Mauricio García Villegas, autor colombiano: “Buena parte de los pesares de América Latina pueden explicarse mejor desde las emociones”

Mauricio García Villegas, escritor colombiano.
Mauricio García Villegas, escritor colombiano.

Por estos días, el académico se encuentra de visita en el país en el marco de la publicación de su más reciente libro, titulado El viejo malestar del Nuevo Mundo. En él, García se aventura a trazar un completo análisis que, en clave de ensayo, rastrea y reflexiona sobre rol de las emociones tristes en los pesares de América Latina. En conversación con Culto, el colombiano ahonda en algunas de las ideas, además de analizar el momento social de varios países de la región, incluido Chile.


La economía, la política y la historia pura y dura. Cada vez que intentamos comprender el porqué de los pesares de América Latina, lo más común es partir por esas dimensiones de análisis. En El viejo malestar del Nuevo Mundo (Ariel, Editorial Planeta), la más reciente publicación del escritor y doctor en Ciencias Políticas colombiano Mauricio García Villegas, esa triada de conceptos también están presentes, aunque con una apuesta que va mucho más allá.

Para el colombiano, las emociones igualmente tienen algo que aportar en esta discusión. Pero no cualquiera de ellas, sino las que el filósofo neerlandés Baruch Spinoza denominó como las emociones tristes. El odio, el miedo, la venganza, el resentimiento. Todas ellas, capaces de malograr o estropear a los individuos que las padecen.

“Primero publiqué un libro que se llama El país de las emociones tristes, con la idea de que para explicar los pesares que tiene Colombia, que son muchos, empezando por la violencia, era importante tener en cuentas las emociones. Las emociones de los líderes políticos, del pueblo, de la gente. Fue un libro que tuvo relativo éxito en Colombia, y pensé que era bueno hacerlo sobre América Latina”, comenta García a Culto sobre el germen de su nuevo ensayo.

Desembarco de Colón. Pintura de Dióscoro Puebla
Desembarco de Colón. Pintura de Dióscoro Puebla

“No soy un latinoamericanista, pero siempre me ha interesado mucho América Latina, desde muy joven. Entonces decidí hacer este libro con la idea de que buena parte de los pesares de América Latina, de sus dificultades, sobre todo en el mundo de la política, pueden explicarse mejor partiendo de las emociones”, explica el autor con un tono sereno.

Así, en palabras sencillas y recurriendo a una variedad de ejemplos y anécdotas, el colombiano se sumergió en una revisión minuciosa y detallada de los orígenes y consecuencias de esas emociones tristes que imperan en la región. Una visión que apela, sobre todas las cosas, a pensar en Latinoamérica como un solo bloque, relevando eso que nos une por sobre las diferencias.

Abrazo de Maipú, pintura de Pedro Subercaseaux
Abrazo de Maipú, pintura de Pedro Subercaseaux

“Cuando empecé a escribir este libro, muchos de mis amigos me dijeron ‘pero América Latina es muy distinta, todos los países son diferentes, ¿qué puede haber de común entre un carioca y un mexicano, entre un porteño y un bogotano, entre un bogotano y un cubano?’. Pues yo creo que esas diferencias son externas, cosméticas. Existen, por supuesto, pero no son fundamentales”, confiesa el escritor.

Y reafirma su posición: “Cuando se trata de explorar algo más profundo, que es la manera en cómo se ve el mundo, la autoridad, la sociedad, al vecino, a la familia. Cómo se ve lo que vale la pena y lo que no. Cómo se ve la justicia, la libertad. Cómo entendemos la vida en sociedad y al Estado. Cómo entendemos nuestras ilusiones y nuestros fracasos. Cuando se trata de eso todos somos muy parecidos”.

“La prueba de eso es que tenemos los mismos problemas, o al menos muy similares, en cuanto a la corrupción, de falta de eficacia del Estado, de falta de legitimidad, de desconfianza, de delirio, de miedos. Todos esos problemas son muy similares a lo largo del continente. Las personas latinoamericanas que viven fuera de América Latina, que son millones, saben muy bien de lo que estoy hablando”. Una experiencia que el mismo autor vivió durante su estadía universitaria en Bélgica. “Los latinoamericanos no hacíamos diferencias entre unos y otros porque todos frente a los belgas éramos iguales”.

Con fronteras

García es claro a la hora de señalar que esa idea, de que esto es un mismo pueblo amurallado por las fronteras ficticias que son los países, pero que tiene el mismo sentido de la vida, no es una reflexión nueva. “Yo no me inventé eso. Eso existe en América Latina desde hace mucho tiempo. Existió cuando expulsaron a los jesuitas en el siglo XIX y se fueron a escribir, y todos escribían de esto como una sola nación. Muchos intelectuales han hablado así de América Latina. Alfonso Reyes en México, don Andrés Bello, que vivió tanto tiempo aquí en Chile, un gran intelectual y un gran escritor”.

Allí es donde el colombiano apunta a una de las reflexiones medulares de su libro: “Vivimos los unos a espaldas de los otros, con monedas distintas, con instituciones internacionales que funcionan muy mal, que a veces están dominadas por los políticos de turno y por el color político de sus gobiernos. Tenemos muchas razones para unirnos. La Amazonía, por ejemplo. ¿Cómo vamos a resolver esos problemas teniendo ocho países con políticas diferentes frente a la Amazonía? Somos muy débiles frente a las potencias internacionales porque negociamos cada uno por su lado. Si esto fuera un continente unido, que negociara junto, seríamos mucho más fuertes”.

Mauricio García Villegas, escritor colombiano,
Mauricio García Villegas, escritor colombiano,

Pareciera que, desde otros lugares como Estados Unidos o Europa, es mucho más fácil ver lo que los latinoamericanos tenemos en común

Ellos nos ven como iguales. Y a veces nosotros nos vemos como distintos no siendo distintos. Esa es una paradoja. Ellos saben que somos iguales y que el trato que tienen con gente de América Latina tiene sus rasgos comunes. Y muy comunes. Ellos lo saben, pero nosotros no lo sabemos. A veces no creemos.

¿Por qué le pareció importante trabajar este tema a través del formato del ensayo?

Fui académico por muchos años, pero hace poco más de una década empecé a cambiar el estilo y a abandonar la academia, que tiene unas normas muy rígidas, llenas de citas, de comprobación. Y está muy bien que la academia sea la academia. En este libro hay muchos temas, quizás demasiados, y los quería explicar para que todo el mundo los entendiera. Una cosa muy importante para mí es que la gente no se aburra leyendo. Que el texto tenga, además, encanto. Trato de lograr eso hasta donde soy capaz.

La manera como se dicen las cosas es muy importante. Tan importante como lo que se dice. El ensayo tiene ventajas comunicativas, de atractivo, ventajas inclusive estéticas, de belleza literaria, y eso me interesa mucho. Tiene desventajas también. Las pruebas y las comprobaciones son menores, pero a mí me interesa hablarle a un público mucho más amplio, que no tiene que ser especialista en América Latina. Y hablarle, además, de muchos temas, algunos de ellos complejos, pero en términos sencillos, fáciles. Y sobre todo que no se aburran.

¿Hay algo de democratización del conocimiento en aquello?

Exacto. Es también una democratización. No lo había visto así, pero ahora que lo dices tienes razón. En todo caso, es una manera de sacar a los académicos de su nicho de cristal, encerrados en sí mismos y leyéndose entre ellos mismos. De hacer un esfuerzo porque esas ideas lleguen a todo el mundo y no se queden en los recintos académicos o universitarios.

Lo triste

El libro aborda el pasado, pero también el presente. ¿Cómo influyen las nuevas tecnologías, sobre todo las redes sociales, en estas emociones tristes?

En la actualidad hay mucho de emoción triste. No solamente en América Latina sino en todo el mundo. Y creo que la manera como nos comunicamos hoy en día, la tecnología, y en particular las redes sociales, han contribuido mucho a las emociones tristes. En las redes sociales todo es muy emocional, muy efímero, muy pasajero, centrado en lo que impacta, en lo que los periodistas llaman las tendencias. Y eso muchas veces va en detrimento del lenguaje pausado, lento, en donde cada uno de los participantes está dispuesto a dejarse convencer por el otro. Ese lenguaje razonable, de argumentos que van y vienen durante un rato largo. Hoy en día no hay paciencia para un debate largo o para una lectura larga.

Hay mucho de emocionalidad en el mundo actual, y esa emocionalidad, que es impactante y radical, muchas veces es también triste. Odios, rencores, resentimientos. Y por eso vemos que en las redes sociales y en el debate público el porcentaje de radicales y de gente emocional, que vehicula emociones tristes, es mucho mayor que el porcentaje de esa gente que existe en la realidad. En la realidad, la gente es más moderada que en las redes. El porcentaje de moderados en la realidad es mayor que el porcentaje de moderados en las redes, porque mucha gente ‘yo no me quiero meter a esa pelotera, a ese mundo de insultos y de beligerancia, mejor yo me salgo de ahí y no digo nada’. En cambio, los radicales no se amedrentan por los insultos y por el lenguaje grandilocuente. Al contrario. Eso es lo que les gusta.

Retrato de Baruch Spinoza, filósofo que teorizó sobre las emociones tristes.
Retrato de Baruch Spinoza, filósofo que teorizó sobre las emociones tristes.

¿Cuáles diría que son las emociones tristes que están más presentes en la América Latina de hoy?

Lo anterior se traduce en la inestabilidad de la política. Eso, por un lado. Por otro, y esto es más particular de América Latina, está la desconfianza. La desconfianza es muy fuerte en América Latina y ha sido muy impactante. Desconfiamos de todos. Los ciudadanos desconfían de los ciudadanos, los ciudadanos desconfían del Estado, el Estado desconfía de los ciudadanos, y eso es como un círculo vicioso del que no salimos. Hay que romper ese círculo vicioso, y eso en política es tremendamente difícil, complicado, complejo, porque ya nadie confía en ningún Estado.

En las últimas 16 elecciones en América Latina siempre gana la oposición. Porque la gente ya no cree en nadie, incluso no cree en aquellos por los cuales votaron y que tenían un programa político con el cual estaban de acuerdo. La gente no quiere a los políticos porque los problemas que tiene el continente y cada uno de sus países no se solucionan en cuatro o cinco años de gobiernos. Implican paciencia y hay poco de eso hoy en día. Las grandes reformas que se necesitan tienen que estar encadenadas en varios gobiernos. Dos, tres, cuatro gobiernos.

Pensemos, por ejemplo, en reformas agrarias o a la educación. Eso necesita 10, 15, 20 años o más de trabajos mancomunados, unidos entre distintos gobiernos. Y como los gobiernos saben que tienen muchas posibilidades de que no sean sucedidos por gente de su partido, son muy conscientes de que su legado dependerá de lo que puedan hacer que en cuatro años y punto.

En el libro menciona la emoción del delirio imaginativo, que ha sido un arma de doble filo para nuestra región. Muy positiva para la literatura, pero fatal en cuanto a la política. ¿Cómo entender esa dualidad y la relación entre la política y la literatura?

Eso es importante. Los latinoamericanos somos más barrocos del barroco español que los españoles actuales. Aquí el Barroco se quedó, fue muy fuerte. Era ya muy importante en España en el siglo de oro, pero cuando llegaron los conquistadores aquí y vieron estas montañas maravillosas, esta naturaleza extraordinaria, pájaros multicolores y árboles extraños que nunca habían visto, esa imaginación, que ya era grande cuando estaban allá, aquí se desbordó. Y la utopía, el maximalismo y la ficción se dispararon.

Y eso ha sido muy útil para la literatura. Si algún producto de exportación tenemos los latinoamericanos que sea noble y que sea tan importante como cualquiera del mundo es la literatura. Y no solo la colombiana. La literatura en todas partes. Aquí tenemos talento para la literatura porque este continente tiene mucho de mágico. Eso es muy bonito y muy bueno. Pero lo que pasa es que, en la política, cuando se trata de la ficción y de la utopía, el maximalismo y de la magia, ya la cosa no funciona tan bien. Porque ahí, la utopía y el maximalismo han conducido a desastres. No solamente por el lado de la izquierda, sino también por en la derecha. Los proyectos utópicos se han estrellado contra la realidad y han conducido en buena medida a guerras civiles o a fracasos rotundos en América Latina.

Nosotros somos barrocos y por eso somos quijotescos. Somos como Don Quijote, no sabemos muy bien si vivimos un sueño o soñamos una vida. Y eso está muy bien, como digo, en el mundo de la imaginación. Pero en la política necesitamos más Sanchos. Necesitamos gente pragmática, más ciencia, más estadística, más estudio. Construir un Estado. En América Latina eso ha sido muy débil. Subestimamos ese lado administrativo, técnico, científico, que implica un conocimiento empírico importante en la construcción del Estado. Nuestra política ha sido pura imaginación, puro delirio y muy poca ciencia. Necesitamos más ciencia en la política y menos delirio. Más Sancho y menos Quijote.

En quijote de la Mancha en una de las acuarelas del pintor Salvador Tussel
En quijote de la Mancha en una de las acuarelas del pintor Salvador Tussel

La religión y el gobierno indiscutible fueron muy importantes para la cohesión social durante la colonia. ¿Cómo se ve reflejado eso ahora, en un contexto donde la iglesia ha perdido credibilidad y hay una desconfianza generalizada en los gobiernos?

La religión fue y ha sido fundamental. No hay que olvidar que hemos vivido más tiempo en la colonia que en la República. La colonia fue más de tres siglos. En esa época, había un dispositivo del poder muy eficiente, que era esa unión entre la monarquía y la Iglesia Católica. La Iglesia servía para cohesionar a la sociedad y la monarquía para evocar una sacralidad o algo sagrado que estaba representado por el rey, que nadie lo veía porque nunca venía aquí, y entonces era una especie de semidiós.

Esa unión entre la Iglesia y el Estado funcionó muy bien. Y cuando llegaron las independencias y se fueron los españoles y buena parte de la iglesia, con todos ellos se fue la legitimidad. Y reconstruir o sustituir eso, inventarse un nuevo mito legitimador, una nueva historia, una nueva ficción que fuera capaz de unir a la gente y que permitiera que la gente, creyendo en ese mito, obedeciera espontáneamente como lo hacía en la época de la colonia, fue muy difícil. Por eso el siglo XIX tuvo tantos caudillos.

El caudillo surgió cuando la democracia constitucional fue incapaz de cumplir sus propósitos, de asegurar los campos. Y entonces, algunos de los hacendados se levantaron y se unieron para imponer seguridad y protegerse de los ladrones y de otros. Tuvieron tanto éxito que conquistaron regiones y finalmente algunos de ellos llegaron a la presidencia. Pero en buena parte porque el Estado no funcionaba bien. Hoy en día seguimos teniendo caudillos, y por la misma razón. Como el Estado constitucional incumple sus promesas, sobre todo las de seguridad muy vinculadas a la derecha, y de justicia social muy vinculadas a la izquierda, en esa situación dramática la gente dice ‘no, pues que venga un tirano’. Como antes se decía ‘pues que venga el caudillo’.

Y eso ha sido un fracaso. En América Latina los caudillos no se han acabado. Siempre existe el peligro de que frente a las dificultades de resolver los problemas venga otro. Eso es un fantasma que tenemos espantar y eludir, porque el caudillismo no ha traído nada bueno en América Latina. La solución es la democracia constitucional, que es difícil y que necesita mucho a Sancho. Que necesita conocimiento, consenso y entendimiento entre los partidos y las personas. Minimizar y atenuar las emociones.

¿Y cómo recuperar ese mito cuando la polarización parece ser la norma?

Hay que construir un tipo de conversación nacional que sea menos emocional, más reposada y donde las partes estén dispuestas a colaborar entre ellas. Incluso dentro de las mismas facciones. Uno de los problemas que existen en América Latina, y esto en Chile ha sido importante, es que muchas veces la extrema izquierda sabotea a la izquierda democrática e impide que tenga éxito por muchas razones. Por envidia y porque sabe que, si tiene éxito, ella quedará relegada.

En América Latina hay muy poco sentido patrio, muy poco sentido de aprecio por lo público. Tenemos que recuperar ese ámbito de lo sagrado en donde la política se suspende. Donde, cuando llegan los políticos, cuando llegamos todos, dejamos de lado la política y estamos de acuerdo en valores y cosas fundamentales. Ese espacio de lo sagrado, de lo intocable, se está perdiendo. Ya cada partido tiene una idea distinta de lo sagrado, y eso no puede ser. Está pasando algo parecido a lo que pasaba en muchos países en el siglo XIX, y es que los conservadores tenían una idea de sociedad completamente distinta a la que tenían los liberales. Para vivir en democracia, ambos partidos pueden tener, y deben tener, incluso, ideas distintas sobre la sociedad. Pero debe haber un cuerpo común, un espacio común, un tronco común de valores esenciales y fundamentales, por ejemplo, relativo a las instituciones o a la constitución, en donde todos estén de acuerdo.

Hace algunos años que en Chile estamos inmersos en una discusión constituyente. ¿Cómo lo ha visto?

Chile se ha convertido en un país experto en decir cuáles constituciones no le gustan, pero no experto en decir cuál es la que le gusta. En eso tiene mucho lío. Y para decir cuál es la que le gusta tiene que ponerse de acuerdo en un texto que no sea partidista ni de movimiento político, sino que piense a la sociedad chilena a largo plazo. Que involucre muchas generaciones, tendencias y opiniones distintas. Una constitución para todos. No puede ser una constitución faccionalista, con camiseta política. Los redactores de la constitución, los miembros de la convención, tienen que tener un espíritu de conciliación. Y un espíritu de progreso y avance, no uno partidista.

Texto constitucional
23 DE JULIO 2022 / PUERTO MONTT Un hombre comerciante de la Feria libre de Alerce Norte mostrando la nueva Propuesta de Constitución Política de la República de Chile. FOTO: FELIPE CONSTANZO / AGENCIAUNO

Se dijo mucho que la primera propuesta estuvo inclinada hacia a la izquierda. Y con el proceso que está en curso ahora hay quienes opinan que los ánimos están cargados hacia la derecha…

Claro, pero tal vez ninguno de los dos intentos tiene razón, porque no hay que hacer una constitución partidista. Eso no quiere decir que los partidos y las mayorías no tengan influencia. Pero uno no puede hacer una constitución con el mismo espíritu que hace un programa de gobierno. El programa de gobierno puede tener un color político, eso está muy bien. Sin embargo, una constitución debe hacerse con un sentido de nación, de futuro y de consenso.

Otra idea presente en el libro apunta a que tenemos los mismos problemas que los países desarrollados, pero con Estados débiles

Tenemos problemas del pasado y problemas del presente. Una característica de América Latina es que los problemas del pasado nunca se solucionan del todo. El problema agrario nunca se solucionó del todo, el problema de la educación nunca se solucionó del todo, el problema del desarrollo nunca se solucionó del todo, el problema de la falta de eficacia del Estado nunca se solucionó del todo... Y entonces los problemas se van acumulando desde el pasado.

Tenemos todos los problemas del pasado, es decir, de las sociedades pre modernas, de los países no desarrollados, y tenemos además los problemas de los países desarrollados, que son los que están enfrentando hoy en día todos los países de la humanidad. El calentamiento global, las migraciones. Tenemos muchos problemas contemporáneos y una acumulación de problemas del pasado. Yo creo que para eso es muy importante la unidad de América Latina. Si América Latina se uniera, tendría más capacidad para resolver algunos de sus problemas contemporáneos.

La figura del caudillo evolucionó a lo que hoy llamamos populismo. ¿Qué tan vigente está esa amenaza en América Latina?

Yo creo que el peligro del populismo sigue latente. Siempre existe esa posibilidad, y aumenta mientras más desconfianza y más desengaño existe en la población. A veces esa desconfianza está justificada, pero a veces no. Mientras más ocurra eso, más la gente estará dispuesta a decir ‘no, que venga el salvador, de derecha o de izquierda, que nos va a resolver todos los problemas’. Y eso es una falsa ilusión, muy peligrosa.

Quizás en Chile eso se note menos que en otros países, como los de América Central, pero ante la frustración y la incapacidad de los gobernantes en regímenes de democracia constitucional, todos tenemos ese riesgo de optar por un tirano. Y eso es peligroso.

Lo que pasa en El Salvador con Bukele ha despertado preocupación, pero aun así ha logrado cosechar seguidores en otras latitudes

Es que generalmente el tirano, el populista, el caudillo, beneficia a la mitad de la población, que es la que está con él, la que se beneficia de sus políticas económicas, de sus redes de clientelismo y toda esa cosa. A la mitad de la población le va muy bien, pero en América Latina no podemos inventar regímenes políticos para la mitad de la población, que es un poco lo que yo llamo la democracia de la sinécdoque, esta figura literaria que toma la parte por el todo.

No. Tenemos que inventar políticas para todos. Y un gobernante tiene que gobernar por los que votaron por él y para los que no también. No puede llegar al poder y decidir que los que no votaron por él son sospechosos, enemigos o traidores y perjudicarlos. Eso, que ha sido muy frecuente en América Latina, es una nefasta costumbre que tenemos que evitar.

FILE PHOTO: El Salvador's President Nayib Bukele marks his fourth year in office, in San Salvador
FILE PHOTO: El Salvador's President Nayib Bukele gestures as he delivers a speech to mark his fourth year in office, in San Salvador, El Salvador June 1, 2023. REUTERS/Jessica Orellana/File Photo

Después de trabajar en este libro ¿Diría que se siente más o menos optimista sobre las posibilidades de mejorar de nuestro continente?

Los acontecimientos de las últimas semanas no me llevan mucho al optimismo. Yo no soy un pesimista trágico. Tal vez soy un optimista trágico, eso sí. Lo que está pasando en Guatemala es muy delicado, lo que está pasando en Ecuador es sumamente grave. En Colombia las cosas no van bien, en Argentina hay un desengaño y un resentimiento contra los políticos muy grave. Aquí (en Chile) hay un impasse muy delicado. En Brasil las cosas parecieran ir un poco mejor, pero no están ni mucho menos resueltas. América Central es un lío, el narcotráfico es un dolor de cabeza en todas partes.

Pero yo no desespero. Lo que creo es que hay que ser conscientes de que las soluciones que necesita el continente son, primero, difíciles, y que involucran muchos elementos, no solamente uno. No hay una varita mágica. La varita mágica no solo es la economía, la política o los diseños institucionales. Tampoco son solo son las emociones. Es un conjunto de cosas. Son soluciones difíciles, que toman tiempo.

Es como la comida lenta, lo que llaman slow food, que toma tiempo y generalmente tiene muchos ingredientes y son recetas complejas. Hoy en día, la gente quiere solucionar todo con el fast food, cuando las soluciones están por otro lado. Son lentas y complejas, pero existen. Lo que pasa es que son difíciles y lentas. Pero de eso tenemos que ser conscientes. Esa solución no la vamos a encontrar discutiendo en las redes sociales. Tenemos que inventarnos una manera de discutir distinta, ponderada, mesurada, lenta y razonable.

El viejo malestar del Nuevo Mundo. Ariel, Editorial Planeta
El viejo malestar del Nuevo Mundo. Ariel, Editorial Planeta

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