Un año de traslados aéreos del Samu: más de 80 vuelos y casi 300 pacientes críticos derivados a UCI de otras regiones

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Personal del SAMU trasladando a un paciente positivo.

El Servicio de Atención Médico de Urgencias (Samu) Metropolitano cumplirá este 14 de mayo un año desde su primer traslado aéreo de dos pacientes Covid positivo, en aviones militares de la Fuerza Aérea. Hasta la fecha, los aeropuertos que más naves de la Fach han recibido son el Aeropuerto Arturo Merino Benítez (Santiago), Aeropuerto Carriel Sur (Concepción) y el Aeropuerto Andrés Sabella (Antofagasta). Hasta marzo, la estrategia ya había tenido un costo superior a los 600 millones de pesos.


El 14 de mayo de 2020, el coordinador de la Unidad de Gestión de Riesgo y Desastres del Servicio de Atención Médico de Urgencias (Samu) Metropolitano, Julio Barreto, junto a su equipo de 10 médicos, paramédicos y reanimadores, se reunió con el personal de la Fuerza Aérea para realizar una capacitación sobre traslados aéreos.

Era una cita relativamente normal, que comenzó a las 9 de la mañana y terminó a las 13 horas. “Revisamos los protocolos para movilizar a personas altamente infecciosas”, cuenta Barreto, un año después, “sin saber nosotros que ese mismo día tendríamos que hacer nuestro primer traslado”. Así fue. Una vez finalizado el curso, tuvo que derivar a dos pacientes críticos desde el Hospital Padre Hurtado, en Santiago, hasta el Hospital Dr. Guillermo Grant Benavente, en Concepción. Allí lo recibió el director del Servicio de Salud de la región, el doctor Carlos Grant, quien les ofreció 20 camas para pacientes críticos.

Desde ese primer viaje hasta hoy, el Samu Metropolitano ha realizado 81 traslados aéreos, principalmente en aviones Hércules C-130 de la Fuerza Aérea (Fach) y algunos en aviones de Carabineros. Luego de un año, el servicio ha derivado a 264 pacientes, casi un tercio de todos los que han sido trasladados durante la pandemia. El resto ha sido movilizado por aeroambulancias privadas contratadas por el Ministerio de Salud. Hasta el 17 de marzo, el costo de estos vuelos militares llegó a los $ 630.960.082.

Tras recibir las instrucciones del Servicio de Salud Metropolitano Central (SSMC), quien ve el número de camas UCI disponibles junto a la Unidad de Gestión Centralizada de Camas (UGCC), Barreto -médico cirujano de 58 años- gestiona los equipos que llevan a los pacientes desde y hacia diferentes regiones del país. Durante la primera ola de la pandemia, al comienzo los vuelos solían salir desde Santiago a regiones; con las semanas se dio el trayecto contrario, buscando camas en la capital. Este año, con la segunda ola, los destinos han sido las UCI de cualquier hospital en Chile que tenga algún cupo disponible. Ello ocurrió sobre todo en abril, cuando el nivel de ocupación nacional superó el 97%.

Y el tipo de pacientes también ha mutado. Si el año pasado hubo más personas de la tercera edad, en las últimas semanas las UCI del país reportaron un cambio: de adultos mayores se pasó a jóvenes con elevado sobrepeso. Y el manejo de este tipo de pacientes, de por sí complejo desde el punto de vista clínico, obligó a adecuar las ambulancias y las cápsulas para personas con obesidad. Hoy, el Samu cuenta con 10 cápsulas para personas con peso normal y dos para trasladar a personas con obesidad

Armado en 40 minutos

El 14 de mayo del año pasado, preparándose para el primer traslado, Barreto revela que “como unidad no teníamos armado nada, tuvimos que ejecutar toda la estrategia sobre la marcha”. Él, quien lleva más de 22 años en el Samu, ya había revisado las cápsulas, pero esa primera vez tardaron dos horas y media en instalar a los pacientes en las cámaras de aislamiento, tarea que hoy se ejecuta en 40 minutos. “Hoy el proceso de encapsulación lo tenemos súper sistematizado. El paso más importante para tener un vuelo sin inconvenientes es justamente el traspaso del paciente desde su cama clínica hacia la cápsula”, explica el médico.

Sobre este punto, la enfermera y reanimadora del Samu Emili Marín explica que “fuimos aprendiendo en el camino, estudiamos algunas cosas, pero otras se fueron dando sobre la marcha”. Al tratarse de pacientes altamente contagiosos, dice que “lo más difícil es sacar los monitores, los circuitos de los ventiladores y de las drogas desde la cápsula por espacios muy angostos. Además, los trajes de protección que usamos pueden ser incómodos, porque da calor, después da frío. Además, durante los vuelos estamos horas sin comer y sin ir al baño”. El traslado del paciente termina cuando el paciente llega a su cama crítica, esperándolo en la ciudad de destino.

En estos trayectos, los pacientes van intubados y sedados. No recuerdan nada del momento. Así le sucedió a Fernando Galleguillo (51), quien hace tres años trabaja para la minera Meridian, en la mina El Peñón, ubicada en Antofagasta. Estuvo de vacaciones en La Serena a fines de febrero, y al regresar a la mina, estuvo cuatro días con mucha fiebre. “Llegué a marcar hasta 41 grados”, detalla. Lo hospitalizaron el 19 de marzo en el Hospital Regional de Antofagasta y el 22 le avisaron que al día siguiente sería intubado.

“Llamé a mi señora para contarle, ahí hubo llanto. También llamé a mis hermanos, somos 11, y conversé con todos. Tenía una sensación triste, de no haber disfrutado más a mi familia, sentía que todo iba para mal”. El 2 de abril fue trasladado vía aérea a la UCI de la Clínica Santa María, en Providencia. Cuatro días después fue extubado y logró abrir los ojos, pero no lograba orientarse. “Tuve problemas para despertar, me demoré como 10 días en entender dónde estaba, tenía muchas lagunas en la memoria”, relata Galleguillo.

Los vuelos a Antofagasta, Concepción y Santiago han sido los más recurrentes en este año, pero el equipo de Barreto ha recorrido ciudades desde Arica a Punta Arenas. El doctor ha participado en el 80% de los vuelos. En promedio, realiza entre tres y cuatro viajes semanales. El caso de la reanimadora Marín es similar: ha encapsulado y acompañado en vuelo a más de 50 pacientes. “El equipo que los mete en las cápsulas los deja después en las camas críticas de destino y les hablamos un poco a los doctores sobre el estado del paciente. Igual, previamente, los médicos de la unidad de origen con los de la unidad de destino ya deberían haber realizado una videollamada para conocer el caso”, explica la enfermera.

Galleguillo comprendió el 17 de abril por la tarde -casi un mes después de haber sido hospitalizado- que lo habían trasladado a Santiago. “Yo pensaba en ese momento: tengo que estar muerto”, cuenta. Dice que los doctores le preguntaban por qué tenía cara de pena, pero tenía dificultades para comunicarse. “Se me había metido en la cabeza que dos de mis hijos habían muerto por Covid-19, pero no podía hablar, tenía problemas en las cuerdas vocales”. Al día siguiente su salud mejoró y pudo conversar con su esposa por teléfono, gracias a que una doctora le facilitó su celular. “Hicimos una videollamada y ahí vi que nadie había fallecido, fue un alivio inmenso y me vinieron muchas ganas de mejorar pronto”, confiesa.

A fines de abril sus médicos lo dieron de alta y uno de sus cinco hijos lo fue a buscar a la capital para regresar en un avión comercial a Antofagasta. “Me las lloré todas cuando vi a mi familia, aunque igual hablaba con ellos constantemente en la clínica”, admite Galleguillo. Dice que se ha sentido bien, que recibió su primera dosis de la vacuna el 23 de abril y que está realizando ejercicios pulmonares todos los días. “Todavía tengo una pulmonía y se me está cayendo un poco el pelo, pero voy avanzando”.

Para el doctor Barreto, los casos como el de Galleguillo, quien no tuvo ninguna complicación durante su traslado, lo motivan. “Me gusta apoyar a la gente, estar siempre disponible (...). El SSMC me confió la seguridad de los pacientes y para mí eso no es un juego”, dice, y agrega que “ver a los familiares que se quedan ahí, en vela, viendo cómo se llevan a su ser querido a otro lugar, es un tremendo peso. Me pongo en el lugar de ellos, es como si fuera un pariente nuestro y por eso los cuidamos muy bien”.

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