No cuidaba a alguien desde que mi abuelo Héctor enfermó, de eso quince años. Es desgastante y casi chamánico ver el deterioro, la dependencia física de un ser.
28 dic 2020 03:56 PM
No cuidaba a alguien desde que mi abuelo Héctor enfermó, de eso quince años. Es desgastante y casi chamánico ver el deterioro, la dependencia física de un ser.
Comemos chocolates. Ellos hablan en su lengua pintoresca, musical. Cuentan cómo fue el viaje. Nunca habían viajado en avión. No se dieron cuenta de que iban en clase ejecutiva. Luisa Pastora y yo nos reímos.
Tal vez porque mi propia familia se ha dispersado no he vuelto a celebrar un año nuevo así.
Mi mujer, deseando lo mejor para nuestra hija, tomó la decisión de separar a María y a Hilda de nuestras vidas. Fue un día tristísimo, horrible, traumático, que nunca debió ocurrir.
La gente no se va al Valle del Elqui, Chañaral, Caburga, Pucón, Hornopirén; las personas están dejando Santiago. Un fenómeno actual: la migración ciudad-campo.
Barclays piensa: El candidato puede tener el virus y no saberlo; si tomo un café con él, podría contagiarme, podría matarme, un café irresponsable podría costarme la vida; por otra parte, qué ganas de saber los últimos chismes políticos.
La fiesta de matrimonio promete felicidad, prosperidad, hijos, nietos y fotografías de vacaciones en lugares lejanos. Los años demuestran lo contrario: problemas de pareja, trastornos psicológicos, apremios de plata, traumas. Casarse es tal vez el mayor acto de fe que existe.
Desvelado en su cama, Barclays se pregunta: ¿Es posible que yo haya sido un buen padre y siga siendo un buen padre, pero mis hijas Camelia y Paulina piensen sin decírmelo que tuvieron mala suerte en que yo fuera su padre?
Barclays había abrazado a Maradona en ese hotel de Puerto Madero y el ídolo, como buen argentino, le había dado un beso en la mejilla.
En todo este tiempo no he estado en ninguna fiesta de toque a toque, míticas de los años de dictadura. Hemos sido obedientes o tímidos, probablemente nuestra sociedad ha adquirido una nueva versión semifantasmal del conservadurismo.
Asustado, Beltrán se confesó con un sacerdote, fue a misa, comulgó. Pero la fe le duró apenas dos o tres semanas. Luego volvió al vicio, al pecado, al placer, es decir a los hábitos y costumbres que asociaba con la felicidad.
En ese momento capital de su vida, a pocos días de cumplir setenta años, García debe gobernar no ya a su partido o su país: debe gobernar su futuro, su lugar en la historia, lo que le queda de vida y honor.
Cierta vez, siendo Jimmy un adolescente quinceañero, acudió a un prostíbulo de lujo, en un barrio elegante de la ciudad, acompañado de dos amigos del colegio. Los tres muchachos estaban nerviosos y hacían todo lo posible para ocultarlo, pero lo disimulaban mal.