Roberto Merino: “En Santiago tuvimos un ataque brutal que no se ha terminado de recuperar”

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Roberto Merino: “En Santiago tuvimos un ataque brutal que no se ha terminado de recuperar” Foto: Juan Farías - La Tercera

El destacado escritor nacional acaba de publicar Diario de hospital, en el volumen recoge unos escritos suyos de cuando estuvo internado a mediados de los 90. Incomodidad, hastío, pero también momentos gratos fueron plasmados por su pluma siempre ágil. Acá, se explaya también de cómo ve la ciudad a cinco años del estallido social.


Fue una enfermedad renal crónica la que mandó a Roberto Merino Rojo a hospitalizarse en la Clínica de la Universidad Católica, en calle Marcoleta. En el caluroso diciembre de 1994, Merino llevaba consigo libros para matar el tedio, un lápiz y un cuaderno para anotar lo que pasara.

“Supongo que se me ocurrió antes de irme hospitalizado, la idea que tengo recordando es que ya lo tenía decidido -cuenta a Culto-. Ante la situación de enfrentar una hospitalización larga, que no se sabía cuándo iba a terminar, me refugié en estas anotaciones para conjurar el lento transcurso del tiempo en esas circunstancias”.

Sin quererlo, esos escritos tomaron la forma de un libro, Diario de hospital, que acaba de publicar Ediciones UDP, y como suele ocurrir, tuvo una acontecida historia editorial. “En primera instancia, esto no era un libro sino que eran unas anotaciones que tenía en el cuaderno del 94. Después varias personas le pusieron ojo a esa cuestión, entre ellas la poeta y editora Cecilia Gajardo que trabajó mucho en la transcripción y en la edición de los textos. Pero pasaron muchos años, yo te diría que las primeras aproximaciones a ese trabajo fueron del año 2013. El libro pasó por la Editorial Tácitas y después se fue a la UDP. El tiempo pasa muy rápido, fueron prácticamente diez años desde que se surgió la idea hasta que se concretó el libro”.

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Foto: Juan Farías / La Tercera

En Diario de un hospital, leemos a un narrador -trasunto del mismo Merino- que cuenta lo que pasa a su alrededor, y es particularmente duro con los asuntos de convivencia. El 3 de enero del 95 anotó: “Interrupciones cada cinco minutos. Auxiliares, enfermeras, visitas indeseadas, diáconos, médicos. Don Lucio se sacó la máscara e interrumpió mi lectura para ensayar un tema que le obsesiona: las isapres, los tantos por cientos, los bonos y los niveles Fonasa”. O el 6 de enero, escribió: “A pesar de haber tomado un somnífero anoche, estos dos (compañeros de habitación) me despertaron con sus toses y regurgitaciones monstruosas. Nunca había escuchado sonidos humanos tan desgarrados y primitivos. Yo creo que lo hacían adrede para molestar”.

Imágenes como esta, de una honestidad pura, se repiten mucho en el libro y fue un punto importante en el proceso de publicación. “En ese momento, no me interesó el hecho de publicarlo, de exponer esta intimidad. Pero hubo una decisión (de publicar) que no fue fácil, lo que había que calibrar ahí era qué interés podía tener esta cuestión para el resto de la gente si era tan personal, pero había algo que no era personal. Si tú te fijas, el enfermo en la sala común es un tópico literario, lo hemos leído en otros lados y se produce algo interesante con este gallo que está recluido y condenado a la espera: mira el mundo. Entonces ahí se produce algo que ya que trasciende totalmente al yo biográfico, eso me interesó. Además que son cosas tan antiguas que ya también las leo con cierta distancia”.

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¿Qué fue lo que más y lo que menos le gustaba de estar en un hospital?

Fíjate que de repente tenía momentos de alivio, de serenidad. Sobre todo pasaba en las noches, cuando estaba alumbrado por los focos del pasillo, que se producía como una especie de inmersión nocturna, como una sensación de flotar, de no querer nada, de no esperar nada. Y lo que menos me gustaba era casi todo, las manipulaciones físicas, digamos la sonda por todos lados, las interrupciones en el sueño, o las interrupciones de cualquier cosa que uno estuviera haciendo, siempre con remedios, con requerimientos, con exámenes, eso es muy desagradable pero es parte del tratamiento.

¿Había leído algunos diarios de escritores?

Sí, claro. No había leído todavía los diarios de Bioy Casares pero yo conocía bien el género, por supuesto. Ahora, es un género complicado. Martín Cerda dice algo interesante, que el diario del escritor surge cuando un individuo está recusado por la sociedad circundante, cuando se siente que no tiene un lugar, cuando ocupa un lugar incómodo y yo creo que el lugar del enfermo es ese, nada está asegurado, no hay nexo social. El problema que tenía también con esos diarios que a veces me parecían escritos para la posteridad y no para el momento, porque yo entiendo el diario como esta solución de urgencia que propone Martín Cerda, entonces es raro que el diario de un escritor tenga muchas preocupaciones literarias.

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Como cronista, ¿Cómo ve Santiago a cinco años del estallido social?

Muy extraña, yo todavía no me puedo habituar mucho porque el paisaje cambió. Ayer pasaba por unas iglesias en Providencia y todavía tienen los portones blindados con lata o aluminio y es un paisaje extraño. Para mí, al menos Santiago es una zona incierta, creo que mi última relación emocional-visual que tuve con la ciudad fueron ciertas caminatas en la época de la pandemia, que el color del cielo o el tono de la atmósfera se había modificado y se parecía un poco al Santiago de los años 60 que yo alcancé a conocer, como las epifanías en las esquinas me remetían a ese Santiago, quizás porque había una cosa concreta: el aire estaba limpio por las cuarentenas, ¿te acuerdas que eso cambió la conducta de los animales de las inmediaciones? se limpiaron los ríos, algo pasó. En ese sentido, ese fenómeno fue muy conmovedor.

¿Cree que Santiago ahora es una mejor o peor ciudad después del estallido?

Peor. Fíjate que se había llegado a una especie de ciudad más cohesionada, un poco más fluida, con ciertas perspectivas y me parece que la gente lo estaba disfrutando harto. Pero tuvimos una especie de ataque brutal por todos lados que no se ha terminado de recuperar, y además no se sabe si en algún otro momento, por otros motivos, ocurre semejante destrucción de nuevo. Bueno, eso antes había ocurrido, ya en 1541 cuando Michimalonco atacó Santiago, después en el siglo XIX hubo varias explosiones sociales, lo mismo a principios del siglo XX. Lo curioso es que en las huelgas de la chaucha y de la carne hubo una acción contra la ciudad misma, contra las estatuas, contra las fachadas, contra los faroles, contra todo lo que lo que constituyera civilización digamos. Y eso se da cada cierto tiempo. Yo recuerdo violencia política durante la Unidad Popular, que era violencia política todos los días, pero la cuestión era entre los enemigos y contra los carabineros, no contra la ciudad misma. Yo me acuerdo bien porque pasaba todos los días por el centro de esa época, era chico y veía todo. En fin, es un fenómeno súper extraño, pero que tiene que ver con una herida de no pertenencia, que nunca ha dejado de estar en la evolución de nuestra sociedad local.

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