Barclays fue uno de los fundadores del canal Mega, quince años atrás. Todos los demás talentos, todas las demás estrellas fueron cayendo con los años, como si el tiempo fuese una llovizna tóxica, corrosiva.
18 abr 2021 11:31 AM
Barclays fue uno de los fundadores del canal Mega, quince años atrás. Todos los demás talentos, todas las demás estrellas fueron cayendo con los años, como si el tiempo fuese una llovizna tóxica, corrosiva.
Algunos amigos de Barclays, menores que él, viajaron a Miami y se vacunaron sin problemas en las carpas de la guardia nacional. La clave o el truco era presentar un contrato de alquiler de un apartamento o una casa en el estado de la Florida. A menudo ese contrato era falso, fraguado a los fines de engañar a los vacunadores.
Hijo de un alcohólico pistolero y una devota del Opus Dei, Barclays fue un niño asustado y acaso desdichado. Le tenía miedo a su padre, ese señor que vivía molesto, el hombre que lo miraba con una furia inexplicable, como si quisiera pegarle, como en efecto le insultaba y le pegaba.
Barclays no sabía que, de grande, se convertiría en un figurón de la televisión, o en un fantasmón de la televisión, desde la temprana edad de los dieciocho años, vengando así la prohibición puritana de sus padres, dejándose corromper moralmente por el negocio deslenguado y exhibicionista de la televisión.
Con la llegada de la pandemia hace un año, varios figurones del canal se asustaron, se recluyeron en sus casas, se achantaron y se negaron a seguir saliendo en directo, desde los estudios de la televisora. Barclays fue uno de los pocos valientes o los pocos suicidas que dijeron: yo seguiré saliendo en directo desde los estudios del canal.
Conozco a muy poca gente que, como yo, ha soñado con tener el pasaporte argentino. Por lo general es al revés: argentinos que sueñan con tener pasaporte español, pasaporte italiano, pasaporte estadounidense, pasaporte canadiense. Pero yo, que ya era británica por mi padre, peruana de nacimiento y estadounidense por mi primer marido, soñaba con tener pasaporte argentino.
¿Para qué he nacido entonces? La respuesta corta sería: para comer. Siempre tengo hambre, siempre estoy picando algo. Sobre todo, tengo hambre de madrugada. A esa hora bajo a la cocina, abro la nevera y ataco con ferocidad mis provisiones.
Barclays se inauguró como periodista de televisión a los dieciocho años y fue despedido, en medio de un escándalo, dos años después. Lo echaron por preguntarle en televisión al candidato presidencial puntero en las encuestas si estaba bien de la cabeza, si había tenido problemas de salud mental, si lo habían dormido clínicamente, si le habían hecho la cura del sueño.
Barclays se tomaba una semana libre en Miami y viajaba hasta Buenos Aires para grabar las entrevistas con las estrellas o los fantasmones que el canal argentino elegía. Fue así como volvió a ser un residente temporal de Buenos Aires. Fue así como se enamoró de dos mujeres que vivían en esa ciudad.
A veces se echaba al pie de un ombú centenario y rogaba a ese árbol que se apiadase de él y lo educase en la paciencia. Barclays había soñado con ser feliz en Buenos Aires y ahora quería morir en Buenos Aires porque nunca había sido tan miserable como en aquella ciudad.
Cuando escribió esas palabras, “encuentros más privados e informales”, el presidente Galeano se preguntó si la primera dama brasileña comprendería, o cuando menos sospecharía, que él tenía intenciones de romper el protocolo con ella, por así decirlo, y de invadir no al Brasil, pero sí a la primera dama de ese país.
Sintiéndose desairada por su hija, Susana Varela cayó en una depresión más profunda. No quería levantarse de la cama, no quería comer, no quería hablar con nadie. Una tarde, descorazonada y vacía, recibió un mensaje de una asociación que salvaba a perros abandonados y abusados, pidiéndole que adoptase a una perra callejera. Susana decidió adoptarla, sin decirle nada a su esposo.
Hace unos años, cuando vivía a solas en una isla apacible de familias acomodadas, Barclays, escritor frustrado de novelitas menores, charlatán de televisión, odiaba a los perros y los gatos. Ahora vive con un perro y una gata.
La revolución de los matones había capturado el Congreso de la nación e impedido que se declarase ganador de los comicios presidenciales al jefe del partido opositor. La revolución de los matones había cumplido la misión que le había encomendado el presidente aquella mañana, en las afueras de la Casa Blanca.
Todo lo que podía quebrarse y romperse seguramente acabaría quebrándose y rompiéndose: era solo cuestión de tiempo.