Del Combate Naval a la Matanza de la escuela Santa María: la agitada historia social y política de Iquique
Si bien la ciudad hoy ocupa la atención por los hechos ligados a la inmigración, de tanto en tanto el puerto del norte ha visto algunos acontecimientos en su historia como ciudad chilena que la han transformado en foco de agitación y preocupación nacional. En Culto hacemos un repaso de sus hitos.
Tras la derrota en la batalla de Dolores, al general peruano Juan Buendía no le quedó otra que ordenar un repliegue hacia el norte para reagrupar lo que quedara del ejército del Perú e intentar una contraofensiva. Eso implicaba abandonar Iquique y dejarla a merced de las tropas chilenas. Así se lo comunicó al coronel José Miguel Ríos, el jefe de plaza de la ciudad.
La noticia -cuenta Gonzalo Bulnes en su fundamental obra Guerra del Pacífico- le llegó al oficial en un telegrama durante el caluroso 22 de noviembre de 1879 y el rumor corrió tan rápido como se escribe. Parte de la población corrió al puerto, para tomar el primer buque mercante. Había pánico.
Ríos entregó el control de la ciudad a los cónsules extranjeros, quienes -tal como se haría en Lima pocos años después- organizaron el control de la ciudad armando a los cuerpos de bomberos conformados por ciudadanos extranjeros. Ellos patrullaban la ciudad tratando de mantener cierto orden, mientras en el puerto los cónsules se reunían con Juan José Latorre, el comandante del blindado Cochrane y jefe del bloqueo de Iquique que el coloso de acero mantenía junto a la Covadonga. Ellos le entregaron el control de la ciudad al jefe naval y la ocupación se hizo efectiva al día siguiente, el 23 de noviembre de 1879.
Si bien hoy Iquique ocupa la atención por asuntos diferentes, como hechos vinculados a la inmigración, de tanto en tanto el puerto del norte ha visto algunos acontecimientos en su historia que la han transformado en foco de agitación y preocupación nacional.
El combate naval de 1879
En rigor, para el 21 de mayo de 1879, Iquique aún pertenecía al Perú, pero fue la primera vez que la opinión pública chilena puso sus ojos y oídos en la ciudad. Ese día, solo la Esmeralda y la Covadonga mantenían el bloqueo del puerto. La idea había sido del almirante Juan Williams Rebolledo, jefe de la escuadra nacional, porque en su opinión, era una medida más efectiva que atacar directamente al Callao, ya que pensaba que causaría más daño y obligaría a la escuadra peruana a salir de sus fondeaderos para enfrentarlo. Claro que Williams lo hacía porque quería asegurar un triunfo en pos de una ambición personal.
“Quería obtener laureles en la guerra porque aspiraba a presentarse como candidato presidencial para las elecciones de 1881. Aunque tenía un rival formidable al frente: Rafael Sotomayor, quien tenía las mismas intenciones”, señaló a Culto el historiador Rafael Mellafe.
El bloqueo de Iquique se había iniciado el 5 de abril de 1879 con los siguientes buques: el Blanco Encalada, el Cochrane, la Chacabuco, la O’Higgins, la Esmeralda, y la Magallanes. La Covadonga llegó después, el 10 de mayo, al mando de Arturo Prat. Con él, también llegó la corbeta Abtao, al mando de Carlos Condell.
Pero el bloqueo no estaba dando resultados. Incluso, un par de barcos peruanos, la cañonera Pilcomayo y la corbeta Unión, habían pasado hacia el sur sin problemas ante la sorpresa de los altos mandos chilenos, que ya comenzaban a cranear una nueva estrategia, pero Williams se les adelantó. “Recibió una información por parte de un capitán de un buque de la Pacific Sea Company, un trasporte privado, que decía que el Huáscar y la Independencia estaban en reparaciones en El Callao. Aparentemente, se envalentonó y se entusiasmó con la idea de ir a atacar allá”, señala Rafael Mellafe.
El resto es conocido y cada escolar chileno lo sabe de memoria. Prat quedó al mando de la Esmeralda y Condell de la Covadonga, y ellos debieron hacer frente al Huáscar y a la Independencia el 21 de mayo de 1879, en la rada de Iquique. En Chile, la noticia se conoció días después, el 24, gracias al transporte Lamar que había estado en el teatro de operaciones.
La junta de gobierno de 1891
Concluida la guerra del Pacífico, los años que siguieron no fueron fáciles. Había que administrar una nueva riqueza, el salitre y el uso de sus abultadas rentas por parte del Presidente José Manuel Balmaceda dio origen a una controversia, pues en la elite no pocos cuestionaban el gasto creciente en que incurría el mandatario bajo el lego del progreso. Además, había una resistencia a la autoridad presidencial de la cual Balmaceda hacía particular gala.
El 7 de enero de 1891 la burbuja se rompió. La escuadra se sublevó y se dirigió rumbo a Iquique. El punto que hizo hervir todo fue que dos días antes Balmaceda había prorrogado la vigencia de la ley de presupuestos del año anterior. Una respuesta ante la negativa del Congreso de aprobar el paquete de leyes periódicas que incluía el financiamiento de la administración pública y las fuerzas armadas.
Pero los hechos fueron avanzando, y el 12 de abril de 1891 la oposición oficializó una Junta de gobierno establecida en Iquique, confirmada por el Capitán de Navío Jorge Montt Alvarez; Waldo Silva, vicepresidente del Senado; y Ramón Barros Luco, presidente de la Cámara de Diputados como vocales. La idea era que actuaran como Poder Ejecutivo. Montt quedó como presidente del organismo.
Además, se establecieron cuatro ministerios: Interior y Obras Públicas, con Manuel Antonio Matta ; Relaciones Exteriores y Justicia, Culto e Instrucción Pública, con Isidoro Errázuriz; Hacienda, con Joaquín Walker Martínez; Guerra y Marina, a cargo del coronel Adolfo Holley.
La junta comenzó de inmediato negociaciones para obtener reconocimiento de los gobiernos extranjeros y proceder a la adquisición de armamentos, como así entorpecer las gestiones de la administración de Balmaceda para que se le entregaran un par de buques de guerra que se encontraban en construcción en Europa, lo cual resultó exitoso.
Fue la Junta de Iquique la que dirigió las acciones del bando congresista que finalmente desembocaron en las victorias decisivas de Concón y Placilla.
La matanza de la escuela Santa María
Los primeros años del siglo XX chileno fueron particularmente agitados en torno a la llamada “cuestión social”. Ya en 1890 se había producido una gran huelga general en Tarapacá. Aquella vez, la movilización fue iniciada por el gremio de jornaleros y lancheros de Iquique para que se les pagara su salario en efectivo y no en papel moneda desvalorizado. A ellos, se les sumó la solidaridad de los obreros del salitre. La huelga fue duramente reprimida pero no sería la última.
En 1903 tuvo lugar la huelga portuaria de Valparaíso, y en 1905, la llamada “huelga de la carne”, en Santiago. Para 1907, los ánimos de los obreros del salitre estaban caldeados, pues buscaban mejoras en sus condiciones laborales. El 10 de diciembre paralizaron los trabajadores de la oficina San Lorenzo, y fue cosa de tiempo para que del resto de la pampa se unieran otros obreros.
Así, los calicheros en paro decidieron trasladarse a Iquique, para poder continuar con las negociaciones, que hasta el momento habían resultado infructuosas. En la ciudad, la intendencia determinó que los huelguistas fueran albergados en la Escuela Santa María mientras se llevaban a cabo las conversaciones. Pero los ánimos se fueron caldeando debido a que los días pasaban sin mayores avances.
Entonces, a Iquique arribó el general Roberto Silva Renard, quien había reprimido la huelga de la carne dos años antes. Todo se precipitó el 21 de diciembre de 1907. “Amenazó con disparar si los obreros no hacían abandono del establecimiento educacional y de la plaza ubicada al frente de éste. Los trabajadores optaron por permanecer, desacatando el mandato del general a cargo de la operación. Ante la negativa, este ordenó atacar”, señalan Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle y Vicuña en Historia del siglo XX chileno (Sudamericana, 2001).
Si bien la famosa Cantata Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis, habla de tres mil seiscientos muertos, “uno tras otro”, lo cierto es que hasta hoy, en la historiografía no hay una cifra concluyente sobre el número de personas que perecieron aquella tarde. El gobierno de Pedro Montt solo reconoció 126 muertos y 135 heridos.
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