Rodrigo Fresán: “En el momento de morir, Bolaño estaba en el final de su principio”

Rodrigo Fresán wsp
Rodrigo Fresán (c) Alfredo Garófano.

El destacado autor trasandino acaba de publicar Melvill, una novela donde ficciona las vidas del escritor Herman Melville, y su padre, Allan. Sobre la novela, y los cruces que tiene el libro con otros clásicos de la literatura mundial se explayó en charla con Culto.


Pueden llamarlo Allan. Es uno de esos personajes que parecen secundarios en alguna novela, pero que de repente ocurre algo que lo saca de la oscuridad de un rincón para pasar a un sitio más luminoso. Eso le pasó al escritor argentino Rodrigo Fresán respecto a Allan Melvill, el padre de Herman, el autor de Moby Dick. Y ojo, sin la “e”, pues el apellido original no la llevaba. Ese fue un añadido de su madre, Maria Gansevoort, quien al enviudar hizo ese pequeño y sutil cambio para evitar a los acreedores que se acumularon en la tumba de su marido. Una treta ingeniosa.

“Siempre hubo un interés puntual y personal por Melville -cuenta Fresán vía Zoom a Culto-. Es un autor que siempre me entusiasmó. Pero la idea puntual de escribir una novela sobre él, fue tras leer una biografía de Melville. Ahí aparece este episodio en la vida del padre, que cruzó el río Hudson congelado huyendo de sus acreedores. En la biografía de Melville, ese momento no ocupa más de cuatro líneas. El padre de Melville murió cuando Herman era muy joven, o sea que no tuvo una incidencia mayor. Pero siempre me había impresionado mucho ese momento. De hecho, en mi libro anterior, La parte recordada, esa idea se la adjudico al protagonista como uno de los libros que no pudo escribir por las dudas, para patentarlo públicamente, porque me extrañaba mucho que alguien no lo hubiera usado todavía”.

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A partir de ahí, Fresán vio un material listo para ser convertido en una novela. Así le dio vida a Melvill, su última novela y que en Chile se encuentra disponible por Literatura Random House.

¿Por qué te atrajo de la figura de Herman Melville?

De niño, leí una primera versión de Moby Dick, creo que era de Editorial Bruguera, donde había una página de texto y una página de cómic, alternativamente. Me sorprendía mucho que a veces lo que contaba el cómic no era lo que contaba la página de al lado. En Moby Dick están todos los tics, las virtudes y las revoluciones de la metaficción y del posmodernismo. Los grandes libros antiguos, desde la Biblia y todos los textos sagrados hasta El Quijote o Tristram Shandy o Anatomía de la Melancolía,muestran todo lo que ocurrió antes, lo centrifugan y lo lanzan al futuro. Moby Dick hace un poco eso y Melville hace un poco eso. Si bien, toda la obra de Melville es muy interesante, un cuento como como Bartleby, el escribiente, ya preanuncia a Kafka. Son hitos que a mí me gustan.

“Hay un momento del libro que el libro también se ríe un poco del orden cronológico y de la tiranía del tiempo. Melville entra a una taberna y los parroquianos están cantando las canciones del Álbum blanco de los Beatles, no casualmente es blanco como Moby Dick y hace el mismo mecanismo que en la novela de Melville: coge todo lo que hay antes de los Beatles, lo funde con los Beatles e inventa todos los géneros que van a venir. Melville además, es uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana junto a otros, como (Nathaniel) Hawthorne, (Mark)Twain y Henry James. O refundador como el ruso Vladimir Nabokov, que refunda la literatura norteamericana con Lolita. Por eso me interesa, porque es un área de la literatura que me interesa mucho”.

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Mientras escribías esta novela, ¿volviste a leer a Melville?

No, no hice mucho trabajo de relectura porque también tenía miedo de caer como en un luminoso agujero negro. El libro está escrito más con sensación que con precisión. Con mi recuerdo de la lectura de Melville que de la lectura puntual. Obviamente cotejé algún tipo de información o algún tipo de dato que me interesaba tunear. Pero no. Cuando yo escribí Jardines de Kensington, que es un libro anterior mío y que también trata de un escritor real, sí leí mucho más al costado porque fue un proceso de aprendizaje casi simultáneo con la escritura del libro.

En el relato aparece un personaje Nico C, que es una mezcla entre fantasma y vampiro. ¿Por qué decidiste añadir esta dimensión más ligada a lo fantástico?

Asignatura pendiente conmigo mismo. Siempre quise escribir un libro de deseo con vampiros o con fantasmas. Una de mis novelas más formativas, o deformativas, de mi infancia y la primera que leí en versión completa fue Drácula de Bram Stoker. Él no es un gran estilista, ni siquiera podría decir que es un gran escritor, pero sí creó una obra maestra y un arquetipo formidable. Ahora me sigue interesando la idea esta de que en Drácula todos leen y todos escriben y todos se vuelven escritores obligados por el monstruo y por lo desconocido. Técnicamente, tiene dos cosas maravillosas. Una es esta cláusula vampírica, de que el vampiro no puede entrar a tu casa salvo que lo invites. Me parece una genialidad. ¿No? Y la otra este recurso formidable de que en las 600 páginas que puede tener Drácula, él aparece solo en 30 o en 40. En todo el resto del libro se está hablando, teorizando, fantaseando con Drácula. Yo en algún momento había pensado en escribir una novela que fuera Drácula en Londres, porque no se sabe qué hace Drácula en Londres, como la vida privada de Drácula. ¿Qué hizo, a qué se dedicaba? Me causaba gracia.

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¿De alguna forma piensas que este libro es una reivindicación de Melville? A quien suele clasificársele como un escritor fracasado en vida.

A estas alturas, Melville no necesita que lo reivindique nadie. Quiero decir, cada tanto por ahí aparece gente que dice, uh, que libro pesado, que insoportable, pero en fin. Meville la pasó muy mal, pero póstumamente, ya en 1910, fue elevado a los altares. No en vida. Nadie puede dudar de su grado de influencia. En Melville está (Thomas) Pynchon, está David Foster Wallace, está Dennis Johnson, William Gaddis. Buena parte de esa especie de ambición leviatánica de captar la gran novela norteamericana sale a navegar cortesía de Moby Dick.

También mencionas el vínculo de Melville, con Nataniel Hawthorne, ¿cómo era?, ¿Cuánto marcó a Melville?

Muchísimo. En realidad, Hawthorne asiste un poco pasmado y hasta preocupado y hasta con ganas de salir corriendo a este efecto que produce en Melville. Luego de leer La letra escarlata le nace la necesidad de ser algo más como escritor. Toda una escuela de pensamiento que habla de una especie de relación homoerótica, platónica, ¿no? Pero a mí eso no me preocupaba. Me parece que había una especie de profundo amor y admiración en el terreno de lo literario.

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Más allá de los Melville, ¿consideras que esta novela es básicamente sobre escribir y leer?

Todos mis libros son sobre escribir y leer. Me parece que es el tema más transgresor sobre el que se puede escribir ahora. En una época donde todo el mundo se la pasa leyendo y escribiendo y no necesariamente de la mejor manera posible. Ni con los mejores soportes ni con la mejor concentración. Soy completamente autodidacta, no tengo vida académica, ni siquiera terminé el primario. Entonces, toda mi formación y toda mi respeto en tanto escritor ha sido por acto mismo de leer y escribir. No hay más que eso.

En su momento, fuiste cercano a Roberto Bolaño, ¿cómo recuerdas ese vínculo con él?

No tengo nada más que decir. Me parece mucho que he dicho todo. No quisiera estar produciendo el efecto de un stand-up comedy en que giro por bares cada vez más ruinosos contando siempre los mismos chistes. La verdad es que lo único que te puedo decir es que me sigue pareciendo un escritor enorme y que lo extraño como un gran amigo. Extraño mucho todos los libros que podría haber seguido escribiendo y que seguramente iba a escribir. Me parece que era un escritor que en el momento de morir estaba en el final de su principio.

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