Plumas y fusiles: cuando la literatura ha batallado desde las trincheras
El reciente fallecimiento de la escritora ucraniana Iryna Tsvila, mientras luchaba contra la invasión rusa, hace recordar episodios de autores que vivieron el horror de las trincheras en carne propia. Algunos perecieron, como Wilfred Owen, otros, sirvieron como administrativos o conductor de ambulancias. En todos los casos, las experiencias sirvieron para dar vida a sendos escritos, como Adiós a las armas, de Hemingway, o Rebelión en la granja, de Orwell.
Lo último que escuchó en vida el soldado Wilfred Owen fue el sonido de una bala. Junto a su regimiento del ejército británico se encontraba en Francia, en el cruce del canal Sambre-Oise, en el norte del país. Era el 4 de noviembre de 1918, y la “gran guerra” se encontraba en los descuentos. Solo una semana después, Alemania solicitaría un armisticio que pondría fin al conflicto.
Pero Owen no solo llevaba el uniforme terracota de la British Army, también era un poeta. Como buen inglés, sus mayores influencias las encontraba en los románticos Percy Shelley y John Keats. En sus versos -algunos compuestos entre el lodazal de las trincheras- daba cuenta de los horrores de la guerra.
Owen no es el único caso de un escritor que ha estado en un campo de batalla. Solo este fin de semana los medios dieron cuenta de la muerte de la autora ucraniana Iryna Tsvila, quien se encontraba defendiendo Kiev de la invasión rusa. Junto a ella se encontraba su esposo, Dmytro.
Tsvila fue autora del libro Voces de la guerra. Historias de veteranos. Coautor del volumen fue el filósofo Volodymyr Yermolenko, quien comentó en Twitter la noticia. “Increíblemente valiente y amable persona. Pasó por la guerra de Donbás como voluntaria. Se había unido a la defensa territorial (…) Escribió sobre su jardín de rosas”.
Como Iryna Tsvila y Wilfred Owen, hay otros casos.
Uno de los más emblemáticos es el de Ernest Hemingway, quien, en junio de 1918 llegó a Europa para ser conductor de ambulancia en los días finales de la Primera Guerra Mundial. Fue asignado en el frente italiano, cuando el país de los Apeninos había cambiado de bando y luchaba junto a la Triple Entente. Ejerció esa función durante dos meses hasta que fue herido de gravedad en ambas piernas, por lo que fue derivado a un hospital de campaña de la Cruz Roja en Milán.
Años después, en 1942, publicó un libro con sus recuerdos de guerra llamado Men at war, donde recordó esa herida.
“Cuando vas a la guerra de niño, tienes una gran ilusión de inmortalidad. Otras personas mueren, no tú...Entonces, cuando estás gravemente herido, por primera vez pierdes esa ilusión y sabes que te puede pasar a ti. Después de ser gravemente herido dos semanas antes de mi cumpleaños número diecinueve, lo pasé mal hasta que descubrí que no me podía pasar nada que no les hubiera pasado a todos los hombres antes que yo. Tenía que hacer lo que los hombres siempre habían hecho. Si ellos lo hubieran hecho, yo también podría hacerlo y lo mejor era no preocuparme por eso”.
En su convalecencia, Hemingway conoció a una enfermera llamada Agnes von Kurowsky, de quien se enamoró. Ella le correspondió e incluso pensaron casarse una vez que Hemingway volviera a Estados Unidos, en enero de 1919. Pero von Kurowsky le escribió poco después rompiendo el compromiso ya que se enganchó de un oficial italiano. Esa experiencia le sirvió de base para escribir su novela Adiós a las armas (1929).
Posteriormente, Hemingway volvería a los campos de batalla, como corresponsal, en la Guerra civil española y en la Segunda Guerra Mundial. En base a las vivencias en la primera, posteriormente escribiría su afamada Por quien doblan las campanas (1940).
Otro que también estuvo en la guerra en España fue el inglés George Orwell. Su idea era “matar fascistas porque alguien debe hacerlo”. Enrolado como miliciano del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), un partido político de orientación trotskista y que se paraba de manera crítica frente al stalinismo. En el frente de Aragón, fue herido en el cuello por una bala, y solo de milagro logró sobrevivir. Una vez recuperado, nota que desde las fuerzas de la República, hay una persecución implacable contra el POUM, los acusan despectivamente de trotskistas y ser espías del fascismo. “Era como si alguna gigantesca inteligencia malvada estuviese flotando por encima de la ciudad”, escribió posteriormente.
Incluso, esas tensiones tuvieron una expresión bélica en los llamados Hechos de mayo de 1937, en Barcelona, donde ambos bandos se enfrentaron. Fue algo así como una guerra civil dentro del bando republicano.
Orwell logró huir a Francia, pero la experiencia en tierras ibéricas lo marcó para siempre. “La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo”, escribió posteriormente en 1946.
Esa experiencia crítica fue la que le llevó a escribir su novela más conocida, Rebelión en la granja (1945).
También podemos citar el caso del escritor austríaco Stefan Zweig. Durante la Primera Guerra Mundial, se enroló en el ejército austrohúngaro, pero no estuvo en las trincheras, sino como empleado en la oficina de guerra. Sin embargo, las convicciones antibelicistas fueron creciendo en él, y dejó el puesto para exiliarse en Suiza. Desde ahí publicó la obra de teatro Jeremías, de tinte antibelicista. Además, criticó duramente la política de Alemania durante la guerra.
Un caso particular fue el del escritor francés Louis-Ferdinand Céline. Luchó en el frente durante la Primera Guerra Mundial como parte de un regimiento de caballería. Fue gravemente herido y condecorado como héroe de guerra. En base a estas experiencias escribió su novela más famosa, Viaje al fin de la noche (1932).
Pero, en un simple giro del destino, Céline pasó de héroe a villano. Tras la derrota francesa y la entrada de las fuerzas nazis en París, en 1940, en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, el escritor hizo algo que -hasta hoy- sus compatriotas no le perdonan: haber colaborado con los alemanes. Más específicamente, con la Gestapo, la temida policía secreta nazi. Tras el triunfo aliado, Céline estuvo en prisión por haber apoyado al enemigo, siendo detenido en Dinamarca, adonde había huido. Solo pudo volver a Francia en 1951.
Como Hemingway, otro estadounidense en la segunda guerra mundial fue Kurt Vonnegut, claro que a diferencia del oriundo de Illinois, corresponsal de guerra, Vonnegut era soldado en la 106 División de Infantería del ejército de los Estados Unidos. Estuvo en la Batalla de las Ardenas, en Bélgica, entre diciembre de 1944 y enero de 1945, donde pase al triunfo aliado, fue tomado prisionero por los nazis.
En esa experiencia, presenció el bombardeo de la ciudad alemana de Dresden, por parte de los aliados. Como prisionero, fue obligado a empaquetar cadáveres en un sótano llamado Matadero cinco. Esa experiencia le serviría de base para su futura novela anti bélica llamada justamente Matadero cinco (1969), donde narra la historia de un soldado prisionero por los nazis y que presencia el bombardeo de Dresden.
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