“Cementerio de Punta Arenas”: la historia del poema de Enrique Lihn que Gabriel Boric leyó en la Enade

A diferencia de otras autoridades, que citan a estudiosos de ciencia política, el presidente electo Gabriel Boric decidió comenzar su intervención de hace algunas horas en la Enade citando a uno de sus referentes literarios: Enrique Lihn Carrasco.

El poema que leyó se llama Cementerio de Punta Arenas, y es uno de los que conforman el tercer libro que publicó Enrique Lihn, La pieza oscura, de 1963. El autor consideraba a ese como su primer volumen. Pero en 2018 la Editorial de la U de Valparaíso reeditó los dos primeros: Nada se escurre (1949) y Poemas de este tiempo y de otro (1955).

En ese poema, Lihn desplegó algunas de las características de su poesía: verso libre y versos largos, siempre con un arrojo propio de un carácter encendido como el que tenía.

También en el texto, el poeta retrata las desigualdades que se dan a nivel social, incluso en el propio cementerio, cuando ya ha llegado el momento de la partida definitiva. De hecho, en su trayectoria, Enrique Lihn manifestó un interés en poemas con corte político. El punto clave en ese aspecto fue El paseo Ahumada, publicado en 1983. En él, Lihn hizo una feroz crítica al modelo neoliberal que llevaba pocos años de implementado en nuestro país.

Otro punto, es que en el libro La pieza oscura, donde se encuentra este poema, Lihn incluyó poemas clásicos de su producción, como el Monólogo del padre con su hijo de meses, Elegía a Gabriela Mistral, Monólogo del viejo con la muerte, Fin de semana, entre otros.

No es la primera vez que Gabriel Boric usa ese poema dentro de su carrera política. Cuando ejercía como diputado, en sesión del 8 de julio del 2020, lo citó dentro de su intervención para respaldar el primer retiro del 10% de las AFP.

El frenteamplista es un lector consumado, y en más de una ocasión ha manifestado su preferencia por Lihn, Jorge Teillier, Gabriela Mistral, entre otros.

A continuación, el poema de Lihn:

Ni aun la muerte pudo igualar a estos hombres

que dan su nombre en lápidas distintas

o lo gritan al viento del sol que se los borra:

otro poco de polvo para una nueva ráfaga.

Reina aquí, junto al mar que iguala al mármol,

entre esta doble fila de obsequiosos cipreses

la paz, pero una paz que lucha por trizarse,

romper en mil pedazos los pergaminos fúnebres

para asomar la cara de una antigua soberbia

y reírse del polvo.

Por construirse estaba esta ciudad cuando alzaron

sus hijos primogénitos otra ciudad desierta

y uno a uno ocuparon, a fondo, su lugar

como si aún pudieran disputárselo.

Cada uno en lo suyo para siempre, esperando,

tendidos los manteles, a sus hijos y nietos.