Piedad Bonnett, la escritora de los dolores y las revelaciones
La colombiana, flamante ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, es una autora que comenzó siendo poeta, pero con los años también comenzó a incursionar con éxito en la narrativa. Sin embargo, nunca ha dejado de sentirse poeta. Acá una mirada hacia su figura y trayectoria.
Su idea siempre fue ser escritora. Nunca tuvo dudas de aquello. Piedad Bonnett quería ser narradora, una novelista. Sin embargo, en la universidad se reencontró con un viejo amor. “Cuando entré a estudiar literatura lo que quería era ser narradora. Pero había escrito poemas en la adolescencia y la poesía me volvió a tomar por asalto en la universidad, cuando descubrí que es el género en el que me siento mejor, porque creo que tengo pensamiento analógico. Luego me pudo la nostalgia por la novela, volvía ella y me envicié. Pero en el fondo de mí me siento, ante todo, poeta”, dijo a este medio en 2019.
Y así comenzó a escribir poesía, y sus primeros libros fueron en ese formato con editoriales de su país, Colombia. Pasaron De círculo y ceniza (Ediciones Uniandes, 1989), o El hilo de los días (Colcultura, 1995) o Ese animal triste (Editorial Norma, 1996). Con una poesía accesible y a ratos intimista, Piedad siempre tuvo un referente muy claro: el peruano César Vallejo. “Me cambió por completo la concepción que yo tenía de la poesía. Eso fue cuando yo tenía 18 años y lo abordé por primera vez. Primero fue Trilce, que fue como un desconcierto total, y luego los Poemas humanos. Me enamoré de Vallejo. Mi propia poesía dio un giro a partir de ese encuentro. Mi primer libro, de hecho, está bastante influido por Vallejo”, confesó en 2024 al sitio Ojo Público.
Esa obra poética acaba de ser galardonada este lunes con la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En las palabras del jurado: “Es una voz actual de referencia en la poesía iberoamericana, con un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza y a responder con humanidad a la tragedia de la vida”.
Así, Bonnett ha firmado versos brillantes, anclados en lo cotidiano, como “Pido al dolor que persevere / Que no se rinda al tiempo, que se incruste / como una larva eterna en mi costado”, o “Hilo mío, me duelen las herencias / Esta culpa, zarza que arde y me quema / y que no me concede saber cuál fue el pecado”, o “Esta noche tendremos huéspedes en casa / y se quedaran a dormir en tu habitación / No les diré que aquí se desvelaba el cuervo de tus sienes / ni que un niño sombrío se despedía de ti detrás de la ventana”.
En entrevistas, la misma autora ha ahondado en el origen de esas temáticas. Así lo comentó en la citada charla con Ojo Público: “Desde que empecé a escribir me interesó mucho el mundo de lo familiar, y lo que le debemos a ese mundo de dolores, de revelaciones y problemas. Yo fui una niña muy rebelde también. De modo que los problemas con mis padres aparecieron muy rápido y yo terminé en un internado, en fin. Ellos no querían que yo estudiara Literatura”.
“Para mí, escribir es un ejercicio de introspección, sobre todo, cuando escribo poesía, algo que me impulsa a exteriorizar un mundo muy íntimo y autobiográfico, y eso me lleva a una exposición que requiere cierta valentía”, agregó.
En una charla con El País amplió un poco sobre su vínculo con la poesía: “Los poetas tenemos una belleza extraña que atrae y que repugna. ¿Por qué la poesía ha sido siempre veneno para la taquilla? Los lectores de poesía somos una especie de secta perseverante. Durante 30 años di clase en la Universidad y siempre estaba el muchacho que leía y escribía. Las necesidades expresivas de un adolescente pueden atraerlo intuitivamente solo con que le golpeen tres versos, con que alguna vez haya oído a Serrat, por ejemplo. Siempre hay seres con esa necesidad”, y añadió, como un aforismo: “Poeta por encima de cualquier cosa”.
Con el tiempo, Bonnett retomó la pulsión por la narrativa, y decidió meterse en las novelas. En 2001 publicó la primera, Después de todo, con Alfaguara. Y así han pasado otros títulos, como Para otros es el cielo (Alfaguara, 2004), Siempre fue invierno (Alfaguara, 2007), El prestigio de la belleza (Alfaguara, 2010) o la indispensable Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), donde hizo un relato desgarrador del suicidio de su hijo, algo así como un reverso de El año del pensamiento mágico, de Joan Didion.
En sus novelas, reconoce, aborda en parte lo autobiográfico como un punto de partida. Un disparo creativo. “En las novelas, trabajo también con elementos autobiográficos, pero añado elementos que provienen de otros lugares. La novela, de pronto, permite ampliar el mundo de uno mismo y plantear las ambigüedades del mundo, que las cosas no son en blanco y negro, como muchos creen. Me gusta mostrar ese conflicto...debo decir que no me interesa tanto lo confesional en sí mismo. Me interesa, en todo caso, que a partir de unas confesiones quiero explorar los mundos aledaños que hicieron que yo fuera la persona que fui”.
Por supuesto, Bonnett también reconoce cierta influencia literaria de nuestro país. Así lo dijo a Culto en 2019. “La poesía chilena fue fundamental en mi formación y en los comienzos de mi escritura poética. Debo mucho a Altazor, pero sobre todo a Residencia en la tierra. Sigo creyendo que Chile tiene una de las tradiciones poéticas más poderosas de América, y por supuesto leo a los poetas chilenos contemporáneos, hasta donde se puede. Ahora, sobre nuestra forma de hablar… bueno, a mí me divierte eso que tú llamas un ‘español tartamudeado’. El nuestro, creo, no es que sea el mejor, sino que está muy permeado por anacronismos, algo muy bonito. Y dicen que pronunciamos todas las letras. Pero eso es una verdad relativa, porque en las costas se comen las letras”.
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