Ocho muertes rockeras de las que hablamos poco (aunque deberíamos)
El destacado periodista norteamericano Chuck Klosterman menciona en uno de sus últimos libros -disponible en Chile- a una serie de figuras que tuvieron una muerte singular, lo que según él nos dejaría en cada caso una moraleja. Quizás no tuvieron el impacto de Elvis, Lennon o Bowie, pero vale la pena repasar nombres con obituarios llamativos y trayectorias intensas.
Chuck Klosterman es una de las plumas más agudas, mordaces y vibrantes del periodismo musical estadounidense en los últimos años. Sus textos rasguñan el humor negro, abrazam la crónica vivencial, se nutren del reporteo y rematan en testimonios donde el tema central convive en protagonismo con las reflexiones del propio autor.
Así al menos lo despliega en Matarse para vivir, libro de 2019 disponible en Chile y donde, como prestigioso periodista de le revista Spin, se lanza en una misión tan fúnebre como aventurera: recorrer de extremo a extremo Estados Unidos para ir a la caza de los sitios donde murieron algunos de los músicos más célebres y populares del cancionero rockero.
De hecho, el trayecto parte en Nueva York, en el hotel Chelsea en que Sid Vicious, de los Sex Pistols, asesinó a su novia Nancy Spungen en 1978 (el autor aclara el motivo de por qué no despegó desde el edificio Dakota donde acribillaron a John Lennon), para después seguir por distintas paradas hasta desembocar en la casa de Seattle donde Kurt Cobain se suicidó en la cima de su fama.
No es una ruta fácil: entre lugares donde hubo accidentes aéreos o de carretera, Klosterman va lanzando ideas acerca de las otras muertes que nos acechan en vida y también acerca del amor, el deportes y los vínculos laborales.
En ese torbellino que va y viene, hay espacio para un listado llamativo: “muertes del mundo del rock ' n’ roll sobre las que la gente no habla casi nunca, aunque probablemente debería, porque esconden una enseñanza”, ilustra el periodista.
Luego, como una forma de justificarse, acota: “y son un buen tema de conversación durante una cena entre amigos”.
Aquí, un listado a modo de obituario de muertes algo más inadvertidas en el cancionero popular -no son Elvis, ni Hendrix, ni Janis, ni Bowie, ni Amy Winehouse-, pero en las que Klosterman pide fijarse en algunos detalles que arrojan enseñanzas.
*Marc Bolan:
El gran ídolo del glam rock, la figura de T. Rex tan rival como compañero de David Bowie a principios de los 70 y la estrella que supuestamente reemplazaría a The Beatles en el ítem locura y descontrol. Aunque su carrera a los pocos años entró en un lodo del que se le hizo difícil de zafar, el 16 de septiembre de 1977 vino el punto final definitivo como consecuencia de un accidente en auto en Londres.
“Bolan aseguraba conducir un Rolls-Royce porque era beneficioso para su voz. Adoraba su Cadillac. En una ocasión se encaprichó de una mujer sólo porque se llamaba Buick McKane y compuso la canción Jeepster en su honor”, enumera el periodista al inicio de esa descripción consagrada al astro británico, para luego puntualizar: Todo lo cual resulta en cierto modo paradójico, ya que Bolan nunca aprendió a conducir. Más irónico aún resulta el hecho de que falleciese en un accidente de tráfico, dos semanas antes de cumplir los treinta años (su novia estrelló el coche contra un árbol). Bolan glorificó una máquina que no sabía manejar sólo para acabar condenado por esa misma máquina”.
¿Cuál es la moraleja que saca Klosterman de este caso? “Cuidado con lo que deseas, pues puedes acabar consiguiéndolo”.
*Steve Clark (Def Leppard):
Guitarrista y uno de los responsables del sonido del conjunto británico en su etapa de irrupción y éxito, entre 1978 hasta su muerte en 1991.
¿La razón de su fallecimiento? Una mezcla letal de antidepresivos y alcohol. De hecho, mientras tomaba analgésicos porque se había roto tres costillas, decidió un día rematar su jornada labora empinándose un triple vodka y un coñac doble, todo ello en menos de media hora. Fue el cóctel que finalmente lo tumbó.
“Lo interesante de este episodio -dice el libro- es que Def Leppard había despedido a un guitarrista llamado Pete Willis en 1982, porque tenía problemas de alcoholismo”.
¿Cuál es la moraleja? “Todos tenemos problemas, hermano”.
*Nico (The Velvet Underground):
Su voz perturbadora y fantasmagórica fue el sello del disco debut de The Velvet Underground en 1967, desplegando después una trayectoria inquieta, pero que nunca alcanzó iguales peldaños de prestigio y reconocimiento. De hecho, es como si su existencia se hubiera congelado para siempre en esos días del Nueva York de las jeringas y las calles crepusculares.
Murió el 18 de julio de 1988 en Ibiza, España, luego de sufrir un ataque al corazón cuando paseaba con su hijo en bicicleta, cayéndose y golpeándose en la cabeza. Tenía 49 años y un historial absoluto de diva de los 60, no sólo siendo parte de un álbum esencial, sino que también tejiendo vínculos creativos y personales con Brian Jones, Bob Dylan, Jim Morrison y Jackson Browne.
Para Klosterman, su muerte fue demasiado “vulgar” para una figura con semejante ruta. “Una vida singular, una muerte singular”, es su conclusión.
*Falco:
El más célebre y popular cantante nacido en Austria, dueño del hit global Rock me Amadeus, el único hit cantado en alemán que ha llegado a la primera posición de los rankings en Estados Unidos.
Por eso mismo, a momentos se le considera un one hit wonder, una anécdota ochentera, un suceso radial pero encapsulado en una era lejana en el tiempo y el espacio. “Los europeos, sin embargo, lo tomaron como una suerte de genio polémico”, cuenta el periodista en su libro, apuntando que Falco tuvo éxitos prohibidos en algunas emisoras del viejo continente, como consecuencia de abordar contenidos difíciles, como la violación.
“En los noventa, huyó de los medios de comunicación austríacos y se fue a vivir como un maharajá a la República Dominicana. Allí murió en 1998, cuando su Mitsubishi Montero fue golpeado por otro coche. Moraleja: los europeos tienen muy mal gusto para todo”.
*Pete Ham & Tom Evans (Badfinger):
Badfinger probablemente resume una de las historias más trágicas y brutales de la historia del rock. Fichados en 1968 por The Beatles para su proyecto Apple, estaban destinados a ser un suceso de proporciones, quizás quienes tomaran la posta de los Fab Four, a las puertas por ese entonces de su disolución.
Pero el impacto fue sólo relativo. Cinco años después, su carrera naufragaba en la irregularidad y hasta el anonimato. Habían, eso sí, pegado un éxito: Come and get it, escrita por el mismo Paul McCartney.
Ante el fiasco, en 1973, Pete Ham, su cantante, se ahorcó. El hecho golpeó naturalmente el núcleo interno de la agrupación, pero no los desmoronó. En 1976 acordaron una reunión, pero fracasaron rotundamente. Como consecuencia, ahora el que tomó la determinación de acabar con su vida fue el bajista, Tom Evans.
“Hay algo especialmente conmovedor en las personas que se cuelgan. Dado que la horca se ha utilizado tradicionalmente para aplicar la pena capital (y que la pena capital es inevitablemente un medio para apaciguar a los vivos), uno siempre tiene la sensación de que los individuos que se suicidan mediante este método se están ejecutando literalmente a sí mismos; quieren demostrarle a la sociedad que mercecían ser castigados”, concluye Klosterman, advirtiendo con humor macabro que la carrera por sustituir a los Beatles siempre estará perdida.
Pero a veces hay revanchas: Baby blue, una de las grandes canciones de Badfinger, musicalizó en 2013 el final de una de las grandes series de todos los tiempos, Breaking bad. Fue el final un poco más feliz que merecía un grupo como ellos.
*Michael Hutchence (INXS):
Klosterman es un tipo que goza de la cultura popular y sus más amplias hendiduras. Por eso, cuesta masticar que haya conocido poco o nada a los australianos INXS, uno de los grupos más rotados en radios entre los 80 y los 90: de hecho, reconoce que creía que su nombre se pronunciaba “inks”.
Hutchence, frontman incendiario e inigualable de esos días, murió en Sídney el 22 de noviembre de 1997; la versión oficial señala que se ahorcó con su cinturón colgándose de la puerta de la habitación 524 del hotel Ritz Carlton.
“La prensa sensacionalista publicó numeroso rumores de que el suceso no habría sido en realidad un suicidio, sino consecuencia de un diabólico juego autoerótico que se le fue de las manos. No existe prueba alguna de ello”, certifica Matarse para vivir. A cambio, lo que se encontró en el cuerpo del artista fue una mezcla de alcohol, cocaína y Prozac.
¿Cuál es la moraleja a la que llega el autor del libro? “Si INXS hubieran grabado una versión de Hotel California, esa cara B nos parecería ahora extrañamente conmovedora”.
*Mike Patto & “Ollie” Halsall (Patto):
Uno de los relatos más singulares presentados por el libro. Patto fue un cuarteto psicodélico británico con influencia jazz que gozó de cierta reputación, hasta que el cantante Mike Patto murió de cáncer en 1979, para mucho tiempo después, en 1992, sufrir la partida por un infarto al corazón de su guitarrista, Halsall.
Pero lo sorprendente va por otro lado. En los años 80, sus otros integrantes, el bajista Clive Griffiths y el baterista John Halsey, sufrieron un accidente automovilístico. Griffits quedó con gran parte de su cuerpo paralizado y desarrolló un extraño caso de amnesia parcial: no recuerda haber tocado en un grupo cuyo cantante murió a fines de los 70 y, por consecuencia, tampoco recuerda a dicho cantante.
Su destino consular fue borrado de un plumazo de su memoria. Eso sí, nunca olvidó tocar el bajo... aunque hoy no sabe que lo hizo en una agrupación de relativa fama.
Klosterman dice que seguir viviendo en el corazón de aquellos que dejamos al morir eqiuivale a no morir del todo.
*Randy Rhoads:
Randy Rhoads es un instrumentista medular del rock más duro que cerró los 70 y abrió en gloria el decenio siguiente, reconocido por su faena en Quiet Riot, pero sobre todo por su férreo compadrazgo con Ozzy Osbourne en sus mejores años. Sus solos para los hits Crazy Train y Mr. Crowley, de la carrera solista del hombre de Black Sabbath, son una carta de presentación apabullante.
Una relación trizada por el adiós abrupto. El 19 de marzo de 1982, el músico se subió a una avioneta junto a la maquilladora del conjunto, Rachel Youngblood, pilotada por Andrew Aycock, conductor del bus que los trasladaba en la gira.
La nave pasó una y otra vez por encima del autobús, hasta que un error de cálculo la llevó a dar un golpe letal, desviándose hacia una casa carcana, golpe que les hizo perder la vida a todos los tripulantes. La avioneta estalló y hasta fue difícil reconocer los cuerpos de las víctimas.
Para Klosterman, la vida y la carrera de Ozzy nunca más fueron lo mismo. “Ozzy parece no haberse repuesto jamás de ese accidente y se pasó los veinte años siguientes contratando a guitarristas que podrían haber pasado perfectamente por hermanos pequeños de Randy”.
Una de las parejas del periodista -según escribe- le comentó alguna vez que sentía que Osbourne y Rhoads estaban enamorados.
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