Talleres literarios en pandemia: ¿cómo es llevarlos online?

Collage talleres
De izquierda a derecha: Luis López-Aliaga, Pía Barros y Jaime Collyer.

Desde 2020, con el confinamiento obligado y la posibilidad limitada de efectuar reuniones, los talleres literarios pasaron sin escalas desde lo presencial a lo digital. Hasta hoy, eso se ha mantenido, y en Culto hablamos con algunos destacados exponentes en la materia quiénes cuentan cómo ha sido el proceso de llevar adelante la tarea a través de una pantalla.


Para ser escritor, no necesariamente hay que haber pasado por las aulas de una universidad o una majestuosa institución académica de educación superior. Muchas autoras y autores se han fogueado en otra instancia que desde el siglo XX no ha perdido terreno en nuestro país. Nos referimos, claro a los talleres literarios.

Es que en Chile, destacados nombres han dirigido estas iniciativas, como Enrique Lihn, a cargo del taller de la UC, en 1969; Enrique Lafourcade, en la Biblioteca Nacional; también José Donoso ya de vuelta a Chile en los 80 (de donde alguna vez expulsara a un joven llamado Alberto Fuguet) y los de Antonio Skármeta y Poli Délano ya en los 90.

En la era anterior al coronavirus, los talleres solían hacerse de manera presencial. Generalmente, en la casa del tallerista, al alero de tazas de café y sobre todo una intención puesta en lo literario “a muerte”, como decía Roberto Bolaño. Pero con la llegada del virus a nuestro país, y el confinamiento, debieron cambiar su formato. Si se recorría Instagram en los días más duros de la cuarentena en 2020, se notaba una explosiva proliferación de talleres impartidos de manera online.

Pía Barros

El panorama en ese sentido no ha cambiado. Si hay un nombre ineludible a la hora de hablar de talleres literarios, en Chile, es el de la escritora Pía Barros. Una verdadera autoridad en ese aspecto, puesto que los imparte desde 1978 en su casa en La Reina y por ahí han pasado nombres como Pedro Lemebel o Nona Fernández. Hoy, al teléfono con Culto, admite: “No es lo mismo, pero funciona”.

De todas maneras, Barros reconoce que lo digital “ha sido una ganancia”. Esto porque la autora de Signos bajo la piel hace cuatro talleres semanales, “y en general siempre hay una dispersión muy grande y eso ahora no ocurrió”, señala. Otro punto que rescata Barros es la calidad de la gente que empezó a recibir. “Se metió a taller con más entusiasmo y sabían por qué lo querían”.

Por su lado, el escritor Jaime Collyer, uno de los nombres centrales de la llamada Nueva Narrativa Chilena, en los 90, es otro que también imparte un taller literario, en este caso, enfocado en los cuentos y que ahora desarrolla online. El autor de Gente en las sombras solía hacer los talleres en el living de su casa “departiendo, leyendo los textos, bebiendo café”.

Consultado sobre el paso a lo digital, explica a Culto: “No me ha supuesto grandes cambios o dificultades. La sesión a distancia posibilita, en rigor, una labor más enfocada y con menos distracciones que la opción presencial. Además, la gente permanece en su casa y relajada luego del trabajo y ya no tiene que llegar corriendo a la sesión. Lo único que falta es el café, pero ese puede ponerlo cada uno en su casa”.

Jaime Collyer
Jaime Collyer.

Otro que también realiza talleres literarios, enfocados en creación de proyectos, es el narrador y guionista Luis López-Aliaga. El autor de La casa del espía y editor en Montacerdos desarrolla su taller a través de la plataforma whereby y señala: “El transito ha sido desde la adaptación obligada al descubrimiento y la aceptación. Por ejemplo, no se pierde tiempo en las llegadas al espacio compartido, con las interrupciones protocolares que eso suponía. Entonces se aprovechan mejor las horas de taller, porque se va directamente al grano de los textos”.

Otra cosa que al menos López-Aliaga y Barros rescatan, en la posibilidad de recibir gente de otras latitudes. “Gente de Francia, Estados Unidos, Australia, Argentina. ha sido súper diversa”, dice Pía Barros. “Ahora cuento con talleristas en Londres, París, Sao Paulo, Viena, Belfast, algo impensado antes de la pandemia”, dice López-Aliaga.

Luis López-Aliaga

¿Algo complicado? Collyer señala: “En el formato online, hay más posibilidades para los asistentes de hacer otras cosas a la par y desaparecer ocasionalmente de la pantalla, eso me desconcentra un poco, pero solo a veces, tampoco es algo grave y no representa un gran problema”. Por su lado, López-Aliaga dice: “A veces falla la conexión. Las limitaciones de la tecnología provocan siempre una angustia para la que nadie nos preparó”.

Pía Barros apunta a otra cosa, lejos de las turbulencias del wi-fi. “La imposibilidad de dedicarle más tiempo a una persona que requiere mayor tiempo para explicarle dónde están las cosas que tiene que trabajar. Eso ahora no ocurre porque tienes dos horas, que ya son agotadoras, se complica bastante por ese lado”. Sin embargo, agrega otro punto: “Lo presencial tenía la ventaja de que permitía a la gente conocerse en directo y socializar más allá del taller, pero eso también ocurre por Zoom. Al cabo de unas sesiones, la relación de cercanía entre la gente es parecida”.

También apunta a lo mismo Collyer al consultarle lo que extraña de los tiempos anteriores al virus: “Quizá la posibilidad de interactuar y relajarse todos después de la sesión, pero a veces ocurre incluso a través de la pantalla”. López-Aliaga señala: “Los encuentros post taller, en algún bar cercano, alentaban un nivel distinto de discusión y cercanía en torno a los textos. Por contra parte, la variante online ha mejorado el estado graso de mi hígado”.

López-Aliaga da cuenta de algo que tuvo que dejar de realizar en el modo digital. “Solía implementar un sistema de préstamo de libros semana a semana, enfocado en lecturas que dialogaban con el proyecto de cada tallerista. El juego era que el libro debía ser devuelto a la semana siguiente para recibir otro, lo que estimulaba la urgencia de esa lectura. Ahora, online, la recomendación oral, sin el libro físico, no produce el mismo efecto”.

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