Juan Villoro: “Las máquinas van a sustituir a muchos seres humanos, pero no a los lectores”
El destacado escritor mexicano publica No soy un robot, un ensayo donde reflexiona sobre la era digital y su impacto en la información, además del rol del libro y la lectura como una salvaguarda ante lo digital. Asegura que el libro en físico no desaparecerá y se muestra optimista ante el avance de la Inteligencia Artificial.
Juan Villoro (68) es un hombre inquieto. No solo ha escrito novelas como El testigo (2004, Premio Herralde de novela), también ha incursionado en la crónica, como Dios es redondo (2008) en la que hizo de cronista de fútbol; ha escrito obras de teatro, literatura infantil y juvenil, libros de cuentos, y ensayos. Esta última dimensión acaso influencia de su padre, el filósofo catalán Luis Villoro.
En esta veta reflexiva, Juan Villoro siempre está atento a problemas contemporáneos. Ahora, puso el ojo en la era digital, y ese el principal tema que aborda en su nuevo libro de ensayo, No soy un robot (Anagrama), donde reflexiona sobre los problemas en los tiempos de redes sociales, información digitalizada, y reivindica el rol del libro y la lectura como un contrapeso.
“En los últimos veinte años hemos vivido cambios esenciales en relación con la tecnología que han alterado el trato con la economía, la convivencia familiar y los contactos sociales. Como tantos, pasé del repudio a la adicción digital. Estamos en una frontera en la que lo humano se disuelve para ser sustituido por mecanismos. Me pareció esencial reflexionar al respecto, hacer la crónica de este tiempo y ver qué función tiene ahí la lectura”, comenta Villoro a Culto.
¿Por qué el título de “No soy un robot”?
Pertenecemos a la primera generación que debe definirse como humana. De pronto debes marcar una casilla en una página web que dice “No soy un robot”. La paradoja es que quien te acredita como todavía humano es una máquina. Es una circunstancia novedosa, fascinante y temible.
Habla del rol de lo digital en la información, que ha hecho que la fuente de cualquier información quede en el aire. ¿Cuál ha sido el rol de las redes sociales en la desinformación?
La información se ha vuelto atmosférica, llega por todas partes y en ocasiones no recuerdas su origen. Muchas de las noticias que recibimos son falsas y no hay forma de verificarlas. Nunca antes la distorsión de la realidad había sido tan fuerte. Por ello, en 2016, cuando Trump ganó las elecciones, el Diccionario Oxford decidió que la palabra del año fuera “posverdad”. De manera paradójica, el abuso de las mentiras le ha dado nuevo peso a la verdad, cuya reserva esencial es la cultura de la letra.
Habla de las selfies y la imagen como un sello identitario. ¿Es la selfie una nueva forma de comprobación de identidad?
En efecto, hoy en día las cosas sólo parecen existir si las retratas. La imagen tiene un nuevo valor notarial. Esto ha llevado a que consideremos que nuestra vida sólo sucede al ser retratada.
El libro físico ha cambiado con lo digital, ¿cree que tiene riesgo de desaparecer?
No lo creo, como dijo Umberto Eco, el libro se inventó bien de una vez por todas; como el alfiler o el tenedor, no tiene forma de ser mejorado. En No soy un robot hago una hipótesis contrafactual: ¿qué pasaría si viviéramos en una sociedad exclusivamente regida por pantallas y de pronto se inventara el libro en papel? En cierta forma, parecería una superación de la computadora: el libro no caduca ni tiene obsolescencia programada, no necesita ser recargado, estimula los cinco sentidos (incluido el tacto y el olfato), se abre de modo sugerente al modo de una puerta o una ventana, si se cae no se estropea y puede pasar de mano en mano, creando una comunidad especial. En mi monólogo Conferencia sobre la lluvia, que en Chile llevó a escena Álvaro Viguera, el protagonista, que es un bibliotecario, dice: “Mientras haya necesidad de otras manos, habrá libros en papel”.
Pero, ¿le gusta el ebook?, ¿lee en formato digital?
El ebook es de enorme utilidad para almacenar libros que no puedes llevar a cuestas, desde enciclopedias y diccionarios, hasta las novelas policiacas que llevas a la playa por si hay mal tiempo.
Afirma que la lectura es una forma de salvataje en tiempos críticos. ¿Cómo lo ha salvado a usted?
La lectura es una forma de resistencia porque preserva la complejidad de lo humano en tiempos en que perdemos facultades ante las máquinas. En ese sentido, No soy un robot es un libro militante.
¿Cómo ve la relación entre la literatura y la tecnología? ¿Cree que la inteligencia artificial puede inspirar nuevas formas de narrar?
No tengo una visión apocalíptica. La Inteligencia Artificial es de enorme ayuda, especialmente en campos como la medicina, la biología o la ingeniería. Mi postura es que la literatura sirve para entender mejor los cambios vertiginosos que estamos viviendo y para interactuar de manera más eficaz con la información digital. El adiestramiento literario permite establecer mejores conectivas en el disperso mundo de las redes y, sobre todo, te ayuda a descartar todo lo que no te conviene. La cultura sirve para no perder el tiempo.
¿Es usted más pesimista u optimista respecto al futuro de la inteligencia artificial?
Soy optimista respecto al individuo y pesimista respecto a la especie. En un vagón del metro, la mayoría de los pasajeros están absortos ante un teléfono. Casi siempre, miran cosas intrascendentes que los hipnotizan y los convierten en consumidores. No perciben la realidad sino sus sombras, como los esclavos de la caverna de Platón. Lo peculiar es que se trata de una esclavitud feliz. Atónito ante la pantalla, el cibernauta se siente ante una multiplicidad de opciones, pero en realidad está siendo guiado por algoritmos que lo enajenan. Al mismo tiempo, en ese mismo vagón del metro, un par de personas leen y piensan por cuenta propia. Las máquinas van a sustituir a muchos seres humanos, pero no a los lectores.
¿Cree que es necesario establecer límites al desarrollo de la inteligencia artificial?
Urge una legislación digital. El principal negocio del planeta es la extracción de datos personales, lo cual significa que nosotros mismos nos hemos convertido en mercancías. Estamos inermes ante esta situación. Además, no hay modo de controlar a los dueños de los robots. ¿Cómo confiar en una tecnología desarrollada por Vladimir Putin o Elon Musk? En los sistemas autoritarios, no hay intervención posible, pero las democracias deberían establecer un control social del desarrollo tecnológico y de sus derivaciones, como la biopolítica, que nos puede convertir en organismos rigurosamente vigilados.
¿Cree que de alguna forma la lectura nos liberará de la dependencia de los dispositivos digitales?
La lectura ha demostrado ser un depósito excelente para las ambigüedades, las emociones, las contradicciones, el dolor y la dicha que definen al ser humano. Es la mejor forma de oponerse a la simplificación de la realidad y el pensamiento binario fomentado por las redes. Traté de ejemplificar esto en mi libro.
En otro ámbito, ¿qué piensa de la petición de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, para que España pida perdón por los abusos cometidos en la conquista?
Tengo confianza en Sheinbaum porque es una mujer preparada, congruente y conocedora de la realidad política. Por desgracia, en el caso de España, repitió la tontería que dijo López Obrador. El rezago de los pueblos indígenas es responsabilidad del México independiente. Cuando terminó la colonia, el 70 por ciento de los mexicanos hablaba una lengua indígena; hoy, sólo el 6.6 por ciento las habla. El sostenido exterminio de la multiculturalidad fue hecho por el México criollo. Hoy en día, se desprecia a los indígenas (un ejemplo es que los Acuerdos de San Andrés, firmados con los zapatistas en 1996, no se han convertido en ley); sin embargo, en vez de atender las carencias del presente, se responsabiliza al pasado de la injusticia actual. Se trata de una postura demagógica. Los propios zapatistas se lo hicieron ver al presidente López Obrador.
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