Los ecos del estallido social en el arte y la cultura: ¿cómo cambió la forma de crear en Chile?
El arte estuvo en primera línea en octubre de 2019. En las murallas, en la música, en los carnavales. Ahora, cinco años después, voces de la cultura analizan cómo ha permeado (o no) este suceso en la forma de crear, identificando pocas obras significativas y la temática como un concepto latente para el futuro.
Con guitarra en mano, cientos de músicos se apostaron a los pies de la Biblioteca Nacional para cantar El derecho de vivir en paz. La iniciativa fue convocada por el grupo Mil guitarras para Víctor Jara y su éxito se convirtió en una de las imágenes más potentes del estallido social de 2019. El arte y la música salieron también a la calle.
La canción de Víctor Jara rápidamente cobró un nuevo significado. El 27 de octubre, Músicxs de Chile publicaba en su canal de Youtube su propia versión, “para retratar la actual lucha por la dignidad del país”, según presentaban. Cantantes nacionales de todos los estilos se unieron en el proyecto autorizado producido por Christopher Manhey, Pablo Stipicic, Eduardo Iensen y el Premio Nacional de Música 2024, Valentín Trujillo.
El variopinto grupo lo formaron 28 artistas, entre ellos Francisca Valenzuela, Cami, Gepe, Camila Moreno, Mon Laferte, Denisse Malebrán, Pedropiedra, Kanela (Noche de Brujas), Pollo (Santaferia), Lalo Ibeas (Chancho en Piedra), Princesa Alba, Joe Vasconcellos, Roberto Márquez (Illapu), Nano Stern, Javiera Parra y Manuel García.
“Nosotros como artistas repudiamos las acciones del gobierno al militarizar las calles, asesinar y torturar a nuestro pueblo, elevamos este canto como un genuino intento para generar cambios profundos y estructurales en nuestra sociedad”, dice también la descripción del video.
Casi un mes después, el 14 de noviembre de 2019, Mon Laferte se descubría el pecho en los Grammy Latino para decir “en Chile torturan, violan y matan”, una denuncia internacional que ponía nuevamente la atención en las protestas. Al día siguiente, y tal como lo anunció en la ceremonia de premios, la cantautora lanzaba Plata ta tá, junto con puertorriqueño Guaynaa. Una canción llamada “perreo combativo” por Rolling Stone que pasó a ser una de las primeras manifestaciones musicales del estallido social.
Antes, Ana Tijoux había hecho lo propio con Cacerolazo, el 27 de octubre de 2019, en la que cantaba “no son 30 pesos, son 30 años” y “no estamos en guerra”, pancartas insignes de las protestas. Un video con registros ciudadanos y una fuerte connotación política volvieron este tema uno de los más representativos del movimiento social. Paco Vampiro, de Alex Anwandter agregaba su cuota de pop para cantar sobre “un país con olor a lacrimógena”.
De esa forma, la música se erigía como una de las expresiones artísticas más visibles y potentes del estallido social, una pulsión y respuesta rápida frente al acontecer nacional. No fue la única.
“Durante esos meses de movilizaciones sucesivas estaba la idea de que había una expresión de arte callejero”, comenta a Culto Óscar Contardo, periodista y autor de Antes de que fuera octubre (Planeta, 2020).
“Se dio un gran despliegue del muralismo e intervención pública. Algunos eran viscerales, eran catárticos y otros tenían un contenido artístico interesante, a través del collage y la resignificación de determinados espacios urbanos. Además, en su aspecto menos polémico de la violencia o de la destrucción de infraestructura pública, también hubo durante las manifestaciones momentos de carnavales, diabladas, conjuntos folclóricos, las 100 guitarras y orquesta. Pasó mucho eso de tomarse la calle para el arte”, agrega Carlos Tromben, periodista y autor de Las tramas ocultas del 18-O (Planeta, 2024).
A cinco años del estallido social, Culto revisa el impacto cultural del movimiento. Tras dos procesos constitucionales fallidos y la pandemia, voces del rubro reflexionan sobre cómo permeó el evento histórico en las obras y en las condiciones laborales.
¿La música se entibia?
Controversia causaron los últimos meses las declaraciones de Quique Neira sobre el estallido social. En CNN Magazine, el cantante de reggae afirmó que se sintió utilizado por el movimiento. “Yo me siento utilizado como artista. Al final (esa es) mi conclusión. No se hizo nada y terminó todo en robos de plata, en corrupción”, comentó. Si bien el artista aclaró sus dichos, el debate quedó instalado.
Consultado por Culto en una entrevista a fines de septiembre, Pedropiedra comentó al respecto: “Cada uno hizo lo que sintió que tenía que hacer en su justa medida. Hubo gente muy involucrada, otros tibiamente involucrados, entre los que me encuentro yo, pero la verdad que siento que fue un momento catártico. Ya no sé qué pasaría si volviera a pasar algo igual, no sé cómo reaccionaría, creo que con aún más tibieza (...) No me sentí utilizado, pero quizás a Quique lo utilizaron, ¿quién sabe? (ríe). A mí me tocó ya de viejo esa cuestión, uno no puede decir como: ‘ay, me hicieron tonto’. Uno sabe cuánto dio y cuánto quiso meterse ahí”.
El actor y músico Daniel Muñoz, que lanzó el disco Crónicas de una revuelta y apoyó la demanda de una nueva constitución, se fue por la misma vía. “Ya soy mucho más escéptico en muchos aspectos, pero utilizado para nada. A mí nadie me pagó ni nadie me obligó. Yo aposté por esto, aposté, fue mi responsabilidad. No fui al servicio de nada, sino que de mis convicciones. Y en ese sentido, no, para nada me siento utilizado”, dijo a Culto.
En tanto, Alex Anwandter, Eduardo Carrasco de Quilapayún, Claudio García de Los Miserables y Álvaro España, cantante de Fiskales Ad Hok, tomaron distancia de los primeros dichos de Quique Neira, al afirmar que nunca se sintieron “utilizados” por el movimiento social.
Ana Tijoux, autora de Cacerolazo, Pa Qué y Rebelión de octubre—que aluden directamente al estallido—, dijo a The Clinic: “Cuando uno canta en un proceso de descontento popular y se alinea con este descontento, toma el micrófono y se sube al escenario, lo hace por convicción y esas convicciones se portan hasta viejita. Entonces, jamás me sentí usada, en absoluto, sino por el contrario, siento que ahora toca justamente apoyar un montón de procesos”.
En tanto, alejado de las letras coyunturales del estallido, Manuel García lanzó el pasado 11 de septiembre La Jaula de los sueños olvidados, el que definió como su disco más político e inspirado en el estallido social. Este álbum es uno de los pocos que, a cinco años del hecho, vuelve a recordar el acontecimiento desde la música.
La literatura: el estallido como fondo
Pocos son los libros que toman el estallido social y lo traducen como ficción. Andrés Montero, en su última novela El año en que hablamos con el mar (La Pollera, 2024), toma este proceso histórico como una escenografía. “Es un escenario donde los personajes se hacen preguntas. Funciona como catalizador y disparador de nuevas ideas, pensamientos y sensaciones, y la obligación de mirarse como sociedad e individuos”, explica a Culto.
El foco del texto era situar a los personajes en la pandemia, pero para ello, era “ineludible” tocar el estallido. Sin embargo, el autor considera que son pocas las creaciones que abordan este suceso más allá de las fotografías del momento, como lo hizo a fines de 2019 Cuando Chile despertó, una selección de microcuentos nacida a partir de un concurso de Casa Contada.
“Tengo la sensación de que todavía lo estamos masticando y que no es malo que no haya parecido tanto todavía. En la ficción siento que todavía estamos digiriendo qué es lo que nos pasó y no ha llegado a hacerse parte del imaginario literario, como si lo es ahora la dictadura, por ejemplo, o la matanza de Santa María”, reflexiona Montero.
Óscar Contardo recuerda también la novela Los hombres que no fui, de Pablo Simonetti. “Usa como punto de partida el inicio del estallido, como un disparador de una vocación de una forma de vida en los 90 que empezaba a ser cuestionada”, indica.
En el futuro literario, Andrés Montero vislumbra el estallido como una temática más cercana a la utopía. “Apostaría a que va a quedar en el imaginario colectivo y en el literario, como un sueño, como aquello que pudo permitir que Chile cambiara y que finalmente no ocurrió. Probablemente, en los próximos 10 o 15 años va a seguir apareciendo el estallido social y reformulado como algo más idealista y romántico”.
Otra novela que ubica este movimiento en su trama es Limpia, de Alia Trabucco, que fue transformada en obra teatral gracias a la dirección de Alfredo Castro. Asimismo, Despachos del fin del mundo (2020), de Alberto Fuguet, toma esta temática como central en una exploración de diversos géneros.
Hasta el momento, predominan los textos de no ficción sobre la temática, como Chile: los dilemas de una crisis, de Luis Riveros; Instantáneas en la marcha. Repertorio cultural de las movilizaciones en Chile, de varios autores; El pueblo en movimiento: del malestar al estallido, de Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente, entre otros que puedes revisar aquí.
Una ventana para mirar la precariedad
En medio de las manifestaciones, salas de cine y teatro cerraron sus puertas al ser foco de actos violentos. El caso de Centro Cine Arte Alameda fue uno de los más emblemáticos. A pesar de que trasladaron sus funciones a otro espacio, el recinto aún no puede reconstruirse.
A ese complejo panorama se sumó la pandemia, que acrecentó las condiciones laborales precarias que identifica el sector cultural. “Creo que mientras no observemos lo que realmente allí ocurrió como una gran explosión ciudadana, en relación con la falta en la solución de sus derechos básicos, no vamos a haber salido nunca de este gran problema. Las demandas del mundo cultural están insertas en eso y son una pequeña arista de esa gran explosión. Cinco años después seguimos en la misma precariedad, trabajando o produciendo cultural y artísticamente desde la misma precariedad, incluso podríamos decir incluso más, porque hubo una gran pandemia que nos llevó socialmente a un retroceso”, reflexiona la escritora y guionista Nona Fernández.
A nivel particular, Cristian Keim, director del Teatro Nacional Chileno (TNCh), relata cómo afectó el estallido social al área. “En general, los espacios dedicados al arte no están en la periferia, sino que en el centro donde ocurrieron los estallidos. Se hizo bien difícil poder programar lo que fuera y ello influyó muy fuertemente en el cierre de las salas. Era imposible e impensado hacer funciones”.
Teatro UC vivió una situación similar. “Al estallido le siguió la pandemia. Esa crisis caló muy hondo en el teatro, sumándose a aspectos que ya se hicieron visibles en el estallido que tenían que ver con la precariedad del teatro: se caían las funciones y no se podían proyectar temporadas de las personas a largo plazo”, comenta Gabriela Aguilera, directora de Teatro UC.
En ese momento, estaba presentándose en la salas de ese establecimiento Muerte accidental de un anarquista, un clásico del italiano Dario Fo que iba en sintonía con el estallido. “Estábamos palpando ese estado subterráneo de la sociedad, pero después del estallido se hizo evidente y explotó”, comenta Aguilera.
Tras la pandemia y la apertura de los teatros, las programaciones incluyeron algunas obras que abordaban completa o tangencialmente temáticas sociales ligadas al estallido. “Los contenidos—hablo de los temas, no de la estética— siguen estando presentes, en otras estéticas más formales, menos populares como fueron a partir del 18 de octubre y van a seguir estando allí por varios años más. En ese aspecto, para mí fue muy clara la programación y co-producción de la obra Limpia, que estuvo en el TNCh a inicios de año, con una propuesta anclada en el estallido. No está puesto constantemente en la escena gráfica, pero sí la temática está latente a través de los abusos y las desigualdades que retrata el texto de la Alia Trabuco y que decantan en el estallido social puesto por Alfredo Castro sin ni un tapujo”, profundiza Keim.
En tanto, Teatro UC miró—y mira— a una de sus más grandes dramaturgas, Isidora Aguirre. “La obra más importante que levantamos en ese periodo fue Los papeleros de Isidora Aguirre, que tiene que ver más con temas específicos del estallido. Es una obra que se escribió hace casi 70 años, acerca de la desigualdad social y sobre estos papeleros que buscan la dignidad a través de su protesta”, puntualiza Aguilera. Es más, este 18 de octubre, la obra de Aguirre se se presentará en el Teatro Biobío.
¿Faltan obras potentes sobre el estallido?
Para Óscar Contardo, no hay una corriente o una obra que refleje el estallido en su totalidad y que haya tenido repercusión mayor. “La última exposición de Voluspa Jarpa (Sindemia), que fue en el GAM, que directamente apuntaba a lo que sucedió en el estallido, en términos de las víctimas de trauma ocular, de las personas muertas, mutiladas y que habían acusado abuso por parte de agentes del Estado…Esa esa exposición pasó bien inadvertida”, indica.
Una de las realizaciones que tomó fuerza antes de su estreno —por su propuesta y cuestionamientos desde el sector político—fue el documental El que baila pasa (2023), dirigido por Carlos Araya, y que recopila registros ciudadanos del estallido social. Su realizador afirma a Culto que la acogida ha ido positiva a lo largo del país. “La gente se sorprende mucho, porque pareciera que el estallido está olvidado, pero al ver estas imágenes, con esta película, vuelven a situarse, vuelven a buscarse, a entender dónde estaban”, comenta.
Esta cinta se suma por ejemplo a Mi país imaginario (2022) de Patricio Guzmán y La revuelta (2023) de Renato Dennis. Sin embargo, siguen siendo contadas con los dedos de la mano las producciones fílmicas realizadas en torno al estallido (a las que debería sumarse próximamente La Fuente, protagonizada por Luis Gnecco).
Para Araya, se debe a que todavía falta tiempo para que se exploren nuevos encuadres del hecho, como el humor, lo afectivo y el absurdo también presentes en el fenómeno social. “Aún no se procesa. Es un episodio de la historia que quedó inconcluso y que ha costado darle procesamiento”, afirma.
En eso coinciden las otras voces. Cinco años aún son muy pocos para calar en lo profundo de los creadores. “Estamos recién analizando las esquirlas políticas y cómo cambió el espacio de lo público. Hay un territorio abierto esperando las expresiones artísticas que vienen”, reflexiona Carlos Tromben.
“Es un fenómeno demasiado reciente, que no ha terminado. Tuvo un primer capítulo en el estallido, pero que es un arco que todavía no termina de cerrarse. La expresión de lo que pasó y está pasando, al parecer no termina de cuajar lo suficiente como para que algún artista o algún grupo de artistas le tome el peso o interprete en términos de una obra. Lo que podría hacer un artista, es ver eso que no es tan evidente a primera vista”, agrega Óscar Contardo.
Desde el teatro, Gabriela Aguilera lo ve de una manera similar. “Los temas del estallido social siguen candentes y están muy presentes en el arte, lo han estado siempre. Lo que sí puede necesitar es una ‘dada vuelta’. Cuando uno lo ve en retrospectiva, yo creo que va a ser inevitable volver a ello. Es una gran obra de teatro a la que volveremos”.
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