Tal vez porque mi propia familia se ha dispersado no he vuelto a celebrar un año nuevo así.
21 dic 2020 10:54 AM
Tal vez porque mi propia familia se ha dispersado no he vuelto a celebrar un año nuevo así.
Mi mujer, deseando lo mejor para nuestra hija, tomó la decisión de separar a María y a Hilda de nuestras vidas. Fue un día tristísimo, horrible, traumático, que nunca debió ocurrir.
La gente no se va al Valle del Elqui, Chañaral, Caburga, Pucón, Hornopirén; las personas están dejando Santiago. Un fenómeno actual: la migración ciudad-campo.
Barclays piensa: El candidato puede tener el virus y no saberlo; si tomo un café con él, podría contagiarme, podría matarme, un café irresponsable podría costarme la vida; por otra parte, qué ganas de saber los últimos chismes políticos.
La fiesta de matrimonio promete felicidad, prosperidad, hijos, nietos y fotografías de vacaciones en lugares lejanos. Los años demuestran lo contrario: problemas de pareja, trastornos psicológicos, apremios de plata, traumas. Casarse es tal vez el mayor acto de fe que existe.
Desvelado en su cama, Barclays se pregunta: ¿Es posible que yo haya sido un buen padre y siga siendo un buen padre, pero mis hijas Camelia y Paulina piensen sin decírmelo que tuvieron mala suerte en que yo fuera su padre?
Barclays había abrazado a Maradona en ese hotel de Puerto Madero y el ídolo, como buen argentino, le había dado un beso en la mejilla.
En todo este tiempo no he estado en ninguna fiesta de toque a toque, míticas de los años de dictadura. Hemos sido obedientes o tímidos, probablemente nuestra sociedad ha adquirido una nueva versión semifantasmal del conservadurismo.
Asustado, Beltrán se confesó con un sacerdote, fue a misa, comulgó. Pero la fe le duró apenas dos o tres semanas. Luego volvió al vicio, al pecado, al placer, es decir a los hábitos y costumbres que asociaba con la felicidad.
En ese momento capital de su vida, a pocos días de cumplir setenta años, García debe gobernar no ya a su partido o su país: debe gobernar su futuro, su lugar en la historia, lo que le queda de vida y honor.
Cierta vez, siendo Jimmy un adolescente quinceañero, acudió a un prostíbulo de lujo, en un barrio elegante de la ciudad, acompañado de dos amigos del colegio. Los tres muchachos estaban nerviosos y hacían todo lo posible para ocultarlo, pero lo disimulaban mal.
Las copiosas reservas de rencor que sentía contra él lo acompañarían el resto de su existencia. Pero, entretanto, y aun odiando al director, no quería privarse del ocasional placer de leer ciertos textos de ese periódico.