Patricio Pron: “La ‘literatura del yo’ no me interesa porque soslaya el carácter social de la literatura”
El destacado escritor argentino está de regreso con un ensayo titulado No, no pienses en un conejo blanco, donde reflexiona en torno a la industria editorial, la voluminosa producción de libros y los tiempos de lectura. Además, se acaba de reeditar su novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, que cruza su propia historia familiar con la de su país. Acá, reflexiona sobre literatura, actualidad y escritura.
Una idea comenzó a rondarle a Patricio Pron. Amén de su experiencia como lector, escritor y crítico literario (hoy en El País, de España), comenzó a pensar sobre los cambios en la industria editorial y cómo en estos tiempos -gracias a la tecnología- se publican muchos libros en poco tiempo, generando la pregunta de si efectivamente se puede leer todo, y cuál es la calidad de tal volumen. Así, tratando de responder esta y otras preguntas que se fueron desprendiendo Pron escribió el ensayo No, no pienses en un conejo blanco, que en nuestro país publica el sello independiente La Pollera.
“Un amigo mío suele decirme que los escritores no tenemos que hablar de dinero, pero él habla casi exclusivamente de dinero, como lo hacen los editores, los agentes y los autores. De algún modo, tiene sentido que sea así -dice Pron a Culto-. No hay manera objetiva de determinar la calidad de un libro, y hablar de sus ventas parece ser mejor que no hablar en absoluto. Sin embargo, los libros y su impacto en nuestras vidas deberían medirse de otras formas, y el mío es un intento de ensayar esas formas nuevas. Una manera de sustraer la literatura de una discusión sobre ventas, anticipos, grupos empresariales, editores independientes y mercados que está bien y es necesario tener, pero no es toda la verdad de la literatura”.
¿Qué cosas sobre el mundo editorial descubrió al trabajar en este libro?
Varias de mis impresiones sobre lo que llamamos el “negocio editorial” (que es más de un solo negocio, por otra parte) no resultaron acertadas cuando las constaté con los datos. Pero otras sí lo fueron. Sobre todo, se hicieron evidentes dos cosas. Por una parte, que las grandes editoriales llevan años dándoles la espalda a los libros, a sus autores y a sus lectores porque su propósito es convertirse en empresas de producción y comercialización de contenidos audiovisuales. Por otra, que, si bien parece haber cientos de miles de personas que prefieren esos contenidos (el pódcast, la serie de Netflix, el contenido de y para TikTok, etcétera), hay muchas otras que continúan pensando en los libros y en la literatura como una experiencia sensible que trasciende el entretenimiento y tiene el potencial de sacudir las cosas, en ellos y a su alrededor. Descubrir esto último fue lo que hizo que valiera la pena haber escrito este libro.
¿Qué le llama la atención de la dicotomía que menciona entre la cantidad de lectores versus la cantidad de libros publicados?
Me interesa que en esa dicotomía se resume el conflicto entre una lógica del tipo “más, para más personas, más rápido, más barato, que arroje mayor beneficio” y la realidad de la literatura en los países hispanohablantes, donde no parece haber más personas leyendo gracias a ella sino considerablemente menos (o leyendo otras cosas, no literatura). También me interesa que esa lógica no se ve reflejada en un aumento de las ventas, obliga a los trabajadores y las trabajadoras de la industria editorial a trabajar a destajo en productos para los que no existe demanda efectiva, irrita a los lectores que desean acceder a la literatura contemporánea (y, a partir de cierto punto de saturación inevitable, desertan de ella) y es insostenible desde el punto de vista medioambiental. La lectura sólo puede ser acelerada malamente, como sabemos. De forma natural, está a salvo de la lógica a la que hacía referencia antes y puede mostrarnos la forma de resistir los embates de un capitalismo cuyas falencias son evidentes para cualquiera que tenga los ojos abiertos. Persistir en un argumento del tipo “si hay más libros habrá más lectores” es contribuir a la continuidad de esa enorme “máquina de no leer” que, en palabras del ensayista mexicano Gabriel Zaid, son la industria editorial y todo lo que la rodea.
¿Es el mayor volumen de publicaciones causante de la disminución en la calidad del libro? ¿Termina siendo un obstáculo a la lectura que se publiquen tantos libros?
En ambos casos, mi respuesta es sí. Pero agrego: las respuestas a la pregunta de cómo se podría hacer frente a este problema son complejas, y requieren más de un libro para ser respondidas.
Menciona a la técnica “lectura veloz”, ¿cree que en estos tiempos acelerados es efectivamente necesaria?
Nunca fue realmente necesaria, y puede que esté un poco pasada de moda, aunque sólo porque ya preside nuestra relación con todos los productos artísticos: los podcasts de divulgación de libros tienen la función de ahorrar a sus consumidores el tiempo y el esfuerzo que se requieren para leer un libro (aunque también les ahorran los placeres de leerlo), las empresas que producen experiencias “inmersivas” como la que te permite estar “dentro” de un cuadro de Van Gogh prosperan porque las personas creen no tener tiempo para detenerse a contemplar las obras de Van Gogh en un museo, casi todas las plataformas audiovisuales incluyen ya un botón para adelantar diez segundos el visionado y la música destinada al consumo masivo está compuesta por canciones cada día más breves, dadas la que parecen ser las dificultades de concentración de una nueva generación de consumidores. Incluso los mensajes de voz pueden ser reproducidos al doble de su velocidad habitual. (O eso dicen: yo no escucho audios, así que no lo sé.) De alguna manera, todo lo que hacemos está presidido por el triunfo de una urgencia que impide que los libros y los productos artísticos produzcan sus efectos en nosotros.
Se muestra crítico de la “literatura del yo”, que es la tendencia en boga de la literatura actual, ¿por qué no le gusta?
Por decenas de razones: es un vehículo mediocre de expresión literaria, a menudo es empleado por personas que no tienen nada para contar y la mayor parte de las veces las voces de sus narradores son indistinguibles y olvidables. Pero sobre todo, la “literatura del yo” no me interesa porque soslaya el carácter social de la literatura. La mayor parte de las veces es escrita por una sola persona, pero leída por muchas, en procesos que son esencialmente colectivos y en los que la producción de sentido no recae en un sujeto individual sino en una comunidad.
También habla del rol de la crítica literaria. ¿Cree que tiene cabida en estos tiempos?
Bueno, la multiplicación de los títulos publicados hace difícil que los lectores y las lectoras encuentren el libro que, incluso aunque aún no lo sepan, están buscando. Y la crítica literaria puede ayudarlos a hacerlo si no los infantiliza ni los trata como simples consumidores.
¿Qué debería aportar la crítica literaria en estos tiempos?
Una oposición tenaz a una sociedad que se organiza como un mercado.
También critica al Bookishness, ¿cree que hay algo de pretencioso en quienes generan esas prácticas?
No creo que esas personas sean culpables de nada, en realidad: les han hecho creer que fingir que leen (esa foto en Instagram, esa animación en TikTok, ese selfie en alguna librería famosa...) es mejor que sentarse a leer. Por mi parte, pienso en ellas como personas que han sido engañadas: el día que llueva sopa en el interior de una librería se van a sacar un selfie con un tenedor en la mano y creerán que han entendido el chiste. Pero no lo habrán hecho.
Una novela familiar
En una situación poco frecuente, Pron está con dos novedades en las librerías chilenas, porque se acaba de reeditar El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Anagrama), su novela original de 2011, que ahora vuelve con un nuevo epílogo. Esta novela, la quinta de su carrera, fue la que lo catapultó a un mayor reconocimiento. En sus páginas, narra una historia de su propia familia. El momento en que debió volver a la Argentina para despedirse de su padre, a punto de morir. Ello lo confronta con el lugar que había dejado, además, descubre que su padre estaba empeñado en la búsqueda de un desaparecido. En la novela mezcla los recuerdos del clan con los años del último régimen militar trasandino. Una historia propia, pero también la de un país.
¿Por qué decidió volver sobre esta novela y hacer un nuevo epílogo?
No decidí volver sobre la novela, sino que la novela continuó volviendo a mí en nuevas traducciones, en las lecturas de amigas y amigos y en las palabras de los que me dicen que en los últimos años encuentran en ella un lugar en el que resistir. Al mismo tiempo, el negacionismo y la destrucción de la democracia en Argentina y en otros lugares de América Latina le dieron un lugar nuevo, que necesitaba una nueva publicación y un nuevo epílogo para desplegarse. Así que la novela se me impuso de nuevo, por decirlo así.
¿Cómo era su contexto al momento de escribir este libro?
Cuando la escribí, vivía en un apartamento de veinte metros cuadrados en Madrid, prácticamente acababa de llegar a la ciudad y estaba tratando de entender qué hacía yo allí, quién era yo y de dónde venía y cuál era mi historia. Eran preguntas para las que no tenía respuestas. Y tuve que escribir este libro para encontrarlas.
¿Qué fue lo más complejo?
Por una parte, el contar una historia que no sólo me pertenece a mí, sino a otros; en especial, a los muertos. Por otra, el desnudarme frente a todos como lo hago en esta novela. Aún hoy, es difícil para mí reconciliarme con ese aspecto del libro y, en general, con la idea de ser un escritor público.
Este es como un proyecto de novela, convertido en novela. ¿Fue algo que de alguna manera se propuso?
Sí. Por lo general, mis libros hablan también sobre cómo se escriben mis libros. Son, por decirlo así, los manuales de instrucciones de los juegos que proponen a sus lectores y lectoras. Y nunca están cerrados, ni siquiera tras su publicación, ya que pueden ser reducidos, ampliados o corregidos en el futuro. O pueden incluir fotografías dejadas de lado en una edición anterior, como en este caso.
¿Qué lugar tiene la memoria en su vida?
Uno no muy grande, en realidad. Los problemas de memoria de los que hablo en el libro son reales, no un artificio narrativo. Y buena parte de mi vida cotidiana consiste en tratar de salvar algo de la experiencia de un olvido al que terminaría entregándose de otro modo. Hay algo de eso en la escritura, pero no es toda la verdad de lo que escribo.
¿Cuánto de usted hay en este libro?
Mucho más que en cualquier otro libro mío, excepto quizás La naturaleza secreta de las cosas de este mundo.
¿Considera que este libro es necesario en momentos en que el gobierno de Javier Milei habla de que lo ocurrido con las violaciones a los DDHH fue “guerra” y no reconoce la cifra de 30 mil desaparecidos?
Sí. El negacionismo del Gobierno argentino actual y su política de sometimiento y represión del disenso político, el modo en que sanciona la desigualdad y la promueve al tiempo que penaliza las manifestaciones de solidaridad o compasión por el otro ponen a este libro en un lugar muy especial, como decía antes. También lo hacen el regreso de Donald Trump al poder en los Estados Unidos, donde estoy viviendo en este momento. Y, en general, el auge de los extremismos en muchos otros lugares y las guerras. La literatura es una forma de resistencia, como sabemos. Y está muy bien que así sea. Pero está volviéndose prácticamente la única que tenemos. Y eso no está tan bien.
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