Tres días de fiesta, un baile en La Moneda y la traición de un hermano: el "18" más dramático de José Miguel Carrera
En 1812, el gobierno liderado por "el príncipe de los caminos" estableció tres jornadas de celebraciones de fiestas patrias, con festejo en la Casa de Moneda incluido. Pero estuvo a punto de no ocurrir, debido a la amenaza de un levantamiento militar, liderado nada menos que por uno de sus hermanos. Incluso, ello obligó a postergar la celebración para el 30 de septiembre.
Cuando el sereno gritó las ocho de la noche, al interior de la Casa de Moneda -que por entonces no era la sede de gobierno- las parejas se levantaron de la mesa y caminaron hacia el salón. Comenzaba el sarao. Una fiesta para los más encopetados, amenizada con vinos, mistelas, dulces y otras delicias elaboradas por diligentes monjas. La música sonó en el amplio espacio y las damas de alcurnia aprovecharon de lucir sus finos vestidos. Algunas se presentaron vestidas a la usanza mapuche. Había que celebrar a la patria que nacía y todos los simbolismos eran válidos. Pero ese “18” de 1812 era especial. No solo porque el calendario marcaba el 30 de septiembre, sino que en las sombras se fraguaba una inminente rebelión militar contra el gobierno patriota. Y todo se podía ir al carajo.
Por eso, José Miguel Carrera apenas probó bocado de la copiosa cena. A la cabeza de la república desde que el año anterior liderarse sendos golpes de estado, descontento con el rumbo de los acontecimientos, había cerrado sin más el Congreso. Ello le granjeó la franca oposición de los patriotas de Concepción y varias familias ilustres de Santiago, como los Larraín.
Pero eso no era lo único que le preocupaba. Lo peor para él, era que el cabecilla de la revuelta que esperaba esa jornada, era uno sus hermanos, Juan José. Éste puso en abierta insubordinación al regimiento de Granaderos que mandaba y no asistió esa noche a la fiesta. El "príncipe de los caminos", estaba inquieto.
“Le persuadieron que mi conducta era loca, que con más política se haría mucho más, que en lugar de un joven que debía ponerse en el gobierno a un hombre maduro y capaz de borrar algunas malas impresiones que yo había producido”, explica el prócer en su Diario Militar. Pero a continuación, advierte un detalle: “Juan José nunca pudo llevar con paciencia verse mandado por mí, siendo menor que él”.
Como sea, tanto Diego Barros Arana, como el cronista Manuel Antonio Talavera, aseguran que todo el entuerto entre hermanos fue lo que obligó a posponer la celebración del “18″. Pero el historiador y profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez, Fernando Wilson, prefiere ser más cauteloso. “Es una especulación y hasta hoy persiste la duda. El debate acerca de la situación se complica más por la división existente sobre la independencia en dos bandos, dentro de los cuales, los Carrerinos fueron los perdedores y receptores de crítica y culpa. Más allá de eso, en ese segundo aniversario, y aprovechando el ánimo público, hubo celebraciones que se extendieron a través del mes, y que son narradas en el diario de Talavera, aunque con un claro interés y posición”.
“Viva la patria que nace, vamos a ver, vamos a ver”
Con solo 27 años, José Miguel Carrera se involucró en la vida pública nacional apenas regresó a Chile tras una estadía en España, donde sirvió bajo las armas del Rey contra las tropas francesas que ocupaban la península. Se dice que había sido enviado allí para apaciguar su carácter, el que le había hecho inmiscuirse en reyertas y líos con la justicia de los que zafó gracias a las influencias de su familia.
Enterado de la situación política del país, el ex sargento mayor de los Húsares de Galicia puso su espada al servicio de quienes buscaban la emancipación de España. Con el apoyo de las tropas, purgó el Congreso en septiembre de 1811 y consiguió que la facción independentistas tomase el control. Pero no se contentó. El 15 de noviembre de ese año se puso a la cabeza de una nueva junta de gobierno, y cerró el legislativo. A pesar de la oposición inicial de Concepción, él era el hombre fuerte del momento.
Carrera no perdió el tiempo. Decidido a impulsar el proceso de reformas, no escatimó en crear símbolos que sirvieran de manera inequívoca al rumbo de la nueva nación. La primera bandera -según se cuenta, bordada por su hermana Javiera- y la escarapela tricolor (azul, blanco y amarillo) se presentaron nada menos que el 4 de julio de ese año, en el aniversario de la Independencia de los Estados Unidos, con la presencia de Joel Roberts Poinsett, primer cónsul extranjero en el país. A ello se debe sumar un escudo patrio, la edición del primer periódico nacional, La Aurora de Chile -cuyo tenor era de abierto apoyo a la causa independentista-, y el reglamento constitucional de 1812 el que recogía el pensamiento de los partidarios del quiebre total con la corona.
Pero solo habían pasado dos años desde que se había instalado la primera Junta Nacional de Gobierno. El proceso estaba en ciernes y por ello, había varios bandos interesados en tomar el control. “Mientras los realistas esperaban la restauración y normalización de la corona en España ante lo que ya era una invasión francesa formal y la resistencia de portugueses y españoles con apoyo británico, los patriotas se inclinaban por una mayor autonomía e incluso independencia basados fuertemente en el deseo de una mayor apertura al mundo, particularmente al comercio, que se desarrollaba en contexto de contrabando debido a las prohibiciones españolas”, explica Fernando Wilson.
"Incluso entre los criollos, el sentimiento realista todavía era fuerte y el clan Larraín, con sus numerosos contactos y vinculaciones, se le oponía desde el interior mismo del campo patriota- escriben Simon Collier y William Sater en su Historia de Chile (1999, Cambridge University Press)-. "Si bien los primeros gobiernos patriotas habían descubierto el fervor reformista, aún les quedaba por descubrir la importancia de la unidad".
La comida más amarga
El almuerzo había transcurrido bajo una tensa calma, pero al poco rato comenzaron los gritos. Juan José y José Miguel se recriminaron de manera agresiva. Es la tarde del 26 de septiembre, y su padre, el anciano don Ignacio de la Carrera y Cuevas -quien había sido vocal en la junta de 1810- les había invitado a comer para intentar una conciliación entre ambos. Pero todo se fue al garete cuando los retoños expusieron sus puntos de vista.
Según Barros Arana, Juan José acusó a su hermano de dilapidar el dinero del estado en armas, trajes y monturas para la Guardia Nacional mientras que para sus Granaderos no había un peso. Por si fuera poco, le enrostró la influencia que -estimaba- ejercía el cónsul Poinsett sobre él y las decisiones de gobierno. José Miguel no lo aceptó. Lo acusó de estar bajo el influjo de sus enemigos, aquellos que él desplazó cuando llegó al poder. "Estaba recién casado, y toda la familia de su mujer y los amigos de ella eran también godos [realistas]", escribió el prócer en su diario.
La flamante cuñada de José Miguel era Ana María Cotapos, parte de otro de los linajes más conspicuos del reino. "Toda la familia fue partidaria de Carrera, y más de uno de sus miembros ha tomado parte en conspiraciones contra el gobierno actual [el de O'Higgins]", precisaba la viajera inglesa María Graham, quien se alojó en la casa del clan en 1822 ¿algo que le llamara la atención? "los chilenos comen mucho, especialmente dulces, pero son muy parcos en la bebida".
Quizás en esa infausta comida faltó algo de azúcar. El padre, abatido por no conseguir la reconciliación entre sus hijos, decidió marcharse a su hacienda esa misma tarde.
Aurora Libertatis Chilensis
Pero con el apoyo de los otros hermanos, Luis -comandante de artillería- y Javiera, José Miguel no se dejó abatir. Planeó seguir adelante con la celebración del aniversario de la primera junta, y había que hacerlo con toda la pompa posible. Por ello ordenó tres días de fiestas, algo inédito hasta entonces. Estas iban del 28 al 30 de septiembre, día en que se celebraría un Te Deum en la Catedral, se dispararían salvas de cañones y cerrarían con el baile -al que se accedía solo por invitación- en la Casa de Moneda, donde se enarboló, orgulloso, el pabellón tricolor. Además, Carrera ordenó iluminar la ciudad.
Por entonces el edificio, que hoy es la sede del ejecutivo, era el lugar donde se acuñaban las monedas que circulaban en el país, pues los gobernantes residían en el edificio donde se encuentra el actual Museo Histórico Nacional, el que en su momento también alojó a la Real Audiencia.
Esa noche, en la plazuela frente al palacio se dispusieron los nuevos símbolos patrios, a los que se iluminó de forma conveniente para destacarlos. Además, se levantaron lienzos con inscripciones en latín que hacían alusión al fervor de la facción patriota. "Aurora Libertatis Chilensis" (El amanecer de la libertad chilena) y "umbris et nocti, lux et libertas succedunt" (a las sombras y la noche, le sigue la luz de la libertad), se leía. En el primer escudo también habían leyendas en el viejo idioma romano: "Post tenebras lux" (después de las tinieblas, la luz) y "Aut consilio aut ense" (por la razón o la espada),
"Todo el frontis de la Moneda con su primero y segundo patio interior, estaba armoniosamente iluminado con más de ocho mil luces, como igualmente los edificios que están a su frente, guardando a proporción la propia distribución y arte", cuenta Talavera en su crónica sobre la celebración.
¿El escudo de la corona de España? Las crónicas de época dicen que este se dejó en un rincón, tapado por delante a fin de generar una suerte de eclipse con la luz del lugar. El simbolismo era claro. La monarquía era la penumbra, la muerte, la oscuridad y era eclipsado por la libertad.
Quien llamó la atención en la festividad palaciega fue Javiera. En la ocasión dejó en claro su patriotismo, no solo llevando la escarapela tricolor, sino que también por el arreglo que lució en su cabellera. "Llevaba en la cabeza una guirnalda de perlas y diamantes, de la que pendía una corona vuelta al revés", detalla Talavera. El mensaje no daba pie a segundas lecturas.
Francisca Javiera Carrera, la mayor de los hermanos, no se restó a la discusión pública. Al menos desde la posición que le otorgaba la sociedad por entonces a las mujeres de la alta sociedad. A partir de 1810, hizo de su casa un centro de reuniones en las que se discutía la marcha del país. "La hermana de José Miguel aspiraba a hacer de él un Napoleón, arrancándolo a la aturdida y borrascosa vida de joven calavera y dirigiéndolo hacia las metas del poder y la gloria", escribió sobre ella María Graham.
"Pienso que la actividad política de Javiera es, en varios sentidos, igual a la de sus hermanos -afirma la historiadora y editora del sitio Memoria Chilena, María José Cumplido-. "Si bien no participó militarmente, sí fue parte de las conspiraciones y discusiones políticas en torno al sentido de independizarse de España. Participó junto a sus hermanos en el juego político para tomar el poder. Luego huye junto a ellos a Mendoza y vuelve a trabajar para que José Miguel recupere el sitial perdido. Cuando sus hermanos son fusilados, vuelve a trabajar para repatriarlos. En ese sentido ella es igual a sus hermanos y su actividad es igual de intensa".
"Constituía claramente parte de una familia extendida de elevado peso nacional. En ese eje, funciones simbólicas como el bordado de la primera bandera nacional, o su ardiente defensa de la visión de su hermano en las reuniones sociales de la época, se une a lo que Maria Graham deja escrito en su diario, de una mujer de carácter fuerte y que asume un rol de mentora en relación a sus hermanos, a los que saca de un proyecto de vida más bien liviano y los compromete a un proyecto más sólido -comenta Fernando Wilson-. Interpretaciones contemporáneas buscan darle una interpretación incluso feminista, que no es demasiado apropiada en el contexto de la época. Si hay consenso en que era una mujer de carácter y habilidad social y política".
Finalmente, la fiesta se prolongó hasta las seis de la mañana. La rebelión de Juan José no se consumó, pero las tensiones no amainaron. Se intentó mediar, e incluso se le ofreció un puesto en el gobierno a don Ignacio para que pusiera orden, pero finalmente, todo se resolvió gracias a los oficios del cónsul estadounidense. "Nos juntamos en casa de Poinsett el padre Camilo Henríquez, el Doctor [Jaime] Zudáñez, don Francisco [Antonio] Pérez, Juan José, Luis y yo -cuenta José Miguel en su Diario-. Apenas nos vimos, volvimos a amistarnos, y ya no se acordó de otra cosa que de buscar los medios para reformar el Gobierno, y dar un nuevo ser a nuestra revolución".
Aunque la relación entre ambos fue más bien tensa, los hermanos compartirían el sino de la tragedia. Tras emigrar a Mendoza después de la derrota de Rancagua, en 1814 no volverían a Chile. Las intrigas y la enemistad con líderes trasandinos como José de San Martín les alejaron cada vez más del protagonismo que tanto buscaron. Juan José y Luis, fueron fusilados en Mendoza, en un proceso que hasta hoy despierta dudas.
Por su lado, José Miguel, enfrentaría el patíbulo pocos años después. Allí comenzó su leyenda. “Los escritores habrían de describir a Carrera como la gran figura romántica de la revolución criolla: un joven atractivo y elegante de indudable popularidad y ardor reformista”, detallaron Collier y Sater. Neruda fue más preciso. “Húsar infortunado, alhaja ardiente, zarza encendida en la patria nevada”.
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