Daniel Saldaña: “Ciudad de México es casi como la cocaína, un tipo de estímulo que no necesariamente hace bien”
El autor mexicano acaba de publicar Aviones sobrevolando un monstruo, vía Anagrama. Un volumen que recopila crónicas y ensayos sobre lugares del mundo alejándose del enfoque turístico y más centrado en las relaciones con las ciudades. Además, en charla con Culto desmenuza un particular encuentro que tuvo en Chile.
Han pasado 14 años, pero el mexicano Daniel Saldaña París (36) aún recuerda con exactitud el momento. Contaba 22 primaveras cuando ganó una beca para escribir un libro de poesía. En el proceso se fue imbuyendo de lecturas, sobre todo de poesía chilena, con la cual dice tener “una relación de amor”. Pero Saldaña recuerda que “en esos años no era tan fácil conseguir libros de Carmen Berenguer o Elvira Hernández. La poesía chilena viajaba menos”.
Entonces, con el primer pago de la beca, no dudó en comprar un pasaje a Chile con el único fin de hacerse de libros de poesía nacional, y había un autor que le interesaba sobremanera.
Viajar no era un ejercicio nuevo para él. “Siempre ha sido así, desde chico viví unos años en Ciudad de México, otros años fuera, siempre he estado yendo y viniendo aunque no es tan raro. Muchos chilangos tienen esa misma relación, y no es tampoco invención mía decirle ciudad monstruo”, cuenta Saldaña vía Zoom.
Y justamente Aviones sobrevolando un monstruo se llama el libro que acaba de publicar vía Anagrama. Se trata de una serie de ensayos y crónicas sobre diversos lugares donde el autor ha viajado. Por su pluma ágil pasan Cuernavaca, Montreal, Cuba, Madrid y por supuesto, Ciudad de México.
Al leerlo, uno nota que no caes en la clásica narración turística de relatar las bellezas de un lugar, sino que cuentas una ciudad desde tu propia experiencia ¿Ese concepto siempre estuvo claro?
Lo tenía claro desde el principio, porque más que pensar en un libro de viajes, es sobre lugares donde he vivido, con los que tengo una relación más estrecha. En Cuba nunca he vivido pero tenía una historia. El enfoque era menos un libro de crónicas de visitas y más de explorar relaciones profundas con algunas ciudades.
Cuando hablas de Montreal, lo que menos hablas es de la ciudad, más bien tratas de tus peripecias tratando de conseguir drogas para palear los dolores de la artritis reumatoide, y lo cuentas de manera bastante cruda, ¿por qué decidiste exponerte de esa forma?
Es un texto que decidí escribir casi de una sola sentada, todos están trabajados de manera distinta, pero tuve muy claro que ese lo quería hacer en las tardes, casi de un tirón. Sí, buscaba esa sensación de exposición, de ser más cuerpo en el texto, yo en calidad de animal. No hay tanta construcción de personaje, sino yo hablando de mí mismo. Me gusta esa sensación de vértigo, que lo van a leer y van a saber que soy yo. Hay un tipo de honestidad que se percibe en el texto.
Viviste en Madrid y cuentas la historia de una fiesta de disfraces, la cual dices que fue “uno de los momentos más tristes” de tu vida. ¿Fue acaso el dolor una motivación para escribir ese texto en particular?
Sí, muchos de los textos tienen que ver con el dolor. Yo empecé siendo un escritor con bastante más sentido del humor, pero siento me he ido apagando un poco. Ese texto en particular tiene que ver con el dolor, y con poderlo escribir, porque desde que sucedió esa fiesta -en 2004 o 2005- supe que iba a escribirla. Lo había intentado, hice una versión medio en ficción y no había quedado satisfecho, y luego sentí que tenía la distancia para escribirlo tal como lo que quería.
Tienes una relación bien contradictoria con Ciudad de México, al principio dices que “es horrible y la amo”, incluso la llamas la “Ciudad Monstruosa” y dices que es “esencialmente fea”. Desde que escribiste eso hasta hoy ¿sigues con esa idea?
Sí, totalmente, incluso se ha profundizado esa duplicidad en mi relación con la ciudad. Ahora vivo aquí, pero ya estoy planeando irme y cuando estoy fuera la extraño. Es una ciudad muy estimulante, pero es casi como la cocaína, un tipo de estímulo que no necesariamente te hace bien pero terminas buscando una y otra vez.
También hablas de Cuba, como un regreso al lugar “Que te dio origen”, ¿qué piensas de lo que está pasando ahí?
Hace poco leí un texto de Carlos Manuel Álvarez, donde decía que los cubanos no necesitan la opinión de cada uno de los escritores latinoamericanos, que no es el momento de convertir a Cuba otra vez en una especie de terreno para dirimir batallas ideológicas y culturales. Lo que está pasando corresponde narrarlo a los cubanos que lo están viviendo. Yo cuando estuve sentí un hartazgo generalizado, un desencanto arrastrado de varias décadas. Aunque mi opinión no es tan interesante ni tan importante.
Volvamos a Chile, donde el joven Saldaña vino a buscar libros. “Me llevaron a una librería de viejo donde compré una primera edición de Anteparaíso, de Zurita, y acabé con todo el dinero para el resto de la estancia en Santiago. Tuve que dormir en sillones de amigos y comer completos todos los días”, recuerda.
Pero el sacrificio tuvo una recompensa. “Tenía el teléfono y llamé a Zurita. Es sabido que es un tipo generoso, me contestó muy buena onda. Nos tomamos un café y le llevé mis poemitas, aún estaba decidiendo qué tipo de poesía quería escribir y me dedicó esa primera edición de Anteparaíso que atesoro”.
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