Coitus interruptus: un relato de Jaime Bayly

Jaime Bayly

Llevan doce años viviendo juntos y es la primera ocasión en que ella, Silvia, su esposa, se duerme en un intercambio amoroso, provocando una suerte de coitus interruptus.


Barclays y su esposa están haciendo el amor en vísperas de que ella cumpla años. Es una manera anticipada de celebrar el aniversario. Barclays se considera un amante delicado, servicial. Cree que está complaciendo a su esposa.

De pronto, ella se queda dormida y empieza a roncar.

Sorprendido, Barclays intenta despertarla, continuando sus embates, redoblando sus arremetidas, procurando poseerla con más bríos. No es, sin embargo, un amante vehemente ni vigoroso. No sabe amar con aspereza, con espasmos de violencia, golpeando o tirando de los pelos a su mujer. Es un amante suave, suavísimo, tan suave que su esposa se ha quedado dormida en plena sesión erótica.

Tras retirarse cuidadosamente del cuerpo de su esposa, Barclays se pregunta:

-¿Se ha quedado dormida porque ya no me ama? ¿Se aburre cuando hacemos el amor? ¿Soy un amante tan soso que la pongo a dormir?

Llevan doce años viviendo juntos y es la primera ocasión en que ella, Silvia, su esposa, se duerme en un intercambio amoroso, provocando una suerte de coitus interruptus.

-¿Será que ha tomado demasiado vino y por eso ahora ronca a mi lado? -se pregunta Barclays.

No es la primera vez que una mujer se queda dormida en medio de una refriega erótica con él. Hace muchos años, cuando cumplió treinta y cinco, Barclays y su primera esposa Casandra dieron una fiesta en un hotel que terminó a las seis de la mañana. Ya a plena luz del día, manejaron hasta su casa en los suburbios. Casandra estaba bastante alcoholizada, Barclays no había tomado nada de alcohol. Había sido una noche feliz, habían bailado con desusada alegría, habían sentido el cariño de sus amigos. Por eso pareció una prolongación natural que hicieran el amor, ya de día, los perros ladrando en el jardín, los gatos maullando en la cocina, pidiendo comida. La esposa de Barclays condescendió a procurarle una sesión de sexo oral. A poco de iniciarla, se quedó dormida, su cabeza apoyada en la entrepierna de su marido. Humillado, Barclays pensó:

-Se ha dormido porque ya no me quiere. Se ha dormido porque ya no le interesa jugar conmigo.

Ahora, a su segunda esposa Silvia, bastante menor que él, Barclays suele preguntarle, cuando desea hacer el amor:

-¿Quieres jugar conmigo?

Ella nunca se niega, siempre está dispuesta a jugar, incluso cuando está sin el anillo protector anticonceptivo se arriesga a jugar con Barclays. Y en general juegan con inventiva y audacia, con picardía y franqueza, disfrutándolo bastante, compartiendo sus secretos. Con su primera esposa, más señorial y conservadora, Barclays no podía permitirse las travesuras y los desafueros que se permite con su segunda y actual esposa, dispuesta a complacerlo en las posturas ortodoxas y sobre todo en las heterodoxas, aquellas reservadas para los más licenciosos o los más gamberros.

Sin embargo, ahora Silvia, en vísperas de su cumpleaños, se ha quedado dormida, profundamente dormida, y Barclays cuestiona sus dotes como amante delicado, servicial, suave, suavísimo.

-Más que un amante, soy un calmante -piensa.

Al día siguiente, no se habla del incidente, quizás porque Silvia no lo recuerda, o lo recuerda con pudor. La esposa de Barclays abre sus regalos y los agradece con emoción. La niña de once años, hija de ambos, está en el colegio. Almuerzan en el restaurante favorito de Silvia. Barclays solo bebe agua, pero ella se permite unas copas de vino.

Aunque parecería un momento feliz, Silvia está furiosa, realmente furiosa. No está enojada con Barclays, menos mal. No está enfadada con sus padres, que están lejos. Está molesta, realmente molesta, con la empleada doméstica. Está tan molesta que le dice a Barclays:

-Quiero despedirla. Me ha arruinado mi cumpleaños.

La empleada es una señora cubana de sesenta años. Se llama María. Llegó a las seis de la mañana, lavó los platos, limpió la cocina y le preparó el desayuno a la niña. Al lavar los platos, la señora María tiró al fregadero de la cocina dos recipientes grandes que contenían sopa de pollo. El día anterior, en vísperas de su cumpleaños, Silvia había pasado horas preparando esa sopa de pollo. Le había quedado deliciosa. La había preparado con mucho cariño. Un recipiente de sopa era para ella. El otro era para el perro y el gato que viven en su casa.

-¡Cómo puede ser tan descuidada de tirar mi sopa de pollo a la basura! -dice Silvia, furiosa, realmente furiosa.

En casa de los Barclays, la señora María se ha hecho fama de tirar a la basura más cosas de las que debiera considerar desperdicios. Cierta vez arrojó a la basura una lasaña que Barclays atesoraba en la nevera, provocando una crisis familiar. Ahora ha despachado al vertedero la sopa de pollo de la esposa de Barclays, agriándole el cumpleaños.

-Compremos una sopita de pollo en este restaurante -sugiere Barclays a su esposa.

-¡No! -dice ella-. ¡Mi sopa de pollo no la hacen acá ni en ninguna parte! ¡Es deliciosa! ¡Me pasé horas haciéndola!

Cabreada como hacía mucho tiempo no se desataba en tan malos humores, la esposa de Barclays le escribe un mensaje de texto en términos virulentos a la señora María. Si bien no la despide, la amonesta severamente.

Luego se lamenta de que la empleada peruana Tania siga en Lima porque no le dieron la visa para entrar a los Estados Unidos.

-Tania nunca hubiera tirado mi sopa a la basura- dice.

Tiempo atrás, los Barclays despidieron a la empleada cubana María por tirar demasiadas cosas a la basura y por dejar el cheque de su salario mensual en la mesa de la cocina, de modo que la empleada peruana Tania lo viese y descubriese que ganaba menos que ella. Barclays pensó que dejar el cheque era un error imperdonable, una deliberada provocación para despertar los celos de Tania. Por eso la despidieron y se quedaron solo con Tania. Luego Tania viajó a Lima a actualizar su visa, pero no se la renovaron, se la negaron, de modo que, derrotados, los Barclays recontrataron a la señora María.

¿Podrían vivir los Barclays sin empleadas domésticas? Sí, claro, por supuesto. Pero tendrían que levantarse a las seis de la mañana, preparar el desayuno a la niña, llevarla al colegio que está lejos de la isla en la que viven. Tendrían que lavar los platos, limpiar la cocina, hacer las compras del supermercado, fregar los baños. Tendrían que ir a buscar a la niña del colegio a las tres de la tarde. Como no quieren hacer nada de eso porque son unos haraganes y unos consentidos, los Barclays necesitan a la señora María y no pueden darse el lujo de despedirla solo porque tiró a la basura la sopa de pollo.

El día de su cumpleaños, Silvia está contenta porque ha recibido flores de su suegra Dorita y de su cuñado Octavio, pero al mismo tiempo sorprendida porque su cuñado Julián no la ha saludado. Cada dos horas, Barclays le pregunta:

-¿Ya te saludó Julián?

Pero Julián no la saluda. Pasa la tarde, llega la noche, llega la medianoche y Julián no la saluda. Al parecer, está molesto con Silvia.

-¿Por qué se habrá molestado mi hermano? -se pregunta Barclays.

Las hijas mayores de Barclays, hijas de su primera esposa Casandra, tampoco han saludado a Silvia, aunque eso no sorprende a Barclays ni a Silvia. Son cordiales, pero distantes. Al día siguiente, la hija mayor envía un correo muy cariñoso, saludando a Silvia.

Días antes de cumplir años, Silvia acudió con su esposo a un centro comercial, donde compró sus regalos, todas prendas muy bonitas. Es una mujer razonablemente libre, confortable y acaso feliz. Pero se ha dormido haciendo el amor. Y le han tirado su sopa de pollo a la basura. Y está molesta, extrañamente molesta. Tan molesta que Barclays se pregunta:

-¿Será que ya no es feliz viviendo conmigo y que el incidente de la sopa de pollo es solo la punta del iceberg de su infelicidad?

Al caer la noche, Barclays se despide de su esposa y su hija menor y conduce a la televisión. Silvia sigue malhumorada. Tal vez por eso, se dirige a la academia de karate. Acaso necesita dar golpes y patadas para desahogar sus frustraciones. Además, en la academia tiene dos amigas lesbianas, ambas argentinas, que la adoran. Concluida la recia sesión de artes marciales, las tres van a cenar a un restaurante japonés. Puede que sea el momento más feliz del cumpleaños de Silvia. Barclays se pregunta:

-Si es más feliz con sus amigas lesbianas que conmigo, ¿será que mi esposa es lesbiana y está por descubrirlo?

Cuando Barclays regresa a su casa a medianoche, Silvia sigue en el restaurante con sus amigas. Regresa poco después. Está alcoholizada y feliz.

-¿Será mi esposa una alcohólica? -se pregunta Barclays-. ¿O va camino de serlo?

Ya en la cama, Barclays se abstiene de preguntar:

-¿Quieres jugar conmigo?

En pocos minutos, Silvia se queda profundamente dormida.

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