Jeremías Gamboa: “Quien escribe en América Latina no puede escapar del horror y la violencia”

Jeremías Gamboa. Foto de Alejandra Devescovi.

El elogiado escritor peruano, autor de Contarlo todo, publica Animales luminosos, una exploración en la noche de los campus universitarios de EE.UU. a través de un personaje que huye de su pasado en Perú.


Dejó Perú con una sensación de derrota, con la prematura idea de haber fracasado en sus intentos de ser escritor. Llegó a la Universidad de Boulder, en Colorado, con una beca y el propósito de comenzar una carrera académica. Estaba en uno de los campus más bellos de Estados Unidos, pero Jeremías Gamboa no se sentía a gusto. Su plan era seguir el diseño previsto para convertirse en académico: estudiar, escribir papers, publicar en revistas reputadas. Y si bien culminó su maestría, en el camino descubrió que aun cuando amaba los libros, no podía seguir esa ruta tan estructurada. Y se reencontró con la escritura de ficción. Y volvió a Lima para Contarlo todo.

Ese fue el título de la novela que publicó en 2013 y que lo puso en el mapa amplio de la narrativa latinoamericana, con el respaldo de Mario Vargas Llosa y que obtuvo el aplauso de la crítica. Pero no fue lo único que trajo de Boulder: en sus archivos también traía una escena, un diálogo que él imaginaba el primer brote de un cuento, pero que al cabo de los años fue el germen de su nueva novela, Animales luminosos.

Recién publicada por Literatura Random House, la novela traslada al lector a Boulder. Es de noche. El campus descansa. Las calles de la ciudad encienden sus luces mientras la oscuridad se extiende por la planicie. Y los animales, los ciervos y zorros que habitan los alrededores, se mueven entre las sombras, así como los estudiantes dejan sus hábitos diurnos y salen a la noche en busca de libertad, emociones y sexo.

Estructurada en una sola noche, la novela es protagonizada por un escritor peruano originario de Ayacucho, que llegó a Colorado huyendo de su país y de su pasado. Su sueño era esconderse entre libros, refugiarse en el campus, pero no logra del todo hallar su lugar. Y esa noche acepta la invitación de un estudiante americano, con el que suele practicar inglés, para encontrarse con amigos y salir de fiesta. De algún modo, esa noche, mientras los animales salen de su madriguera y él se asoma a la posibilidad de un romance, su historia oculta se verá iluminada.

Hijo de padres originarios de Ayacucho, eventualmente los rasgos del protagonista podrían confundirse con la historia de Jeremías Gamboa. Pero es solo el punto de partida; las historias de ambos se despegan luego de la escena inicial: ese diálogo en que los personajes discuten en un bar si acaso Boulder es una ciudad o un pueblo.

El libro podría asociarse a la de novela de campus, pero lo que narra es muy distinto

Esta es como el reverso de la novela de campus. La novela de campus habla de relaciones entre profesores y alumnos, pero esto es justo cuando el campus cesa, cuando duerme. Había una escena originalmente en que los personajes caminan por una avenida y yo describo el campus de noche. Finalmente, no quedó. Pero cuando el campus duerme es cuando los animales emergen y es ahí cuando los chicos que han estado sometidos a una presión muy alta, académica, y de afirmaciones vitales, sacan eso que tienen escondido y que no pueden poner en las clases, donde hay tanto control y orden. La academia es una sociedad vigilante, es muy estricta para estos chicos. Y esta es una novela más bien de noche: lo que ocurre cuando sales de la universidad y te vas de bares. Lo que me servía de la novela de campus es el contraste entre lo civilizado del college town y el estado de naturaleza, que en Boulder para mí fue muy fuerte.

Uno de los personajes cuenta que hay ambulancias en el campus, pero que no es grave: Cornell tiene la tasa de suicidios más alta. ¿Eso lo observó?

Yo recuerdo eso: Cornell tenía la tasa más alta de suicidios. Los norteamericanos lo ponen todo en ranking, las instituciones de clase alta de América Latina lo han copiado. En Estados Unidos había jerarquías entre facultades, revistas, lugares para vivir. Boulder era un lugar precioso, pero yo estaba muy triste y aislado, como el personaje de la novela. Entré en esta sociedad de alta competencia y cuando llegué se me instruyó sacarme A en todo, mejorar mi inglés, aprender otros idiomas, tener una cantidad de publicaciones antes de salir, porque cualquier detalle podía favorecerte en esta trayectoria académica. Me llamó la atención que la primera vez que había entrega de parciales, ver ambulancias fuera de la biblioteca, y me dijeron no pasa nada, las ambulancias están porque hay estudiantes que tienen ataques de pánico. En Cornell está el puente desde el que se suelen suicidar los estudiantes. Eso era un poco el mundo, que es una metáfora del lugar al que va la sociedad, de hiper competencia, de hiper control, y con mi pasado viví eso con mucha tensión, pensé que cualquier cosa que hiciera me expulsaban de ese país.

El personaje huye de su pasado en Perú, pero no encuentra un lugar, ¿eso lo experimentó?

Me doy cuenta de que es una recurrencia el no lugar en mis libros. El protagonista ha dejado Perú y no se ha integrado a Estados Unidos aún, está en una torre de desconexión, soledad, casi en estado de hibernación. Ha llegado a Estados Unidos escapando de algo que lo sigue como una sombra que va a explotar, algo que está dentro. Sales de Chile y te vas, pero la historia de Chile va contigo, que lo diga Bolaño. A Bolaño le tomó tantos personajes y libros tramitar la herida de Chile. Lo mismo Vargas Llosa. Y lo mismo le ocurre a él, pero no sabe cómo tramitarlo, y ha encontrado en el campus un lugar para refugiarse, hasta que tiene la fisura que le permite entrar en el mundo de la vida. Claudio Magris dice que la literatura es eso: que te lleva a tocar la vida con las manos. Y en el libro eso ocurre porque alguien lo incluye en una conversación. Una novela es una discusión sobre el mundo, no da respuestas, pero ofrece puntos de vista diferentes. El asunto es ver a alguien que ha escapado de su pasado, sentimental, histórico, político, los luminosos tienen sus connotaciones y mientras menos quiere recordar, probablemente es más profunda la herida.

Jeremías Gamboa en Lima. Foto de Alejandra Devescovi.

Usted quería esa vida, ¿por qué se regresó?

Hay escritores que han tenido y tienen la capacidad de conjugar ambas facetas. En mi caso no podía, necesitaba las mañanas para escribir. Y esa lógica de la academia no me lo iba a permitir. Y luego hay otra cosa interesante, lo que dice Alonso Cueto: él hizo el doctorado en Austin, y se enamoró en un campus y trajo a su esposa a Lima. Se regresó al Perú el año 85, cuando todos se iban. Y en un país precario empezó a escribir y publicar sus libros. Él dice algo que suscribo: las historias están en el Perú. Aquí está la paradoja de que habla Javier Cercas, otro autor obsesionado con la historia y la política: las sociedades corruptas son perfectas para el escritor, porque los escritores son carroñeros y se alimentan de lo putrefacto. El ejemplo más grande en Perú es Conversación en la catedral, una catedral de putrefacción, una sociedad destruida moralmente, y mira lo que hace con esos materiales, una obra maestra. A mí me venía bien volver y vine por Contarlo todo, esa novela no la iba a poder escribir en Estados Unidos.

Cómo se vincula con la historia y la violencia de Perú?

Con mis primeros textos aprendí a contar, me costó mucho encontrar la voz y cada vez me estoy acercando más a un asunto que me vincula a mis orígenes, Ayacucho, el epicentro de todo en Perú, del dolor, de la historia más brutal, donde se gestó Sendero Luminoso, donde ocurrieron algunos de los éxodos más dolorosos. En la novela hay una construcción por alusión hasta que todo explota. Cuando empecé a publicar, en 2007, ya había buenas manifestaciones de violencia política en literatura, estaban Santiago Roncagliolo, había escrito Abril Rojo, y Alonso Cueto, La hora azul, y con el tiempo aparecieron confesiones de parte de gente más cerca de los protagonistas. Mi relación ha sido la de un chico de Lima, pero vi llegar familia mía de Ayacucho escapando de la guerra en los años 80. Había pensado que nunca iba a escribir de ese tipo de temas, ya lo habían hecho Santiago, Alonso y Vargas Llosa, ¿para qué? Cuando Vargas Llosa lee Contarlo todo una de las cosas que más le llamó la atención es que no había política, nadie está pensando en política, le pareció increíble. Yo estaba casi convencido de que no iba a escribir sobre ese tema, pero la historia te encuentra. Quizás porque ahora soy padre y mis hijos están creciendo y ellos van a entrar en la historia, la ansiedad por la historia aparece.

Con la gran excepción de Borges, los grandes narradores latinoamericanos no pudieron eludir la historia y la violencia

Uno de mis cursos de lectura lo llevé a la novela norteamericana, y el escritor anglosajón tiene más posibilidades de apertura de temas: Henry James, Carver no tienen que hablar de política, pero Toni Morrison no tiene opción. Los escritores afroamericanos son más latinoamericanos. Faulkner no tenía opción y lo toman Vargas Llosa, García Márquez. Al escritor latinoamericano por la precariedad sobre la que escribe, le es imposible no hablar de la violencia en sus novelas. Hace poco le decía a Fuguet, al leer Mala onda por tercera vez, que es una novela completamente política: a Matías Vicuña le toca elegir su vida y está enrabiado porque le toca vivir en Chile. Eso es también Un mundo para Julius: Julius despierta a la pesadilla peruana. Quien escribe en América Latina no puede escapar del horror y la violencia. Y las escritoras latinoamericanas, Mariana Enríquez, Nona Fernández, han hasta oscurecido más el universo, tal vez porque ellas están nombrando la condición de ser mujeres, y están viendo mucho mejor el horror del continente.

La novela toca también el origen indígena. ¿Cómo se trata esto hoy en Perú?

Es brutal. Me pasó en Estados Unidos que mi expertiz como académico era ser andinista, experto en literatura andina. Y andino es Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, no sé si Chile. Para mí era rarísimo, porque mi país no se reconoce como andino. En Perú hay una franja que se siente otro país, que no reconoce andino, y hay un interior completamente andino que ha cargado un malestar histórico que no se ha resuelto. Esto ha explotado, sobre todo el último año, de una manera brutal, el racismo ha explotado de una manera salvaje sobre la figura de Pedro Castillo. Castillo encarna la figura que es resistida por las clases medias altas menos pensantes, que no pueden creer que son gobernadas por alguien así. Tuvimos un presidente con una estampa indígena, Toledo, pero pasado por Stanford, entonces tranquilizaba al limeño de clase media, este ya pasó por la academia gringa, se pasteurizó. La figura de Castillo desató muchos temores y divisiones que aún no han terminado. Vargas Llosa estuvo ahí, todos tenían que tomar parte.

¡Vargas Llosa tomó partido por Keiko Fujimori!

Vargas Llosa adhiriendo a Keiko era surreal. Pero del otro lado no estaba lo más democrático tampoco. En este momento es un gobierno democrático mediocre; es como una serie interminable de Netflix. De todo eso quiere escapar mi personaje.

Animales luminosos

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