La batalla olvidada de la Independencia que se libró en la cordillera de los Andes (y fue la última de Carrera en Chile)

JM CARRERA

Ocurrió el 11 de octubre de 1814, días después de la desastrosa derrota patriota de Rancagua. Las diezmadas fuerzas al mando de José Miguel Carrera fueron alcanzadas en la ladera de los papales, en plena cordillera, y derrotadas por un enemigo superior mientas trataba de ponerse a resguardo. El prócer resistió como pudo, pero debió acelerar la escapada para llegar finalmente a Mendoza días después. Y así, con más pena que gloria, cerraba una etapa de la historia del país.


Había que salvar todo cuanto se pudiera. Tras la calamitosa derrota en la batalla de Rancagua, el general José Miguel Carrera había llego a Santiago al amanecer del 3 de octubre. En principio, su idea era reunir a las tropas dispersas, poner a resguardo los fondos y documentos del estado, para luego emprender la marcha hacia Coquimbo, donde plantaría la resistencia a los realistas.

Por eso, el “príncipe de los caminos” procedió a desmentelar todo cuanto se pudo y ordenó una retirada hacia la zona de Aconcagua. “Para no dejarle al enemigo algunas cosas que pudiesen aumentar su erario o proporcionarle recursos para la guerra, dispuse y por mí mismo hice saquear, a los pobres, la Administración de Tabacos que encerraría el valor de 200.000 pesos; en menos de dos horas estaba la casa tan limpia que no le dejaron ni las puertas de la calle”, explica en una anotación de su Diario Militar.

Días después, Carrera emprendió la salida de Santiago hasta la villa de Santa Rosa de los Andes, comandando a la tercera división del Ejército. Pero esta ya iba muy mermada por las deserciones. El prócer intentó contener la posibilidad de un desbande masivo hacia Mendoza, por ello dio órdenes al teniente coronel Juan Gregorio de Las Heras, de impedir el paso a cualquiera que no llevase un salvoconducto proporcionado por el supremo gobierno. Pero Las Heras no quiso obedecer y abrió el paso.

Batalla de Rancagua wsp
Batalla de Rancagua, óleo del pintor italiano Giulio Nanetti, 1820.

“Las Heras formó su tropa para marcharse y mis súplicas no alcanzaron a contenerlo; le manifesté lo imposible que me sería reunir [a] la gente sin su auxilio; que si no se restablecía el or­den no podría verificar mi retirada a Coquimbo, cuya provincia nos ofrecía recursos para continuar la guerra con ventajas; que si el enemigo veía desamparado el valle de Aconcagua avanzaría velozmente, y que no sólo se haría de intereses que pasaban de un millón de pesos, sino que [también] degollaría al pie de la cordillera [a] más de 2.000 emigrados que estaban resueltos a seguir su ejemplo”, anotó el General en su Diario Militar.

En la Villa, Carrera reunió la gente que pudo y envió un oficio a las autoridades de Mendoza solicitando su auxilio. Es decir, no pensaba en la posibilidad de una retirada. Pero en los hechos, cada vez había más deserciones y quienes podían procurarse una mula o un caballo cruzaban sin dudarlo.

Lo que no sabía el prócer era que los realistas habían enviado destacamentos para acosar la retirada de los patriotas. Según cuenta en su Diario Militar, se enteró el 7 de octubre. “Se me avisó que el enemigo avanzaba y estaba cerca de Chacabuco, cualquiera fuerza era suficiente para destrozar la nuestra y aún estaba cerrada la cordillera; no se habían retirado los intereses y los emigrados no podían pasar”.

Ese mismo día, Carrera decidió la retirada desde la Villa de Santa Rosa con la orden de llevarse lo que se pudiera y lo que no, simplemente destruirlo. Así, logró sacar lo que pudo de las cargas del erario e hizo quemar fardos con documentación de los archivos públicos. “Hice [envié] repetidos propios a Quillota y a Barnechea, para que se replegase a Los Andes, y se incorpora­se a nosotros con las fuerzas de Valparaíso y los caudales. Como se hubiesen metido en la cordillera to­dos los emigrados y la mayor parte de la tropa, y me faltasen auxilios para continuar la marcha a Coquim­bo, no encontré otro arbitrio que salvarlo todo retirándolo a Mendoza y seguir de allí a socorrer a Coquim­bo, mediante la protección que debíamos experimentar de nuestros aliados”.

Una batalla en la ladera de los papeles

Dos días después, el 9 de octubre, unas partidas realistas llegaron hasta la Villa de Santa Rosa de los Andes, la misma que había abandonado Carrera. Comprendieron que podían alcanzar a los patriotas, así que salieron en su búsqueda. Mientras, el prócer tomaba sus precauciones y decidió hacerse fuerte en algún punto de la cordillera para soportar un previsible ataque enemigo.

“Todo el día lo ocupé en hacer retirar [trasladar] unas pocas cargas de pertrechos y víveres para [hacia] la ladera de los Papeles -escribió Carrera ese mismo día 9-. En la noche nos retiramos a la primera quebrada, temerosos de ser atacados por una división enemiga que es­taba en la hacienda de Chacabuco. Cuando llegaba al punto en que debíamos acampar, encontré al Capitán Jordán que con 40 artilleros armados de fusil; iba a reforzarme creyendo que continuaba para Co­quimbo. Acampamos juntos y esperamos el día para volver en protección de los caudales, y para sacar al­guna contribución para socorrer [a] las tropas que estaban sin el pago de octubre”.

José Miguel Carrera
José Miguel Carrera, retrato de Francisco Mandiola

Carrera y los suyos durmieron en la ladera esperando el ataque. Se trataba de un punto formado por una falda de cerros que llegaba hasta un barranco que conectaba con el río Aconcagua. En ese lugar dejó a los capitanes Molina y Maruri con unos 200 hombres desmoralizados y mal armados para contener en primera linea el embate realista, mientras él se retiró unas millas más adentro, hacia el punto donde estaba una estación de guardia, en que se reunió con la gente que lo acompañaba.

“Nos retiramos a la Guardia, y los efectos que no pudimos cargar por falta de mulas los tiramos al río [Aconcagua]; las mulas se las robaban los emigrados para pasar [transportar a]sus familias y equipajes, o se empleaban en romper la nieve, o los arrieros huían con ellas; las pocas que quedaban ya no servían de can­sadas y hambrientas”, apuntó el prócer en su diario.

Finalmente, el ataque ocurrió hacia la tarde del día 11 de octubre. Los capitanes Molina y Maruri intentaron contener a las exhaustas tropas patriotas, pero se vieron sobrepasados por las fuerzas realistas al mando de Antonio Quintanilla, lo que les hizo ordenar la retirada efectuada en desorden. La acción sería conocida como el combate de los Papeles.

“En la tarde se presentó una división enemiga de 400 fusileros que atacó y destruyó nuestra pequeña guerrilla -anotó Carrera en su diario-. Aprovechamos la oscuridad de la noche para retirarnos al otro lado de la cumbre. Las Heras estaba en el Juncalillo y luego que supo [de] la derrota de nuestra guerrilla, tomó el camino para buscar puntos militares. Todo cuanto habíamos salvado hasta allí, o lo entregamos al saqueo, o lo quemamos, o lo tiramos al río”.

Según Barros Arana en su Historia general de Chile, Quintanilla siguió la persecución de los patriotas hasta un punto llamado Ojos de agua. Tomó varios prisioneros, entre los soldados que se fueron quedando rezagados en el camino. El mismo Carrera lo consignó en su Diario. “Al amanecer subimos [a] la cumbre, hasta cuyo punto subió también el enemigo, quien nos tomó más de 150 prisioneros desarmados. Las Heras perdió una guardia avanzada que se entretuvo en el saqueo, y a [en] la noche estaban todos los emigrados de la parte de Mendoza”.

Días después, los patriotas que habían logrado el escape cruzaban la cordillera en dirección a Mendoza. El combate en la ladera de los Papeles fue en rigor, el último enfrentamiento de la Patria Vieja, y el último que dirigió Carrera en el suelo chileno. Nunca más volvió al país. Pero esa es otra historia.

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