“No se toleraba que una mujer escribiera desde el deseo y la rabia”: Charlotte Brontë y la trastienda de Jane Eyre
Caminar invisible. Cartas sobre Jane Eyre, 1847-1854 (Banda Propia) se llama el libro que reúne la correspondencia de Charlote Brontë con sus editores, con traducción chilena. Acá leemos a su autora enfrentándose a las críticas, hablando de la relación con sus hermanas escritoras -Emily y Anne- y la historia de cómo se reveló su seudónimo de hombre.
A inicios de 1848, el bestseller literario de la Inglaterra victoriana era la novela Jane Eyre: una autobiografía, cuyo autor era un hombre llamado Currer Bell. Publicada por Smith, Elder & Co. la novela narra -en primera persona- la dura infancia de la protagonista y cómo lucha por el amor del señor Rochester. Eso sí, pocos sabían que Bell no existía y que en realidad era el seudónimo de la escritora Charlotte Brontë. La mayor del trío de las célebres hermanas escritoras inglesas, junto con Emily y Anne.
Jane Eyre fue un éxito y se transformó en un clásico de las letras anglosajonas. Ello, por supuesto, le abrió el apetito a su editorial. En 1848, mientras Smith, Elder & Co. negociaba con una editorial de Nueva York la publicación de “la nueva novela de Currer Bell”, surgió otro editor, Thomas Newby, quien había publicado Cumbres borrascosas y Agnes Grey, las novelas de Emily y Anne respectivamente, también con nombres masculinos. Aprovechando que tenía en sus manos el manuscrito de la nueva novela de Anne, Newby pensó en arrebatarles el negocio a Smith, Elder & Co. y aseguró a los neoyorkinos que Currer Bell era el autor de las tres novelas: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey, y que él les mandaría “la nueva novela de Currer Bell”, no Smith, Elder & Co.
Apenas se enteraron de la sucia movida, y para aclararlo todo, Charlotte y Anne se presentaron intempestivamente en las oficinas de Smith, Elder & Co, revelaron su secreto y el entuerto se arregló. Días después, Charlotte y Anne recibieron una invitación de los mandamases de la editorial para conocerlas en persona. Ya se había corrido el velo. “Su invitación es demasiado bienvenida para no ser aceptada”, le escribió Charlotte en una carta a W.S. Williams, el lector de la editorial en julio de 1848 y rubricó con su propio nombre, ya no el de Currer Bell. “Soy, mi querido señor, fielmente suya, C. Brontë”.
La carta, junto con otras de la correspondencia de Brontë con su editor, hasta ahora no se conocía en castellano. Hoy, el libro Caminar invisible. Cartas sobre Jane Eyre, 1847-1854 entrega a los lectores un backstage de la novela. Este volumen es publicado por la editorial independiente nacional Banda Propia, y cuenta con una traducción chilena de las cartas hecha por Ángelo Narváez León, además de un prólogo de la escritora trasandina María Sonia Cristoff. “Esta selección fue pensada específicamente en torno a Jane Eyre, en tanto libro que fuerza a Charlotte Brontë a construirse como autora pública y dejar atrás el nombre masculino de Currer Bell. Y en las cartas aparece toda esa operación velada entre la visibilidad y la invisibilidad, gestionada por ella misma, surgida en complicidad con sus hermanas, una invisibilidad que se juega entre el género y el anonimato. Desde un punto de vista contemporáneo, sorprende en estas cartas la importancia que en esa época poseía la crítica en la construcción de una obra”, comenta a Culto la editora María Yaksic.
Narváez nos comenta qué fue lo más complejo al trabajar este material. “Yo diría que lo más difícil es transmitir el sentido íntimo y cotidiano de las cartas, su sensibilidad particular. Brontë es disruptiva en muchos sentidos, pero también es hija de un pastor sumergida en un espacio rural en pleno siglo victoriano, y esa sensibilidad cotidiana se expresa en locuciones que no tienen el mismo sentido en castellano, en insistentes referencias bíblicas, en matices o a veces una palabra que sugiere un sentido común que no es el más habitual en el espacio literario (como Thackeray o Dickens)”.
“Hay un sentido del humor en Brontë, un decoro, un cuidado con las palabras que no tiene que ver solo con el pseudónimo y el anonimato (Smith y Williams son los primeros en conocer su identidad literaria fuera del círculo familiar), sino también con una brecha entre nosotros y ella, y entre ella y la cultura urbana londinense. Me atrevería a decir en ese sentido que la dificultad está en transmitir que no se trata de un mundo que ella quiera explicar, sino de un mundo que ella quiere entender”, añade Narváez.
“Ella tenía el hecho de que, en la Inglaterra victoriana, se tendía a destruir una obra solo por el hecho de haber sido escrita por una mujer -dice a Culto la autora del prólogo, María Sonia Cristoff-. Se toleraba que la mujer escribiera obras de función didáctica, donde los personajes se comportaran como en un salón burgués, pero no se toleraba que una mujer se sacara los miriñaques y escribiera poniendo sobre el tapete las condiciones materiales de la existencia, que para mí es una de las líneas más interesantes de lectura de sus novelas, las condiciones económicas de las relaciones humanas, no se toleraba que una mujer escribiera desde el deseo, desde la rabia, es decir desde las fuentes de toda escritura, en esa época y siempre”.
En una de sus cartas, de agosto de 1849, Brontë se queja amargamente de que muchos críticos alababan su novela mientras el autor era Currer Bell, pero ya no cuando se supo la verdad. “Me acuerdo de The Economist. El crítico literario de ese periódico elogió el libro si estaba escrito por un hombre, pero lo calificó de ‘odioso’ si era obra de una mujer”.
Un punto conmovedor de las cartas es cómo Charlotte le comenta a sus editores sobre las muertes de sus hermanas, con poco tiempo de diferencia. “Emily no está aquí ahora: sus restos mortales están fuera de la casa -dice en diciembre de 1848-. Mi padre y mi hermana Anne están lejos de estar bien. En cuanto a mí, Dios me ha sostenido hasta ahora con toda su gracia. Hasta ahora me he sentido capaz de llevar mi propia carga”. Y en junio de 1849 escribió sobre Anne. “Su tranquila muerte cristiana no desgarró mi corazón como lo hizo el final severo, simple y poco demostrativo de Emily. Dejé que Anne fuera a Dios y sentí que tenía derecho a ella”.
Caminar invisible se presentará en la UDP (Vergara 240) este lunes 11 de noviembre a las 14.30 con una clase magistral de María Sonia Cristoff. Invita el Magíster en Escritura Creativa UDP en el Estudio de TV de la Facultad de Comunicación y Letras. Entrada liberada.
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