Llega Cuando Acecha La Maldad, la película argentina de terror más taquillera de la historia
El filme de Demián Rugna fue el cuarto más visto en el país trasandino en el 2023 y ganó el Festival de Sitges, el más importante del mundo en el horror y fantástico. Ahora se estrena en salas chilenas y su director dice que uno de sus secretos es su estilo “heavy metal”, sin contemplaciones.
Antes de que pase un minuto se escuchan dos balazos de revólver en el campo de los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jaime Yazurio (Demián Salomon). Es de noche, tal vez se oyen unos grillos y lo que hay afuera es oscuridad. Mientras avanzan por los árboles de un bosquecillo cercano, el perro se adelanta y les indica un lugar a explorar.
Afilan la vista y se encuentran con un cuerpo humano partido en dos mitades, todas las vísceras y viscosidades interiores expuestas para mayor festín de las moscas. No van ni cuatro minutos.
Se puede decir que así es un poco el estilo y la manera de exponer las cosas de Demián Rugna (1979), el realizador argentino detrás de Cuando acecha la maldad, la película que en tres meses llevó más de 300 mil espectadores en su país y se instaló como el largometraje de terror más visto en la historia de Argentina. En el camino, además, fue el cuarto filme más taquillero de ese país durante el 2023 y desde este jueves está en salas chilenas.
Con cuatro largometrajes previos (tres de terror y una comedia absurda), Demián Rugna ha construido una identidad en el cine de su país, sirviéndose del género para sugerir o atacar taras subyacentes de su sociedad. Su anterior trabajo, Aterrados (del 2017 y disponible en Prime Video) ya era capaz de mostrar la basura bajo la alfombra de los suburbios bonaerenses a través de hechos paranormales en las casas del barrio.
En Cuando acecha la maldad, el director se va al campo, a los extrarradios del Gran Buenos Aires, zona de reminiscencias pampeanas donde los hermanos Pedro y Jimi son algo así como los vecinos más pobres de un señor terrateniente al que llaman Ruiz (Luis Ziembrowski). Ellos trabajan duro para obtener los beneficios de la tierra, pero aún más embrutecedora es la situación de los inquilinos María Elena y su hijo Uriel, un pobre diablo que yace en una cama hinchado como sapo y con excrecencias en toda la piel. Está poseído por el demonio. Los locales le dicen “un encarnado, un embichado” y lo peor es que esto es contagioso, pues el mal va de cuerpo en cuerpo.
En el camino, además, afloran subtramas sobre la personalidad atormentada de Pedro (una especie de padre Karras rural siempre a punto de la explosión y la redención), los abusos de la oligarquía local y la veleidosa naturaleza de los niños. Y nunca sin bajar la guardia de un ritmo trepidante y un abundante efectivo uso del gore, la sangre, la monstruosidad.
Una de las más elogiosas críticas vino de The New York Times, donde Erik Piepenburg definió la película como “una oscura y oportuna parábola sobre lo que ocurre cuando la confianza -entre los miembros de una comunidad, dentro de las familias, entre un gobierno y su pueblo- se desintegra”.
Desde Argentina y vía Zoom, Demián Rugna dice además que su trabajo obedecía a un viejo interés por referirse al autoritarismo. “El odio es muy fácil de contagiar, pues siempre busca un culpable. Y en nuestra época de redes sociales eso es muy evidente”, cuenta. “Como todo esto no tenía que ver directamente con el género del terror no encajaba en ninguno de mis proyectos. Finalmente creo que se hizo parte de esta película”, añade, probablemente refiriéndose a la metáfora de los contagiados en la comunidad.
-Usted prefirió ambientar la historia en el campo. ¿Qué ventajas le dio este paisaje?
Me dio la posibilidad de hacer un filme de terror, pero con grupos sociales diferentes. Ya no es gente que vive bien en la ciudad, sino que los primeros “embichados” son indigentes, peones de un latifundista. Queríamos ir más allá, en términos territoriales, del conurbano bonaerense.
-A propósito, el personaje de Ruiz (Luis Ziembrowski), dueño de las tierras a las que llegó este demonio, acostumbra a decir que la culpa de todo es del Estado, ¿Por qué?
Aquí en Argentina es muy común que los grandes terratenientes y quienes poseen mayor poder adquisitivo le echen la culpa de todo al Estado. Tienen miedo de que se queden con sus cosas, que les hagan retenciones, con el fantasma de la expropiación. La película es un muestrario de las clases sociales de nuestro país: los peones, los dueños de la tierra y una clase media que la pelea y que en un principio parece hacerle caso a lo que le dice Ruiz. Los protagonistas, los hermanos Pedro y Jimi, pertenecen a ese grupo social.
-Pero también muestra a policías algo inútiles y la ayuda del gobierno central nunca llega al hombre enfermo.
Claro, también hay un subtexto de un Estado que no funciona como debería hacerlo y eso se ve en la lentitud y burocracia que impide la ayuda al inquilino que está con el bicho dentro. Todo tarda. Es una realidad latinoamericana también.
-¿Cómo se planteó el ritmo de la historia?
Lo que me sucede en las películas que tienen demasiada acción es que ya al tercer acto como que me adormecen. Todo lo que puede pasar ahí ya lo vi. Es por eso que en Cuando acecha la maldad lo que me interesaba era atrapar al espectador en el inicio y aprovechar ese vendaval inicial para cautivar al público y conducirlo a una zona diferente, más oscura, siniestra y creepy. Esta segunda parte es más lenta y a fuego lento, pero también con la capacidad de mantener la atención.
-Tampoco le tiene miedo a ser muy gráfico en su representación de la sangre y los seres deformes…
Yo crecí viendo la saga de películas de Viernes 13 y en mi adolescencia era fanático de todo este tipo de historias y subgéneros. Ahí hay mucha violencia explícita y recursos “gore” que luego uno puede incluir en su caja de herramientas para hacer películas. Pero ahora ya adulto no soy seguidor de las películas que son violentas porque sí. Me gusta la violencia, pero sólo si es parte de un contexto. En el caso de Cuando acecha la maldad, la violencia no tiene contemplaciones de acuerdo con la edad, raza o religión. Les da a todos por igual. Mi plan fue tener a todos los personajes muy asustados por algo que el espectador aún no ve. Durante 20 minutos el público no sabe a lo que se enfrentan en la película y cuando llega el momento prefiero ser lo muy explícito con la exhibición de lo monstruoso. Amo el género y por lo mismo trato de usar los recursos de la mejor manera.
-En la historia, un personaje dice que “a los niños les gusta la maldad y a la maldad le gustan los niños”, ¿Por qué le dio tanto protagonismo a los menores de edad?
Cuando se asocia la pureza de los niños a la maldad encontramos más riqueza argumental. A fin de cuentas, estamos llenos de películas de terror con niños. Lo que sucede es que muchas veces no les pasa nada, sobreviven. En mi caso, yo no hago concesiones. Mi estilo es totalmente heavy metal. Si al niño tiene que pasarle algo terrible le va a pasar. Lo que quiero es que el espectador sienta que todos los personajes están en peligro. Eso desprotege mucho al público frente a mi película. Aquí el demonio se puede meter en la cabeza de todo el mundo. Le es mucho más fácil hacerlo en la de un animal, un idiota o un niño. Y si tiene un colegio entero para hacerlo, lo va a hacer (risas). En fin, es divertido jugar con la dualidad de lo que un niño puede representar para un padre o madre. Yo no soy padre, pero siempre un amigo te dice algo así como “los niños son unos demonios” (risas). Es muy común que padres pasen de considerarlos los seres más puros y lo mejor pudo haberles pasado en sus vidas a hartarse de ellos en ocasiones y arrepentirse de haberlos traído al mundo.
-¿Cómo ve el futuro del cine argentino si es que el actual gobierno le quita presupuesto al Instituto del Cine Argentino (INCAA)?
Esta película no hubiera existido si no hubiera sido por el Instituto del Cine. No sólo esta, sino que mi anterior, Aterrados. Digo esto porque muchas veces se miran los resultados y no el proceso. No es que una institución solo tenga que hacer filmes con éxito y si no lo son, no sirven de nada. Llegué a hacer Cuando acecha la maldad solo gracias a películas anteriores que fueron algo así como mi cimiento. Es por eso que en el mundo de la cultura estamos en estado de alarma y desesperación por esta situación.
-¿Tiene ofertas afuera?
Sí, muchas, sobre todo de franquicias, pero por ahora no estoy tomando. Más bien estoy tratando que los estudios entiendan que soy un director al que le gusta plantear sus propios universos. Estoy en esa lucha. Si elijo una opción de ese tipo dependerá de la libertad que me den. Obviamente no es lo mismo hacer una película como Cuando acecha la maldad, con una libertad absoluta, que realizar un filme controlado por empresas multinacionales que quieren venderlo en todos los territorios del planeta. Afortunadamente también soy guionista y puedo crear mis propias historias. En fin, veremos qué pasa.
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