Diego Portales: cómo se levantó el mito del constructor de la República
El 6 de junio de 1837, hace 185 años, el ministro Diego Portales Palazuelos fue asesinado en Valparaíso en medio de un fracasado motín opositor a su disposición de ir a la guerra contra la Confederación Perú-boliviana. A partir de ahí, su imagen como fundador de la república comenzó a ser construida por historiadores, pero también por movimientos políticos del siglo XX e incluso por el régimen militar. Un grupo de académicos reunidos por Culto, detalla cómo y en qué contexto se levantó esa figura.
El grito del capitán Santiago Florín se escuchó seco y retumbó en la noche de La Cabritería, un lugar sumido en lo profundo del Cerro Barón, en Valparaíso. “¡Que baje el ministro!”, ladró el militar. Asomándose desde la puerta del birlocho donde se encontraba engrillado, Diego Portales Palazuelos, el entonces poderoso ministro de Guerra y Marina, señaló: “Que vengan dos hombres a bajarme”. Prestos, dos soldados acudieron al llamado, y según el testimonio del coronel Eugenio Necoechea, quien se encontraba preso junto a Portales, tuvieron bastante cuidado con el “hombre fuerte” del gobierno.
“Trataron de ayudarlo con mucha consideración, porque viendo uno de ellos que al bajar se le caía la capa de los hombros, le dijo al otro ‘la capa’, y Florín respondió: ‘para qué quiere capa’”. Acto seguido, tras alguna vacilación de los soldados, Portales fue ultimado a balazos y su cuerpo fue rematado a bayonetazos.
Corría el 6 de junio de 1837, a las 3.15 de la madrugada, según Necochea. Portales había sido asesinado por un grupo de amotinados del batallón Maipo, quienes liderados por el coronel José Antonio Vidaurre, se oponían a embarcarse rumbo a la guerra contra la Confederación Perú-boliviana, defendida a todo trance por Portales. El motín resultó un fiasco y Vidaurre y Florín fueron enjuiciados y fusilados.
Lo que vino después fue un funeral de Estado. El cuerpo, embalsamado, fue trasladado a Santiago, mientras que el corazón del malogrado ministro permaneció en Valparaíso, donde había sido gobernador. Los restos llegaron a las cercanías de la capital el 13 de junio, pero por el mal tiempo debió retrasarse el ingreso para el día siguiente.
El carruaje ingresó por la actual Alameda y en su recorrido -cuenta el historiador Juan Carlos Arellano en su artículo La invención del mito de Diego Portales: La muerte y el rito fúnebre en la tradición republicana chilena- fue acompañado por una multitud. Luego, el velorio se realizó en la Iglesia de la Compañía y en su custodia quedó un cuerpo de las Guardias Cívicas, que el mismo Portales había creado. Posteriormente, la ceremonia se realizó en la Catedral de Santiago, asistió el Presidente Joaquín Prieto, y los presidentes del Senado y la Cámara. El féretro no fue conducido por los familiares, sino que fue llevado por el peso del estado: un ministro, un senador, un diputado, los presidentes de las cortes Suprema y de Apelaciones, el intendente de Santiago y el gobernador de Valparaíso.
A partir de ese momento, comenzaba poco a poco a forjarse un mito, el de Portales como el organizador de la República. Una especie de héroe nacional pero sin espada y solo con la fuerza de las ideas. Así lo explica a Culto el mismo Arellano, doctor en Historia, profesor asociado del Departamento de Sociología, Ciencia Política y Administración Pública de la Universidad Católica de Temuco.
“El funeral de Portales se transformó en un instrumento político del gobierno conservador del Presidente Prieto que, al encontrarse en medio de los preparativos para emprender una guerra, debía utilizar todos los medios para salir fortalecido. De esta forma el rito fúnebre que partió de Valparaíso a la Catedral de Santiago estuvo en todo momento cargado de emotividad y símbolos republicanos. Fue el primer recurso que se utilizó para inmortalizar su figura y trascender en el tiempo”.
Por su lado, Gonzalo Serrano, doctor en Historia y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, explica que en un primer momento, la muerte de Portales, a los 44 años, tuvo un carácter utilitario para la administración Prieto. “Fue útil al gobierno para continuar la guerra contra la Confederación y para consolidarse en el poder frente a la amenaza liberal”.
En todo caso, Serrano asegura que más allá de un uso puntual, la figura de Portales no adquirió mayor relevancia. “No existe mayor interés, en ese momento, por convertirlo ni en mártir ni en un forjador de la República. Es más, y a propósito del discurso presidencial, el presidente Joaquín Prieto, después de su crimen, no lo nombró en ninguna de sus cuentas públicas. Su leyenda comienza a forjarse tiempo después”.
Comerciante antes que político
Fue el mismo Diego Portales quien a través de una vida con más de un giro, se encargó de llamar la atención hacia su persona. Llegó casi de urgencia al gobierno del presidente provisional José Tomás Ovalle, en 1830, y asumió como una suerte de triministro a cargo de las carteras de Interior, Relaciones Exteriores, de Guerra y Marina, mientras se desataba la guerra entre liberales y conservadores.
Hasta ese entonces, Portales era un comerciante malhablado y amante de la juerga, que no había tenido éxito en los negocios. Uno de ellos, crucial, a través de la Sociedad Portales, Cea y Cía, se había adjudicado el estanco del tabaco, té y licores, es decir, el Estado le concesionó el monopolio de esos productos a cambio de hacerse cargo de un pesado lastre: la deuda que Chile mantenía con Inglaterra desde los tiempos de O’Higgins.
El contrabando hizo fracasar al estanco, así Portales comenzó a tejer nexos y redes que lo llevaron a incursionar en la política. Apoyó al bando conservador desde su grupo, los llamados “estanqueros”. De alguna forma, culpaba a la inestabilidad política de esos años del chasco en que terminó su concesión, por lo que abogaba por un régimen que impusiera el orden. Eso sí, en sus cartas decía que no se consideraba un político. Lo suyo eran los negocios. Así lo comentó en una misiva de marzo de 1822, desde su residencia en Lima, a su amigo José Manuel Cea.
“A mí las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República”, y a continuación, Portales lanzó la conocida frase en que un modo resume un ideario de gobierno fuerte e impersonal al que se le suele asociar.
“La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual”.
De ahí que su figura haya sido rescatada en el tiempo con un ejemplo para ciertos sectores, considerando que durante su gestión tomó medidas drásticas, como dar de baja a los militares liberales. Decisiones que para los uniformados, en su mayoría héroes de la independencia, resultaron chocantes. Más al impulsar las Guardias Cívicas, integradas por civiles, como un contrapeso en momentos en que los caudillos militares se disputaban el poder en las nacientes repúblicas americanas.
A ello se le suman otras disposiciones como la relegación de opositores; pasear a los delincuentes en celdas ambulantes enganchadas a yuntas de bueyes, con el fin de que tuvieran escarmiento público; el empleo de la pena de azotes, y una que causó polémica por la forma en que golpeó al bajo pueblo: la prohibición de las chinganas y fondas. A su amigo Fernando Urízar Garfias, le comentó esta política: “Veo que tiene usted la prudencia y la firmeza, y que entiende el modo más útil de conducir al bien a los pueblos y a los hombres. Palo y bizcochuelo, justa y oportunamente administrados, son los específicos con que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres”.
Para los historiadores, es clave entender la acción de Portales en el contexto en que vivió. “En la revisión de su epistolario no se vislumbra un ideólogo republicano, ni su más tenaz representante, pero para ser justos su vida política también refleja las contradicciones propias del periodo, sujeto a un proyecto político e institucional incierto y todavía muy frágil -explica Arellano-. El aporte de este polémico ministro chileno más bien fue conciliar un gobierno que se definió como republicano con la inestable situación del país y de la región”.
¿Formador de la república?
Los expertos coinciden en que buena parte de la imagen del ministro todopoderoso que llegó hasta nuestros días, tiene que ver tanto con el relato establecido por la historiografía, como por los intereses de las elites en determinados momentos. “La biografía que escribió Benjamín Vicuña Mackenna en 1863 sobre Diego Portales es quizá el documento seminal sobre el mito portaliano, y también refleja una situación que es muy propia de aquellos historiadores que se dedican escribir biografías, que es que se terminan enamorando de sus biografiados”, explica Cristóbal García-Huidobro, historiador y académico de la facultad de Derecho de la Universidad de Santiago.
“En ese sentido la idea de un Diego Portales herculeano, capaz de llevar las riendas del gobierno incluso cuando no estaba en el gobierno, es parte de esa creación historiográfica y lo que también llama la atención, porque la familia Vicuña fue perseguida por Portales -agrega García-Huidobro-. Sin ir más lejos su padre estaba en la oposición al régimen, y aún así terminó escribiendo una biografía bastante grande, en dos tomos, donde al final de cuentas termina ensalzando al ministro”.
Así, desde su momento fundacional en el siglo XIX, la historiografía chilena planteó un primer relato sobre su figura. “Historiadores liberales como, por ejemplo, Benjamín Vicuña Mackenna, Isidoro Errázurriz y José Victorino Lastarria fueron bastante críticos de su actuación, llegando a definirlo como un dictador -detalla Arellano-. Entre sus defensores se encuentra Ramón Sotomayor Valdés quien tuvo un juicio más benevolente como instaurador del orden. Tanto para sus críticos y defensores, Portales se convirtió rápidamente en un eslabón clave para explicar las virtudes o calamidades del orden político chileno”.
Ya en el siglo XX autores como Alberto Edwards y Francisco Antonio Encina, resaltaron su labor y contribuyeron decisivamente a instalar su leyenda. “Tanto Francisco Encina y Alberto Edwards, siguiendo las corrientes de la época, están pensando en el rol del Estado en la configuración de nuestra nacionalidad, en esta línea, la figura de Portales aparece como un personaje clave en, según su mirada, conducir a Chile por un camino distinto al resto de los países de Sudamérica”, explica Gonzalo Serrano.
Pero, hay que comprender el momento histórico en que Edwards y Encina deciden relevar a Portales; en plena crisis del sistema oligárquico instaurado a fines del XIX, que motivó la flamígera retórica reformista de Arturo Alessandri, la intervención de los militares en 1924 y el gobierno autoritario de Carlos Ibáñez del Campo. “A juicio de estos historiadores la república se encontraba en decadencia y la responsable era la élite gobernante, la famosa fronda aristocrática -detalla Arellano-. En este sentido, sus propuestas historiográficas son una reacción a la república ‘seudo parlamentarista’ imperante en Chile a principios del siglo XX”.
De allí se difundió un imaginario sobre el personaje, que incluso permeó el sistema educacional a través de las obras de Encina. “El problema, es que se creó un ideario portaliano, que en realidad no le pertenecía a él, sino que tenía muchas más fuentes, como Andrés Bello por ejemplo, asunto que ha sido explorado por Iván Jaksic en su libro Andrés Bello la pasión por el orden, el mismo Mariano Egaña como uno de los arquitectos del sistema judicial y constitucional de nuestro país, ni hablar de Manuel Rengifo y sus medidas de reforma económica que terminaron salvando la economía y el prestigio de nuestro país, y figuras como Joaquín Prieto o Manuel Bulnes, que tuvieron que sortear una serie de desafíos para hacer de Chile un país fiable y estable, después de casi 15 años de discusiones guerra civiles, revueltas y ensayos constitucionales”, explica García-Huidobro.
“Pareciera que Portales se convirtió en una figura que acomodaba a la mayor parte de la élite política nacional, e incluso también se convirtió en una especie de modelo para la juventud, tomando en consideración todo lo que tiene que ver con su vida austera y su sacrificio por la patria, pero dejando de lado los aspectos más oscuros de su personalidad”, agrega el historiador.
Por ello, la imagen de Portales fue usada por movimientos políticos desde el siglo XIX, lo que se prolongó en la siguiente centuria. “Así queda evidenciado en el primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, que restaura ‘el hecho de la autoridad’, según destaca Alberto Edwards en La Fronda Aristocrática -explica Alejandro San Francisco, historiador y académico de la USS-. La Falange Nacional, de Frei Montalva y otros, tuvo una visión positiva sobre el ministro e incluso su medio de comunicación se llamó Lircay. Años después Jorge Prat Echaurren y la revista Estanquero tenían en Portales a su principal referente, lo mismo que algunos sectores de la derecha chilena de los años 60 y 70. No está de más recordar que incluso el dirigente comunista Orlando Millas escribió un libro para rescatar la dimensión antimilitarista de Portales en pleno gobierno de Pinochet. Todo esto demuestra que se trata de una figura compleja, que no se deja atrapar fácilmente, que tiene múltiples dimensiones y lecturas posibles”.
También el régimen militar recurrió a su figura incluso en lo cotidiano; se usó en el billete de cien pesos que circuló en el país entre 1976 y 1984. “El régimen militar se definió como ‘portaliano’ en la Declaración de Principios de la Junta de Gobierno, del 11 de marzo de 1974 -explica Alejandro San Francisco-. A fines de 1973 ya se había producido el cambio de sede del Ejecutivo, desde La Moneda al edificio de la UNCTAD, rebautizado como Diego Portales. El tema, pensaba la nueva administración, era que el ideario portaliano serviría de guía para las autoridades y el futuro del país, y superación de una mala etapa. La reivindicación de la figura de Portales se expresó en la aparición de sellos postales, la publicación de libros y otras manifestaciones que procuraban unir esa nueva realidad a la etapa fundacional de la república”.
“Es un proyecto político que intervino en todos los ámbitos como la política, la economía y, por cierto, en lo social -complementa Juan Carlos Arellano-. El punto es que ese proceso transformador buscó establecer una continuidad histórica que le otorgará legitimidad. La figura de Portales para aquel entonces, ya representaba en el imaginario historiográfico esa figura entre estadista y gobierno fuerte, y más importante un vínculo con la tradición republicana, componentes muy convenientes para legitimar la dictadura y el proyecto político que buscaban implementar. Una verdadera ironía si revisamos las cartas de Portales en la que manifestó abiertamente su desconfianza a los militares. De ahí su afán por formar y mantener la Guardia Nacional, cuerpos milicianos integrados por civiles”.
Con el tiempo, la historiografía volvió a discutir su figura; allí están trabajos de autores tan distintos como Alfredo Jocelyn-Holt, Gabriel Salazar y el clásico de Sergio Villalobos, Portales, una falsificación histórica (1989), en que revisa de manera crítica la figura del ministro. Aunque, de nuevo, los expertos remarcan que se trata más de una discusión permeada por el tiempo presente.
“Sergio Villalobos es un provocador y también hay que comprender su trabajo dentro del contexto en que lo publicó, durante la dictadura, que fue uno de los gobiernos que más endiosó a Portales -detalla Gonzalo Serrano-. Su trabajo es también una crítica a la historiografía conservadora. En este afán, Villalobos, no obstante, se va al otro extremo y minimiza su figura hasta considerarlo una falsificación histórica”.
Por su lado, Juan Carlos Arellano señala: “Estoy de acuerdo que, siguiendo el epistolario del ministro, se observa una figura más bien pragmática, pero no lo llamaría una ‘falsificación histórica’. Tampoco creo que con este polémico título Villalobos busca desmerecer la relevancia de Portales en la historia política del país, sino más bien delimitar su alcance político e historiográfico. Para mi Portales es más bien un ‘Príncipe’ en palabras de Maquiavelo. ‘El Príncipe’ debe ser interpretado como un político moderno en un contexto incierto y carente de legitimidad, en palabras de Pocock. En ese contexto complejo se enfrentó Portales”.
Para Alejandro San Francisco, el asunto no es tanto si se trata o no de una falsificación histórica. “Me parece que el problema es otro. Si bien se trata de un personaje histórico, Portales ha tenido un permanente e indudable contenido político y en muchos análisis y discusiones parece un personaje presente más que del pasado. Asimismo, como personaje histórico fue controvertido en su momento, admirado y execrado, héroe para sus partidarios, tirano para sus detractores. En los últimos años es interesante ver las visiones contradictorias que plantean obras como la de Gabriel Salazar, Diego Portales. Monopolista, sedicioso, demoledor (2021) o el trabajo colectivo de Sergio Carrasco, Bernardino Bravo Lira, José Díaz y Pablo Olmos, El verdadero rostro de Portales (2017). Eso muestra una cuestión fundamental: es posible acercarse al personaje desde ángulos distintos, incluso contradictorios, cuestión que en cualquier caso no es exclusiva de él”.
Mientras, Cristóbal García-Huidobro, apunta: “Yo me quedo con la introducción que el mismo Villalobos hace en su libro sobre Diego Portales cuando habla del temor que sentía, temor reverencial, al ver un cuadro del ministro cuando él era niño, y en ese sentido la idea de que Portales estaba en todos lados, de alguna manera vigilándonos, sirviendo al mismo tiempo también como modelo y reglas tanto del accionar del Estado como también del comportamiento que debían tener algunos de los ciudadanos. Hoy por hoy, tiendo a pensar de que la visión respecto a Portales, y su legado, es considerablemente más balanceada”.
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