Alan Pauls: “Borges era un escritor al que le interesaba mucho pelear”
Acaba de publicarse en nuestro país una reedición de El factor Borges, un libro en que Pauls ofrece una guía de lectura del hombre tras El Aleph. Junto a él, recorremos las claves de una obra imperecedera y que –a su juicio– se aleja mucho de los estereotipos en que se suele encasillarlo.
Fue un encargo. Como aquellas cosas que de repente dejan un hilo, y del cual Alan Pauls tiró para desenredar una madeja. Hacia 1999, el director de la colección Borges, de la fundación San Telmo, le pidió a Pauls que escribiera un libro -acompañado de ilustraciones- sobre la escritura de Jorge Luis Borges. Una especie de mapa de lectura. La idea era sacarlo para los 100 años del natalicio del autor de El Aleph, pero finalmente salió en 2000.
“Después, ese libro se fue reeditando en otras editoriales, como Anagrama”, relata el mismo Pauls en charla con Culto vía Zoom, desde su residencia en Berlín, Alemania. Hoy, el volumen llamado El factor Borges adquiere una nueva vida bajo el catálogo de Penguin Random House.
En sus páginas, el esencial autor de El pasado, Premio Herralde de Novela 2003, desmitifica la imagen de Borges y lo lleva hacia una zona donde se puede observar su escritura más allá de los estereotipos que hasta hoy se le siguen adjudicando, como el ser demasiado intelectual, muy lejano a la realidad, sin vitalidad, muy complejo. Nada menor, considerando que sobre el hombre de Nueve ensayos dantescos (1982) hay una extensa bibliografía.
“Quería escribir una introducción inteligente a Borges. Un ensayo que permitiera entrar en su obra sin considerar que el lector fuera inválido, ingenuo que en general los libros introductorios sobre escritores complejos suelen dar por sentado -dice Pauls a Culto-. Quería que el libro tuviera esa ambición modesta y el punto de anclaje para mí era trabajar una decena de lugares comunes que circulaban fuertemente sorbe Borges, hasta hoy: que es frío, cerebral, escritor para escritores, poco contemporáneo, viejo. Me interesaba hacer un mapeo de esos estereotipos, desarticularlos y proponer una lectura diferente”.
¿Considera clave el momento en que Borges –a medidos de la década de 1920 y 1930– dejó de ser vanguardista y comenzó a mirar al pasado?
Borges siempre mantuvo una relación con el vanguardista del que se separó y del que algún modo abjuró. Aunque no se despidió del todo de eso, lo incorporó de una manera muy particular y ese fue uno de sus grandes descubrimientos. Hizo una operación particular: fingió convertirse en un clásico a los 30 años y abrazó un nuevo experimentalismo que es la idea de una literatura conceptual, y en eso se acercó al gran vanguardista del siglo XX, que fue Marcel Duchamp. Me parece que, como todas las cosas que Borges decía de sí mismo, hay que tomarlas con pinzas. Cuando dice basta de vanguardia ahora voy a ser un clásico, lo que habría que leer entre líneas es: “voy a apropiarme de la vanguardia como pocos han sabido”. Me refiero más que nada a la poética de Borges, no tanto a la imagen de escritor.
Un punto importante para Pauls -y que desarrolla en el libro- es entender que en la escritura de Borges hay una permanente tensión entre dos elementos: la tradición de la literatura inglesa -heredada de su padre-, con el elemento criollo, o gauchesco -que le vino por su lado materno-. De ahí viene el paso siguiente: “Borges era básicamente un escritor al que le interesaba mucho la pelea”.
Es decir, nada más lejos de un autor ensimismado como ratón de biblioteca. “Le gustaba mucho usar la literatura para pelear, no siempre de manera explícita, y que le gustaba mucho la escritura que ponía algún tipo de conflicto o algún tipo de tensión entre fuerzas o elementos. Para mí, eso refuta cierta idea que había sobre él, en el sentido de que rehúye el conflicto”.
¿Considera que Borges era un autor con una voz propia?
Sí, por supuesto. Me parece que inventó una voz tan propia que la lengua española de algún modo se “borgizó”. De hecho, inventó lo más grande que puede inventar un escritor: un adjetivo. Ahora se habla de cosas en el mundo que son “borgeanas”. Cualquier mención a enciclopedias siempre tiene algún acento “borgeano”.
Si uno lee en voz alta un cuento como El sur, se nota una fuerte oralidad en la escritura de Borges...
Sí. A él siempre le interesó mucho la relación entre la escritura y lo que no es escritura. Entre otras cosas, le llamó la atención el nexo entre la cultura letrada argentina del siglo XIX y todas las culturas que no eran letradas con la que coexistían. Por eso le interesa mucho la literatura gauchesca. Le interesaba mucho el Martín Fierro, que un texto que tenía todo para enojarlo, irritarlo, ofenderlo, porque es un objeto literario que pone en escena el enfrentamiento, la mixtura siempre irresuelta entre una voz popular, del gaucho, y una escritura culta, de autores letrados y que tenían poco que ver en términos de clase, de vida, con los gauchos de los que hablaban. Entonces, Borges inventó una voz propia pero siempre está en tensión con algo que de algún modo se opone a la voz, que es la palabra escrita.
Mi propio Borges
Como los escolares que repiten las rondas de Gabriela Mistral, o se encuentran recitando “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” al frente de toda la clase, Alan Pauls llegó a Borges en su juventud, en sus años en la educación primaria y secundaria, cuando lo tuvo que leer por obligación. Entonces, no le pareció gran cosa. “No me gustó, me pareció distante, me peleé con él, con su retórica, y tardé en sucumbir”. Pero tras el encargo de escribir el ensayo, Pauls tiró del hilo desprendido del ovillo y todo cambió. “Terminé de sucumbir cuando escribí este libro. Creo que para eso me sirvió, para leerlo realmente”.
¿Cuál es la mejor puerta de entrada a la obra de Borges?
A mí me gusta mucho un libro tardío, quizás el último buen libro de él, que se llama El informe de Brodie (1970). Tiene unos cuentos orilleros, criollos. Es una prosa muy simple, muy transparente -o todo lo transparente que podía ser Borges-, me parece que ese es un buen libro para entrar. Después, me gustan los grandes libros de relatos: El Aleph, Ficciones, y el Otras inquisiciones (1952), que es de ensayos. Me parece que esos cuatro libros son fantásticos, son lo suficientemente versátiles por si alguien le cuesta entrar en relatos muy sofisticados, siempre tiene puertas más laterales para acceder. De algún modo, Borges está contenido en esos libros. También podría mencionar libros que a mí me gustan mucho, aunque son muy menores, como la biografía de Evaristo Carriego (1930), quien era un poeta popular que a Borges le gustaba bastante. Arma una biografía muy curiosa, muy parecida al Contra Sainte-Beuve, de Marcel Proust. También me gusta Historia universal de la infamia (1935).
¿Hay algo de Borges en su propia obra escritural?
Yo en particular le debo mucho cuando pienso en que no hay mucha diferencia en escribir un ensayo y un relato. En el sentido de que las ideas, los conceptos, las operaciones son tan importantes como los personas o las situaciones o como las historias. Me parece que el cruce entre narración e idea, que es clave en Borges, es algo muy importante para mi trabajo.
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