“Entró en los corazones del pueblo a través de su voz”: el fascinante mundo radial de Pedro Lemebel

“Entró en los corazones del pueblo a través de su voz”: el fascinante mundo radial de Pedro Lemebel
“Entró en los corazones del pueblo a través de su voz”: el fascinante mundo radial de Pedro Lemebel

Pedro Lemebel fue conductor del programa Cancionero, en Radio Tierra, espacio donde usaba su voz y música para dar vida a crónicas cargadas de ironía, política y emotividad. Fue ese ejercicio radial el que antecedió a su faceta más performática, y la que le permitió ser conocido en los rincones más profundos de Santiago.


La escritora Raquel Olea vio pasar a Pedro Lemebel corriendo por el pasillo. Su oficina quedaba al inicio del corredor y la del cronista hacia el fondo de la casona antigua que albergaba La Morada. Lemebel era el flamante conductor de Cancionero, un programa de Radio Tierra famoso entre los auditores de los sectores populares de Santiago. Desde mediados de los noventa, su voz ronca y coqueta—esa misma que perdió en sus últimos días—se transformó en la compañía de las amas de casa y el telón de fondo de talleres mecánicos. Conversaba, contestaba los llamados, leía sus crónicas y escogía las canciones. Gracias a su agudeza musical, compartió con sus oyentes temas de la Nueva Ola, muchos de Cecilia, boleros y tangos.

Su voz era más conocida que su cara y eso, incluso, lo salvó de algunas situaciones complejas. Así lo recuerda Constanza Farías, quien conoció a Lemebel en Radio Tierra para luego convertirse en su amiga y asistente técnica. “Él iba tarde a su casa, medio cufifo, y le sale un cabro a asaltarlo. Y él le dice: ¡ay, pero cómo! Y el cabro dice que esa voz la conoce. El chico escuchaba todos los días la radio, así que no lo asalta y se ponen a conversar”, relata Farías desde la región de Valparaíso, en videollamada con Culto.

Ese testimonio quedó inmortalizado en la crónica Solos en la madrugada (o el pequeño delincuente que soñaba ser feliz), que forma parte del libro De Perlas y cicatrices (1998). Aquel título reúne las crónicas que Pedro Lemebel escribía para Radio Tierra, semana a semana, para la etapa inicial de Cancionero, que consistía en cápsulas grabadas, de aproximadamente 10 minutos, donde él leía y sonorizaba sus textos. “Las daban en un horario a la hora de almuerzo y después en la tarde”, precisa Farías.

“Un día fui a la feria de mi barrio y la señora que me vendía las verduras tenía la radio encendida escuchando mi programa—contó Lemebel en entrevista con Óscar Contardo, para la revista mexicana Gatopardo—. Yo le pregunté qué estaba oyendo y ella me dice ‘las crónicas de Lemebel’. Me hice el leso y le pregunté de qué se trataba y ella me dijo ‘uy, supiera de las cosas que habla’. Entonces yo tomé aire, me inflé y le dije ‘sabe usted que yo soy Lemebel’. Entonces ella y el marido me miraron y me dijeron riéndose ‘sí, seguro’”.

Tema: Pedro Lemebel 



Pedro Lemebel 

Fotos: Pablo Sanhueza
Fotos: Pablo Sanhueza

Si bien desde 1992 ya publicaba sus crónicas en la revista Página Abierta, gracias al programa sistematizó aún más su escritura. “En la radio (la crónica) tuve que hacerla más coloquial, menos barroca; en los diarios, despelucarla de adjetivos, en fin, hasta que llega al libro donde le realizo una última remasterizada”, comentó el autor en La Tercera, en 2013.

“Había un impulso creativo potente: hacía una crónica todas las semanas, era maratónico. No sé cómo lo hizo”, reflexiona Constanza Farías. De ahí nacieron icónicos relatos como Ronald Wood (a ese bello lirio despeinado), La Leva (o la noche fatal para una chica de moda), Con Gladys en la ópera, Cecilia (el platino trizado de la voz) o Gloria Benavides (o era una gotita en la CNI).

Las crónicas las elegía Pedro según el momento político que estaba pasando. Si bien sus crónicas tenían que ver con cuestiones fundamentales de pensamiento de discurso, de lenguaje, tenían mucho que ver con la contigencia”, agrega la escritora Raquel Olea, quien fue directora de Casa La Morada, organización feminista de la que se desprendía Radio Tierra.

La veta radial y sonora de Pedro Lemebel, que tuvo su máximo apogeo entre 1994 y 2002, fue el florecer de una semilla que lo acompañaba de la infancia, marcada por la música de la madre.

Lemebel wsp

El despertar radial de Lemebel

La pasión por lo sonoro partió en su casa, décadas antes. “Su primer acercamiento con el mundo fue la voz de la madre. Él mismo lo cuenta. Su primera música fue la voz de su madre, Violeta, a la cual él amaba profundamente. La madre era aficionada a la radio, a escuchar música popular. Él fue adiestrando su oído y vivía de la música”, cuenta el periodista y activista Víctor Hugo Robles, también conocido como El Che de los Gays.

En Loca Fuerte: retrato de Pedro Lemebel (2022), de Óscar Contardo, el hermano de Pedro Lemebel, Jorge Mardones, cuenta que en la infancia el escritor fue atropellado por un camión que buscaba ripio. Durante la hospitalización, “la madre y el niño pasaban mucho tiempo juntos. Dormían en la misma cama y se divertían escuchando, en una radio RCA, radioteatros como Hogar dulce hogar”, escribe Contardo.

Pedro era un melómano absoluto, sabía mucho de música, sobre todo de música antigua, de la Nueva Ola—establece Constanza Farías, quien fue programadora musical de Radio Tierra por esos años—. Le gustaba la música en español, pero también la de los 70, como los Beatles. Pedro, más allá de la estética musical, tenía mucho oído. Además, para él era importante que el músico tuviera una inclinación política. Para Pedro la música era política”.

Por su parte, Raquel Olea sostiene: “Él era un amante de la música popular. Tenía una cantidad de música latinoamericana, cantantes de música popular puertorriqueña, colombiana, brasilera, urbana, folclore. Amaba el bolero, toda esa cosa sentimental, amorosa, que provoca una tensión en el alma. Esa era la música de Pedro”.

Lemebel

Radio Tierra surgió en 1991, en la Corporación de Desarrollo de la Mujer La Morada, bajo la frecuencia 130 AM. “Se pensó en la posibilidad de una radio feminista latinoamericana. Soledad Fariña y Eliana Ortega eran las encargadas del proyecto”, cuenta Raquel Olea. La estación radial se constituía íntegramente por mujeres, desde las sonidistas hasta las locutoras. Además, se daba espacio a voces que “no estaban en todos los medios”, dice Olea, como a niños, escritores y poetas.

En todo ese quehacer deambulaba Lemebel. “Pedro era cuentista, había publicado textos con el nombre de Pedro Mardones (su apellido paterno)—cuenta la escritora—. Yo lo conocía, mi marido… Pedro circulaba, era una figura muy interesante e iba a todas las cosas que hacíamos en La Morada”.

El punto de inflexión fue cuando participó como invitado en el programa de Radio Tierra Triángulo Abierto, el primer programa radial de diversidades sexuales en Chile, bajo la gestión del Movimiento de Liberación Homosexual Movilh Histórico (Movilh). El programa era producido por el escritor Juan Pablo Sutherland y conducido por Víctor Hugo Robles y Soledad Suit. Su primera emisión fue el 15 de junio de 1993.

El 1 de noviembre de 1994, Pedro Lemebel fue entrevistado en Triángulo Abierto. “Se nos ocurrió complementar toda la entrevista con música de Cecilia. ¿Por qué Cecilia? Porque Cecilia es un ícono LGTBI; ella misma no lo decía, pero para todos era secreto a voces que ella era parte de nuestra comunidad. En ese tiempo Lemebel no era un rockstar, era amable, amoroso, asequible y con esa ironía, por supuesto”, relata Robles.

Pedro Lemebel wsp
Fotos: Pablo Sanhueza

En ese programa, disponible en internet, Pedro Lemebel cuenta por qué usa el apellido de su madre, define conceptos ligados a la diversidad y responde las preguntas y comentarios de los auditores. “Empezó a llamar mucha gente, nos felicitaban por el programa, pero había un número importante que criticaba ferozmente a Pedro por haberle dado ese beso a Serrat, en la Universidad ARCIS”, recuerda Robles.

El cantante español visitó la casa de estudios en el marco de su presentación en la Teletón, en 1994. Cuando se retiraba, Pedro Lemebel le dio un beso en la boca a Joan Manuel Serrat y desató las críticas. De esa experiencia surgió la crónica Tu boca me sabe a hierba.

Ya al final del programa, el escritor hace algo clave. Para Juan Pablo Sutherland, era “quizás la primera vez que Lemebel leía en un espacio radial una de sus crónicas. Esa lectura creo que es emblemática, en el día que Pedro entiende para sí que la radio será una aliada como espacio para construir su voz performance con música en los 90″.

Sutherland se refiere al texto Las amapolas también tienen espinas, que aborda la historia de un joven que es asesinado a puñaladas por un hombre con quien tuvo relaciones sexuales. “Él cuenta eso con detalles escalofriantes. A mí se me ocurrió poner la canción Hasta que te conocí, interpretada por Ana Gabriel. Era una obra de teatro, una performance en vida y en vivo también”, rememora Robles.

Así fue el despertar de una faceta más dormida de Lemebel. Volvió al micrófono de Triángulo abierto, esta vez con una caja de fósforos y un nuevo texto. Con un tono más solemne se refirió al fatal incendio en la discoteca homosexual Divine de Valparaíso, en 1993. Se titulaba La música y las luces nunca se apagaron (1995) e integra ahora La esquina es mi corazón (1995).

Él eligió una canción de Grace Jones. Cuenta la historia de la noche, la disco y cómo se desata el drama, el incendio. Pero él, para ejemplificar el sonido del fuego, llevó una cajetilla de fósforos. Era radioteatro cola”, dice Víctor Hugo Robles.

Pedro Lemebel. Foto de Ismael Jamett (1990)
Pedro Lemebel. Foto de Ismael Jamett (1990)

Cancionero

Tras su participación en Triángulo Abierto, se dio la posibilidad de que Pedro Lemebel tuviera su propio programa. Así lo recuerda Raquel Olea. “En ese tiempo yo dirigía La Morada y Carolina Rossetti dirigía la radio Tierra. Ella pensó en la posibilidad de que Pedro tuviera un programa en la radio. Pedro aceptó encantado. Planeó su programa y empezó a leer crónicas: las que escribía para la radio y las que tenía escritas”.

En paralelo, Constanza Farías trabajaba en la radio como programadora musical, luego de ser recepcionista en La Morada y asistente de producción en La Tierra. Por esos años, ella elegía qué canciones emitía la señal. En ese contexto conoció a Pedro Lemebel. “Yo estaba en mi cuchitril de música, una oficina con todos los long play, los cassettes y los discos. Él llega a buscar música para sonorizar sus crónicas. Él siempre venía muy claro. Un día llega a la oficina a las cuatro de la tarde y estuvimos conversando hasta las siete. Ahí nos hicimos amigos”, relata. Las reuniones eran diarias y las onces, con marraquetas y queso, un ritual para ambos. “Yo en ese tiempo era punk, yo creo que por ahí enganchamos bien”.

Así nació Cancionero, crónicas radiales de Pedro Lemebel. La introducción a las cápsulas era Invítame a pecar, de Paquita la del Barrio.

En las crónicas de Lemebel no quedaba nadie libre. “Pedro era muy irónico. Algo que nunca transó en su vida fueron tres cosas: su origen popular, su militancia de izquierda, ni su homosexualidad. Entonces él se reía mucho de figuras como Don Francisco y Doña Lucía. Todo lo que había sido la televisión de la dictadura. Todas esas figuras que estaban pasando piolitas y que habían tenido en la dictadura actuaciones horribles”, describe Raquel Olea.

Yeguas del Apocalipsis
Las Yeguas del Apocalipsis

Por supuesto, la elección de las canciones era crucial para darle emoción y teatralidad a sus relatos. “Pedro hacía algo que se llamaba el contrapunto—explica Farías—. La música, más que ser una acompañante, era una reafirmación del discurso. Era un elemento que se contradecía en algún punto, había ironía. Por ejemplo, hay una crónica donde habla de una niña desaparecida y pone una canción de Lucho Gatica, Osito de Felpa. Hay un contraste tremendo en lo que está diciendo. O la crónica de Ronald Wood, ahí pone música de Bordemar. ¿Qué pasaba con esa crónica? La gente lloranda. Cada crónica que él hacía dejaba un impacto inevitable”.

Tuvo un éxito notable, pues en un primer momento el programa duraba 10 minutos, hasta extenderse, luego de su enganche con el público, a un programa de media hora”, recuerda Juan Pablo Sutherland.

De esa forma, Cancionero pasó de ser un programa grabado a uno en vivo, el cual consistía en entrevistas, diálogo con los oyentes y la lectura de crónicas. “Conversaba con sus auditoras. La mayoría eran mujeres, dueñas de casa. Él tenía un registro tan amplio que hablaba desde política hasta cómo hacer una receta de charquican”, dice Robles.

Uno de sus entrevistados estelares fue Claudio Narea, exintegrante de Los Prisioneros. “A él le encantaba lucir a sus entrevistados. Estaba fascinado con Narea”, agrega Robles. En Las viudas odiosas de Lemebel (2025), título editado por el periodista, aparece un texto firmado por el músico chileno, llamado Pedro, maestro.

“En algún momento mi entrevistador comenzó a leer una crónica sobre la banda, que más adelante me enteré, aparecía en su libro De perlas y cicatrices. Fue entre incómodo y emocionante escucharlo. Entendí a través de su texto que Pedro tenía una sensibilidad especial, veía bajo el agua”, escribió Narea.

Cancionero se extendió hasta 2002 en Radio Tierra. Durante esos años, Lemebel tuvo lo que fue su primer trabajo con oficina—sin considerar sus años como profesor de Artes Plásticas—, con un salario que le permitió, junto a otros contratos, “una holgura económica que nunca antes había tenido”, según dice Contardo en Loca fuerte. “Él decía que por primera vez en su vida tuvo un trabajo—recuerda Olea—. En su oficina tenía su escritorio, sus libros, recibía gente, citaba reuniones. Fue un lugar suyo como escritor y eso fue muy importante para él”.

La voz de Lemebel

“No es posible entender la crónica urbana de Lemebel sin pensar en su cultura radial, que expresa la fuerte dimensión oral de sus textos que fueron leídos para grandes audiencias”, dice Juan Pablo Sutherland, quien hace poco publicó Lemebel sin Lemebel. Postales amorosas de una ciudad sin ti (Alquimia, 2024).

“Una parte importante de las crónicas publicadas pasaron por el registro de la radiofonía en su programa. En ese camino radial, y el agudo oído de captar el mundo popular, Pedro Lemebel encontrará una voz única, singular en su puesta escena”, complementa el autor. “No hay ningún escritor que provoque ese ánimo performativo en sus presentaciones, mezcla de radioteatro, manifiesto político y folletín amoroso de las abuelas. Eternas filas o más bien colas eternas esperaran sus presentaciones no solo el Chile sino en ferias internacionales”.

La radio fue ese espacio de experimentación y prueba para lo que Sutherland llama el “ánimo performativo en sus presentaciones”. Imágenes, sonido, texto, voz. Todo mezclado en las puestas en escena que atraían a miles a su alrededor.

Lemebel Guadalajara
Lemebel en la Feria del Libro Internacional de Guadalajara 2012. Foto: Pedro Andres/ FIL GUADALAJARA

Después él hace radio en vivo, en todas las puestas en escena que hizo antes de perder la voz. Había una expresión creativa de Pedro que es sumamente adelantada”, dice Constanza Farías. El autor pasó sus últimos años con cáncer de laringe, una enfermedad que le fue debilitando progresivamente el hablar. “Quedé con voz de ultratumba”, señaló Lemebel, según consigna Javier García en Revista Santiago.

Sin embargo, su voz no solo fue una herramienta performática, sino la vía para hacerse popular. “Él siempre dijo que en una en una casa de personas de población no podían haber libros, pero lo que siempre había, era una radio prendida”, recuerda Constanza Farías.

Él cuenta que lo primero que la gente conoció de él eran las letras y la voz. Con el tiempo ya conocieron su figura, su fotografía. Pero él entró en los corazones del pueblo a través de su voz. Una voz muy inconfundible, única, irrepetible”, cierra Víctor Hugo Robles.

Las voces de este reportaje consideran que la faceta oral de Pedro Lemebel es conocida, pero poco estudiada. “Se ha hecho afuera, pero aquí no, como suele pasar”, dice Farías.

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