La trágica historia de Irene Morales: la cantinera chilena de la Guerra del Pacífico
Se enroló en el Ejército merced a un engaño, pero terminó ejerciendo las funciones de cantinera. En los tiempos de la guerra contra Perú y Bolivia, las mujeres tenían participación en el campo de batalla. Ahí estuvo Morales, pero sus motivos fueron bastante más personales.
La rabia la enardeció completamente. A pesar de que se le otorgó un indulto presidencial, las balas del pelotón de fusilamiento atravesaron el pecho de Santiago Pizarro, un ciudadano chileno avecindado en Antofagasta. A su pareja, la también chilena Irene Morales, el momento se le quedó grabado a fuego, pero la vida le proveería una buena oportunidad para conseguir revancha.
Poco tiempo después, el Ejército chileno ocuparía la ciudad de Antofagasta, el 14 de febrero de 1879. A primera vista, eso no tenía nada que ver con ella, más bien, se debía a un oscuro cruce de intereses fronterizos y económicos, asentados en la macropolítica del cono sur. Aunque no ocupaban puestos en la oficialidad, por la segunda mitad del siglo XIX las mujeres no eran del todo desconocidas para la disciplina militar.
“La mujer siempre acompañó al Ejército de Chile, desde las guerras de la Independencia en adelante -señala a Culto el historiador Rafael Mellafe, especializado en historia militar-. Eran el ‘segundo contingente’ que caminaba detrás de la tropa y estaba formado por las esposas, novias o madres de los soldados”. Entre otros, además, cumplían otros roles.
Como parte del “segundo contingente”, las mujeres podían ejercer alguno de los siguientes 4 roles respecto al Ejército en campaña, agrupadas según una particular pirámide social de acuerdo a sus funciones. “En el nivel más bajo encontramos a las prostitutas que seguían a la tropa para ejercer su negocio -señala Mellafe-. Un peldaño más arriba estaban las ‘Vianderas’ que eran las que armaban ramadas, hacían comida, vendían implementos, etc. Luego vienen las ‘Compañeras’ o ‘Camaradas’ que eran las madres, novias, esposas de los soldados que iban con ellos para servirlos, lavar y zurcir los uniformes y cuidaros en general. En la cumbre de esta especie de escala social están las ‘Cantineras’ que eran mujeres de probada moral y buenas costumbres que eran asimiladas, normalmente con grado de suboficial, a alguna unidad del ejército de Chile”.
Mellafe agrega: “Si bien es cierto que esto era algo informal, se tiene registro que la primera Cantinera ‘oficial’ del Ejército de Chile fue Candelaria Pérez que fue incorporada como tal, alcanzando el grado de Sargento, durante la guerra contra la Confederación Perú Boliviana de 1836 a 1839″.
¿Qué papel tenía la cantinera en el Ejército? Mellafe explica: “La función de la Cantinera, como parte de una unidad del Ejército, era preocuparse de la ‘Cantina’ (no se entienda como un lugar donde se almacenan licores) en la que se almacenaban todo tipo de implementos de vestuario, medicinas básicas y muchas veces la de enfermera improvisaba. También eran las confidentes de los soldados, en un papel de hermana o madre”.
Fue, de hecho, la famosa “Sargento Candelaria”, la antecesora directa del rol que pocos años más tarde tendría Morales. Aunque su rol fue incluso más allá de quedarse en la cantina, pues no dudó en tomar en fusil. “Candelaria Pérez fue una mujer asimilada al Batallón Carampangue donde destacó por su liderazgo y valentía en batalla -cuenta Mellafe-. De hecho, ella lideró el ataque final al cerro Pan de Azúcar durante la jornada de la Batalla de Yungay el 20 de enero de 1839. Su cuerpo se encuentra en el panteón del Cementerio General”.
De La Chimba a Antofagasta
Nacida en Santiago hacia 1848, Irene Morales era originaria del barrio de La Chimba, hoy, el sector de Independencia y Recoleta. En 1861 falleció su padre, cuando tenía alrededor de trece años, por ello junto a su madre se dirigieron a Valparaíso. Allí aprendió el oficio de costurera y se casó con un artesano carpintero.
Sin embargo, el hombre falleció en 1877, antes que cumplieran el año de estar casados. Ante esto, decidió emigrar nuevamente al norte, donde se estaba generando la nueva riqueza del salitre y del rico mineral de Caracoles. Para ello, su destino fue Antofagasta, por entonces ciudad boliviana y que estaba recibiendo un importante flujo de chilenos. De hecho, su primer habitante fue el chileno Juan López.
“Hacia 1868, con la fundación oficial de la urbe, la afluencia de chilenos se hizo más frecuente con los trabajos salitreros -explicó a Culto José Antonio González, Doctor en Historia de la Universidad de Navarra y profesor titular de la Universidad Católica del Norte-. En 1870, se calcula que la población antofagastina llega alrededor de 400 personas; ese mismo año, el descubrimiento de Caracoles, en pleno corazón del desierto, hizo que el flujo migratorio se acrecentara”.
En la “Perla del norte”, Morales volvió a encontrar nuevamente el amor. “Conoció a un músico chileno que estaba asimilado en los Gendarmes bolivianos, Santiago Pizarro, el que fue fusilado después de participar en un confuso incidente donde murió un gendarme boliviano”, cuenta Rafael Mellafe.
Dolida y apenada, Irene juró venganza. Hasta que llegó el momento de la invasión chilena sobre Antofagasta el 14 de febrero de 1879. “Las crónicas indican que esta mujer zapateó sobre el escudo boliviano hasta que logró traspasar el taco de su zapato”, comenta Mellafe.
Para cobrar revancha, Morales se enroló en una unidad del Ejército chileno disfrazada como hombre. Sin embargo, fue descubierta, aunque se le permitió quedarse como Cantinera. Y al igual que Candelaria Pérez, también tomó un fusil. “Combatió en Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores. En Lima se casó con el cabo Alfredo Cisternas, pero al poco volvió a enviudar. Regresó a Chile donde falleció, en la pobreza absoluta y producto de una debilitada salud, el 25 de agosto de 1890 a los 41 años”, indica Mellafe.
Como señaló el periódico antofagastino El Industrial durante el año 1896, posteriormente a la guerra Morales se preocupó de darle una digna sepultura a su amado fusilado. “Hizo un entierro soberbio a Santiago, y no contenta con esta última prueba de cariño, vino a Valparaíso a buscar una elegante plancha de mármol para colocar en su sepultura” (El Industrial, p. 4, Memoria Chilena).
Mellafe indica que Morales fue una entre muchas otras mujeres que cumplieron sus mismas funciones. “Muchas fueron las Cantineras: María Quiteria Ramírez, Juana Alcaino Ibarra, Filomena Valenzuela Goyenechea, Josefa Del Carmen Herrera, Susana Montenegro, Leonor Solar, Rosa Ramírez, Carmen Vilches, Mercedes Debía, Manuela Peña, Dolores Rodríguez, Matea Silva Vda. De Gutierrez, Rosa González, Juana Soto, Maria Ramírez (La Chica), Leonor González , Carmen Cabello, Clara Casados y Eloisa Poppe. Ninguna de ellas, como tanto más veteranos de la Guerra del Pacífico, fueron reconocidos por el Estado en vida”.
Como una forma de reconocimiento a las cantineras, en junio pasado el Congreso Nacional aprobó una ley que fija al 27 de noviembre como el Día Nacional de las Cantineras, por iniciativa de Ana Olivares, integrante desde 2017 del Consejo de la Sociedad Civil (Cosoc) del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, dependiente del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y contó con el apoyo de diversas organizaciones patrimoniales de la región de Antofagasta.
¿Por qué 27 de noviembre? En esa fecha se llevó a cabo la Batalla de Tarapacá (1879), uno de los pocos triunfos peruanos de la guerra del Pacífico y que vio morir como mártir al teniente coronel Eleuterio Ramírez, el primer “León de Tarapacá”. Pero esa es otra historia.
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