Columna de Rodrigo González / El Brutalista: El Inmigrante Incómodo
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Nominada a 10 premios Oscar, la ambiciosa película de Brady Corbet sobre un innovador arquitecto que huye de la Alemania nazi para instalarse en una Norteamérica pujante es una brillante parábola sobre el artista que choca contra las convenciones sociales.
Esta es la historia de un artista que trata de reconstruir su vida después de que gran parte de sus sueños han sido pulverizados por los horrores del Tercer Reich. Judío de origen, arquitecto de profesión y rebelde por temperamento, László Tóth (Adrian Brody) llega a Estados Unidos apenas apertrechado con un nudo de recuerdos amargos. Van desde su destrucción profesional a la incertidumbre sobre la suerte de su esposa, varada en el campo de concentración de Dachau, en Alemania.
Lo recibe un primo de talante afable y que ha sembrado un proyecto lo más parecido a una clásica familia estadounidense. Aunque Attila (Alessandro Nivola) es tan judío como László, no tiene el marcado acento de su pariente y se ha preocupado de casarse con la católica Audrey (Emma Laird), poniéndole a su negocio de muebles el aséptico y americano nombre de Miller & Sons. Para él, ser judío es más bien un detalle en su vida. Para László es la razón de sus alegrías, pero sobre todo de sus miserias.
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En este campo de cultivo, Tóth parece encontrar una nueva oportunidad en su vida cuando Harry Lee Van Buren (Joe Alwyn) le pide a su primo Attila la remodelación de la biblioteca de su millonario padre, Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce). Es la esperada ocasión para que Tóth renazca de las cenizas y demuestre en América que es más que un inmigrante con sus papeles al día.
Lo que en principio parece ser una chambonada mayúscula (a Harrison senior no le gusta nada el innovador diseño de Tóth), se transforma luego en una tabla de salvación cuando las revistas de ricos y famosos comienzan a destacar el minimalista y al mismo tiempo amplio despacho libresco de los Van Buren.
Estaremos entonces en presencia de un choque de trenes, de una rara sumatoria de voluntades opuestas, de una mezcla explosiva: el enérgico y veleidoso Harrison Lee va en busca de László Tóth, a quien alguna vez despreció, para entregarle una oferta difícil de rechazar. Le pide que construya un centro de eventos con gimnasio, teatro, biblioteca y hasta capilla incluida.
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Es, en resumen, un centro multipropósito capricho de un millonario algo destemplado, pero entregado a las manos artísticas de un arquitecto que se sabe más dotado intelectualmente que su cliente. Sin un dólar en los bolsillos y durmiendo en casas de asilo no tiene más remedio que seguir la voluntad de Harrison Lee. Además, su esposa Erzsébet (Feliciy Jones) ha logrado salir con vida desde Alemania y es mejor que Lászlo tenga algo que ofrecerle a su llegada.
Gran parte de la trama de El Brutalista (2024), título que alude parcialmente al estilo despojado y deudor de la Bauhaus de los diseños de László Tóth, transcurre entre fines de los años 40 y principios de los 50. Es la época de gloria de Estados Unidos, nación triunfante tras la Segunda Guerra Mundial y sin competencia en el mundo en cuánto a desarrollo humano y tecnológico. Es la era en que muchos construyeron un futuro mejor y en que la fe en el capital parecía la escalera al cielo de los vernáculos y de los inmigrantes.
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La pregunta es entonces, ¿Qué pasa cuando los artistas bregan por un universo superior que sólo parece estar en sus cabezas y colisiona con la realidad? ¿Qué sucede si ya una vez humillado y ofendido en la Alemania nazi, hay que volver a bajar los brazos y acomodarse a un país engañosamente mejor?
Esa parece ser la tragedia de László Tóth, un hombre para quien el sueño americano está tan torcido como la Estatua de la Libertad invertida que ve al llegar a Nueva York, aún maniatado por el hambre, el dolor y la pérdida. ¿No encajar en ningún lado es el precio a pagar por tener talento? El Brutalista, que Brady Corbet se despacha en más de tres horas sin nunca agotar, plantea aquellas interrogantes y deja al espectador las respuestas. Es lo que pasa con las grandes películas.
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