María Negroni: “Me acerco a la escritura a ciegas, sin saber adónde voy”
La relevante autora trasandina acaba de publicar El corazón del daño, un libro donde, a partir de la relación con su madre, va disparando una serie de pequeños episodios de su vida. En charla con Culto, da cuenta de las claves del libro y su particular relación con el formato novela.
“Nunca amaré a nadie como a ella”, sentencia tajante la narradora, que podemos identificar como la misma escritora trasandina María Negroni. En ese pequeño universo contenido en una oración, se refiere nada menos que a su madre, Isabel, o la Chiche. Esa historia del particular vínculo con su progenitora, una mujer algo estricta y a veces desesperante, va dejando una serie de pequeñas escenas, narradas como si fueran una colección de aforismos. Ahí pasan su vida en la clandestinidad durante el régimen militar argentino, su vida en el extranjero, la literatura o su propia experiencia con la maternidad.
Ese pastiche es el corazón del libro. Es que en realidad, una historia lineal es lo que menos le importa a Negroni. “De los libros lo que menos me interesa es el contenido. Lo que me interesa es lo que hacen (o no) con la lengua”, dice a Culto. Hablamos, claro, de su último libro, El corazón del daño, que publica en nuestro país vía Literatura Random House.
Rosarina, poeta, ensayista y traductora, en la actualidad María Negroni es una de las autoras fundamentales de Argentina. Ha desarrollado una interesante trayectoria que la ha visto publicar libros como Archivo Dickinson (2018), El arte del error (2016), o Pequeño Mundo Ilustrado (2011). Además, obtuvo la Beca Guggenheim y el Premio Konex de Platino por su obra poética, entre otras distinciones. El corazón del daño es su tercera novela, tras El sueño de Úrsula (1998) y La anunciación (2007). Decimos novela, porque tiene un cierto aire y estructura del formato, pero lo cierto es que es un objeto literario difícil de clasificar.
El libro parte con un epígrafe de Clarice Lispector, “Voy a crear lo que me sucedió?”. ¿Qué es El corazón del daño?, ¿una novela?, ¿un ensayo?
Uno de los malentendidos más viejos en materia literaria es el que se empeña en clasificar las obras en categorías, géneros, escuelas, allí donde, en sentido estricto, no hay más que aventuras espirituales, asaltos y expediciones dificilísimas que se dirigen -cuando valen la pena- a un núcleo imperioso y siempre elusivo. No hay razones válidas, ni siquiera lógicas, para esas nociones expandidas que equiparan novela con trama argumental, poesía con emoción y ensayo con pensamiento. En materia de escritura, nos guste o no, el único paisaje que interesa es el lenguaje, allí donde quien escribe pone a prueba su voluntad de crear y donde mide (para desmentirlos o ampliarlos) los límites de su instrumento verbal que son también, como nos enseñó Wittgenstein, los de su propio mundo.
Negroni cuenta que si bien, gran parte del libro es sobre Isabel, ella no fue la idea central al comenzarlo. “No escribí un libro sobre mi madre. Al menos, no es eso lo que me propuse. Es cierto que fue la muerte de mi madre lo que disparó la escritura, pero el libro intenta, creo yo, ir mucho más lejos. El significante ‘madre’ funciona aquí como un doble origen: el del cuerpo y el de la palabra. Es, a la vez, el útero y la biblioteca. La Madre, dice la narradora, es ‘la dueña del lenguaje’. Por eso, la invoca, la asedia, la interroga. ‘Te estoy haciendo una pregunta inmensa: este libro’, dice. A ver si puede comprender cómo llegó hasta aquí, cómo se transformó en la escritora que es. En este sentido, el libro sería una suerte de bildungsroman, una arqueología de la escritura y un retrato de la intimidad, puesta al servicio de una filosofía del lenguaje”.
La narradora tiene una biografía igual a la suya, ¿es un libro autobiográfico?
Depende de qué entendamos por autobiografía. No busqué una transcripción de mi propia vida (lo cual, por otro lado, sería imposible: no se cuenta una vida en 120 páginas) sino el estallido, la diáspora de algunas escenas fundantes. Por eso el anecdotario es mínimo y, sobre todo, aparece tallado con una dicción cortante. El libro está compuesto de fragmentos, que avanzan a pequeños saltos, de lecturas que funcionan como glosas, de ideas-frases que retratan a un sujeto sin narrarlo, sin disciplinar ni encasillar los pormenores de su vida. El yo, no hay que olvidarlo, es el pronombre de lo imaginario.
También cita pedazos de sus libros anteriores. ¿Es también una cartografía de su propia literatura?
Es cierto, podría hablarse aquí de un doble autorretrato, como lectora (incluso de mí misma) y como escritora. En ambos casos, lo que interesa es la relación con las palabras: cómo se las cuestiona, qué se espera de ellas, de dónde surgen las revelaciones estéticas, cómo se trabaja con lo oblicuo, lo inasible.
Menciona a Celan, a Lispector, a Borges. ¿Qué libros, autoras y autores le resonaron mientras escribía este libro?
Alguna vez escribí sobre el libro Helen in Egypt de la poeta norteamericana H.D. (Hilda Doolittle): “Lo escribió en su madurez, cuando el estupor empezaba a ser cierto, interno, había macerado en memoria. Como un fruto maduro, el libro recibe de H.D. todo lo que ésta ha estudiado, lo que su prosa ha vencido y su poesía cultivado y odiado. Lo recibe y lo altera. Lo cose en un texto cuyo fin es fundar un sitio: un lugar amablemente anárquico donde la ausencia sea tal que el sentido de extranjería disminuya.” Me gustaría que algo de eso pudiera decirse también de El corazón del daño.
Usted sobre todo ha escrito poesía y ensayo, ¿cuál es su relación con el formato novela?
Además (y antes) de El corazón del daño, escribí previamente otras dos novelas: El sueño de Úrsula y La Anunciación. No tengo una relación específica con el “formato novela”. Me acerco a la escritura siempre a ciegas, sin saber adónde voy, me dejo llevar por un ritmo que, en un momento dado, se me impone. Confío, sobre todo, en la escritura que es más rápida que yo, y sabe cosas que desconozco.
De usted se ha dicho que escribe en base a miniaturas, y que a partir de ahí despliega una historia. ¿Está de acuerdo?
No sé, no se me había ocurrido. Tal vez el libro podría ser leído como un “pequeño mundo ilustrado”, a la vez biográfico y literario. Una minúscula enciclopedia que registrara toda la realidad, aún la más sensual, la más inútil, con el fin de oponerse a la violencia de lo evidente, lo que siempre intenta unificar todo bajo una interpretación. Podría ser.
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