado mucho más tarde de que el progenitor llevaba unos diarios personales en los que anotaba su decepción y hastío, y que esos diarios fueron descubiertos y su autor denunciado como derechista y sancionado en consecuencia, como era costumbre.

Tao Zhao protagoniza Esa Mujer, en estreno en el Cine Normandie y en arcadiafilms.cl.

De ahí que un momento clave de la película de Salles muestre a su par chino contando cómo fue instalar al padre, a quien había dedicado el filme, frente a un televisor conectado a un VHS, para luego mostrarle durante casi tres horas ininterrumpidas Plataforma: una crónica de lo que pasó con una compañía cultural entre 1979-1989, dando señas variadas del fin de una época y del comienzo de otra, con no pocas observaciones críticas respecto de la política de ayer, ejecutada por el mismo partido que seguía gobernando en 2000. Era justo para el Año Nuevo chino.

Cuenta Jia que el papá no dijo nada durante el largo visionado y que nada dijo después de terminar, partiendo pronto a acostarse. Sólo al día siguiente, a la hora del desayuno y sin mirar a un hijo que derechamente le pregunto qué le había parecido Plataforma, se dignó a hablar mientras comía: “Si esta película se hubiese mostrado durante o antes de la Revolución cultural, sin duda te habrían considerado derechista. Te habrían etiquetado de contrarrevolucionario y de seguro te habrían encarcelado”.

El hecho de que no le pasara lo que pasó a su padre sugiere tiempos más benignos, si no con la disidencia, al menos con la creación china independiente en el nuevo milenio. Pero nada es tan obvio: Plataforma, como las películas anteriores de Jia, no se exhibió en su país, haciendo de Jia un cineasta localmente secreto, en paralelo a su creciente nombradía internacional. No siendo una persona muy notoria, tampoco había que preocuparse.

El punto de inflexión, que terminaría haciendo de Jia Zhangke una rara avis del circuito, llegó con El mundo (2004): este retrato de un parque temático que les lleva a los pequineses la Torre Eiffel o las pirámides de Egipto, es un comentario inaudito acerca de los alcances de la globalización, y lo haya o no entendido así Beijing, fue la primera de sus cintas aprobada por el régimen, lo que según el académico Brian Hu se debe más a un aflojamiento de la censura que a la posibilidad de que Jia se haya “vendido”.

De cualquier modo, algo no del todo explicable sostiene la relación entre el cineasta y el Estado. Un vínculo que en cierto modo recuerda el que tuvo la URSS con Andrei Tarkovski: que haga sus películas, pero que no se pase de listo. Y en eso siguió Jia durante la segunda mitad de la primera década del siglo, sorprendiéndose en ese esfuerzo a sí mismo y a un circuito festivalero que lo vio fusionar lo monumental y lo íntimo al compás de una modernidad rampante.

Así le pasó en 2006. Estaba haciendo un documental sin mayores pretensiones sobre un pintor de su gusto, cuando el artista le dijo que iría a la presa de las Tres Gargantas, el elefantiásico proyecto de ingeniería aún en curso en el río Yangtzé. Jia lo acompañó y en el lugar se dio cuenta de que una localidad completa, que no llevaba muchas décadas de construida, debía ser demolida y sus habitantes relocalizados. Eso, se dijo, era tema impostergable para otro documental, y en eso estaba cuando advirtió que los tipos humanos que registraba se resistían al formato. Entonces, con la misma cámara digital liviana que llevaba, viró hacia la ficción: el resultado fue Naturaleza muerta, protagonista hasta hoy de varios Top 10 con el mejor cine del milenio.

No se le crea, en todo caso, complaciente ni “achanchado”. Mientras no se ha privado de criticar las políticas cinematográficas oficiales, entregadas a su juicio al “Dios del comercio”, persiste Jia Zhangke en aguzar la mirada: “Si desde nuestro estrecho mundo podemos mirar la vida de los demás”, ha declarado, “seremos capaces de comprender”.

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